Del lunes 12 al miércoles 14 de
setiembre del 2016
Antes
de acostarme, subí al blog el primer capítulo de la novela. Lo escribí en una
cabina de internet en La Colmena. Contra lo que creí, no le generó ninguna molestia
a Rosario.
Patricia
Gibellini era la nueva asistente de Jean Carlo. Era bastante guapa, pero le
faltaban culo y tetas. La conocí la mañana del martes. Jean Carlo aún no
regresaba de Chiclayo. Uy, pero él me
dijo que viniera hoy. Decidió que le hablaría por teléfono. Nos vemos, me dijo. Un gusto conocerte.
Poco
antes de regresar a casa, llamé a Rosario. Quería verla. Ya, yo también quiero verte. Te caigo a eso de las diez u once. Te
confirmo.
Salí
temprano del trabajo. Me detuve en Wilson. Pregunté por mi laptop. La gordita
se deshizo en disculpas. Amigo, lo que
pasa es que mi contacto recién ha encontrado la pieza que necesito para reparar
tu computadora, pero estará en Lima todavía en un mes. ¿Tanto? Sí, amigo. La gordita había tenido cuatro días para desarmar mi
laptop a su antojo. Nadie más querría repararla. No me quedaba alternativa. Está bien, regreso en un mes.
La
esperé en Quilca, a las afueras de una de las estaciones del Metropolitano.
Venía de la UPC. Había tenido un día infortunado con la ropa y su cabello.
Parecía una bruja. Caminamos a mi cuarto. Compramos un par de cervezas heladas.
Nos tiramos en el colchón. Abrí las botellas. Bebimos. En su celular, vimos algunos
videos que, sabía yo, harían que se cagase de la risa. Cuando terminamos las
cervezas, apagamos todo. Nos desvestimos. Mientras se la metía, le chupaba las
tetas. Eran mi debilidad. Eyaculé al poco rato. Antes de quedarme dormido, le
pedí que me despertase temprano; el decano de la UNI quería reunirse con Jean
Carlo. Como no estaba, debía ir yo.
El
decano de la UNI resultó ser Jorge Huayta. Era bajo, muy trigueño, tímido, las
manos siempre sudorosas. Lo había conocido en el 2014, en Julcani, mina en la
que yo trabajaba como jefe de ventilación. El superintendente de Planeamiento,
mi jefe, muy amigo de Huayta, lo contrató para que efectuase un estudio de
ventilación. Lo que nos entregó fue una mierda. Su informe terminó en el tacho
de basura. Parecía que cualquiera podía ser decano.
La
reunión fue corta. Querían conectarle un variador de frecuencia al ventilador
que les vendió Jean Carlo. Pero aún no había electricidad en el laboratorio
donde el ventilador seguía cubriéndose de polvo. Mil disculpas, Daniel; los vamos a llamar en cuanto solucionemos este
inconveniente. En serio, ¿cómo había llegado este insecto al decanato?
Decidí
tomarme el resto del día. Había hallado una lavandería en el mismo Zepita, a
una cuadra de mi cuarto. Les dejé una bolsa de ropa sucia. La dependienta, una
gordita de pelo pintado, pesó la bolsa. Siete
soles, amigo. Le pagué. Recógela
mañana. ¿No había problema si la recogía el sábado? Tenía que trabajar al
día siguiente. No, amigo, no hay problema.
Le pregunté por el letrerito que colgaba cerca de su balanza: No se admiten prendas íntimas. En mi
bolsa, había siete bóxers y siete pares de medias blancas. Ese letrero es para los travestis que vienen aquí. Sabrá Dios qué
enfermedades tendrán en esos calzones. A ellos no les acepto ninguna prenda interior.
Fui
a la calle Capón. Compré más bóxers, medias y polos. Lo necesario para la
semana. Regresé sudando al cuarto. Sudaba mucho, incluso en invierno. Me sudaban
la espalda, el pecho, los huevos y el culo. Me bañé. Cogí un libro. Tenía una
prosa fulminante. Me durmió al instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario