viernes, 15 de mayo de 2015

El loco de los balcones - Mario Vargas Llosa

Kathy me escribe; yo le escribo. Se lo cuento a Rosa. Se pone celosa. Me quiere solo para ella. Yo no puedo ya ser solo de una persona. No podría. Esas cosas terminaron para mí a los veintitantos años. Luego descubrí esto de escribir para destruirme.

Hace dos días me sentí vacío. Hacía tiempo que no me sentía de ese modo. Había pasado la noche con Rosa. Estuvimos hasta tarde bebiendo cervezas en un bar. Ella tenía que trabajar al día siguiente. Tuvo que faltar. Le dijo a su jefe que estaba enferma. Él compró el cuento. Yo estoy de vago. La huelga en la mina continúa. No tenía nada que perder. Terminamos en un bar de la Plaza San Martín. Había un borracho molesto. No paraba de joder a los pocos parroquianos que habían ido a parar allí para beber tranquilamente. Como había leído mucho Bukowski, me envalentoné y le lancé un derechazo cuando se acercó a nuestra mesa. El tipo cayó de espaldas sobre la mesa contigua. Sacaron al borracho. Rosa y yo bebimos algunas horas más.

De rato en rato pensaba: “¿Qué mierda hago aquí? Debería estar con mi hija, carajo. ¿Así aprovecho mis días libres? ¿Qué chucha hago bebiendo cerveza cuando mi niña me extraña en la casa?” Rosa había pagado todas las cervezas. No podía desairarla largándome así como así. Ella pidió un Machupicchu.

En los momentos en los que ella iba al baño, yo aprovechaba para terminar de leer “El loco de los balcones”. El profesor Brunelli es un idealista que ha empeñado su vida, y la de su hija, en rescatar los balcones coloniales y republicanos de Lima. Unas cuantas ancianas y algunos jóvenes entusiastas conforman su séquito de cruzados. Cada balcón que recupera va a parar al cementerio de los balcones, que no es más que el corralón, en La Victoria, que también es vivienda de Brunelli. Estamos en la Lima de los cincuenta del siglo pasado. Los sueños del profesor Aldo Brunelli, amante de los balcones, terminarán estrellándose contra el pragmatismo de sus conciudadanos.



Brunelli monologa y dice:

“Anticuada, pintoresca, multicolor, promiscua, excéntrica, miserable, suntuosa, pestilente. Así eres, putanilla. Mi mujer no podía entender que tú y yo fuéramos novios. Ileana tampoco, por lo visto. Pero a ti y a mí nos daba lo mismo que ellas no lo entendieran ¿cierto? Nos hemos llevado bien.”

Cierto, muy cierto.

Todavía sigo esperando. Cada día espero algo más. Hasta hace poco solo esperaba la respuesta de la visa de trabajo. Ahora también espero a que me llamen de la mina, que me digan que la huelga ha terminado.


Queda leer y seguir escribiendo.

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