lunes, 29 de octubre de 2012

Discutible opinión sobre la revocatoria de Susana Villarán

Yo no voté por Susana Villarán. Voté por el candidato de Acción Popular quien, en el ocaso de la campaña, decidió disfrazarse del Increíble Hulk para aligerar su imagen. Esto último me causó cierta desazón pues pensaba votar por él con convicción, porque parecía que contaba con un plan más o menos coherente, según pude apreciar en un debate. En ese episodio, el plan de ese candidato fue, a mi modesto parecer, de lejos, el más serio y organizado. Sin embargo, como en este país priman los circos a las ideas, dicho candidato prefirió unirse al show –disfrazándose de Hulk- y vender una imagen en vez de programas. En cualquier caso, la batalla final tuvo como adversarias a Susana Villarán y a Lourdes Flores.

Sabemos ya que Susana Villarán resultó electa alcaldesa de Lima.

Ahora bien, resulta un tanto incoherente con los principios democráticos tan propugnados y encomiados por la fauna política nacional el hecho de solicitar la revocatoria de doña Susana Villarán del cargo de alcaldesa.

La mayoría de limeños eligió a Susana Villarán pues, imagino, evaluó su programa de trabajo a conciencia. Por tanto, se debe respetar dicha elección. Que la actual gestión de Susana Villarán no sea ahora del agrado de cierto sector político no debiera constituir mérito suficiente para iniciar los trámites de su destitución.

Que se entienda de una vez el proceso democrático. Elegimos a una persona sobre la base de ciertas consideraciones. Si luego dicha persona encabeza una administración regular o mala, pues qué pena, ella deberá cumplir su periodo según la ley que permitió su elección. A quienes deberían revocar del país -si cabe dicha acción- son a esos ciudadanos que la eligieron y ahora la quieren afuera. La gente debe ser consecuente con sus actos. Debemos dejar que la señora Villarán termine su gestión y ejecute las obras que ha planeado para Lima.

Considero que el único motivo para destituir a alguien de su cargo público debe ser la insania total de esa persona. Una persona que no tiene pleno control de sus facultades mentales no debiera ejercer un cargo de tamaña responsabilidad.

jueves, 25 de octubre de 2012

Los detectives salvajes - Roberto Bolaño



«Los detectives salvajes», de Roberto Bolaño (1953-2003), es mucho más que un libro denso -denso por las 609 páginas que tiene-. Es uno de esos textos que abren senderos innovadores en la literatura. El libro que Bolaño publicara en 1998 sirve de acicate para aquellos escritores en ciernes, así como para los que ya llevan ciertos años en la escena, para que no cesen en la búsqueda de un estilo, un estilo que sea atrevido, fresco y propio, que asombre e interese. Asimismo, los lectores que se topen con esta obra totalizadora ampliarán con ella sus horizontes literarios. Es el estilo –y la historia- de esta novela la que la hace legible y entretenida al lector. Y es debido a ese estilo que el autor consideró necesarias emplear tal número de páginas. Uno no se plantea cuántas páginas tendrá una historia. Esa cantidad surge como consecuencia del estilo empleado, de la técnica de la que se eche mano para construir el armazón de aquello que se desea contar.

Como decía Diego Trelles en una entrevista publicada en el blog literario del diario Perú 21 “Lee por gusto”, hablando sobre su premiada novela Bioy: “Bioy no nació así, yo no empecé a escribirla pensando «voy a hacer una novela total», la forma se fue dando y cuando uno es escritor se va dando cuenta de que lo que te dicta la forma es la propia trama, los personajes y las peripecias.” Podemos percibir en la obra de Trelles cierta influencia de Bolaño.

Roberto Bolaño Ávalos dijo, en una entrevista en Chile, que la novela de este nuevo siglo tiene que ser una que no repita a las del Boom. «Los detectives salvajes» es un claro ejemplo de esta novela del nuevo siglo. Lo que propugna Bolaño y sus novelas es la no repetición; la búsqueda de la originalidad. También decía: “Una novela, que solo se sostiene por un argumento y por la forma lineal de contar un argumento, o no lineal, simplemente un argumento que se sostiene en una forma más o menos archiconocida, pero no archiconocida en este siglo sino en el diecinueve, esa novela se acabó, se va a seguir haciendo ese tipo de novelas durante muchísimos años; pero después de «La invención de Morel» (novela de Adolfo Bioy Casares) no se puede escribir una novela en la que lo único que la aguanta es el argumento, en donde no hay estructura, en donde no hay juego, en donde no hay cruce de voces.”



