viernes, 25 de abril de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 14: Vargas Llosa y el Profe Puty desentierran muertos – El secuestro de Cambrito

 


Mario Vargas Llosa tiró la lampa al suelo. Se oyó un clun. Sudaba copiosamente. Era una madrugada muy calurosa en Lima.

Mario, sigue, sigue. Dos lampadas más y sale el muerto, dijo el Profe Puty.

Pero, Profe, ¿está usted seguro de que yo me dedicaba a saquear tumbas?, dijo Vargas Llosa, pasándose el dorso de la mano por la amplia frente. Nunca antes había sudado así.

Claro, Mario, claro, dijo Puty con infranqueable seguridad. Tú hiciste muchos trabajos duros en tu vida y uno de ellos fue desenterrar muertos para robarles sus pertenencias. Incluso, este trabajo que estás haciendo es uno no muy conocido por tu amplia fanaticada. Recuerdo que, hace poco nomás, a raíz de tu muerte, en mi programa de YouTube lo escueleé a un culto presentador de televisión llamado Cocavel con ese datazo.

¿Y qué se supone que les robaba, Profe?, dijo Mario, volviendo a coger la lampa.

Relojes, zapatos, camisas; todo lo que tuviera de valor, pe, dijo Puty. Mis alumnos también se quedaron sorprendidos cuando les conté este datito.

¿Y usted cómo lo supo?, dijo Mario, clavando con fuerza la lampa en la tierra.

¿Ah?, dijo Puty, titubeando. Todo lo que sabía de Vargas Llosa lo había aprendido a través de cortísimos vídeos de TikTok. Pero no iba a confesarle ello al mismísimo Nobel de Literatura del 2010. Es que…, eh…, me leí ese libro tuyo en el que cuentas tus…

Memorias, completó Mario.

Claro, esa gran obra tuya, titulada “El peso del agua”. Título bien poético, ah.

Vargas Llosa se desconcertó: Disculpe, Profe, no será “El pez en el agua”.

No, Mario, claro que no; es “El peso del agua”. ¿“El pez en el agua”? No, ese título no sería digno de un genio como tú. “El pez en el agua” es una frase común, pedorra. Además, yo soy el mejor docente de Literatura del Perú. A mí no me vas a venir a corregir sobre las obras que has escrito.

El escritor se figuró que quizá el Profe Puty tenía algo de razón. Esa obra la había publicado allá por los lejanos 1993, y, a sus actuales 89 años, las capacidades mentales ya no eran las mismas. Era muy posible que estuviera confundiendo el título de sus memorias. El Profe Puty, por otro lado, era un jovenzuelo de cuarenta y pico de años que gozaba de la plenitud de sus facultades intelectuales. Debía de tener toda la razón. Por supuesto.

Ahí está, señaló Puty hacia el hoyo en el que se encontraba Mario, arrojando todo el chorro de luz que despedía una linterna a pilas semejante en grosor y largor a la pinga de un burro.

¿Qué cosa?, dijo el escribidor.

El cajón. Ya está, ¿ves? Te dije que estábamos cerca, dijo con entusiasmo Puty.

No, si ya sabía que estábamos cerca. Yo mismo sentí que la lampa pegaba contra el cajón. ¿No ve que yo soy el que está paleando?, dijo medio molesto el escritor. Pero era inútil; Puty ahora le estaba dedicando toda su atención al celular que pendía de su mano, enfrascado en lo que se decía de él en los programas de la Brutalidad.

Qué mal educado es este negro, pensó Vargas Llosa, mientras continuaba con la faena de exhumar el ataúd cuyos bordes y superficies iban quedando al descubierto. Yo dejando la vida en la excavación y el muy puta abstraído en su celular. La capacidad de atención que posee este negro es comparable con el de una mosca.

Media hora después, Vargas Llosa explotó: Ya está a ojos vista la tapa del ataúd. Bájese acá y ayúdeme a removerla, pues, negro. Ya no se pase.

Puty dejó el celular a un lado y de un brinco se introdujo en el pozo. ¿Ñastá? Ahora, sí, dijo, frotándose las manos. Vamos a ver qué cosas valiosas tiene este muerto.

***

¿Cambrito?, se extrañó Groover. ¿Qué hace este conchasumadre llamándome? ¿De cuándo acá se ha creído con el derecho de llamarme este insecto? Movido más por la curiosidad que por un acto de cordialidad, Groover contestó la llamada.

Viejo, Viejo, hola, soy Cambrito.

Sí, cojudo, ya sé que eres tú. Te tengo registrado. ¿Qué quieres? ¿Para qué me llamas?

Viejo, Viejo, quiero que me hagas un gran favor. Solamente tú puedes ayudarme. La voz de Cambrito era urgente y al mismo tiempo preocupada. Parecía abrumado por un grave problema.

Articula bien, conchatumadre; no te he entendido ni pincho, reclamó Groover.

Después de bajarle cinco revoluciones a su acostumbrada y atropellada velocidad de comunicación, Cambrito recomenzó: Viejo, quiero que me hagas un favor. Dile a tu patrón que, por favor, me deposite cinco mil dólares. Es un asunto de vida o muerte. 

Oe, tú estás bien, huevón, ¿no?, detonó Groover. Lamentó no estar conversando con Cambrito en su canal, “Cuchillos Largos”, en frente de las pocas pero significativas personas que solían verlo para dar show, para que todos se deleitaran con los epítetos con los que siempre decoraba la reputación de Cambrito. Con las justas mi patrón me compra dos o tres suscripciones de Kick al mes, lo que equivale a diez o quince dólares americanos, ¿y crees que te va a dar a ti cinco mil dólares? Ni siquiera yo puedo creer lo que acabo de decir. ¿Estás bien de la cabeza, oye, ameba, escoria de la sociedad?

El celular de Groover estaba bañado en saliva. Cuando se exaltaba, deflagraba en océanos de escupitajos.

Viejo, es que se trata de un asunto muy grave, dijo Cambrito. La voz se le quebraba por momentos. Se notaba que hacía un esfuerzo por no desmoronarse.

Groover captó esas inflexiones y presupuso que la llamada no se trataba de una broma. Entonces, dejando de lado la ira que inequívocamente le provocaba la sola presencia física o virtual de Cambrito, preguntó: ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué tienes?

Viejo, dijo Cambrito, intuyendo que ahora sí tenía algo de la atención de Groover, han secuestrado a mi tío. Si no les deposito a los secuestradores cinco mil dólares para mañana, me van a enviar su miembro viril. Y si no tengo el dinero para pasado mañana, me devolverán a mi tío en trozos.

Pasu, ¿en serio?, fue todo lo que pudo decir Groover, tratando de procesar la noticia. Esto no parecía algo común en la Brutalidad. Estábamos hablando de cosas mayores.

