lunes, 11 de agosto de 2014

¿Sabes más que un niño de primaria? Sí, cómo no

Lo que están a punto de leer ha sido escrito con saña, con el ánimo del mal perdedor, con ánimo de revancha, con el ánimo del que se ha picado.

Acabo de comprobar tres cositas:

Uno: Que la televisión está manejada y representada por un conjunto de idiotas. Yo también soy un idiota, por si acaso. Así que creo que podría encajar muy bien en ese ambiente.

Dos: Que en la televisión solo hay cabida para la gente bonita. De ningún modo se podrá permitir que un cholo de mierda (como yo) irrumpa en las pantallas de los hogares peruanos así como así, a menos que el cholo sirva para divertir a la noble audiencia.

Tres: Que la televisión solo acoge a gente de escasa cultura. Salvo algunas honrosas excepciones.

Hace dos semanas me presenté al casting de “¿Sabes más que un niño de primaria?”. Hice la colita respectiva, que, dicho sea de paso, no era ni el uno por ciento de la cola del público de “Esto es guerra”: Un montón de chibolitas desgañitándose ante el avistamiento de sus guerreros favoritos. Ya quisiera yo estar en los músculos de esos guerreros. No me queda otra que destrozar mi sueño a las 6 de la mañana, de lunes a viernes,  y ganarme las pesetas sentado ante una fría computadora, mirándoles las caras a las mismas personas de siempre por horas y horas.

Un tipo, que entraba y salía del canal cada tanto, nos entregaba a los recién llegados unos papeles con las más estúpidas preguntas: “¿Cómo se llamaba tu profesor favorito de primaria?”, “¿Cómo eran tus notas en el colegio?”, “¿Qué piensas hacer con los 30 mil soles?”

Respondí la verdad: “No me acuerdo”, “Buenas” y “No sé”. No estaba dispuesto a prestarme a circos escribiendo respuestas agradables y mentirosas para que luego el buen Brunito (conductor del programa) me preguntase cosas poco importantes para mí y, desde luego, para él.

Cerca de las ocho de la noche, llegó mi turno. Era el momento de mi audición. Tendría que responder ocho preguntas. El tipo de las hojas nos había dicho: “Contesten bien al menos tres de las ocho. Recuerden: lo más importante es su desempeño ante la cámara y no lo que saben.”

Mi desempeño ante la cámara fue normal. No mostré temor alguno (¿por qué habría de mostrarlo?). Tampoco me comporté como un payaso. Todavía no es mi estilo. Detrás de la cámara había un grupúsculo de subnormales quienes, a juzgar por su voz, aspecto y comportamiento, parecían haber egresado de las facultades de Comunicaciones de La Católica, San Martín y la de Lima.

Uno de los monigotes me dirigió las preguntas:

“¿Cómo se llamaba el sistema de trabajo minero en el virreinato?”

“Mita”, respondí.

“¿Cómo se llama el movimiento de contracción del corazón?”

“Sístole”, contesté.

“¿Qué fecha cívica se celebra en octubre?”

“El combate de Angamos”, dije.

“Si tengo ocho panecillos y cada uno lo divido en un octavo, ¿cuántos pedazos tendré?”

“Sesenta y cuatro”, calculé.

Hubo otras preguntas que ya no recuerdo porque seguramente fueron más fáciles que las que acabo de citar. El tipo, luego de que le hube dado mi última respuesta, dijo: “Muy bien, tienes veinte.”

Veinte, maricón. Y por qué no me han llamado para el programa. ¿No ven que necesito embolsicarme unos buenos billetes? Prefieren llamar a gente blanquita, de ojos claros y medio cojuda en lugar de llamar a los verdaderos representantes de la choledad de este país serrano. Mientras veía cómo el pituquito del último “¿Sabes más que un niño de primaria?” se llevaba los 30 mil soles, me decía: “tú pudiste haber estado ahí, cabezón, sino fuera porque eres tan feo y tan cholo”. Ahí tienen el caso de Magaly Medina. Tuvo que arreglarse la cara y blanquearse para ser plenamente aceptada por la gente de nuestro querido país.


Mejor suerte para la próxima.

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