Mario
Vargas Llosa tiró la lampa al suelo. Se oyó un clun. Sudaba
copiosamente. Era una madrugada muy calurosa en Lima.
Mario,
sigue, sigue. Dos lampadas más y sale el muerto, dijo el
Profe Puty.
Pero,
Profe, ¿está usted seguro de que yo me dedicaba a saquear tumbas?, dijo
Vargas Llosa, pasándose el dorso de la mano por la amplia frente. Nunca antes
había sudado así.
Claro,
Mario, claro, dijo Puty con infranqueable seguridad. Tú hiciste
muchos trabajos duros en tu vida y uno de ellos fue desenterrar muertos para robarles
sus pertenencias. Incluso, este trabajo que estás haciendo es uno no muy
conocido por tu amplia fanaticada. Recuerdo que, hace poco nomás, a raíz de tu
muerte, en mi programa de YouTube lo escueleé a un culto presentador de
televisión llamado Cocavel con ese datazo.
¿Y qué se
supone que les robaba, Profe?, dijo Mario, volviendo a coger la lampa.
Relojes,
zapatos, camisas; todo lo que tuviera de valor, pe, dijo Puty.
Mis alumnos también se quedaron sorprendidos cuando les conté este datito.
¿Y usted
cómo lo supo?, dijo Mario, clavando con fuerza la lampa en la
tierra.
¿Ah?, dijo
Puty, titubeando. Todo lo que sabía de Vargas Llosa lo había aprendido a través
de cortísimos vídeos de TikTok. Pero no iba a confesarle ello al mismísimo Nobel
de Literatura del 2010. Es que…, eh…, me leí ese libro tuyo en el que
cuentas tus…
Memorias, completó
Mario.
Claro, esa
gran obra tuya, titulada “El peso del agua”. Título bien poético, ah.
Vargas
Llosa se desconcertó: Disculpe, Profe, no será “El pez en el agua”.
No, Mario,
claro que no; es “El peso del agua”. ¿“El pez en el agua”? No, ese título no
sería digno de un genio como tú. “El pez en el agua” es una frase común,
pedorra. Además, yo soy el mejor docente de Literatura del Perú. A mí no me vas
a venir a corregir sobre las obras que has escrito.
El escritor
se figuró que quizá el Profe Puty tenía algo de razón. Esa obra la había
publicado allá por los lejanos 1993, y, a sus actuales 89 años, las capacidades
mentales ya no eran las mismas. Era muy posible que estuviera confundiendo el título
de sus memorias. El Profe Puty, por otro lado, era un jovenzuelo de cuarenta y
pico de años que gozaba de la plenitud de sus facultades intelectuales. Debía
de tener toda la razón. Por supuesto.
Ahí está, señaló
Puty hacia el hoyo en el que se encontraba Mario, arrojando todo el chorro de
luz que despedía una linterna a pilas semejante en grosor y largor a la pinga
de un burro.
¿Qué cosa?, dijo el
escribidor.
El cajón.
Ya está, ¿ves? Te dije que estábamos cerca, dijo con entusiasmo Puty.
No, si ya sabía
que estábamos cerca. Yo mismo sentí que la lampa pegaba contra el cajón. ¿No ve
que yo soy el que está paleando?, dijo medio molesto el escritor. Pero era inútil;
Puty ahora le estaba dedicando toda su atención al celular que pendía de su
mano, enfrascado en lo que se decía de él en los programas de la Brutalidad.
Qué mal
educado es este negro, pensó Vargas Llosa, mientras continuaba con la faena
de exhumar el ataúd cuyos bordes y superficies iban quedando al descubierto. Yo
dejando la vida en la excavación y el muy puta abstraído en su celular. La
capacidad de atención que posee este negro es comparable con el de una mosca.
Media hora
después, Vargas Llosa explotó: Ya está a ojos vista la tapa del ataúd. Bájese
acá y ayúdeme a removerla, pues, negro. Ya no se pase.
Puty dejó
el celular a un lado y de un brinco se introdujo en el pozo. ¿Ñastá? Ahora,
sí, dijo, frotándose las manos. Vamos a ver qué cosas valiosas tiene
este muerto.