***

¿Cuántas veces dice usted que he estado preso por hurtarles sus cosas a los muertos?, dijo Vargas Llosa. Se encontraba en una celda de la Penitenciaría de Lima. Puty, a su lado, le prestaba más atención al celular que a la situación en la que se hallaban.

¿Qué?, dijo Puty, sin siquiera mirar al escritor. Este, harto de las majaderías del maestro, le arranchó el celular.

Présteme atención, carajo. Le estoy hablando, protestó Vargas Llosa.

Putamadre, estaba escuchando las huevadas que habla la Iguana, un periodistucho sensacionalista de la Brutalidad, dijo Puty, extendiendo una mano que pedía la devolución del celular. Está diciendo que la inteligencia artificial ña es capaz de escribir novelas mejores que las tuyas. Dice que Chat GPT acaba de lanzar una obra mucho mejor que tu novela “La Guerra de Las Galaxias”. ¿Puedes creer a ese imbécil? ¡Cómo lo odio, carajo!

Vargas Llosa, aunque ahora sí estaba muy seguro del título –“La Guerra del Fin del Mundo”- que le colocó a esa novela y que le había costado un triunfo investigativo en los sertones del Brasil, no se atrevió a corregirlo; el Profe estaba completamente engorilado. No vaya a ser que me ataque este salvaje, pensó. Más bien, le devolvió el celular.

¿O sea que Vargas Llosa estuvo preso muchas veces por desenterrar cadáveres?, preguntó un muchachito de quince años.

El Profe Puty, ataviado de un polo que decía “Viva el Comunismo. Soy Castillista”, respondió: Claro, muchas veces. Es más, en una de esas, casi lo violan, jejeje. Esos datos solamente los saben por mí, chicos, el Profe Gonzalo Reynoso. Y en estas aulas de la gran academia del Profesor Castillo, “Los Burros Seremos Libres”, pueden encontrar a más profesores de mi misma categoría.

Profe, ¿y qué otras anécdotas sabe de Vargas Llosa que pueda compartirnosnos?, acotó el alumno.

¿Qué?, se engoriló Puty. ¿Qué dijiste?

El alumno, temblando ante la figura de su maestro que, de pronto, lucía como un indómito Australopitecus, repitió su pedido: Que si, por favor, puede compartirnosnos más anécdotas.

Oye, burro, bestia, ignorante de mierda, no se dice “compartirnosnos”; se dice solo “compartirnos”, nomás. No seas cojudo. Lárgate de mi aula o te boto. Te boto ahorita mismo si no me das un centro.

El alumno no supo qué decir.

Ña, huevón, no te hagas el cojudo y mándame tu centro o te boto por bruto.

Gutiérrez-Híjar, un cholo que solía sentarse en las últimas filas del aula y aprovechaba las clases de Puty para dormir, ya que sabía que de él no se podía aprender nada útil, se levantó de su asiento blandiendo un billete de diez soles en la mano. ¿Así estará bien, profe?

Ahí tá, claro, a ver, dame ese centrito, dijo Puty, tomando al vuelo, cual foca amaestrada, el billete extendido. Agradézcale a su compañero que ya se me haya pasado el malestar por la estupidez que has dicho. “Compartirnosnos”. Dónde puta habrás escuchado eso. Seguro tus viejos son unos serranos ignorantes. Bueno, dijo tras frotarse las manos, pasemos a otro tema.

 Oe, Mario, tus novelas me gustan mucho, dijo Puty, luego de un silencio que el escritor había aprovechado para cavilar sobre cómo había terminado en prisión al lado de un negro tan bestia. Ni mi Ambrosio era tan bruto como este moreno. Pero la que más me gusta es “Conversación en la Catedral”, añadió Puty.

Hablando de Ambrosio y el gorila que se asoma, pensó Vargas Llosa, sin poder eludir una sonrisita delatadora.

Me encanta que en “Conversación” se puede ver la influencia de tu ídolo Gustavo Flauer.

¿Cómo?, pegó un respingo Vargas Llosa.

Flauer, pe, tu ídolo máximo, el escritor francés.

Mario ya no podía tolerar que este auto nombrado profesor desbaratase los idiomas. Pronunciaba los nombres extranjeros como le daba la gana y con autoridad. Vargas Llosa pensó: Es decir, ahora existen celulares que son pequeñas computadoras al alcance de uno. Si este energúmeno dice ser maestro, lo mínimo que podría hacer es recurrir a Google Translator y oír cómo se pronuncian correctamente los nombres de los personajes que son parte de su profesión, la Literatura. No quiero imaginarme qué estarán aprendiendo los chicos con esta bestia. Soy ateo, pero me veo obligado a pedirle a Dios que salve a la juventud peruana de salvajes como este.

Disculpe, Profe Puty, me parece que usted se refiere a “Gustave Flaubert”, dijo Mario pronunciando en un correcto y elegante francés el nombre y apellido de su más venerado escritor. Y usted ha dicho “Flauer”, continuó Vargas Llosa, tratando de no vomitar al pronunciar de ese esperpéntico modo el nombre del maestro del Realismo literario.

Oe, conchatumadre, yo hablo como quiero, ¿ña?

Mario no se quedó atrás: ¿Pero hace poco no me había usted contado que le gustaba corregir las burradas que decían sus alumnos? Yo también lo estoy corrigiendo, y del modo más amable posible, so burro. Se dice “Flaubert”, no “Flauer”. Esta vez, Mario ya no pudo contener el vómito.

Calla, conchatumadre, puedes ser todo lo Premio Nobel que quieras, pero no me vas a venir a corregir a mí. Además, en la transmisión que hice con el culto presentador de televisión Cocavel, le dije que tu máximo ídolo era “Flauer”, y lo pronuncié así, “Flauer”, y no me dijo ni mierda. Y eso que ese huevón habla cinco idiomas, incluido el francés, y mejor que tú. Entonces, se dice “Flauer” y punto; no me jodas.

Desde lo más recóndito de su ser, y recordando la furia que le provocó que Fujimori lo venciera en las elecciones de 1990 o la que lo carcomió cuando se enteró de que Gabriel García Márquez pretendía afanarle a su esposa, Vargas Llosa concentró un certero puño que lo envió sin escalas hacia la mandíbula de Puty, quien cayó contundentemente sobre el suelo vomitado.

Esto es por Flaubert, las elecciones del 90 y Patricia, exclamó serena pero firmemente Vargas Llosa al ver tendido el cuerpo inerte del moreno profesor.

***

 El celular de Groover volvió a sonar.

Aló, Cambrito, ¿qué fue? ¿Te llegó el dinero?, dijo Groover.

Cambrito sollozaba.

Oe, tío, qué fue, dijo Groover, tratando de calmar los ánimos de su colocutor. ¿Te llegó el dinero o no? Habla.

