Gran discurso,
compañero, dijo el expresidente García, estrechándole la mano a
un joven Groover. Va usted por buen camino; tiene tremendo vozarrón, un gran
manejo de la gesticulación y, sobre todo, García bajó el tono de la voz y
acercó la boca al oído de Groover, una gran concha para negar lo evidente.
Después, retomando la entonación anterior, continuó: Venga, déjeme
prodigarle un abrazo.
Groover
estaba emocionado. El mismísimo García le había encomiado la perorata que se acababa
de mandar sobre “El antiimperialismo y el APRA”, un libro considerado como
sacrosanto por cualquier aprista.
El siguiente
y último expositor de la tarde, casi noche ya, ocupó el podio. García no cesaba
de bostezar. Groover lo miraba de refilón desde uno de los asientos vecinos. Se
deleitaba con los gestos de aburrimiento y desaprobación que García soltaba ante
la desangelada oratoria de su rival.
Fuera,
fuera, prorrumpió García de pronto. No voy a perder mi tiempo oyendo más a
este payaso. Si Cicerón o Demóstenes lo vieran, se meterían un tiro en la
cabeza por la conchasumadre.
El joven
orador quedó petrificado, temblando.
El
expresidente García terminó de desalojar al orador con un certero puntapié en
el culo. ¡Fuera, mierda! A este me lo sacan del partido. No tiene la madera
necesaria para manipular al rebaño, no posee la elocuencia debida para que
nuestras mentiras sean tomadas por verdades ineludibles, carece del poder
persuasivo churchilleano requerido para el fogoneo, para alentar a nuestros
compañeros a meterles palo a nuestros execrables rivales. Más bien, porque ya
me esperan mis butifarras en el Cordano, terminemos con esta huevada y compensemos
al único orador que me ha parecido digno de llevarse los…
García tenía
en el bolsillo de su saco los billetes del premio que, acumulados, redondeaban
la cifra de quinientos soles. Eran cinco de cien soles. Con entrenada mano,
logró sacar un solo billete.
…cien
solsazos del premio de oratoria. Venga para acá, compañero…, dijo, dudando,
mirando a Groover.
Sonrojado,
henchido el pecho, Groover se irguió por sobre sus compañeros y caminó hacia el
podio para acompañar al líder del longevo partido peruano.
Groover,
doctor, me llamo Groover, completó con entusiasmo, decidiendo no volver a
lavarse las manos luego de ser estrechadas tan efusivamente por el histórico
expresidente García, que regresaba de París luego de haber dejado al Perú en un
catastrófico coma diabético tras el término de su primer gobierno. La crisis
que ayudó a agudizar fue una de las más punzantes de la historia del Perú,
quizá comparable con la sufrida en los tiempos posteriores a la guerra con
Chile, después de la cual se necesitaron de casi veinte años para que el Producto
Bruto Interno volviese a los niveles previos a la conflagración.
Groover,
Groover, sopesaba García el nombre del ganador del concurso de oratoria. No
recuerdo a ningún gran personaje histórico con ese nombre. Solo se me viene a
la mente el nombre de Grover Cleveland. ¿Sabes quién fue Grover Cleveland?
No,
desconozco mayormente, dijo Groover, con una humildad perruna, debida a su
admiración por el esbelto exmandatario.
Fue
presidente de los Estados Unidos en dos periodos no consecutivos. Fue el único
que ha hecho esa huevada hasta la fecha. Sirvió en dos periodos: 1885-1889 y
1893-1897. Se le recuerda por su honestidad, su independencia, y por su compromiso
con el liberalismo y el libre comercio, que son justamente las banderas con las
que me arroparé para las próximas elecciones, compañero. ¿Sabía usted todo
esto?
Groover,
que no quería quedar como un bruto, dijo: Sí, algo he leído, presidente.
Qué vas a
haber leído, huevón, dijo García con una sonrisa maquiavélica. Pero
como me lo has dicho con esa mirada aviesa y ese tono roncoso y firme de tu voz
me he creído tu mentira. Pero, tranquilo, que hoy vas a aprender conmigo la
verdad de Cleveland y cómo ese cojudo me ha influenciado para presentar esta
nueva cara. Hoy te voy a dar unas lecciones que jamás olvidarás.