***
¿Cambrito?, se extrañó
Groover. ¿Qué hace este conchasumadre llamándome? ¿De cuándo acá se ha
creído con el derecho de llamarme este insecto? Movido más por la
curiosidad que por un acto de cordialidad, Groover contestó la llamada.
Viejo,
Viejo, hola, soy Cambrito.
Sí, cojudo,
ya sé que eres tú. Te tengo registrado. ¿Qué quieres? ¿Para qué me llamas?
Viejo,
Viejo, quiero que me hagas un gran favor. Solamente tú puedes ayudarme. La voz de
Cambrito era urgente y al mismo tiempo preocupada. Parecía abrumado por un
grave problema.
Articula
bien, conchatumadre; no te he entendido ni pincho, reclamó
Groover.
Después de
bajarle cinco revoluciones a su acostumbrada y atropellada velocidad de
comunicación, Cambrito recomenzó: Viejo, quiero que me hagas un favor. Dile
a tu patrón que, por favor, me deposite cinco mil dólares. Es un asunto de vida
o muerte.
Oe, tú estás
bien, huevón, ¿no?, detonó Groover. Lamentó no estar conversando con
Cambrito en su canal, “Cuchillos Largos”, en frente de las pocas pero significativas
personas que solían verlo para dar show, para que todos se deleitaran con los
epítetos con los que siempre decoraba la reputación de Cambrito. Con las
justas mi patrón me compra dos o tres suscripciones de Kick al mes, lo que
equivale a diez o quince dólares americanos, ¿y crees que te va a dar a ti cinco
mil dólares? Ni siquiera yo puedo creer lo que acabo de decir. ¿Estás bien de
la cabeza, oye, ameba, escoria de la sociedad?
El celular
de Groover estaba bañado en saliva. Cuando se exaltaba, deflagraba en océanos
de escupitajos.
Viejo, es
que se trata de un asunto muy grave, dijo Cambrito. La voz se le quebraba por momentos.
Se notaba que hacía un esfuerzo por no desmoronarse.
Groover
captó esas inflexiones y presupuso que la llamada no se trataba de una broma.
Entonces, dejando de lado la ira que inequívocamente le provocaba la sola
presencia física o virtual de Cambrito, preguntó: ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué
tienes?
Viejo, dijo
Cambrito, intuyendo que ahora sí tenía algo de la atención de Groover, han
secuestrado a mi tío. Si no les deposito a los secuestradores cinco mil dólares
para mañana, me van a enviar su miembro viril. Y si no tengo el dinero para
pasado mañana, me devolverán a mi tío en trozos.
Pasu, ¿en
serio?, fue todo lo que pudo decir Groover, tratando de procesar la noticia.
Esto no parecía algo común en la Brutalidad. Estábamos hablando de cosas
mayores.
***
¿Cuántas
veces dice usted que he estado preso por hurtarles sus cosas a los muertos?, dijo
Vargas Llosa. Se encontraba en una celda de la Penitenciaría de Lima. Puty, a
su lado, le prestaba más atención al celular que a la situación en la que se
hallaban.
¿Qué?, dijo Puty,
sin siquiera mirar al escritor. Este, harto de las majaderías del maestro, le
arranchó el celular.
Présteme
atención, carajo. Le estoy hablando, protestó Vargas Llosa.
Putamadre,
estaba escuchando las huevadas que habla la Iguana, un periodistucho
sensacionalista de la Brutalidad, dijo Puty, extendiendo una mano que pedía la
devolución del celular. Está diciendo que la inteligencia artificial ña es
capaz de escribir novelas mejores que las tuyas. Dice que Chat GPT acaba de
lanzar una obra mucho mejor que tu novela “La Guerra de Las Galaxias”. ¿Puedes
creer a ese imbécil? ¡Cómo lo odio, carajo!
Vargas
Llosa, aunque ahora sí estaba muy seguro del título –“La Guerra del Fin del
Mundo”- que le colocó a esa novela y que le había costado un triunfo
investigativo en los sertones del Brasil, no se atrevió a corregirlo; el Profe
estaba completamente engorilado. No vaya a ser que me ataque este salvaje,
pensó. Más bien, le devolvió el celular.