Viejo, me acaban de mandar la pinga de mi tío, dijo Cambrito, llorando desgarradoramente. Con esa vaina me hacía muy feliz. ¿Viste la foto que te mandé ayer?

Groover quiso cagarse de la risa, pero se contuvo. Por otro lado, consideró que, si al tío le volaban el miembro, le hacían un favor más bien. El mundo de la Brutalidad conocía que el tío de Cambrito hacía rato que quería adoptar la perfecta y sacrosanta figura femenina.

Oe, Cambrito, pero me dijeron que sí te iban a enviar los cinco mil dólares.

No me han enviado nada, Viejo.

Puta, Cambrito, yo no sé. A mí me dijeron que ya te habían enviado los cinco mil cocos.

 ¿Entonces no crees que sea verdad?, dijo el patrón de Groover.

Ni cagando, pues, huevón; claramente se ve que esa foto la han armado el mismo Cambrito con su tío. No sé cómo chucha se les ocurrió tramar este cuento macabro del secuestro, pero a todas luces se ve que el huevón de Cambrito tomó la foto. Fíjate bien en la imagen. Como es un cojudo de tomo y lomo, tomó la foto de su tío amarrado y con semen en la cara, que seguro era de él mismo, teniendo al televisor detrás. Hazle zoom a la tele para que veas que el que toma la foto es el cojudo de Cambrito.

El patrón de Groover expandió la imagen y sí, efectivamente, se podía ver el reflejo de Cambrito en la oscura pantalla del televisor.

Nada, Viejo, dijo Cambrito muy conmovido por la noticia de la mutilación de su tío. No me ha llegado nada. Estoy revisando mi cuenta de banco y no hay nada.

Cambrito, sé que no es el momento, pero en estas situaciones hay que estar seguros de todo. ¿Podrías mostrarme la prueba que te enviaron los secuestradores sobre la amputación que le perpetraron a tu tío? De repente y no le han hecho nada.

¿Qué es esto?, dijo Cambrito, sosteniendo la caja de zapatos que le acababa de entregar su tío peluquero y maricón Román Clavijo. Pasu, pesa mucho.

Es la pinga que vas a mostrar por si no te depositan. Le tomas una foto y les dices que es mía. Y si esos pendejos la quieren ver, se las muestras. Les dices que te vino en esa caja. Le dije a mi casero del mercado que la salpique de sangre por dentro para que se vea recién como recién cortada.

¿Es la pinga del carnicero?, dijo Cambrito sorprendido.

No, tontito, dijo Román, dándole un beso en la boca a su sobrino; es la pinga de un toro. Me la regaló el casero. No me costó ni un sol.

Es doloroso para mí mostrarte esto, Viejo, dijo Cambrito, compungido, con dolor.

¿Ves?, dijo Groover.

Oe, sí, ¿no?, Viejo; tienes razón, dijo su patrón.

Claro, pues, dijo Groover, celebrándose su propia astucia. Este Cambrito, ese muerto de hambre, cree que nos va a agarrar de cojudos. Yo sé de pingas de toro. Una vez en Lima le hice una carrerita a Roca Rey en mi taxi y el huevón me contó todo sobre los toros. Me volví un experto en reconocer pingas de toro. ¿Ves como la pinga se curvea? Las pichulas de esos animales tienden a adoptar la forma de S y la punta la tienen alargada y no fungal como la mía. Y, además, ahí yo le calculo unos cuarenta centímetros de largor. Tamaño característico en esos vacunos. ¿Sabías que los toros tienen una eyaculación ultrarápida y que poseen un hueso en la pichula? Puta, siendo taxista, y aprista encima, aprendes un montón, compañero.

U-hum, u-hum, asentía su patrón, valorando que Groover efectivamente era un viejo sabueso difícil de embelesar.

¿Solo le cortaron la pinga? ¿No le hicieron el favor de cortarle los huevos también?, dijo Groover, soltando una carcajada que parecía ofender el tono luctuoso de la conversación telefónica.

No, pues, Viejo, ¿cómo vas a decir eso? Sé un poco más consciente. Yo aquí estoy sufriendo por mi tío. Si mañana no está la plata, me lo van mandar en trozos, dijo Cambrito, llorando.

Groover intuyó que el llanto y dolor de Cambrito eran debido a que el tío estaba detrás ensartándole todo el mango de la secadora que tenía entre las piernas. Porque gran actor no era el muerto de hambre ese de Cambrito.

No, discúlpame, Cambrito, discúlpame, no quise blasfemar este momento de supremo dolor para ti. Más bien, hazme un favor.

¿Cuál será ese favor, Viejo?

Vas a ver que al toque te sueltan los cinco mil dólares, mi amor, le dijo Román a su sobrino.

Pero cómo voy a hacer para llorar, dijo Cambrito. Soy muy malo fingiendo.

Toma esa pinga y mámala muy bien, hijo de puta, soltó Groover.

Te la voy a meter mientras estés negociando con ellos. Ya ves que siempre te hago clamar de dolor, querido sobrino.

¿Y con los cinco mil dólares me podrás comprar mi silla gamer para hacer mis directos de modo más profesional?, soñó Cambrito.

Claro, claro, mi amor. Te voy a comprar eso y más.

Hazme el favor de decirle a tu tío, que seguro está detrás de ti bombeándote rico, que se meta esa pinga de toro en el culo, cabro malo. Eso eres, un cabro malo. Porque hay que ser bien retorcido para jugarse con una huevada tan seria como el secuestro. Ruega a Dios que nunca te cruces en mi camino porque si lo haces, no la cuentas. Es cuanto, dijo Groover y colgó el teléfono.

Pero antes, mi amor, tú que sabes tanto de leyes, ¿crees que esto que vamos a hacer sea delito?, dijo Román, lamiendo los cachetes de su sobrino.

Cambrito dijo: Para que una acción sea delito tiene que ser típico, antijurídico, culpable y punible, y nuestra acción no se configura en un tipo penal. No seas ignorante, querido tío.

Ya, mi amor, dijo Román y se llevó a su sobrino a la cama. Había que celebrar la magnífica trama del secuestro. Ambos, mientras hacían el amor, estaban muy seguros de que lograrían su objetivo.


viernes, 18 de abril de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 13: La historia del adobazo que trastornó al Profe Puty

 


Se llamaba Charlie y no le gustaba inmiscuirse con los gatos del pampón.

Encontraba repulsivas sus costumbres, espantosos sus olores, y muy cojudos sus juegos. Verlos devorar a los ratones mugrosos que pululaban en el lugar era un espectáculo vomitivo: empezaban triturando las cabecitas, moliendo cada uno de sus huesitos hasta llegar al estómago; tragando las vísceras con plena delectación. Finalmente, comminuían la cola vértebra por vértebra. Era una odisea avistar aquella barbárica exhibición. Afortunadamente, él, Charlie, no era un ser incivilizado. Él había nacido y crecido en otro ambiente, en un lugar en los que la finura, la decencia y el glamour eran el pan cotidiano.

