El desfile de Morgana Boutique, como se dice en buen peruano, salió de putamadre. Para haber sido el primer desfile que Wendy organizaba, los resultados superaron ampliamente las expectativas.
El Gothic Rock estuvo repleto y los flashes de las cámaras centelleaban a cada momento, a medida que los diseños de Wendy transcurrían por esa passarella de alfombra roja, flanqueada por dos candelabros barrocos a cada lado de ella. El momento culminante se dio con la aparición de Wendy en el escenario; vestía un corsé negro que le reducía la sección abdominal de manera considerable, una falda de tul negra y unas mallas negras que forraban sus exuberantes piernas. Estaba preciosa.
Elena también estaba. Modeló y desfiló. No le pedí su número ni traté de hacerle la conversación, pues se había aparecido con su enamorado. De todos modos, al ver a Wendy el día de ayer, me convencí de que todavía no ha aparecido una mujer que pueda competir con ella en carisma y personalidad.
Fue una experiencia nueva para mí el entrar al baño de varones para acomodarme el peinado o echar una escueta meada, y ver ocupado el espejo del lugar por hombres vestidos con faldas o capas negras pintándose (o delineándose) los ojos y echándose polvos blancos en la cara. Luego, en la pista de baile, estos mismos hombres protagonizaban besos candentes con chicas vestidas de manera muy similar a la de ellos.
Yo hice mi mejor esfuerzo para vestirme de acuerdo a las circunstancias: botines Caterpillar (que utilicé en mi segunda práctica preprofesional en Orcopampa), un par de blue jeans azules oscuros (eran los más oscuros y los más seriecitos que tengo), un polo negro (que me regaló mi mamá en la pasada Navidad) y una casaca de cuero marrón. Cuando llegué a Quilca, encontré a Wendy con su cabello laceado y una mirada que no me reconoció al principio. Rato después, me contó que no creía que esa persona que la saludaba era yo: “Estás lindo, amor. Así deberías vestirte todos los días. Estás “agarrable”.
No sólo Wendy pensó que estaba “agarrable”; una amiga de ella, que la ayudó con algunas cositas del evento, procuró hablarme y lanzarme miradas desde que llegué hasta que el desfile terminó. La chica estaba guapa, pero no más que Wendy. Aún así, correspondí a sus equívocas miradas, pues alimentaban mi ego, y eso yo lo agradezco y lo aprecio mucho.
Al terminar el concierto, Wendy, una amiga de ella y yo nos fuimos al concierto metal en Quilca. Al promediar las tres de la mañana, un taxi dejaba a Wendy en su casa. Nos despedimos con un beso y un par de “te amo”, prometiéndole que hoy iría a verla llevándole en un tupper lo que mi madre tenga a bien cocinar. “Que no sea nada de pescado”, agregó.
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