«Los detectives salvajes», ganadora del premio Herralde de novela y del Rómulo Gallegos, está dividida en tres capítulos. El primero y el último son el diario del joven poeta Juan García Madero. El segundo, el más variado y ecléctico, además del más extenso, reúne las voces de personajes que aparecen y desaparecen, algunos; otros, que aparecen y no vuelven a aparecer. Los tres capítulos dan cuenta, en parte, del periplo vital de los personajes principales de la novela, los real visceralistas Arturo Belano (alter ego del autor) y Ulises Lima (alter ego del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998), que leía poesía enfebrecidamente incluso mientras se duchaba). Estos dos poetas jamás “se echan” un discurso. Son los personajes que los rodean y que los han conocido quienes hablan por ellos. Nosotros los lectores nos encontramos siempre expectantes, con el correr de la historia, ante los diversos testimonios y anécdotas que, como un puzzle, van encajando y construyendo el recorrido de esos dos poetas malditos, enigmáticos y fundadores del real visceralismo: Belano y Lima.

El primer capítulo del libro, es decir, los hechos que suceden a finales de 1978 y que son narrados por  García Madero retratan un México poblado de jóvenes aventureros que experimentan con todo aquello que tienen a su alcance y que tienen en común una pasión que dicta el curso de sus vidas: la poesía. Este capítulo finaliza con la huida de Belano y Lima en un coche Impala. Bolaño, a través de García Madero, retrata vivazmente las mentes adolescentes de los poetas que conforman ese círculo real visceralista.

El segundo capítulo está compuesto por una variedad de personajes quienes en un momento dado han conocido a Belano o a Lima o a ambos durante el exilio de estos personajes por España, África, Alemania, Italia, París, etc. El lector valorará la capacidad del autor para ofrecerle a cada uno de esos personajes una singularidad que difícilmente podrá olvidarse. Me asalta el recuerdo de Xosé Lendoiro, abogado que soltaba frases en latín; el de Amadeo Salvatierra, un escritor carcamal que, entre tequila y tequila, conversaba con Belano y Lima sobre Cesárea Tinajero; el de la fisicoculturista que hospeda a Belano por un tiempo en su casa; el del poeta homosexual y real visceralista Piel Divina; el de Joaquim Font, arquitecto medio desquiciado –nunca se sabe si el loco era él o el resto de personas que lo rodeaban, incluso uno no llega a saber si Font está más cuerdo que nosotros- que les regala el coche Impala a Belano y Lima para que huyan en la noche vieja del 78, etc.

El tercer capítulo retoma las memorias del joven García Madero. Son los primeros días del año 1979 y la mayoría de los hechos se dan en el coche Impala, el cual pasea sus ruedas por distintos pueblitos de Sonora, México, buscando a Cesárea Tinajero, la primera y misteriosa poetisa real visceralista aparecida en los años 20. Las primeras páginas de ese capítulo pueden ser muy instructivas para aquellas personas interesadas en los tecnicismos lingüísticos y poéticos tales como síncopa, gliconio, hápax legómenon, zéjel, epanadiplosis (“…figura sintáctica que consiste en la repetición de una palabra al principio y al final de una frase, de un verso o de una serie de versos. Un ejemplo: Verde que te quiero verde, de García Lorca.”), entre otros. Mientras leía ese torrente de conocimientos puestos en la novela como al desgaire, pues no se percibe que el autor haya pretendido pavonearse con ellos, me decía: ¡Caramba, cuánto sabe este Bolaño! Y la lectura de estos diálogos –conversaciones de poetas vagos y haraganes como lo eran Belano y Lima- claveteados con aquellos términos tan inextricables, al menos para lectores principiantes como yo, o con menciones a los más diversos poetas del mundo, me hacía pensar: ¡Qué sería del mundo si todos los vagos y haraganes poseyeran esa avidez por la lectura como los vagos Belano y Lima!  

Leer «Los detectives salvajes» es penetrar –y dejarse llevar- por la impresionante sapiencia literaria de Bolaño. Al menos, yo me preguntaba “qué no ha leído este Bolaño”.

Juan Villoro, escritor mexicano, dice sobre esta novela: «Los detectives salvajes» son investigadores de la vida, investigadores de la experiencia, que están buscando vivir de manera artística, y que no necesariamente van a escribir una obra o van a pintar un cuadro; simplemente ellos son artistas de la vida. Creo que, en buena medida, por eso los libros de Roberto Bolaño, y en especial «Los detectives salvajes», conectan tan bien con los lectores jóvenes que están tratando de entender la vida como una obra de arte.”   

Toda la novela, en buena cuenta, trata sobre poesía y sobre cómo todo un grupo de muchachos, especialmente dos de ellos, los más visceralmente poetas, viven, como diría el propio Mario Santiago, “sin timón y en el delirio”.

martes, 9 de octubre de 2012

Un hombre feo - Pierre Castro



“Un hombre feo” es un libro de cuentos que, supongo, porque lo acabo de leer, fue uno de los cuatro más vendidos de la Feria del Libro de Lima del 2011 en gran parte debido a lo atrayente de la portada y a lo llamativo del título.