¿O sea que
Vargas Llosa estuvo preso muchas veces por desenterrar cadáveres?, preguntó
un muchachito de quince años.
El Profe
Puty, ataviado de un polo que decía “Viva el Comunismo. Soy Castillista”,
respondió: Claro, muchas veces. Es más, en una de esas, casi lo violan,
jejeje. Esos datos solamente los saben por mí, chicos, el Profe Gonzalo
Reynoso. Y en estas aulas de la gran academia del Profesor Castillo, “Los
Burros Seremos Libres”, pueden encontrar a más profesores de mi misma categoría.
Profe, ¿y
qué otras anécdotas sabe de Vargas Llosa que pueda compartirnosnos?, acotó el
alumno.
¿Qué?, se
engoriló Puty. ¿Qué dijiste?
El alumno,
temblando ante la figura de su maestro que, de pronto, lucía como un indómito
Australopitecus, repitió su pedido: Que si, por favor, puede compartirnosnos
más anécdotas.
Oye, burro,
bestia, ignorante de mierda, no se dice “compartirnosnos”; se dice solo “compartirnos”,
nomás. No seas cojudo. Lárgate de mi aula o te boto. Te boto ahorita mismo si
no me das un centro.
El alumno
no supo qué decir.
Ña, huevón,
no te hagas el cojudo y mándame tu centro o te boto por bruto.
Gutiérrez-Híjar,
un cholo que solía sentarse en las últimas filas del aula y aprovechaba las
clases de Puty para dormir, ya que sabía que de él no se podía aprender nada
útil, se levantó de su asiento blandiendo un billete de diez soles en la mano. ¿Así
estará bien, profe?
Ahí tá,
claro, a ver, dame ese centrito, dijo Puty, tomando al vuelo, cual foca amaestrada,
el billete extendido. Agradézcale a su compañero que ya se me haya pasado el
malestar por la estupidez que has dicho. “Compartirnosnos”. Dónde puta habrás
escuchado eso. Seguro tus viejos son unos serranos ignorantes. Bueno, dijo
tras frotarse las manos, pasemos a otro tema.
Oe, Mario, tus novelas me gustan mucho, dijo Puty,
luego de un silencio que el escritor había aprovechado para cavilar sobre cómo
había terminado en prisión al lado de un negro tan bestia. Ni mi Ambrosio era
tan bruto como este moreno. Pero la que más me gusta es “Conversación en la
Catedral”, añadió Puty.
Hablando de
Ambrosio y el gorila que se asoma, pensó Vargas Llosa, sin poder eludir una sonrisita
delatadora.
Me encanta
que en “Conversación” se puede ver la influencia de tu ídolo Gustavo Flauer.
¿Cómo?, pegó un
respingo Vargas Llosa.
Flauer, pe,
tu ídolo máximo, el escritor francés.
Mario ya no
podía tolerar que este auto nombrado profesor desbaratase los idiomas.
Pronunciaba los nombres extranjeros como le daba la gana y con autoridad.
Vargas Llosa pensó: Es decir, ahora existen celulares que son pequeñas
computadoras al alcance de uno. Si este energúmeno dice ser maestro, lo mínimo
que podría hacer es recurrir a Google Translator y oír cómo se pronuncian
correctamente los nombres de los personajes que son parte de su profesión, la
Literatura. No quiero imaginarme qué estarán aprendiendo los chicos con esta
bestia. Soy ateo, pero me veo obligado a pedirle a Dios que salve a la juventud
peruana de salvajes como este.
Disculpe,
Profe Puty, me parece que usted se refiere a “Gustave Flaubert”, dijo
Mario pronunciando en un correcto y elegante francés el nombre y apellido de su
más venerado escritor. Y usted ha dicho “Flauer”, continuó Vargas Llosa,
tratando de no vomitar al pronunciar de ese esperpéntico modo el nombre del
maestro del Realismo literario.
Oe,
conchatumadre, yo hablo como quiero, ¿ña?