Sin embargo, había que venir de vez en cuando al pampón, acompañando a la mamá Bobby.

Algo, no obstante, le llamaba la atención en aquel paraje. No era uno de sus congéneres, sino uno de los tantos negritos, uno muy curioso y de amplia e inmaculada frente, que se acercaba mansamente para proveerle caricias en el lomo y unos pedazos ahumados de carne de corazón de res que llamaba anticuchos.

¡Increíble! En casa, las personas, todas blancas, por cierto, jamás habían probado esos pedazos de corazón. Este negrito, qué ternura, se los prodigaba en el hociquito, con un amor que le indicaba a Charlie que debajo de esa piel chamuscada por el inclemente sol habitaba un alma de blancura deslumbrante. Por otro lado, estos anticuchos sí que sabían deliciosamente.

En esta visita, sin embargo, no se ha concretado el habitual ritual. Algo andaba mal. Charlie no solía alejarse de su amo Bobby más de diez metros. Gonzalo, entonces, siempre con la anuencia tácita -aunque no del todo gratuita- del gran caballero vestido siempre de blanco, Bobby, solía acercarse a Charlie para darle esos pedacitos de anticucho y acariciarle el mullido lomo.

El día que encuentre muerto a mi gato te cuelgo de las bolas, solía advertirle Bobby a Gonzalo mientras este se relacionaba con su portentosa mascota, a quien Bobby ciertamente no llamaba mascota sino hijo. Eres el único negro al que mi hijo le ha agarrado cariño. No vayas a traicionar su confianza, ladino. Solo contigo mi Charlie come esas porquerías, porque en casa definitivamente se alimenta mejor que tú, negrito futbolero.

Desde la altura del anda desde donde Bobby miraba a sus negros esclavos arar sus tierras, recolectar sus algodones y recoger sus uvas, y que era sostenida firmemente en el aire por cuatro indios, continuaba diciendo: Tienes el privilegio de que un ser, que de lejos vale más que tú, se deje acariciar por tus manos pobretonas.  

¿Dónde estará el negrito?, pensaba Charlie, quien había sido bautizado así por su mamá Bobby en honor a la admiración que sostenía por el rey Charles II, su Charles favorito de entre los cuatro que rigieron Inglaterra, por haber restaurado la monarquía luego del periodo dictatorial presidido por el pezuñento de Cromwell.

Ya habían pasado diez minutos desde que Bobby hubo llegado en el anda a supervisar los trabajos en sus viñedos y algodonales, y Charlie, enroscado a su lado, se desesperaba al no oír los movimientos vitales característicos del negrito Gonzalo, tampoco ese olor recio que, como castigo del cielo, lo seguiría a todas partes y derrotaría por siempre a cualquier aroma bienhechor exhalado por el perfume más caro del mundo.

Entonces, decidió salir a investigar. Sí, tendría que pisar aquel suelo terroso, casi siempre enmierdado, pero debía confesar que se había hecho adicto a esos llamados anticuchos y también, valía la pena admitirlo, a las caricias de esa mano negra, así como a la voz bronca e inculta de Gonzalo. Encontraba, además, curioso el parecido que sostenía con Mandela, el orangután que mamá Bobby tenía en el zoológico de la casa. Charlie era consciente de que Mandela no le guardaba el mismo cariño que Gonzalo sí. Es más, siempre que pasaba cerca de su jaula, el gorila lo miraba con aviesa intención, como diciéndole si te descuidas, te parto el cuello y te como, gato maricón.

Con cada pisada en esa tierra baldía, sentía un poderoso asco. Mamá Bobby no se dio cuenta de su ausencia, ya que se había quedado dormida a expensas del tibio sol que a esa hora adormecía cabezas y vientres. Los indios permanecían de pie y firmemente enquistados en el suelo para que el anda sobre la que descansaba mamá Bobby no se moviera un ápice so pena de cien latigazos en la espalda. A Bobby le encantaba disfrutar de sus siestas en la más absoluta quietud.

Charlie se aventuró en uno de los galpones en los que, había atestiguado en alguna ocasión, los negritos del pampón prorrumpían en alaridos ensordecedores que muchas veces lo obligaron a tensar las orejas hacia atrás. Ahora, no provenía ningún ruido de ahí. Ingresó por la ligera abertura de una puerta apenas cerrada. Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra del recinto pudo ver a su negrito, sí, a su estimado Gonzalo, arrodillado y con la cabeza gacha. Delante de él, un tipo de tez clara, le decía algunas cosas. El sujeto, probablemente de la misma edad de Gonzalo, hablaba con cierta dificultad, como seseando, como gagueando. Charlie se dispuso a escuchar la conversación.

Te tengo que castigar de algún modo, negro, dijo el gago. Te he chapado comiéndote una de las uvas de la cosecha.

Gonzalo no se atrevía a mirar a su amonestador. Mantenía los ojos cerrados y la actitud suplicante de quien anhela que la situación termine pronto.

Pero, si me permite, joven Coco, dijo Gonzalo, el amo Bobby no tiene por qué enterarse de mi delito, sugirió.

¿Estás insinuando que te encubra, negro? Tás bien huevón, ¿no? ¿Quieres que mi Tío Bobby me pierda la confianza? Además, yo ya le conté, mintió Coco. El huevón quiere ver sangre, tu sangre. Precisamente me advirtió que la ibas a cagar y dicho y hecho. Así que tengo que darte un castigo que todo el mundo vea y sobre todo que vea mi padrino Bobby. No quiero fallarle.

Un par de lágrimas se desprendieron de los ojos de Gonzalo. Charlie encontró la escena desgarradoramente triste. Dedujo que la víctima de esa situación era precisamente su amigo Gonzalo. Algunas veces había visto a los empleados de su mamá Bobby secretar agua por los ojos como lo estaba haciendo Gonzalo, generalmente luego de que Bobby les decía cosas tremendamente duras o luego de que les acomodaba fuetazos que les improntaba la piel. Charlie decidió correr hacia Gonzalo, ayudarlo de algún modo, defenderlo.

Coco frunció el ceño ante el avistamiento del gato que se aventaba a los brazos de Gonzalo.

¡Oye, guarda ahí!, exclamó Coco. Cuidado te lo vayas a tragar, negro cojudo. Ese es el gato de mi padrino Bobby. Coco se acercó para apartar al gato de las mugrosas manos de Gonzalo. Charlie, quien tomó ello como un primer avance de agresión, saltó a la cara de Coco y se agarró de sus tremendas orejas.

Coco empleó todas sus fuerzas para sacarse al gato, pero le fue imposible; el animal había perforado con una de sus uñas el cartílago de una de las descomunales orejas del gago.

