Domingo 18 de setiembre del 2016
Volví a La Jarrita. Quería levantarme
gratis a una trava. Era la una de la mañana y el lugar estaba repleto. Había
todo tipo de travestis. Ninguna estaba sola; andaban en grupos o acompañadas de
amigos y maridos.
Compré una cerveza y me ubiqué cerca de
las travas más ricas. Eran cinco; dos, realmente bellas. Dos tipos, vestidos
como reggaetoneros, eran quienes les proveían la cerveza.
Ozuna era el nombre del reggaetonero de
moda. Sus canciones se sucedían sin parar.
Tres tetonas recién llegadas se
instalaron a un metro de mí. Una de ellas vestía un shorcito diminuto. Mostraba
todo el culo. Terminé mi botella y fui por otra. Al regreso, me ubiqué más
cerca de ellas. La chica del shortcito se colocó delante de mí. Restregó el
culo contra mi pichula, que se puso como piedra. Le gustaba sentírmela. La tomé
de la cintura. La pegué del todo a mí. Echó su cabeza sobre mi hombro y me besó.
Su lengua se revolvió sin control dentro de mi boca. Bajé las manos y le agarré
el culo. Lo tenía durísimo. Delicioso. Metió una mano en mi pantalón. La
deslizó bajo el bóxer. Empezó a corrérmela. La mano se le humedeció. Los besos
ganaron intensidad. ¿En qué momento iríamos a tirar? ¿Debía proponérselo yo o
debía esperar que saliera de ella?
Los temas del reggaetonero de moda
cesaron y las luces del escenario les dieron la bienvenida a un par de cabros
gordos, que parecían camioneros con peluca.
Hola, hola,
chicas y “chicas” de La Jarrita, ¡cómo están! Nadie respondió. La gente quería seguir
bailando. Acá estamos sus amigas de toda
la vida, La Nena y La Nana, listas para entregarles entretenimiento del bueno.
Hoy vamos a
premiar a dos chicos,
dijo La Nana. Dos chicos valientes que se
atrevan a participar en nuestro concurso de todos los sábados: El Chala De La
Jarrita. El Chala, como siempre, se llevará seis chelas bien heladas para que
celebre su reinado por todo lo alto. A ver, chicos, ¿quién se atreve?
Sube tú, me dijo la tetona. ¿Yo? Ni cagando. Tú, pues; vamos, sube, insistió, haciendo pucherito. Tienes una rica pinga, papi. Fijo que ganas
y nos llevamos el premio a mi cuarto para disfrutarlo juntitos. ¿Qué dices?
Anda. Sube.
Subí.
Ya tenemos a
uno, celebró
La Nana. No esperamos mucho para que subiera mi competencia; un chiquillo de
gorra, delgado, con aretito en la oreja. Tenía toda la pinta de un futbolista. Se cierra la admisión, chicos, dijo La
Nena. Ya tenemos a los dos competidores
de la noche.
¿Nos regalan
sus nombres, amores?,
preguntó La Nana. Daniel. ¿Y tú, papito?
Michael. ¿Sus edades? Treinta y tres.
Uy, dijo La Nana, estás viejo, papito. ¿Y tú, corazón? Veinte. El chibolo era
guapo, blancón. La Nana y La Nena tenían ya a su favorito. ¿Desde dónde nos visitan?, continuó La Nana. De aquí del Cercado, dije yo. De
La Rica Vicky, dijo Michael. ¡Me
muero!, gritó La Nena. Varios de mis maridos
han sido de La Rica Vicky. Te contaré, hermana, que ahí hay puro pingón. Se
oyeron vivas y aplausos. Por eso tienes
el poto bien abierto, comadre, replicó La Nana. Risas y aplausos. Envidiosa, dijo, afectada, La Nena.
Chicos, dijo La Nana, lo que tienen
que hacer es muy fácil. Solo tienen que enseñarle la pinga a La Nena, nuestra estricta
jueza, y ella dirá quién es nuestro Chala de la noche. La Nena se había sentado en medio del escenario. Tenía una toalla
en las manos. ¿Quién quiere ser el
primero? Michael dio un paso hacia La Nena. Aplausos para nuestro primer concursante, gritó La Nana. El índice
de La Nena invitó a Michael a acercarse del todo. Cuando estuvo delante de ella,
La Nana se acercó para rodearle la cintura con la toalla. La Nena sostuvo los
extremos. Pusieron un reggaetón del cantante de moda. Michael se bajó el pantalón
al compás de la canción. Los ojos de La Nena aprobaron lo que veían. Esa boca
se desesperó por meterle una buena mamada. Hija,
cuéntanos, cómo la tiene nuestro muchachito. Michael, que sostenía el
micrófono de La Nena, se lo acercó a la boca. Nos falta ver al otro participante, pero creo que solo un burro arrecho
le gana a Michael. Yo siempre lo he dicho; La Victoria es fábrica de pingones.