Yo no compré el libro. Lo descargué en formato PDF, descarga que, imagino, cuenta con la anuencia del propio escritor. Saludo y aplaudo esa desprendida iniciativa. Entregarle al lector la novela o cuentos de uno, sin que medie algún tipo de transacción metálica, es ciertamente un acto noble y humilde. Yo no me aventuro a hacer con mi libro tal cosa, pues tengo la seguridad de que nadie lo descargaría.

Pierre Castro Sandoval (1979) es el nombre del joven autor de este libro. Según declara, “Un hombre feo” es una colección de relatos que compuso entre los 17 y los 30 años de su edad. Le presentó 46 textos a su editora, de los cuales 12 tenían en común cierta fealdad –fealdad espiritual, facial, etc.- enlazadora entre sus personajes. De ahí el nombre del libro.

No soy una voz autorizada en la crítica de libros. Así que no criticaré el libro. Solo daré mis subjetivas impresiones.

El primer cuento se titula “Un hombre feo” y encontré en él la conversación más cojuda que una pareja puede sostener. Lo bueno del cuento (Bolaño afirmaba que cualquier libro, por más malo que fuese, siempre contenía algo que podría sernos útil) es que me recordó que debo ver una vez más “Reservoir dogs”.

La mayoría de los cuentos de este libro, si bien son muy entretenidos (a pesar de que descubría la maldad –cualidad de malo- de cada uno de los textos, la frescura de éstos me mantenía pegado a la pantalla), carecen, según mi muy voluble gusto, de un buen final. Encontré finales chatos y sosos, ante los cuales decía lo que los pocos lectores de este blog exclaman cuando lo leen: “Ya, ¿y?”

En el cuento “Cómo ganar un millón de dólares”, encontré insoportable a ese joven intelectualoide que trabaja en una librería e impide, por todos sus medios, que una señora compre un best seller en lugar de un respetable libro de literatura. Me preguntaba ¿qué le importa a ese huevón lo que esa encopetada señora compre o no? ¿Si esa señora quiere leer un best seller o uno de esos libros cuyo título empieza con “Cómo…”, pues que lo haga?

“Diez preguntas antes de dar el sí” discurre en torno a la lectura que dos jóvenes hacen de una encuesta frívola de una revista femenina. Sé que la literatura es ficción, es mentira. Pero la mentira debe ser cojonudamente real. Ahora, me pareció estúpidamente irreal que dos jóvenes de estos tiempos lean con tanto interés una revista de ese tipo (Cosmopolitan, creo) y repasen las preguntas de un tonto cuestionario destinado a mujeres de escaso entendimiento.  Otra vez, la historia es entretenida, pero el final no existe. No hay emoción epilogal.

A pesar de sus finales, o de la inexistencia de ellos en los textos, me gustó el cuento “Carta desde el África”, que narra la historia de un romance a bordo de un crucero. El personaje del multimillonario moreno africano, que gusta por su casi pordiosera humildad, es memorable. Este personaje capturó mi atención seguramente por mi natural predilección por las personalidades que no se toman muy en serio, a pesar de su buena fortuna. El párrafo que transcribo a continuación me gustó mucho porque resalta el carácter sereno, paciente y modesto de Ambers, tal es el nombre del africano navegante: “Allí andaba siempre con esas guayaberas que más parecían como para irse a trapear mercados y por las que nadie (incluyéndome, sí señor) sospechamos que el negro era dueño de la mitad del África y que de haberlo querido, hubiese podido comprar el crucero completo con todos nosotros dentro. No dabas un sol por el negro, pobre negro.”

El libro de Pierre Castro puede ser descargado desde: http://unhombrefeo.wordpress.com/

domingo, 7 de octubre de 2012

La niña que me araña la cara cuando la cargo


Dejas surcos delgados e invisibles sobre el rostro cansado del hombre que te sostiene.

Una frente que se deja besar, tocar y acariciar por manos ajenas, manos que te adoran.

Dices poemas de amor: gu, gu, gu, pah, pah, pah.

Rabias poemas de ira: buuh, burr.

Gritas versos de dolor: awah, uuu, ñaaah.

Hablas con exquisitez el idioma que trajiste del reino de los ángeles, en donde, seguramente, eras la poeta por antonomasia.

Muy pronto te corromperás y tu lengua dejará de hablar el idioma que tan bellos versos nos regala a cualquier hora del día.

Una sonrisa bella con la ausencia de innecesarios dientes. Una sonrisa transparente, etérea.  