Mario no se
quedó atrás: ¿Pero hace poco no me había usted contado que le gustaba
corregir las burradas que decían sus alumnos? Yo también lo estoy corrigiendo,
y del modo más amable posible, so burro. Se dice “Flaubert”, no “Flauer”.
Esta vez, Mario ya no pudo contener el vómito.
Calla,
conchatumadre, puedes ser todo lo Premio Nobel que quieras, pero no me vas a
venir a corregir a mí. Además, en la transmisión que hice con el culto
presentador de televisión Cocavel, le dije que tu máximo ídolo era “Flauer”, y
lo pronuncié así, “Flauer”, y no me dijo ni mierda. Y eso que ese huevón habla
cinco idiomas, incluido el francés, y mejor que tú. Entonces, se dice “Flauer”
y punto; no me jodas.
Desde lo
más recóndito de su ser, y recordando la furia que le provocó que Fujimori lo
venciera en las elecciones de 1990 o la que lo carcomió cuando se enteró de que
Gabriel García Márquez pretendía afanarle a su esposa, Vargas Llosa concentró un
certero puño que lo envió sin escalas hacia la mandíbula de Puty, quien cayó
contundentemente sobre el suelo vomitado.
Esto es por
Flaubert, las elecciones del 90 y Patricia, exclamó serena pero
firmemente Vargas Llosa al ver tendido el cuerpo inerte del moreno profesor.
***
El celular de Groover volvió a sonar.
Aló,
Cambrito, ¿qué fue? ¿Te llegó el dinero?, dijo Groover.
Cambrito sollozaba.
Oe, tío, qué
fue, dijo Groover, tratando de calmar los ánimos de su colocutor. ¿Te llegó
el dinero o no? Habla.
Viejo, me
acaban de mandar la pinga de mi tío, dijo Cambrito, llorando desgarradoramente. Con
esa vaina me hacía muy feliz. ¿Viste la foto que te mandé ayer?
Groover
quiso cagarse de la risa, pero se contuvo. Por otro lado, consideró que, si al
tío le volaban el miembro, le hacían un favor más bien. El mundo de la
Brutalidad conocía que el tío de Cambrito hacía rato que quería adoptar la
perfecta y sacrosanta figura femenina.
Oe,
Cambrito, pero me dijeron que sí te iban a enviar los cinco mil dólares.
No me han
enviado nada, Viejo.
Puta,
Cambrito, yo no sé. A mí me dijeron que ya te habían enviado los cinco mil
cocos.
¿Entonces no crees que sea verdad?,
dijo el patrón de Groover.
Ni cagando,
pues, huevón; claramente se ve que esa foto la han armado el mismo Cambrito con
su tío. No sé cómo chucha se les ocurrió tramar este cuento macabro del
secuestro, pero a todas luces se ve que el huevón de Cambrito tomó la foto.
Fíjate bien en la imagen. Como es un cojudo de tomo y lomo, tomó la foto de su
tío amarrado y con semen en la cara, que seguro era de él mismo, teniendo al
televisor detrás. Hazle zoom a la tele para que veas que el que toma la foto es
el cojudo de Cambrito.
El patrón
de Groover expandió la imagen y sí, efectivamente, se podía ver el reflejo de
Cambrito en la oscura pantalla del televisor.
Nada, Viejo, dijo
Cambrito muy conmovido por la noticia de la mutilación de su tío. No me ha
llegado nada. Estoy revisando mi cuenta de banco y no hay nada.
Cambrito,
sé que no es el momento, pero en estas situaciones hay que estar seguros de
todo. ¿Podrías mostrarme la prueba que te enviaron los secuestradores sobre la amputación
que le perpetraron a tu tío? De repente y no le han hecho nada.
¿Qué es
esto?, dijo Cambrito, sosteniendo la caja de zapatos que le acababa de
entregar su tío peluquero y maricón Román Clavijo. Pasu, pesa mucho.
Es la pinga
que vas a mostrar por si no te depositan. Le tomas una foto y les dices que es
mía. Y si esos pendejos la quieren ver, se las muestras. Les dices que te vino
en esa caja. Le dije a mi casero del mercado que la salpique de sangre por
dentro para que se vea recién como recién cortada.
