Ese día, llegué a verte a tu trabajo. No tenía puesto mi bóxer porque olvidé empacarlo, esa fría madrugada, cuando decidimos huir de la opresión y la intolerancia de mi casa. Pasé todo el día en el trabajo con la incomodidad de sentir que entre mis testículos y mi pantalón no existía alguna tela que suavizara las consabidas asperezas. Pero, en mi memoria, quedaron los momentos alegres, desenfrenados y extáticos que protagonizamos aquella madrugada luego de nuestra intempestiva huida.
Te encontré sentada, conversando con tu amiga. Estabas alegre. Me gustó verte radiante y vestida de negro. Te llevé una Coca Cola helada para que te refrescaras. No era esa Coca Cola mi regalo por el día de los enamorados, era simplemente un detallito más de los que te hago para pagarte, de alguna manera, toda la felicidad que provocas en mí. Tú y yo odiamos el día de los enamorados. Nos parece ridículo ver a todas esas mujeres portando estúpidos globos rojos en forma de corazón por las calles de la ciudad como si fueran alguna especie de trofeos o estandartes.
Qué poco original, y hasta mustio, es el obsequiar un globo rojo en forma de corazón, un ramo de flores (peor todavía si es una sola flor), una caja de chocolates o un oso de peluche en el día de los enamorados.
Qué poco original es hacerle presentes de cualquier magnitud y costo a la persona que quieres o amas en el día de los enamorados.
En la madrugada del 14 de febrero me habías dicho, por fin, lo que yo tanto anhelaba escucharte. Me dijiste “te amo, Dani”, y no una, sino varias veces y de manera muy sentida, como sólo cabía esperarlo de ti.
Prosaico y apresurado como soy, te dije que te amaba casi desde los primeros días en que te conocí. A ti te tomó mucho tiempo decírmelo. Y ciertamente, por esa razón, por la madurez de tus palabras, tus “te amo” son mucho más valorables, apreciables y significativos que los míos.
Nunca antes me habías marcado el cuello con la boca. En esa madrugada del 14 de febrero, mientras nos amábamos, lo hiciste. Me marcaste el cuello en dos zonas distintas, diciéndome que me amabas. No sentí dolor alguno. Supongo que fue mitigado por la bella sensación de oírte decir que me amabas mientras tus labios y tus dientes presionaban mi piel.
Ese día, borracho de sueño y de cansancio por todo lo vivido en los días previos, me quedé privado como una roca, ante tu insistencia de que continuara amándote. Muy a mi pesar, y, con toda seguridad también, muy a tu pesar, te dejé insatisfecha por tercer día casi consecutivo. Dormimos plácidamente. Recuerdo que desperté sobresaltado porque mi celular rosado vibraba alocadamente justo debajo de mis posaderas a la hora en que le había programado la alarma: las cinco y media de la madrugada. Me puse el pantalón y la camisa arrugados que había guardado en mi mochila horas antes, antes de huir de mi casa.
Me despedí de ti con un beso en la frente y en tu boquita. No me prestaste mucha atención. (Siempre me has dicho que una de las cosas que haces con pareja devoción y entrega es dormir). Dormías profundamente. Apenas si abriste la boca para recibir mi beso y desearme suerte en el trabajo. Te juro que sentí enormes deseos de quedarme a tu lado, echado en esa cama de hotel contigo y continuar durmiendo junto a ti, sintiendo tu respiración, contemplándote. Pero había en mi camino una obligación que cumplir.
A pesar de todo, te vi horas después. Como siempre, caminé desde la oficina hasta Quilca. Al principio, era una distancia que se me hacía larguísima de recorrer. Ahora, se me ha achicado infinitamente (hablo de la distancia, porque lo “otro”, desde hace tiempo, se me viene achicando infinitamente). Camino porque siento que luego de haber estado sentado todo el día, es el mínimo gesto de consideración que debo concederles a mis piernas para que no se olviden de caminar. En realidad, camino porque no quiero pagar un sol todos los días para que el bus recorra esa relativa corta distancia por mí.
En el día de los enamorados, no me regalaste la consabida frase de amor, o las consabidas tonterías materiales con las que las parejas se atiborran en ese día. Me regalaste la oportunidad de conocer a uno de mis cantantes preferidos: un muchacho de 23 años, flaco, de pelo largo, trigueño y de contagiante buen humor. Su nombre era Nacho. Tú lo conocías desde hacía mucho tiempo. Le habías puesto el apodo de "Laura Bozzo".
Lo conocí y lo felicité por la excelente música que hace (y que tú encuentras deplorable) con su banda de punk Hastakinomás. Tus ojos se colmaban de satisfacción cuando me mirabas hablar con Nacho, tan entusiastamente, sobre la música de él, en particular, y la música punk, en general. A pesar de que odias, con parejo nivel, la música de Nacho, en particular, y la música punk, en general, no podías evitar sentirte feliz por mí, porque conocía finalmente a alguien que compartía los mismos gustos musicales que yo, porque me sentía a gusto.
Ese día me permití invitarle una cerveza a Nacho en la bodega que queda justo enfrente del Boulevard de la Cultura, o La Feria como tú siempre has llamado al Boulevard. Nacho, a pesar de que estaba con su enamorada, no dudó en gastarte algunos piropos. Y es que nadie, puede resistirse a caer subyugado y embobado ante tu personalidad y tus considerables atributos físicos.
Ese día de los enamorados, lo concluimos comiendo el riquísimo arroz chaufa de 4 soles, que la señorita Judith vende cerca de tu casa, y al cual me he hecho adicto. En realidad, me hago adicto a ti, con cada momento que transcurre, estés lejos de mí o muy a mi lado.
Daniellll.. paga tu bus nomas. q uno de estos dias te van a manosear en la Av. Tacna. y no t enamores q el q se enamora pierde...
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