viernes, 4 de abril de 2025

NOVELA PERUANA "BRUTALIDAD" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 11: Soldando caderas; defecando en vivo

 


Ya me enteré que encerraste a tu señora madre en un asilo, chico. ¿Qué procede?

¿Que procede de qué?, se defendió Groover. Lo que yo haga con mi madre no es asunto tuyo. Tu asunto es pagarme mes a mes el alquiler. Es más, continuó, echándole una mirada a su reloj, ya estamos a dos días de fin de mes. Ve preparando mi plata.

Justo de eso te venía a hablar, chico, dijo Eleodoro, el cubano, inquilino de uno de los dos cuartos que Groover arrendaba y con los que se proveía unos cuantos centavos muy necesarios. No te voy a poder pagar la renta este mes, chico.

Groover zanjó el tema rápidamente: Bueno, ya tú habrás leído el documento que yo mismo les entrego a todos los inquilinos que he tenido. En ese documento claramente está escrito que, si no se puede pagar una renta, se paga al siguiente mes la renta actual más la atrasada con el treinta por ciento de interés. Así que el próximo mes me cancelas lo de ese mes más este mes que no vas a poder pagarme y el treinta por ciento adicional. Así de simple, dijo Groover y se dispuso a cerrar la puerta de su departamento.

No, chico, replicó el cubano metiendo la mano en el menguante resquicio de la puerta para evitar que se cerrara. No me has entendido, chico. Tan fácil no es la cosa.

Yo la veo muy fácil, dijo Groover, tajante, volviendo a extender la puerta para plantarse firmemente ante el cubano.

No, pues, chico, es que no me entiendes. No te voy a poder pagar ni este mes ni el otro ni el próximo. Al menos, me tendrás que esperar unos cinco meses, calculo yo. Lo que pasa es que luego de ese tiempo puede que me salga un negocito, y entonces ahí te pago tus intereses y todos esos costos tramposos de tu contrato.

Groover no podía creer la desfachatez del tipo.

Oe, compare, dijo Groover, ya furioso, yo no te voy a estar esperando tu gana o tus negocios. Si no me pagas en dos meses y con los intereses estipulados en el contrato que firmaste, te voy a echar a la migra y ahí te quiero ver. Tú haz lo que quieras. Si no me pagas, ni te molestes en tocarme la puerta. Ya las autoridades se encargarán de hacer su chamba. Groover retomó la acción de cerrar la puerta, pero el pie del cubano, clavado en el umbral, se lo impidió.

No, hermano, eso no va a ser así. Si no te acomodas a mis tiempos, entonces ahora mismo te denuncio por haberte adueñado de las propiedades de tu madre y por haberla mandado a un asilo en contra de su voluntad, amenazó tranquilamente el inquilino.

Groover si rio en su cara. Anda nomás, hijito. Aquí voy a estar esperándote, a ti y a la policía.

El tipo aprovechó un descuido de Groover, quien había creído que con su sola impertérrita actuación había hecho recular al demandante, para ingresar a la fuerza en el departamento. Con su manazo de negro balsero, amortajó la boca de Groover y de un certero rodillazo en el estómago lo dobló. Tras ver a su arrendatario disminuido e indefenso, el cubano se bajó los pantalones. Ahora vas a saber lo que es bueno, acotó.

Si no juegas según mis reglas, añadió mientras le despojaba los calzoncillos a un apenas consciente Groover, te voy a hacer esto muy seguido, chico. Así, sin ningún prólogo amoroso o tierno, Eleodoro hizo que Groover empezase a gemir, tal cual lo hacía en las trasnochadas de su programa “Cuchillos Largos”.  

Al cabo de una media hora de gemidos y palmadas en las nalgas, la tortura que, en ciertos momentos, Groover no podía mentirse a sí mismo, fue más bien placer culminó. Groover quedó tendido en el suelo de la salita de su departamento. Apenas podía oír el rumor de los bocinazos en las afueras.

Ya lo sabes, chico. Si me he enterado que me has denunciado por no pagarte la renta o por haberte dado un poquito de mi amor, te lo voy advirtiendo desde ahora, volveré a partirte el culo.

Tras decir eso, se marchó.

Varias horas después, con las fuerzas algo recuperadas, Groover intentó moverse, pero el dolor que partió su alma y provino de sus caderas lo detuvo. ¡Carajo!, pensó, angustiado: me quebraron las caderas. Tras acopiar varios kilos de energía, se arrastró hasta alcanzar su celular que, en los forcejeos perpetrados por el cubano, había salido disparado hacia otro punto de la sala. Llamó al 911. Pidió ayuda. Me rompieron las caderas. Ayúdenme, por favor, dijo y exhaló el último hálito de consciencia.  

***

Marly es un tipo que necesita atención, dijo Cambrito.

