En una edición del programa Prensa Libre, una reportera se adentró en las fauces del palacio congresal del Perú. Su misión era conocer qué tanto conocían los moradores de ese lugar y, supuestamente, padres y representantes de todos nosotros, la obra del ecuménico Mario Vargas Llosa.
El resultado de aquella incursión fue espeluznante. La mayoría de los cuestionados no sabía explicar con claridad la obra de Mario Vargas Llosa que aducían haber leído. Navegaban por generalidades haciendo uso de muletillas sin llegar a rozar siquiera el meollo de las preguntas: ¿qué libros del premio Nobel de Literatura 2010 ha leído? ¿Cuál es su apreciación del libro que leyó?
Fue indignante ver cómo estos congresistas procuraban escamotear las preguntas y huir. Hubo una señora legisladora que proclamó que Ña Catita era una obra perteneciente al autor de El Hablador. No faltó aquel que confundió La Ciudad y Los Perros con Los Perros Hambrientos del ilustre Ciro Alegría.
Quiero aclarar un par de cosas. No es un pecado no haber leído a Mario Vargas Llosa. Es un pecado moral e intelectual no leer. Si este país está como está es por su pobre nivel cultural.
En el recorrido de aquella periodista solicitando la opinión de los parlamentarios sobre la obra de Vargas Llosa se vio flagrantemente el carácter cínico y escurridizo de sus entrevistados para eludir temas que les son incómodos.
¡Cómo el pueblo pudo haber elegido a estos tipos que no tienen el menor reparo en mentir en lugar de asumir que jamás han leído!
Si no has leído nada de ningún autor, al menos ten la gallardía moral de reconocerlo y aceptarlo, y no discurrir echando mano de ambages que, además, no resultan para nada convincentes.
Estos congresistas ni siquiera saben mentir.
El reportaje de Prensa Libre, además de mostrarnos que en el Congreso la prolífica obra de Mario Vargas Llosa es completamente desconocida, nos ha revelado que allí habitan seres inescrupulosos que con el fin de quedar bien son capaces de responder barbaridades. Nadie allí, aparentemente, es capaz de aceptar una verdad: su supina ignorancia. Son traposos y se valen de artimañas para velar su pobreza intelectual.
Es comprensible que la mayoría del pueblo peruano no haya leído a Vargas Llosa o a cualquier otro autor porque ella se dedica a salir de la pobreza continuamente y su mayor preocupación es conseguir el dinero suficiente para adquirir los alimentos que les servirá de sustento en el mañana. A ese pueblo pobre peruano no se le puede exigir que compre un libro (porque en este país los libros son onerosos) porque se podría quedar sin comer una semana. El Estado no se preocupa por suavizar los precios de los libros de modo que estos puedan llegar a un público más numeroso.
Pero a esos congresistas, que medran día a día del erario nacional, sí se les puede exigir que se culturicen, porque tiene los medios con qué hacerlo. Dejaron la pobreza desde que consiguieron su más anhelado y preciado objetivo: atiborrarse los bolsillos de plata.
Sin embargo, su interés por la cultura es inexistente. Por ende, no sorprende su pasividad para hacer que la cultura sea más cercana a las masas.
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