martes, 19 de mayo de 2015

El francotirador - Jaime Bayly

Cada una de las crónicas de este libro está escrita con demoledora e irónica sinceridad. La capacidad de Bayly para convertir cualquier evento cotidiano de la vida en un relato atrayente alcanza en El francotirador la cima. Porque en este libro no se da cuenta de cualquier hecho de la cotidianidad, no, en este volumen, Bayly narra el detrás de cámaras de la campaña electoral del 2001. La bestialidad y terquedad de Toledo para negarse a reconocer su innegable paternidad, los desmanes ególatras de Alan García, son algunas de las delicias de este libro, el cual, más que un volumen de crónicas, es la Historia misma perpetuada en letras de molde, historia con enjundia, con detalles, con más de una demostración de lo miserable y pendeja que puede ser la condición humana, sobre todo si ella se desarrolla en el ambiente político, ambiente cargado de insidias, rencores, puñales y dobles y hasta triples discursos.



Jaime Bayly tiene el don de fotografiar, como si hiciera zoom, cada pormenor de la naturaleza humana. Su personaje, que es él mismo, se defiende en ese medio pantanoso, blandiendo la única arma que maneja con destreza: una sinceridad y franqueza insólitas en una Lima en donde la hipocresía y la doble moral son los atuendos que todo ciudadano viste diariamente de pies a cabeza.

Sobre Bayly, ya había escrito Roberto Bolaño, uno de los más preclaros e innovadores narradores del siglo XXI:

Qué alivio leer a Bayly después de tantos personajes hieráticos o patéticos que confundían realismo con dogmatismo, información con proclama. Qué alivio la literatura de Bayly después de la cola interminable de machitos latinoamericanos sin nada de talento, de pitucos de prosa encorsetada, de tonantes héroes burocráticos del proletariado. Qué alivio leer a alguien que tiene la voluntad narrativa de no esquivar casi nada.

Cierro el libro, satisfecho por la noticiosa y placentera lectura. Le confieso a mi esposa mi inusitado antojo: tallarines a lo Alfredo. Es de noche y ella ve una telenovela turca, tan de moda en estos días.

¿Te acuerdas cuando vivíamos en San Martín y me preparabas casi todos los días esos tallarines?, evoco.

Claro, ¿quieres?, me sorprende.

Mientras ella se afana en la cocina, interrumpiendo, por mí, su telenovela, me doy cuenta de que mi esposa es más feliz no siendo o no sintiéndose ya mi esposa. Es más feliz dedicando su corazón a la persona que ama de verdad. Yo compruebo que nada es más peligroso en una relación que empezar esa relación y, aún peor, nimbarla con la papelería del matrimonio.

Minutos después, disfruto de unos tallarines a lo Alfredo extraordinarios. Un vaso helado de Coca Cola acompaña los bocados desmesurados que apuro, extasiado, gracias al incomparable sabor de la sazón de mi esposa.

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