¿Sí?, dijo Román, su tío peluquero, quien, situado detrás de él, se la embocaba.

O sea, no es un tema que tenga que ver con el dinero, porque su hermana se lo provee a manos llenas. Él mismo lo ha dicho en todas sus intervenciones, dijo Cambrito. Es un tema, me atrevería a barruntar, de identidad. Es decir, el tipo no sabe qué hacer con su vida.

¿Pero no era cocinero? ¿No se dedicaba a la cocina? ¿No era un gran chef?, preguntó Román, que enfocaba la mayor parte de su atención en empujarle los intestinos a su sobrino.

Sí, pero es inconstante. Está un rato cocinando, luego se aburre y dice que quiere recorrer Australia. Se compra o le regalan o no sé una combi y nunca la usa, y ahora se le ha dado por aprender a soldar. Pero siempre está pregonando todo lo que hace en sus intervenciones en el canal de Montes o en el que se ha abierto recientemente. O sea, hace las cosas para que los otros nos hagamos una idea de él, la idea de un tipo exitoso. Pero, en realidad, es un pobre huevón. Da pena. Da asco, a veces. Es tan pobre que lo único que tiene es dinero, sentenció Cambrito.  

Dices unas cosas muy elevadas, sobrino. Por eso te tengo aquí, aquí, dijo Román y procuró que su sobrino sintiese la cabeza de gato. ¿Y cómo es eso de que ahora está aprendiendo a soldar? Porque yo he sido soldador, sobrino. Me gané la vida soldando varios años antes de descubrir que mis manos tenían el prodigio de arreglar cabezas, de cambiar vidas.

Sí, se ha metido a soldar. Como te digo, estimado tío, ese Pelao Cabeza de Gampi no sabe qué hacer con su vida. Se siente inferior y por eso necesita mostrar las cosas que hace o logra con dinero ajeno para llenar el vacío de su discurrir vital. Si no muestra, no existe. Y ese es su calvario. Busca atención porque, en realidad, no es nada ni nadie en la vida, a diferencia tuya o mía.

El tío le imprimió más saliva al miembro para que este siguiese resbalando con suavidad en las profundidades de su dilecto sobrino.

¿Y tú que eres sobrino? No te subas al coche de las que hemos logrado ser alguienes en esta vida. Porque yo sí soy una coiffure que se respeta y muy decente. ¿Y tú?

Yo, yo,…, tartamudeó Cambrito. Bueno, yo no soy nada al igual que el Pelao. Solo que no tengo plata para hacer las huevadas que él hace. Si tuviera a alguien que me diese plata, créeme que la invertiría muy bien. No haría huevadas y desaparecería del mundo de la Brutalidad. Pero debo reconocer que también me gusta llamar la atención. Me gusta que la gente hable de mí y que se me nombre. Por eso siempre le pido link al Viejo para parlamentar con él en su canal, en su programa “Cuchillos Largos”. A pesar de que me ridiculiza y me minimiza, es el único modo que tengo de ser visto y escuchado, de que la gente sepa que al menos leo y expongo mis ideas con un vocabulario excelso.

Eres una cagada, sobrino. Tu vida es una basura. Si no fuera porque me procuras ciertos placeres, no te clavaria ni el perro. Pero te concedo que tienes madera de sociólogo. Estoy muy orgulloso de ti.

Mira, ya va a empezar el programa del Viejo. ¿Con qué locura nos saldrá ahora el Viejito Lindo? De repente, me deja entrar. Le voy a pedir link a ese enfermo psicopático, dijo Cambrito.

Oye, ¿pero tú no dices que ese viejo está loco y que es un caso clínico grave? Ahorita mismo lo acabas de confirmar. ¿Por qué entonces te gusta verlo y por qué entras en su programa y por qué cuando te bota como perro quieres volver a entrar? No te entiendo, sobrino, dijo Román, empujándosela esta vez con furia. Cambrito, sin embargo, no gemía. Era estoico como el Profe Puty.

Porque, ya te lo expliqué, querido tío. Ya te hice una exégesis. Porque necesito que la gente vea que soy un tipo culto. Si no hay camarita encendida, entonces ¿cómo se entera la gente de mi verbo florido? ¿Y cómo lleno este vacío existencial mío?

Yo te lo voy llenando con mi morcillón; no te preocupes, dijo Román y, ¡plaj!, le hizo sentir su humanidad entera como nunca antes.

***

Viejo, dijo Eva. Voy al baño un rato. Me estoy cagando. Llevaba más de dos botellas de vino encima. Ese era el limite de su cabeza para el trago. Por ello, su vocabulario, de común sosegado, estaba ahora salpicado de lisuras aquí y allá.  

Groover era pragmático: le pagaba a Eva para que se emborrachase en vivo.  

