«Los detectives salvajes», de Roberto Bolaño (1953-2003), es mucho más que un libro denso -denso por las 609 páginas que tiene-. Es uno de esos textos que abren senderos innovadores en la literatura. El libro que Bolaño publicara en 1998 sirve de acicate para aquellos escritores en ciernes, así como para los que ya llevan ciertos años en la escena, para que no cesen en la búsqueda de un estilo, un estilo que sea atrevido, fresco y propio, que asombre e interese. Asimismo, los lectores que se topen con esta obra totalizadora ampliarán con ella sus horizontes literarios. Es el estilo –y la historia- de esta novela la que la hace legible y entretenida al lector. Y es debido a ese estilo que el autor consideró necesarias emplear tal número de páginas. Uno no se plantea cuántas páginas tendrá una historia. Esa cantidad surge como consecuencia del estilo empleado, de la técnica de la que se eche mano para construir el armazón de aquello que se desea contar.
Como decía Diego Trelles en una entrevista publicada en el blog literario del diario Perú 21 “Lee por gusto”, hablando sobre su premiada novela Bioy: “Bioy no nació así, yo no empecé a escribirla pensando «voy a hacer una novela total», la forma se fue dando y cuando uno es escritor se va dando cuenta de que lo que te dicta la forma es la propia trama, los personajes y las peripecias.” Podemos percibir en la obra de Trelles cierta influencia de Bolaño.
Roberto Bolaño Ávalos dijo, en una entrevista en Chile, que la novela de este nuevo siglo tiene que ser una que no repita a las del Boom. «Los detectives salvajes» es un claro ejemplo de esta novela del nuevo siglo. Lo que propugna Bolaño y sus novelas es la no repetición; la búsqueda de la originalidad. También decía: “Una novela, que solo se sostiene por un argumento y por la forma lineal de contar un argumento, o no lineal, simplemente un argumento que se sostiene en una forma más o menos archiconocida, pero no archiconocida en este siglo sino en el diecinueve, esa novela se acabó, se va a seguir haciendo ese tipo de novelas durante muchísimos años; pero después de «La invención de Morel» (novela de Adolfo Bioy Casares) no se puede escribir una novela en la que lo único que la aguanta es el argumento, en donde no hay estructura, en donde no hay juego, en donde no hay cruce de voces.”
«Los detectives salvajes», ganadora del premio Herralde de novela y del Rómulo Gallegos, está dividida en tres capítulos. El primero y el último son el diario del joven poeta Juan García Madero. El segundo, el más variado y ecléctico, además del más extenso, reúne las voces de personajes que aparecen y desaparecen, algunos; otros, que aparecen y no vuelven a aparecer. Los tres capítulos dan cuenta, en parte, del periplo vital de los personajes principales de la novela, los real visceralistas Arturo Belano (alter ego del autor) y Ulises Lima (alter ego del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998), que leía poesía enfebrecidamente incluso mientras se duchaba). Estos dos poetas jamás “se echan” un discurso. Son los personajes que los rodean y que los han conocido quienes hablan por ellos. Nosotros los lectores nos encontramos siempre expectantes, con el correr de la historia, ante los diversos testimonios y anécdotas que, como un puzzle, van encajando y construyendo el recorrido de esos dos poetas malditos, enigmáticos y fundadores del real visceralismo: Belano y Lima.
El primer capítulo del libro, es decir, los hechos que suceden a finales de 1978 y que son narrados por García Madero retratan un México poblado de jóvenes aventureros que experimentan con todo aquello que tienen a su alcance y que tienen en común una pasión que dicta el curso de sus vidas: la poesía. Este capítulo finaliza con la huida de Belano y Lima en un coche Impala. Bolaño, a través de García Madero, retrata vivazmente las mentes adolescentes de los poetas que conforman ese círculo real visceralista.
El segundo capítulo está compuesto por una variedad de personajes quienes en un momento dado han conocido a Belano o a Lima o a ambos durante el exilio de estos personajes por España, África, Alemania, Italia, París, etc. El lector valorará la capacidad del autor para ofrecerle a cada uno de esos personajes una singularidad que difícilmente podrá olvidarse. Me asalta el recuerdo de Xosé Lendoiro, abogado que soltaba frases en latín; el de Amadeo Salvatierra, un escritor carcamal que, entre tequila y tequila, conversaba con Belano y Lima sobre Cesárea Tinajero; el de la fisicoculturista que hospeda a Belano por un tiempo en su casa; el del poeta homosexual y real visceralista Piel Divina; el de Joaquim Font, arquitecto medio desquiciado –nunca se sabe si el loco era él o el resto de personas que lo rodeaban, incluso uno no llega a saber si Font está más cuerdo que nosotros- que les regala el coche Impala a Belano y Lima para que huyan en la noche vieja del 78, etc.
El tercer capítulo retoma las memorias del joven García Madero. Son los primeros días del año 1979 y la mayoría de los hechos se dan en el coche Impala, el cual pasea sus ruedas por distintos pueblitos de Sonora, México, buscando a Cesárea Tinajero, la primera y misteriosa poetisa real visceralista aparecida en los años 20. Las primeras páginas de ese capítulo pueden ser muy instructivas para aquellas personas interesadas en los tecnicismos lingüísticos y poéticos tales como síncopa, gliconio, hápax legómenon, zéjel, epanadiplosis (“…figura sintáctica que consiste en la repetición de una palabra al principio y al final de una frase, de un verso o de una serie de versos. Un ejemplo: Verde que te quiero verde, de García Lorca.”), entre otros. Mientras leía ese torrente de conocimientos puestos en la novela como al desgaire, pues no se percibe que el autor haya pretendido pavonearse con ellos, me decía: ¡Caramba, cuánto sabe este Bolaño! Y la lectura de estos diálogos –conversaciones de poetas vagos y haraganes como lo eran Belano y Lima- claveteados con aquellos términos tan inextricables, al menos para lectores principiantes como yo, o con menciones a los más diversos poetas del mundo, me hacía pensar: ¡Qué sería del mundo si todos los vagos y haraganes poseyeran esa avidez por la lectura como los vagos Belano y Lima!
Leer «Los detectives salvajes» es penetrar –y dejarse llevar- por la impresionante sapiencia literaria de Bolaño. Al menos, yo me preguntaba “qué no ha leído este Bolaño”.
Juan Villoro, escritor mexicano, dice sobre esta novela: «Los detectives salvajes» son investigadores de la vida, investigadores de la experiencia, que están buscando vivir de manera artística, y que no necesariamente van a escribir una obra o van a pintar un cuadro; simplemente ellos son artistas de la vida. Creo que, en buena medida, por eso los libros de Roberto Bolaño, y en especial «Los detectives salvajes», conectan tan bien con los lectores jóvenes que están tratando de entender la vida como una obra de arte.”
Toda la novela, en buena cuenta, trata sobre poesía y sobre cómo todo un grupo de muchachos, especialmente dos de ellos, los más visceralmente poetas, viven, como diría el propio Mario Santiago, “sin timón y en el delirio”.
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