A mi negro no lo vas a molestar, maullaba Charlie con fiereza.

En pleno forcejeo, el gato se dio cuenta de que el negro aún permanecía arrodillado, en el mismo lugar donde el gago lo tenía verbalmente sometido. Le gritó, entonces, a todo pulmón: Sal de aquí, estúpido, ¿qué no ves que no le voy a durar mucho a este gago? Pero el negro no entendió una sola palabra de Charlie. Lo único que oyó fueron maullidos descontrolados.

Finalmente, Coco logró quitarse al gato, pero tuvo que desprenderse de algo: de una de sus orejas, de aquella que había sido traspasada por una uña de Charlie.  

Gato hijo de puta, me cagaste la oreja, exclamó Coco tras arrojar a Charlie contra una de las paredes del galpón. El animal, luego de chocar contra el muro, cayó en sus cuatro patas y salió corriendo del lugar con la idea de solicitar la ayuda de su mamá Bobby, el único ser humano que era capaz de descifrar sus maullidos.

Negro de mierda, me has dejado sin oreja, conchatumadre, lloriqueaba Coco. ¿Por qué me aventaste al gato de mi padrino? Ahora sí te voy a sacar la reconchatumadre. Tomó un cañazo de azúcar que reposaba cerca. Con esto te voy a marcar el poto, conchatumadre.

Gonzalo, que había sido aleccionado muchas veces por su tío con ese mismo material y sabía perfectamente cómo a uno le quedaba el culo tras una serie de cañazos, huyó. Cruzó la misma puerta por la que segundos antes había salido Charlie.

Ah, cojudo, no te me vas a escapar, gritó Coco y salió tras él, pero al llegar al umbral, vio que Gonzalo le había sacado una ventaja que le impediría alcanzarlo y agarrarlo a cañazos. Rápidamente, con los ojos extraviados que poseía, miró en derredor y descubrió un pedazo de adobe macizo, resto de alguna casita que se acababa de derrumbar. En esos parajes, las casas se caían prácticamente solas. Bastaba un viento mediano, el zapateo de algunos morenos o el rumor de las ruedas de los camiones algodoneros para que las casitas de aquel poblado sojuzgado por la blancura del patrón Bobby se desintegraran, llevándose consigo la vida de sus ocupantes.

Tomó el adobe y chifló: Negro, espera, detente. Te voy a perdonar.

Gonzalo se detuvo. Acezaba. Sacaba la lengua. Tantas emociones juntas en un solo día lo tenían exhausto. Su lengua era grande, roja y venosa; salivaba como lengua de mastín cazador.

¿Me vas a perdonar, joven?, preguntó a la distancia, no muy confiado en la respuesta que obtendría.

Sí, conchatumadre, te voy a perdonar con una sola condición.

Cuál será, joven Coco.

Que te quedes quitecito donde estás.

Ya, dijo Gonzalo, tratando de entender en qué consistiría el perverso pedido del gago sin oreja.

Te voy a lanzar este adobe. Y desde esta distancia, ah. Si no te cae, te perdono y me olvido de que mi oreja se la está tragando en estos momentos el gato de mi padrino Bobby, dijo Coco, sopesando a sus espaldas el bloque de adobe que arrojaría, tratando de encontrarle la mediatriz para que el lanzamiento sea consistente y certero.

¿Y si me cae?, se aventuró Gonzalo.

Si te cae, te lo mereces, pues, huevón, se carcajeó el gago. Porque igual no vas a poder escaparte, cojudo. El pueblo se termina ahícito nomás y te van a chapar los mastines de la hacienda y te van a dejar sin huevos. Te conviene más el trato que te estoy ofreciendo.

El negro sopló por las narices, cual toro, resignado: Está bien. Lance su piedra.

Cuál piedra, huevonazo. Te voy a zampar este adobazo. Es lo menos que te mereces. Quédate quieto, negro. No te vayas a mover.

Un trecho de quince metros los separaba.

El negro no creía que el gago fuese a acertar el tiro. Claramente se le veía las trazas de pastelero, de fumón, de alguien que con las justas si sabía manipular un palo de escoba.

Malgrado, lo que desconocía el negro era que el gago era un experto paquetero y microcomercializador de drogas en los distritos apitucados de Lima, en donde los pacos, de tamaños similares a los del adobe que sostenía el gago, eran lanzados desde distancias de hasta veinte metros. Coco era especialista en ejecutar esos pases. La diferencia, claro estaba, radicaba en que esos lanzamientos tenían la característica de poseer un aterrizaje suave, de modo que el paco pudiera ser atrapado cómodamente por el consumidor. A contrapelo de ello, el lanzamiento del adobe debía tener un alunizaje duro, uno que procurase el mayor desastre posible en la humanidad de Gonzalo.

Ajusta el ojete, negro. Aquí te voy con todo, dijo Coco y lanzó el adobe apuntando a la cabeza de su objetivo, una cabeza que ofrecía una frente amplia y lozana, libre de imperfecciones; una maravilla de piel, la envidia de las negras del lugar por su tersura y delicadeza.

El adobe término fracturado y fracturando la frente de Gonzalo. , exclamó Coco, ferviente, extasiado. Te di, conchatumadre.

Al moreno, que cayó al suelo como lo hacían las casas de ese misérrimo lugar, se le apagaron todas las luces de la azotea.

***

Cuando el Profe Puty oyó que Samir Galiaga dijo que no le gustaban los negros guapos, mucho menos los feos como ese tal Profe Puty, se descontroló y gritó: ¡Conchatumaaaaaaa!

Los seguidores de su transmisión se asustaron. El Profe había llevado sus niveles de brutalidad hasta la pared de enfrente. Rompió el televisor de su cuarto a punta de cabezazos. Todo ese zafarrancho era captado obscenamente por su camarita.

La esposa del Profe, harta de esos brotes de bestialidad pura, se había separado hacía unos meses de él. Ahora Puty vivía en un cuartito ubicado en un miserable distrito de los extramuros de la capital en donde compartía baño con cinco venezolanos que no iban a tener la misma paciencia que tuvo su mujer para aguantarle por tanto tiempo sus majaderías.

Samir, Samir, conchatumaaa, tú tienes que ser mía para que te ponga en mi pata al hombro, conchatumaaaa, se desgañitaba Puty.

Oe, mamahuevo, cálmate, se oyó una gruesa voz.

El Profe Puty, a pesar de intuir el peligro que se le cernía, era incapaz de detener su brutalidad, una especie de instinto bestial que, lo sabía muy bien, tenía sus orígenes en el adobazo que le zampó cierto gago desorejado que conoció cuando era un adolescente algodonero y uvero en Chincha.

Mamahuevo, reconvino nuevamente el venezolano que vivía en el cuarto adjunto al de Puty, si no te callas el hocico, te meto bala, ¿oíste?