Ya, pero no te demores. Sin ti, se me caen las vistas, dijo Groover, quien, en el decurso de su show televisivo, solía conversar con Eva sin guardarle un mínimo respeto. Era común que la llamase bruta, puta, desgraciada, maldita entre otros oprobios de similar jaez. Eva, a cambio del dinero que recibía de él por participar en el programa, aceptaba con resignación su rol. Ella vivía en un cuartito muy humilde y muy estrecho. Sus ideas comunistas la habían llevado a la catástrofe económica.

La cámara de la computadora enfocaba directamente al bañito donde hacia sus necesidades. Los televidentes podían ver cómo Eva se despojaba de sus prendas y se sentaba a cagar.

Groover, excitado, hizo zoom y empezó a tocarse. Sí, Evita, sí, gemía, así, bótalo todo, eso, eso. Y cuando se oyó el sonido del tronco cayendo al agua del wáter, Groover pegó un brinco en su asiento y eyaculó. Así, así, bótame más caca, Eva, vamos, tú puedes, hazlo por tu Groover, por tu Viejito Lindo.

Los comentarios de sus seguidores se mostraban horrorizados. Le indicaron a Groover con urgencia que expectorase a Eva de la transmisión. Viejo cojudo, sácala del vivo. La idiota no se ha dado cuenta de que su cámara da al baño. Algo de indulgencia y buenas costumbres quedaba, a modo de fino sedimento, en las almas de los consumidores de la Brutalidad.

Sin embargo, Groover, inmerso en la contemplación de Eva, de su culito de araña, de sus piernas delgaduchas, ignoró las demandas. Continuó zamaqueándose el pene para lograr otra eyaculación: Así, así, dame más caca, Evita, me como tu caca, Evita, yo siempre te ame.

Cuando Eva procedió a limpiarse el trasero, Groover lamentó que el zoom de la cámara estuviese al máximo y no pudiera captar más detalles del proceso. Eva tomaba un cuadradito de papel y limpiaba su suciedad.

Groover no tenía cómo saber que, dos días después, el destino castigaría su blasfemia voyeurística enviándole a su inquilino cubano para que le rompiese las caderas.

***

Soy yo, Viejo, dijo el Tío Marly, ahora sí me voy con todo.

Groover había sido llevado de emergencia al hospital más cercano para ser tratado con urgencia. No podía caminar. El cubano, con su tremenda chala, le había quebrado las caderas. Ahora, medio consciente, veía ante sí al mismísimo Marly, su feroz enemigo en las redes sociales.

Mira, Viejo, me dieron mi título de soldador.

Se le veía muy feliz. Había logrado terminar algo en la vida: ya era soldador. Sí, aún carecía de experiencia, pero por algo se empezaba. A pesar de la falta de trabajos aplicados en su curriculum vitae, el primer ministro de Australia decidió enviarlo a Estados Unidos como líder del personal médico del programa de intercambio sostenido con dicho país. El Primer Ministro había dicho: Ese Trump está bien huevón si cree que nos vamos a quedar de brazos cruzados ante el aumento del 50% en las tarifas de exportación de nuestras mejores carnes australianas. Yo les voy a mandar la ayuda médica que necesitan, carajo. Marly había sido enviado en calidad de experto en soldadura de uniones óseas.

Te voy a soldar las caderas, Viejo, dijo Marly e hizo chispear su máquina soldadora.

Groover estaba calatito, las caderas rotas expuestas.

Marly miró al doctor: Usted dígame a qué hora procedo, doctor. Estoy listo. Me voy con todo.

Ya, cuando gustes, dijo el doctor. El paciente está listo.

Marly se caló la careta protectora y se acercó temerariamente a los huesos expuestos de Groover. Trató de recordar lo que el maestro le había enseñado cuando él, en lugar de prestar atención, hacía programa en su canal de YouTube. Ni siquiera fui capaz de entender las huevadas más básicas que decía el profe, se lamentó.

Vamos, operario, proceda, alentó el doctor. Demuéstrenos que el personal australiano es el mejor del mundo.

Groover, con mucho esfuerzo, protestó: Que no me toque, doctor, que no me toque ese huevón.

Calla, Viejo, cojudo, dijo Marly. Y alentado por el desprecio de Groover, le colocó las pinzas calientes en la boca. A ver si así se te quita lo soplete.

El doctor empezó a transmitir tan magna operación en su canal de YouTube cuando, de pronto, se atolondró: el Pato había empezado a llenarlo de bots.

Marly, extasiado, prorrumpió: Fue él, fue él, doctor. Groover le está mandando bots, dijo, señalando al paciente. Groover les manda bots a todos los canales de Youtube porque es aprista y es envidioso.

El doctor se quedó en una pieza. ¿Era esto un sueño o era realidad? Estos australianos sí que saben hacer su chamba, concluyó.