Lo
que están a punto de leer ha sido escrito con saña, con el ánimo del mal
perdedor, con ánimo de revancha, con el ánimo del que se ha picado.
Acabo
de comprobar tres cositas:
Uno:
Que la televisión está manejada y representada por un conjunto de idiotas. Yo
también soy un idiota, por si acaso. Así que creo que podría encajar muy bien
en ese ambiente.
Dos:
Que en la televisión solo hay cabida para la gente bonita. De ningún modo se
podrá permitir que un cholo de mierda (como yo) irrumpa en las pantallas de los
hogares peruanos así como así, a menos que el cholo sirva para divertir a la
noble audiencia.
Tres:
Que la televisión solo acoge a gente de escasa cultura. Salvo algunas honrosas
excepciones.
Hace
dos semanas me presenté al casting de “¿Sabes más que un niño de primaria?”.
Hice la colita respectiva, que, dicho sea de paso, no era ni el uno por ciento
de la cola del público de “Esto es guerra”: Un montón de chibolitas
desgañitándose ante el avistamiento de sus guerreros favoritos. Ya quisiera yo
estar en los músculos de esos guerreros. No me queda otra que destrozar mi
sueño a las 6 de la mañana, de lunes a viernes, y ganarme las pesetas sentado ante una fría
computadora, mirándoles las caras a las mismas personas de siempre por horas y
horas.
Un
tipo, que entraba y salía del canal cada tanto, nos entregaba a los recién
llegados unos papeles con las más estúpidas preguntas: “¿Cómo se llamaba tu
profesor favorito de primaria?”, “¿Cómo eran tus notas en el colegio?”, “¿Qué
piensas hacer con los 30 mil soles?”
Respondí
la verdad: “No me acuerdo”, “Buenas” y “No sé”. No estaba dispuesto a prestarme
a circos escribiendo respuestas agradables y mentirosas para que luego el buen
Brunito (conductor del programa) me preguntase cosas poco importantes para mí
y, desde luego, para él.
Cerca
de las ocho de la noche, llegó mi turno. Era el momento de mi audición. Tendría
que responder ocho preguntas. El tipo de las hojas nos había dicho: “Contesten
bien al menos tres de las ocho. Recuerden: lo más importante es su desempeño
ante la cámara y no lo que saben.”
Mi
desempeño ante la cámara fue normal. No mostré temor alguno (¿por qué habría de
mostrarlo?). Tampoco me comporté como un payaso. Todavía no es mi estilo. Detrás
de la cámara había un grupúsculo de subnormales quienes, a juzgar por su voz,
aspecto y comportamiento, parecían haber egresado de las facultades de
Comunicaciones de La Católica, San Martín y la de Lima.
Uno
de los monigotes me dirigió las preguntas:
“¿Cómo
se llamaba el sistema de trabajo minero en el virreinato?”
“Mita”,
respondí.
“¿Cómo
se llama el movimiento de contracción del corazón?”
“Sístole”,
contesté.
“¿Qué
fecha cívica se celebra en octubre?”
“El
combate de Angamos”, dije.
“Si
tengo ocho panecillos y cada uno lo divido en un octavo, ¿cuántos pedazos
tendré?”
“Sesenta
y cuatro”, calculé.
Hubo
otras preguntas que ya no recuerdo porque seguramente fueron más fáciles que
las que acabo de citar. El tipo, luego de que le hube dado mi última respuesta,
dijo: “Muy bien, tienes veinte.”
Veinte,
maricón. Y por qué no me han llamado para el programa. ¿No ven que necesito
embolsicarme unos buenos billetes? Prefieren llamar a gente blanquita, de ojos
claros y medio cojuda en lugar de llamar a los verdaderos representantes de la
choledad de este país serrano. Mientras veía cómo el pituquito del último
“¿Sabes más que un niño de primaria?” se llevaba los 30 mil soles, me decía: “tú
pudiste haber estado ahí, cabezón, sino fuera porque eres tan feo y tan cholo”.
Ahí tienen el caso de Magaly Medina. Tuvo que arreglarse la cara y blanquearse
para ser plenamente aceptada por la gente de nuestro querido país.
Mejor
suerte para la próxima.
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