Cuando el bruto Puty era amenazado, más terco se ponía.

Ah, ¿sí? Ven a buscarme, pe, veneco de mierda. Acá te espero.

Ya te cagaste, mamahuevo. Ahí te voy con todo, sentenció el venezolano.

Ahora le van a meter huevo al Profe por bruto, escribió uno de los suscriptores de su canal en la cajita de los comentarios de la transmisión.

***

Pero ¿qué te pasó?, le dijo Charlie a Gonzalo en su siguiente visita al corralón. ¿Quién te partió así la frente? Te la han desgraciado.

Gonzalo solamente oía los maullidos de Charlie. Obviamente, por razones etológicas, el negro era incapaz de entender lo que el gato expresaba. Se limitaba a acariciarlo. Esta vez, no obstante, Charlie detectó que las caricias de Gonzalo ya no eran como las de antaño, como cuando pasaba su rugosa palma por sobre su lomo. Ahora, esas mismas manazas le palpaban las carnes. Le oía sopesar: Ña, ña, ña, estás gordo, gatito.

¿Y por qué pones los ojos en blanco?, continuaba maullando Charlie, esperando una respuesta.

Miau, miau, miau, dijo Gonzalo, como aprobando los buenos kilos de músculos que le sentía al gato. Miau, miau, seguía maullando el negro, y Charlie, a pesar de ser gato, sonrió, porque miau, miau, miau, en la forma en la que el negro pronunciaba esos vocablos propios de su idioma significaba soy cabro y me gusta la pinga con púas.

Charlie se permitió una carcajada: Si supieras lo que estás diciendo, negro.

Ña, ña, tranquilo, gatito, tranquilo, ven pacá, dijo Gonzalo y enroscó al animal en sus brazos.

Oye, negro, déjame en el suelo, protestó Charlie. Tengo que irme, mintió, porque recién acababa de llegar de visita con Bobby. Pero presentía que algo no andaba bien. La frente partida del negro y los ojos que se le ponían en blanco cual maleficio diabólico eran claras señales de que algo había cambiado en ese ser. Y definitivamente el cambio no era para bien.

Suéltame, negro, volvió a pugnar Charlie y trató de zafarse. Gonzalo dijo: Ña, ña, ña, tranquilo, michifuz.

Oye, qué me dices michifuz; ese es un nombre para maricones, arguyó bravíamente Charlie.

Tranquilo, michifuz, decía Gonzalo, los ojos en blanco, internándose en lo más desolado del poblado, alejándose de la vista de todos. Caminaba como un homínido de los primeros tiempos, medio encorvado y vistiendo un taparrabos. Se había pintado una U en el pecho. Soy hincha de la U, soy hincha de la U, no como ustedes, negros aliancistas mugrosos. Yo soy diferente, proclamaba; a mí la U me ha escogido, me ha marcado. Y es que la frente le había quedado quebrada y el adobazo le había impreso en ella una especie de letra U. Esto hizo que se identificará ferozmente con el equipo de futbol peruano Universitario de Deportes, el equipo de la gente blanca y decente como Bobby, por ejemplo, a contra pelo de sus familiares más cercanos y más alejados, todos hermanados por la piel morena que eran, como debía ser por naturaleza, hinchas del equipo rival, el Alianza Lima.

Claramente, esos no eran los parajes habituales a los que sus ojos de gato se habían acostumbrado a ver. Algo andaba mal, elucubró el gato, ahora sí muy alarmado. Sus bigotes no paraban de agitarse. Estaban a punto de explotar. Lanzaban su alarma más extrema. Entonces, le clavó las garras a Gonzalo. Las uñas llegaron a tocar el hueso, tan desesperado estaba Charlie por librarse de la situación. Gonzalo gritó desde lo más hondo de su gorilezco ser.

¡Ruuuaaaaaaarhhhhhhhh!

¡Conchatumaaaaaaaa!

Y le torció la cabeza a Charlie.

***

Se había curado el brazo con unas hierbas. Tenía a su lado un mazo. Daba la impresión de que Gonzalo había vuelto al mundo cavernario. El enojo que le produjo la herida propinada por el gato se había diluido. Ahora estaba tranquilo y descansando junto al fogón que construyó para convertir a Charlie en un riquísimo estofado.

Solo le faltó un poco de sal, dijo Gonzalo. Pero sí que estuvo bueno este gato, tenía buena carne, y un buen potable. Qué rico potable, se solazó, sacándose las hilachas de carne con los huesitos de la cola. Bobby iba a volar cuando se enterase del final de su hijo unigénito.


viernes, 11 de abril de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 12: Ligando transexuales con la doctrina aprista

 


Gran discurso, compañero, dijo el expresidente García, estrechándole la mano a un joven Groover. Va usted por buen camino; tiene tremendo vozarrón, un gran manejo de la gesticulación y, sobre todo, García bajó el tono de la voz y acercó la boca al oído de Groover, una gran concha para negar lo evidente. Después, retomando la entonación anterior, continuó: Venga, déjeme prodigarle un abrazo.

Groover estaba emocionado. El mismísimo García le había encomiado la perorata que se acababa de mandar sobre “El antiimperialismo y el APRA”, un libro considerado como sacrosanto por cualquier aprista.

El siguiente y último expositor de la tarde, casi noche ya, ocupó el podio. García no cesaba de bostezar. Groover lo miraba de refilón desde uno de los asientos vecinos. Se deleitaba con los gestos de aburrimiento y desaprobación que García soltaba ante la desangelada oratoria de su rival.

Fuera, fuera, prorrumpió García de pronto. No voy a perder mi tiempo oyendo más a este payaso. Si Cicerón o Demóstenes lo vieran, se meterían un tiro en la cabeza por la conchasumadre.

El joven orador quedó petrificado, temblando.

El expresidente García terminó de desalojar al orador con un certero puntapié en el culo. ¡Fuera, mierda! A este me lo sacan del partido. No tiene la madera necesaria para manipular al rebaño, no posee la elocuencia debida para que nuestras mentiras sean tomadas por verdades ineludibles, carece del poder persuasivo churchilleano requerido para el fogoneo, para alentar a nuestros compañeros a meterles palo a nuestros execrables rivales. Más bien, porque ya me esperan mis butifarras en el Cordano, terminemos con esta huevada y compensemos al único orador que me ha parecido digno de llevarse los…

García tenía en el bolsillo de su saco los billetes del premio que, acumulados, redondeaban la cifra de quinientos soles. Eran cinco de cien soles. Con entrenada mano, logró sacar un solo billete.

…cien solsazos del premio de oratoria. Venga para acá, compañero…, dijo, dudando, mirando a Groover.