¿Es la
pinga del carnicero?, dijo Cambrito sorprendido.
No, tontito, dijo
Román, dándole un beso en la boca a su sobrino; es la pinga de un toro. Me
la regaló el casero. No me costó ni un sol.
Es doloroso
para mí mostrarte esto, Viejo, dijo Cambrito, compungido, con dolor.
¿Ves?, dijo
Groover.
Oe, sí, ¿no?,
Viejo; tienes razón, dijo su patrón.
Claro, pues, dijo
Groover, celebrándose su propia astucia. Este Cambrito, ese muerto de
hambre, cree que nos va a agarrar de cojudos. Yo sé de pingas de toro. Una vez
en Lima le hice una carrerita a Roca Rey en mi taxi y el huevón me contó todo
sobre los toros. Me volví un experto en reconocer pingas de toro. ¿Ves como la
pinga se curvea? Las pichulas de esos animales tienden a adoptar la forma de S
y la punta la tienen alargada y no fungal como la mía. Y, además, ahí yo le
calculo unos cuarenta centímetros de largor. Tamaño característico en esos
vacunos. ¿Sabías que los toros tienen una eyaculación ultrarápida y que poseen
un hueso en la pichula? Puta, siendo taxista, y aprista encima, aprendes un montón,
compañero.
U-hum, u-hum, asentía
su patrón, valorando que Groover efectivamente era un viejo sabueso difícil de
embelesar.
¿Solo le
cortaron la pinga? ¿No le hicieron el favor de cortarle los huevos también?, dijo
Groover, soltando una carcajada que parecía ofender el tono luctuoso de la
conversación telefónica.
No, pues,
Viejo, ¿cómo vas a decir eso? Sé un poco más consciente. Yo aquí estoy
sufriendo por mi tío. Si mañana no está la plata, me lo van mandar en trozos, dijo
Cambrito, llorando.
Groover
intuyó que el llanto y dolor de Cambrito eran debido a que el tío estaba detrás
ensartándole todo el mango de la secadora que tenía entre las piernas. Porque
gran actor no era el muerto de hambre ese de Cambrito.
No,
discúlpame, Cambrito, discúlpame, no quise blasfemar este momento de supremo
dolor para ti. Más bien, hazme un favor.
¿Cuál será
ese favor, Viejo?
Vas a ver
que al toque te sueltan los cinco mil dólares, mi amor, le dijo Román
a su sobrino.
Pero cómo
voy a hacer para llorar, dijo Cambrito. Soy muy malo fingiendo.
Toma esa pinga
y mámala muy bien, hijo de puta, soltó Groover.
Te la voy a
meter mientras estés negociando con ellos. Ya ves que siempre te hago clamar de
dolor, querido sobrino.
¿Y con los
cinco mil dólares me podrás comprar mi silla gamer para hacer mis directos de
modo más profesional?, soñó Cambrito.
Claro,
claro, mi amor. Te voy a comprar eso y más.
Hazme el
favor de decirle a tu tío, que seguro está detrás de ti bombeándote rico, que
se meta esa pinga de toro en el culo, cabro malo. Eso eres, un cabro malo.
Porque hay que ser bien retorcido para jugarse con una huevada tan seria como
el secuestro. Ruega a Dios que nunca te cruces en mi camino porque si lo haces,
no la cuentas. Es cuanto, dijo Groover y colgó el teléfono.
Pero antes,
mi amor, tú que sabes tanto de leyes, ¿crees que esto que vamos a hacer sea
delito?, dijo Román, lamiendo los cachetes de su sobrino.
Cambrito
dijo: Para que una acción sea delito tiene que ser típico, antijurídico,
culpable y punible, y nuestra acción no se configura en un tipo penal. No seas
ignorante, querido tío.
Ya, mi amor, dijo
Román y se llevó a su sobrino a la cama. Había que celebrar la magnífica trama
del secuestro. Ambos, mientras hacían el amor, estaban muy seguros de que
lograrían su objetivo.
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