García les
hizo una señal a los dos matones que tenía estratégicamente ubicados dentro del
Aula Magna. Un letrero colgado de una de las empolvadas paredes del recinto indicaba
el leitmotiv del APRA: Solo Dios salvará mi alma y solo el aprismo salvará
al Perú. Los matones flanquearon rápidamente a la pareja conformada por el
exmandatario y el joven Groover no permitiendo que nadie se les acercara.
Alguno que otro ferviente compañero deseó aproximarse a la alta figura de García,
olerle los pedos, respirarle la nuca, pero los matones les dedicaron severos
golpes y gruesos escupitajos para mantenerlos a raya.
Así, muy
bien, que no se me acerquen estos cholos pezuñentos, dijo García,
y abandonó con Groover la Casa del Pueblo.
¿Adónde
vamos, presidente?, dijo Groover, embelesado cual quinceañera.
A Zepita,
compañero, al jirón Zepita, cuna de la prostitución limeña. Hoy va a recibir usted
una clase de realpolitik de la conchasumadre con la ayuda de su casi homónimo Grover
-solo que tus padres, que estimo eran unos analfabetos de mierda, le pusieron
una “o” de más a tu nombre-. Vamos a ir a un barcito caleta, en Zepita, al que
suelo acudir antes de tomar decisiones importantes.
***
Chino Pinto, llamó García.
Mi
presidente Alan, ¿cómo está? Siéntese, dijo un tipo delgado, de escaso pelo y gestos
reptilianos.
Ya tú
sabes, Chino, mi Pilsen heladita. Un barranquino como yo solo chupa Pilsen.
Y quién es su
invitado, preguntó el Chino.
Quizá mi
futuro sucesor, Chino. Este cojudo tiene el potencial necesario para meterles
letra a todos estos ciudadanos de quinta clase, dijo García
entre salivazos. Unas cuantas gotas cayeron cerca de la boca de Groover. Este
sacó una lengua serpentina y las lamió con regocijo.
Ahorita
mismo le traigo su Pilsen con dos vasitos, dijo el Chino, servicial.
Cuál dos
vasitos, Chino. No somos rosquetes. Los hombres toman de un solo vaso.
Ahora mismo
se lo traigo, jefe.
***
Ese Grover Cleveland
era un adelantado, era un visionario ese cojudo, ¿sabías eso?, dijo García
tras sacudir el vaso vacío de cerveza contra el piso.
El huevón
se casó en la mismísima Casa Blanca, el único cojudo en hacer eso. Se casó con
Frances Folsom, que era una niña de 21 años. Un PDF era ese cojudo, pero le
regaló a los Estados Unidos la primera dama más joven de su historia. ¿Sabías
estas huevadas? Te sugiero que leas la biografía no autorizada de ese huevón.
Puta, desde que la leí, supe que debía meterme en su cabeza, ser como él, ser
un pendejo como él, más pendejo y menos cándido, porque en mi primer gobierno
fui un huevonazo a la vela.
¿Y Haya?, dijo Groover.
¿Dónde queda Haya? Pensé que era él el eje de sus pensamientos y decisiones,
presidente.
¿Haya?, retrucó
García. Haya me puede chupar la pinga y mamar bien los huevos. Pon atención
a lo que te voy a decir.
El
expresidente contuvo un eructo. Luego continuó: En su campaña de 1884, lo
acusaron de tener un chibolo en otro canal, ¿entiendes?
La cagada, dijo
Groover. Iba a decir: tuvo un hijo en otro canal como usted, pero se
contuvo; no quería perder la gracia presidencial.
Pero Grover
no lo negó, tampoco lo afirmó. O sea, actuó como un estadista. Ya sabes, cuando
te descubran una huevada, no entres en pánico; pon cara de analizar la
situación y muy calmadamente di que la información es incierta, que merece más
investigación, como lo hizo el gran Grover Cleveland, quien, a pesar de ese escándalo,
ganó la presidencia, oiga usted.