Hilos finos y transparentes que tu boca derrama cuando te alzan para que recuerdes tu vuelo, como cuando eras un angelito nefelibata.

Hilos que esos dos seres de pelo largo que siempre te acompañan beben cuando desde arriba los miras a través de esas dos rayitas oblicuas, arqueadas y refulgentes.

Ojos que lo escrutan todo. Manos diminutas que lo quieren atrapar todo: el iPod mientras el hombre feo de cabello largo lee 1984 de Orwell en él; la Tablet mientras la mujer de cabello luengo chatea en el Facebook; la Memoria Descriptiva de la Mina Candelaria escrita por algún ingeniero; el grueso, fantástico y tocador libro de Bolaño: Los Detectives Salvajes.

Tus manos están ansiosas por sentirlo todo. Chupas el borde del iPod; clavas tus garritas en la pantalla de la Tablet; estrujas y alborotas esas letras sin sentido que pueblan la Memoria Descriptiva; pretendes seguirles el rastro a Belano y a Lima.

Babeas todo y todos babean por ti.


Tu papá quiere robar libros para sentirse un poquito Bolaño. Ojalá algún día lo ayudes en ese inveterado emprendimiento.

viernes, 5 de octubre de 2012

O! SAD N’ LIAR




Duties have to be done
An urge for seeing you
Are you alone?
Is your boss near you?
Tell him to go away
Or I’ll go astray

Getting rid of me
Getting rid of you

Loneliness is the right and natural choice
Kiss me with your unbridled poise
I always dare to invade your environment
While you just move around my heart like an enticing serpent

French classes
Time passes
By
Good bye
O! Sad n’ liar

(Photo from: http://britlit3.wikispaces.com/The+Serpent+of+Macbeth)

La chola peruana


El diario Perú 21 del día 03 de octubre recoge la siguiente declaración de la modelo y empresaria peruana Mónica Chacón: “Hoy, el mundo de la moda mira a las cholas como yo”.
Últimamente, creo que debido a las nuevas presiones pseudo moralistas que propugnan la igualdad en la sociedad, mucha gente –sobre todo aquella que pertenece a la farándula, como la antedicha señora- que antaño no se describía a sí misma como “cholo” o “chola”, ha empezado a identificarse con esos calificativos. ¿Por qué? Porque pretenden ser parte de esta oleada atosigante de la marca Perú, de la reivindicación de lo cholo y tantos otros bárbaros “superpatrioterismos gastronómicos, botánicos o agropecuarios”, como dice Julio Cortázar en su libro “Un tal Lucas”.

No hay entrevista televisiva o radial en la cual estos personajes, que pertenecen al mundo del espectáculo, o sea, al mundo de la hipocresía, no se despachen a su gusto exaltando su “peruanidad” llamándose “cholo”. No faltará aquel que se presente en tales entrevistas vistiendo un polo negro con la palabra “cholo” inscrito en él.

No tendría nada de malo calificarse así. Pero tal calificación debe ser sincera y no una mera impostura para estar a tono con la moda patriotera de estos días. Estoy casi seguro de que estos personajes afectados de “peruanidad” y “choledad” se desdicen cuando nadan en la comodidad de su círculo más íntimo. Es ahí cuando emplean el término “cholo”, ya no para describirse a sí mismos sino, más bien, para designar al jardinero, al cobrador de combi o a todo aquel que posea rasgos indios, o sea, peruanos.

¿Son, acaso, los rasgos faciales de Mónica Chacón los rasgos de la chola peruana (huelga la redundancia)?



No. Si Mónica Chacón tuviera los verdaderos rasgos de una chola peruana, jamás hubiera sido modelo, pues la élite de la belleza jamás se lo hubiera permitido.

Dejémonos de gazmoñerías y patrañas. La sociedad todavía no acepta lo cholo. Es decir, en su fuero más íntimo, en las conversaciones privadas, lejos de cámaras y flashes, la sociedad todavía abomina de lo cholo, de lo serrano, de lo peruano.

A continuación, se muestra a algunas fieles representantes de lo cholo.





El día en que estas dignas representantes de la chola peruana lleguen a las pasarelas, no de Milán, pero al menos de Lima, podremos decir que lo cholo ha sido aceptado. Esto configura una utopía (una utopía arcaica, como diría Vargas Llosa) pues los cholos somos feos por antonomasia y los maricones de las élites de belleza jamás nos aceptarán. (Digo “maricones” no para significar algún detrimento en cuanto a la sexualidad de estas personas. Lo digo en el sentido de cobardía y pusilanimidad).

Me tomé la libertad de coger prestadas las anteriores fotografías de las páginas web de “amixers”. Creo conveniente mencionar, además, que algunas de las muchachas retratadas tuvieron la desdicha de ser mis enamoradas.