Sonrojado, henchido el pecho, Groover se irguió por sobre sus compañeros y caminó hacia el podio para acompañar al líder del longevo partido peruano.

Groover, doctor, me llamo Groover, completó con entusiasmo, decidiendo no volver a lavarse las manos luego de ser estrechadas tan efusivamente por el histórico expresidente García, que regresaba de París luego de haber dejado al Perú en un catastrófico coma diabético tras el término de su primer gobierno. La crisis que ayudó a agudizar fue una de las más punzantes de la historia del Perú, quizá comparable con la sufrida en los tiempos posteriores a la guerra con Chile, después de la cual se necesitaron de casi veinte años para que el Producto Bruto Interno volviese a los niveles previos a la conflagración.

Groover, Groover, sopesaba García el nombre del ganador del concurso de oratoria. No recuerdo a ningún gran personaje histórico con ese nombre. Solo se me viene a la mente el nombre de Grover Cleveland. ¿Sabes quién fue Grover Cleveland?

No, desconozco mayormente, dijo Groover, con una humildad perruna, debida a su admiración por el esbelto exmandatario.

Fue presidente de los Estados Unidos en dos periodos no consecutivos. Fue el único que ha hecho esa huevada hasta la fecha. Sirvió en dos periodos: 1885-1889 y 1893-1897. Se le recuerda por su honestidad, su independencia, y por su compromiso con el liberalismo y el libre comercio, que son justamente las banderas con las que me arroparé para las próximas elecciones, compañero. ¿Sabía usted todo esto?

Groover, que no quería quedar como un bruto, dijo: Sí, algo he leído, presidente.

Qué vas a haber leído, huevón, dijo García con una sonrisa maquiavélica. Pero como me lo has dicho con esa mirada aviesa y ese tono roncoso y firme de tu voz me he creído tu mentira. Pero, tranquilo, que hoy vas a aprender conmigo la verdad de Cleveland y cómo ese cojudo me ha influenciado para presentar esta nueva cara. Hoy te voy a dar unas lecciones que jamás olvidarás.

García les hizo una señal a los dos matones que tenía estratégicamente ubicados dentro del Aula Magna. Un letrero colgado de una de las empolvadas paredes del recinto indicaba el leitmotiv del APRA: Solo Dios salvará mi alma y solo el aprismo salvará al Perú. Los matones flanquearon rápidamente a la pareja conformada por el exmandatario y el joven Groover no permitiendo que nadie se les acercara. Alguno que otro ferviente compañero deseó aproximarse a la alta figura de García, olerle los pedos, respirarle la nuca, pero los matones les dedicaron severos golpes y gruesos escupitajos para mantenerlos a raya.

Así, muy bien, que no se me acerquen estos cholos pezuñentos, dijo García, y abandonó con Groover la Casa del Pueblo.

¿Adónde vamos, presidente?, dijo Groover, embelesado cual quinceañera.

A Zepita, compañero, al jirón Zepita, cuna de la prostitución limeña. Hoy va a recibir usted una clase de realpolitik de la conchasumadre con la ayuda de su casi homónimo Grover -solo que tus padres, que estimo eran unos analfabetos de mierda, le pusieron una “o” de más a tu nombre-. Vamos a ir a un barcito caleta, en Zepita, al que suelo acudir antes de tomar decisiones importantes.

***

Chino Pinto, llamó García.

Mi presidente Alan, ¿cómo está? Siéntese, dijo un tipo delgado, de escaso pelo y gestos reptilianos.

Ya tú sabes, Chino, mi Pilsen heladita. Un barranquino como yo solo chupa Pilsen.

Y quién es su invitado, preguntó el Chino.

Quizá mi futuro sucesor, Chino. Este cojudo tiene el potencial necesario para meterles letra a todos estos ciudadanos de quinta clase, dijo García entre salivazos. Unas cuantas gotas cayeron cerca de la boca de Groover. Este sacó una lengua serpentina y las lamió con regocijo.

Ahorita mismo le traigo su Pilsen con dos vasitos, dijo el Chino, servicial.

Cuál dos vasitos, Chino. No somos rosquetes. Los hombres toman de un solo vaso.

Ahora mismo se lo traigo, jefe.

***

Ese Grover Cleveland era un adelantado, era un visionario ese cojudo, ¿sabías eso?, dijo García tras sacudir el vaso vacío de cerveza contra el piso.

El huevón se casó en la mismísima Casa Blanca, el único cojudo en hacer eso. Se casó con Frances Folsom, que era una niña de 21 años. Un PDF era ese cojudo, pero le regaló a los Estados Unidos la primera dama más joven de su historia. ¿Sabías estas huevadas? Te sugiero que leas la biografía no autorizada de ese huevón. Puta, desde que la leí, supe que debía meterme en su cabeza, ser como él, ser un pendejo como él, más pendejo y menos cándido, porque en mi primer gobierno fui un huevonazo a la vela.

¿Y Haya?, dijo Groover. ¿Dónde queda Haya? Pensé que era él el eje de sus pensamientos y decisiones, presidente.

¿Haya?, retrucó García. Haya me puede chupar la pinga y mamar bien los huevos. Pon atención a lo que te voy a decir.

El expresidente contuvo un eructo. Luego continuó: En su campaña de 1884, lo acusaron de tener un chibolo en otro canal, ¿entiendes?

La cagada, dijo Groover. Iba a decir: tuvo un hijo en otro canal como usted, pero se contuvo; no quería perder la gracia presidencial.

Pero Grover no lo negó, tampoco lo afirmó. O sea, actuó como un estadista. Ya sabes, cuando te descubran una huevada, no entres en pánico; pon cara de analizar la situación y muy calmadamente di que la información es incierta, que merece más investigación, como lo hizo el gran Grover Cleveland, quien, a pesar de ese escándalo, ganó la presidencia, oiga usted.

Groover se empezó a servir el décimo vaso de la noche. Veía el pasar cansino de los peruanitos de a pie que, por falta de cultura, no reconocían al recién llegado presidente García de su vuelta de París.

Sírvete bien, hombre, dijo García, y le aumentó la ración de alcohol al vaso.

Gracias, presidente, dijo Groover por toda reacción.

En pleno segundo gobierno, en 1893, al cojudo le encuentran un tumor canceroso en el paladar. Para no cagar de miedo a los inversionistas, que son los que importan -no el pueblo, ojo con eso-, el cojudo se operó en un yate, en el yate Oneida. Seis médicos altamente calificados le quitaron el tumor y el pueblo americano ni enterado de esa jugada. Y justamente estaban atravesando un periodo de crisis económica que se llamó “El Pánico de 1893”. Imagínate si a eso le agregabas que el presidente se estaba muriendo de cáncer. La cagada. Los Estados Unidos se iban a la mierda. Pero el cojudo, todo un visionario, resolvió el tema por lo bajo. El mensaje es que el pueblo, los pezuñentos de a pie, no deben enterarse de las grandes reformas que das como presidente. Lo realmente importante nunca sale en la prensa, compañero. El que cree que sabe de política porque lee periódicos o ve noticieros está cagado. Lo importante se cierra o se hace entre cuatro paredes, compañero, en baños jalando coca o en yates quitándote un tumor de la conchasumadre. Recuerda, si ves que algún político o pez gordo se mató en los noticieros, no lo creas, el huevón está feliz, y con tu plata, en alguna parte del mundo. 