Groover se empezó
a servir el décimo vaso de la noche. Veía el pasar cansino de los peruanitos de
a pie que, por falta de cultura, no reconocían al recién llegado presidente
García de su vuelta de París.
Sírvete
bien, hombre, dijo García, y le aumentó la ración de alcohol al
vaso.
Gracias,
presidente, dijo Groover por toda reacción.
En pleno
segundo gobierno, en 1893, al cojudo le encuentran un tumor canceroso en el
paladar. Para no cagar de miedo a los inversionistas, que son los que importan
-no el pueblo, ojo con eso-, el cojudo se operó en un yate, en el yate Oneida.
Seis médicos altamente calificados le quitaron el tumor y el pueblo americano
ni enterado de esa jugada. Y justamente estaban atravesando un periodo de
crisis económica que se llamó “El Pánico de 1893”. Imagínate si a eso le
agregabas que el presidente se estaba muriendo de cáncer. La cagada. Los
Estados Unidos se iban a la mierda. Pero el cojudo, todo un visionario,
resolvió el tema por lo bajo. El mensaje es que el pueblo, los pezuñentos de a
pie, no deben enterarse de las grandes reformas que das como presidente. Lo
realmente importante nunca sale en la prensa, compañero. El que cree que sabe
de política porque lee periódicos o ve noticieros está cagado. Lo importante se
cierra o se hace entre cuatro paredes, compañero, en baños jalando coca o en
yates quitándote un tumor de la conchasumadre. Recuerda, si ves que algún
político o pez gordo se mató en los noticieros, no lo creas, el huevón está
feliz, y con tu plata, en alguna parte del mundo.
Groover
asintió y se echó al buche el décimo cuarto vaso de cerveza. García iba por el
vigésimo octavo, pero mantenía una cordura y una estabilidad que demostraban
que era un ducho controlador de las situaciones.
Aquí se
hace mucha plata, compañero, dijo García, mirando hacia afuera.
¿En los
casinos?, apuntó Groover, queriendo dárselas de estadista económico, demostrando
que estaba en sintonía con los pensamientos de su adorado mandatario. Señaló a
los casinos que medraban en el jirón Chancay, cerca de la avenida Piérola.
Cuáles
casinos, cojudo. Me refiero a la prostitución que abunda en estos lugares. Mira
a las travas cómo ofrecen sus carnes. Dentro de poco, si no hay mano dura,
vendrán matones a cobrar cupos a diestra y siniestra. El dinero está botado
aquí. Por eso tengo que volver a gobernar, por la conchasumadre.
Groover escuchaba
con devoción.
El Chino
puso un bolero; “Vicio de oro” de la Sonora de Lucho Macedo, uno de los temas
favoritos de García cuando deambulaba por los temas sexuales.
García
festejó el acierto del dueño del bar. Bien jugado, chino fumeque, dijo, y
se echó otro vaso de cerveza.
A Grover
Cleveland lo conocieron con “El Hangman”, como “El colgador” o “El
ajusticiador”, porque había sido sheriff del condado de Erie, en Nueva York, y él
mismo había torcido los pescuezos de dos huevones, prosiguió
García. A ese cojudo no le temblaba la mano para aplicar justicia y liquidar
a los malos elementos, así como a mí tampoco me tembló el alma cuando, allá por
los ochentas, me soplé a esos ciento setenta enemigos de la patria, carajo.
García se
exaltó. Había hecho tambalear la mesa de un sonoro manazo. Si perdonas a tu
enemigo, te cagaste, porque ese conchasumadre no te va a perdonar a ti. Prepárate
a morir, más bien.
Groover tomó
nota.
Sí, así,
muy bien, toma nota, delfín.
García se levantó.
A Groover le pareció que acaban de erigir una torre de doscientos pisos delante
de él. Quedó sumido en la sombra proyectada por su líder.
Ahora vamos
a asomarnos al jirón Peñaloza, donde las travas abundan como piojos en las
cabezas de mis colegiales peruanos. Te voy a enseñar la prédica aprista como
para que nunca te olvides y puedas darle un justo uso a tus cien soles ganados
en buena lid.