Fue mi turno. Tenía claro que estaba ahí
por la promesa de sexo con la tetona. Pero veía muy difícil que pudiera ganarle
a Michael; cuando no estaba excitado, la pinga se me ponía ridículamente
pequeña. Y así la tenía mientras me colocaba delante de La Nena. La Nana se
apresuró en rodearme la cintura con la toalla. Me pidió sostener el micrófono
de su compañera. Pusieron la misma canción de hace un rato. Llevé las manos al
botón del pantalón y no pude continuar. La Nena acercó su boca al micrófono y
me alentó a seguir. Vamos, papi. A ver,
aplausos para nuestro participante. El público aplaudió. Apagué el
micrófono y lo guardé en uno de mis bolsillos. Me acerqué al oído de La Nena. La tengo chiquita cuando no estoy excitado.
No fue necesario decir más. Me indicó sostener la toalla. Me desabrochó el
pantalón. Me lo bajó. Hizo lo mismo con el bóxer. Cogió el micrófono y lo
prendió. Amiga, este participante
necesita respiración boca a boca para continuar en carrera. La gente
celebró. La Nana dio su autorización. La jueza empezó a chupármela. Fue
asqueroso. Ninguna de las dos era mínimamente agraciada; parecían dos
voluminosos vigilantes de discoteca con peluca y vestido. Saqué la pinga de su
boca y me subí el pantalón.
¿Qué pasó?, gritó La Nana. Su voz era
la de un papagayo. Amiga, definitivamente
gana Michael, dijo La Nena. La Nana corrió a ponerme el micrófono en la
boca. ¿Qué pasó, papi? Como no
respondí, me agarró los huevos por encima del pantalón. Uy, sí, aquí hay puro manicito. La gente estalló en carcajadas. Me
puse rojo y bajé del escenario. Michael le mostró al público su cajón con seis
cervezas.
Busqué, pero no encontré a mi tetona.
Regresé al cuarto. Mi pinga nunca había estado en boca tan desagradable. Me la
lavé varias veces en el baño. Eran casi las cuatro de la mañana. Me calateé y
me tiré en el colchón.
Me desperté a las once de la mañana. Anoté
en un cuaderno todos los incidentes de La Jarrita. Ese material me serviría
para la novela. Regresé a La Perla, a casa de mamá. Pasé el resto del domingo
al lado de mi hija. En la noche, la devolví con su mamá. No fue una tarea fácil;
la bebe lloraba y había que ponerse fuerte para tranquilizarla. Amaba pasar
tiempo en casa de su abuela, donde le permitíamos hacer lo que le diese la
gana: comer papitas fritas, ver videos en YouTube. Regresé a Zepita.
Vibró el celular. Un mensaje en el
Messenger. Era Karina; una amiga de Los Nogales, mi barrio de infancia y
adolescencia. Fuimos enamorados por un par de semanas. Yo tenía diecinueve y
ella tres años más. Fue la primera mujer con la que tiré sin pagar. Tras
contestarle el saludo, la llamé. Le conté que vivía solo, en un cuartito en el
Centro de Lima. ¿Por qué no te vienes?,
le pregunté. ¿Ahorita?, dijo,
divertida con la idea. Claro, ahorita.
Lo pensó unos segundos. Ahorita no puedo,
Dani. Créeme que me gustaría verte, pero ahorita es imposible. ¿Qué te parece mañana?
Me parecía excelente. Quedamos así. Siempre que nos reencontrábamos,
terminábamos tirando. Así eran las cosas con Karina; una chica del siglo XXI.
Volvió a vibrar el celular. Otro mensaje
en el Messenger. Era Daniela. Fuimos enamorados durante una semana en el 2014. Era
ocho años más joven que yo. Amaba la poesía tanto como la vida. La Literatura
nos unió durante esa semana. La llamé al celular. Le conté que me había separado
de mi esposa y vivía en un cuarto en el Centro. Para estimular su curiosidad,
le dije que la casona en la que me había instalado fue brevemente habitada por el
poeta José María Eguren. Entonces, tendré
que visitarte un día de estos, Chato. Había agarrado la costumbre de
llamarme así; Chato.
Busqué un video porno en el celular.
Googleé XNXX. Una milf le mamaba la pinga al amigo de su hijo mientras este
hacía los deberes escolares en otra habitación de la casa. Eyaculé rápidamente.
Me arrechaba con facilidad.
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