Groover asintió y se echó al buche el décimo cuarto vaso de cerveza. García iba por el vigésimo octavo, pero mantenía una cordura y una estabilidad que demostraban que era un ducho controlador de las situaciones.

Aquí se hace mucha plata, compañero, dijo García, mirando hacia afuera.

¿En los casinos?, apuntó Groover, queriendo dárselas de estadista económico, demostrando que estaba en sintonía con los pensamientos de su adorado mandatario. Señaló a los casinos que medraban en el jirón Chancay, cerca de la avenida Piérola.

Cuáles casinos, cojudo. Me refiero a la prostitución que abunda en estos lugares. Mira a las travas cómo ofrecen sus carnes. Dentro de poco, si no hay mano dura, vendrán matones a cobrar cupos a diestra y siniestra. El dinero está botado aquí. Por eso tengo que volver a gobernar, por la conchasumadre.  

Groover escuchaba con devoción.

El Chino puso un bolero; “Vicio de oro” de la Sonora de Lucho Macedo, uno de los temas favoritos de García cuando deambulaba por los temas sexuales.

García festejó el acierto del dueño del bar. Bien jugado, chino fumeque, dijo, y se echó otro vaso de cerveza.

A Grover Cleveland lo conocieron con “El Hangman”, como “El colgador” o “El ajusticiador”, porque había sido sheriff del condado de Erie, en Nueva York, y él mismo había torcido los pescuezos de dos huevones, prosiguió García. A ese cojudo no le temblaba la mano para aplicar justicia y liquidar a los malos elementos, así como a mí tampoco me tembló el alma cuando, allá por los ochentas, me soplé a esos ciento setenta enemigos de la patria, carajo.

García se exaltó. Había hecho tambalear la mesa de un sonoro manazo. Si perdonas a tu enemigo, te cagaste, porque ese conchasumadre no te va a perdonar a ti. Prepárate a morir, más bien.

Groover tomó nota.

Sí, así, muy bien, toma nota, delfín.

García se levantó. A Groover le pareció que acaban de erigir una torre de doscientos pisos delante de él. Quedó sumido en la sombra proyectada por su líder.

Ahora vamos a asomarnos al jirón Peñaloza, donde las travas abundan como piojos en las cabezas de mis colegiales peruanos. Te voy a enseñar la prédica aprista como para que nunca te olvides y puedas darle un justo uso a tus cien soles ganados en buena lid.

Luego, dirigiéndose al Chino, siguió García: Me anotas las cervezas en mi cuenta. Nos vemos otro día.

El Chino puso la cara de un huevonazo sonriente, aprobando lo que dictaminaba el exmandatario. Después, corrió hacia su libreta y buscó el nombre de García. Debajo de él, vio montos que estaban registrados en intis. Desde esa época no me paga este conchasumadre, pensó. Bueno, ojalá que en esta nueva era que estamos inaugurando en soles se acuerde de su cuenta.

***

El Antiimperialismo del Corazón

Principio: La trava limeña es como el pueblo oprimido, tienes que prometerle que la sacarás del juego de plata y sexo en el que se halla envuelta hasta la punta de la cabeza.

Táctica: Usa tu retórica revolucionaria para que te atienda a ti y solo a ti: Juntos combatiremos el fascismo del mercantilismo de tus otros pretendientes y mi dinero siempre te pondrá a buen resguardo de las minúsculas ofertas de los pezuñentos que te pretenden. Solo tendrás ojos y culo para mí.

La Alianza de Clases

Principio: Une los gustos populares de la trava (como su anticucho callejero) con tu burguesía (dile que le vas a invitar piscos sours en el Bolívar).

Frase clave: Como el APRA, yo también sé mezclar lo fino con lo pueblo.

El Indoamericanismo

Principio: Encomia su arte cholo-chic: tacones y ropa de Gamarra.

Acción: Dile que la llevarás a peñas criollas para que se celebre la diversidad transgénero en la mismísima médula del limeñismo reaccionario. Así, ella verá que no eres ningún neoliberalcito de mierda.

El Estado Planificador

Principio: Plantéale y detállale las futuras citas como si fueran planes quinquenales de gobierno. En la fase uno, harás un reconocimiento de su territorio y, en la fase 2, nacionalizarás sus tetas y su ojete solo para ti, sobre la base de los datos recogido en la fase uno.

La Joven Escuela

Principio: Como el APRA en los 30, yo también soy joven, rebelde y no tendré miedo de exponerte en público en los principales eventos de mi vida. Así, lograrás que te rebaje la tarifa o que con cien soles te brinde hasta tres o más polvos. Ya dependerá de tu rendimiento, compañero.

El Imperialismo Yanqui

Táctica: Siempre culpa a la derecha obtusa por la marginación que la sojuzga, que mantiene prisionera en la condena social a tu trava.

Frase: Esos que te discriminan son fujimoristas; por eso, yo te voy a restaurar tu condición de persona en la sociedad, mamacita.

***

Ahora ve y haz del ideario aprista que te acabo de recapitular como para bruto el máximo orgullo en la cacería de travas, dijo un exultante García. Porque yo sé que te gusta meterles pinga a esos angelitos del Señor.

Groover extendió una mano: Muchas gracias, excelentísimo presidente, pero ¿me da mis cien soles del premio, por favor?

García se sobresaltó: ¿Cómo? Oiga, usted, ya le di sus cien soles allá en el Aula Magna. Haga memoria. A un ladrón no te vas a atrever a robarle, ¿no? Pero felicito tu intento, compañero; buen intento, dijo, palmeándole la espalda. Vaya, compañero, vaya a enorgullecerme aplicando los postulados apristas, finalizó el presidente, acariciando dentro del bolsillo de su saco los quinientos soles intactos que la junta de la Escuela Nacional Aprista de Oratoria había acopiado para que sean otorgados al ganador del concurso de oradores.

Ningún billete que esté en mis manos saldrá jamás de mis bolsillos, pensó García, divertido, jocoso, viendo a Groover abismándose en el prostibulario jirón Peñaloza. Vaya, usted, pobre huevón, a aprender a sacarle la plata al prójimo. Ya es bueno orando, ahora le falta robustecer el arte del choreo, característica fundamental de cualquier aprista, pensó García con una sonrisa que resquebrajó la oscuridad de esa noche.