Luego,
dirigiéndose al Chino, siguió García: Me anotas las cervezas en mi cuenta.
Nos vemos otro día.
El Chino
puso la cara de un huevonazo sonriente, aprobando lo que dictaminaba el exmandatario.
Después, corrió hacia su libreta y buscó el nombre de García. Debajo de él, vio
montos que estaban registrados en intis. Desde esa época no me paga este
conchasumadre, pensó. Bueno, ojalá que en esta nueva era que estamos inaugurando
en soles se acuerde de su cuenta.
***
El Antiimperialismo
del Corazón
Principio: La trava
limeña es como el pueblo oprimido, tienes que prometerle que la sacarás del
juego de plata y sexo en el que se halla envuelta hasta la punta de la cabeza.
Táctica: Usa tu
retórica revolucionaria para que te atienda a ti y solo a ti: Juntos
combatiremos el fascismo del mercantilismo de tus otros pretendientes y mi
dinero siempre te pondrá a buen resguardo de las minúsculas ofertas de los pezuñentos
que te pretenden. Solo tendrás ojos y culo para mí.
La Alianza
de Clases
Principio: Une los
gustos populares de la trava (como su anticucho callejero) con tu burguesía
(dile que le vas a invitar piscos sours en el Bolívar).
Frase clave: Como el
APRA, yo también sé mezclar lo fino con lo pueblo.
El Indoamericanismo
Principio: Encomia
su arte cholo-chic: tacones y ropa de Gamarra.
Acción: Dile que
la llevarás a peñas criollas para que se celebre la diversidad transgénero en
la mismísima médula del limeñismo reaccionario. Así, ella verá que no eres
ningún neoliberalcito de mierda.
El Estado Planificador
Principio: Plantéale
y detállale las futuras citas como si fueran planes quinquenales de gobierno. En
la fase uno, harás un reconocimiento de su territorio y, en la fase 2,
nacionalizarás sus tetas y su ojete solo para ti, sobre la base de los datos
recogido en la fase uno.
La Joven Escuela
Principio: Como el APRA
en los 30, yo también soy joven, rebelde y no tendré miedo de exponerte en público
en los principales eventos de mi vida. Así, lograrás que te rebaje la tarifa o
que con cien soles te brinde hasta tres o más polvos. Ya dependerá de tu
rendimiento, compañero.
El Imperialismo
Yanqui
Táctica: Siempre
culpa a la derecha obtusa por la marginación que la sojuzga, que mantiene
prisionera en la condena social a tu trava.
Frase: Esos que
te discriminan son fujimoristas; por eso, yo te voy a restaurar tu condición de
persona en la sociedad, mamacita.
***
Ahora ve y
haz del ideario aprista que te acabo de recapitular como para bruto el máximo
orgullo en la cacería de travas, dijo un exultante García. Porque yo sé que te
gusta meterles pinga a esos angelitos del Señor.
Groover
extendió una mano: Muchas gracias, excelentísimo presidente, pero ¿me da mis
cien soles del premio, por favor?
García se
sobresaltó: ¿Cómo? Oiga, usted, ya le di sus cien soles allá en el Aula Magna.
Haga memoria. A un ladrón no te vas a atrever a robarle, ¿no? Pero felicito tu
intento, compañero; buen intento, dijo, palmeándole la espalda. Vaya,
compañero, vaya a enorgullecerme aplicando los postulados apristas, finalizó
el presidente, acariciando dentro del bolsillo de su saco los quinientos soles intactos
que la junta de la Escuela Nacional Aprista de Oratoria había acopiado para que
sean otorgados al ganador del concurso de oradores.
Ningún
billete que esté en mis manos saldrá jamás de mis bolsillos, pensó García,
divertido, jocoso, viendo a Groover abismándose en el prostibulario jirón
Peñaloza. Vaya, usted, pobre huevón, a aprender a sacarle la plata al
prójimo. Ya es bueno orando, ahora le falta robustecer el arte del choreo, característica
fundamental de cualquier aprista, pensó García con una sonrisa que resquebrajó
la oscuridad de esa noche.
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