domingo, 4 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 15: La voz de Homero

 


Yo creé la voz de Homero, Lorna. Tienes que agradecerme a mí, pongo de mierda. Porque eso es lo que eres, un pongo de mierda. Alguien sin talento, sin oficio y sin beneficio que agacha la cabeza ante el patrón.

Lorna, mientras rebanaba la pota que serviría al día siguiente en los platos de ceviche y chicharrón, siempre en trozos muy pequeños para la obtención del mayor rendimiento posible, escuchaba atentamente la catilinaria que le dedicaba Groover en su programa “Cuchillos Largos”. Este viejo siempre está inventando huevadas, pensaba. Para que la pota pudiese cortarse con facilidad, había que someterla a intensos y prolongados hervores. La que estaba cortando Lorna no había sido sometida a esa buena práctica. Qué chucha. No es la primera vez que comen la pota dura estos serranos, decía, picando con esfuerzo al molusco y refiriéndose a los clientes que solían consumir la limitada carta de platos marinos de la cevichería de su tío putativo, don Prudencio Cascajo. En realidad, la cevichería le pertenecía a su tía Castañita Choca, pero Prudencio, su conviviente, se había adueñado del negocio a los pocos meses de arrejuntados. Doña Castañita Choca había hecho todo cuanto estuvo en sus manos para criar y educar a Lorna. Arturo -que ese era el nombre de Lorna- quería inmensamente a doña Castañita, la adoraba como a la madre que nunca tuvo o que no llegó a conocer debido a imponderables de la vida.

Con esa voz de cabro que tiene, sabía que no llegaría lejos en este mundo de la Brutalidad. Por eso yo, yo, Groover, al verlo disminuido y desvalido, le recomendé, prácticamente le exigí, que usara un modulador de voz. ‘Usa una voz que sea pendeja, una voz gruesa y cachacienta. Solo así serás algo en este mundo. Solo así impondrás respeto, huevonazo’, recuerdo clarito que le reconvine. Y no me vas a dejar mentir, Lorna conchatumadre. Yo sé que me estás escuchando. La cosa es que el huevón me hizo caso. A los pocos días, empezó a intervenir en el programa de Montecito, pero con la voz de Homero Simpson. Puta, a pesar de que no aportaba sustancia a las conversaciones, su sola nueva voz, la de Homero, ya trasuntaba esa picardía que Dios no le dio, porque lo que natura no da, Salamanca no presta.

Suéltame, Prudencio, suéltame, gritó una mujer.

Arturo dejó el cuchillo sobre la mesa y corrió en dirección a la fuente de los alaridos. Al parecer, como ya se había hecho costumbre, Prudencio, nuevamente ebrio, golpeaba a Castañita, cuyos gritos provenían de la habitación de la pareja. Cuando Arturo ingresó en ella, halló a Prudencio propinándole a su tía severos puntapiés en el estómago. Mientras la pateaba, Prudencio gritaba, con la modulación vocal de un narrador deportivo de antaño: Fuentes se la pasa Mifflin (patada), Mifflin a Chale (patada), Chale a Baylón (patada), Baylón a Cubillas (patada) y ¡goooool! (patadón). Los vecinos que pasaban por la cevichería y oían las exclamaciones futboleras de Prudencio se preguntaban si estaban pasando algún partido importante por la tele a esas horas de la noche.

Ya deje de pegarle a mi tía. Ya estoy cansado de sus maltratos, dijo Arturo.

Cubillas no se cansa, quiere meter otro gol, dijo Prudencio y corrió hacia Arturo. Cubillas quiere meter un doblete, Cubillas quiere coronar y ¡goooool! A pesar de sus setenta años y de que Lorna era muchísimo más corpulento y alto, Prudencio logró incrustarle el zapato en la boca del estómago.

Si vas a pararle el macho a alguien, mocoso de mierda, asegúrate de tener voz de macho. Tu voz de cabro solo me hace cagar de la risa.

Prudencio volvió el cuerpo y la mirada hacia su mujer. Aún estaba consciente. Se tomaba la barriga con ambas manos. Al parecer, Castañita no se encontraba en el estado que Prudencio deseaba. Entonces, antes de reanudar su empresa, exclamó: Y empieza el segundo tiempo del partido, Fuentes se la pasa a Mifflin (patada),…

***

Déjenme solo con este conchasumadre, exigió Groover. Los panelistas del programa “Cuchillos Largos” mutearon sus micrófonos y solícitamente se dispusieron a saborear la pulla que protagonizarían Groover y Arturo Lorna.

Por si acaso, tu voz no me va a intimidar, pedazo de vago, empezó Groover.

Lorna decidió debatir con su voz natural, con la de fábrica, con la de cabro. Dijo: Siñurs, nu vuy a permitir que ustid mi diga cusas duras.

Calla, payaso, ahora vas a saber lo que es bueno, lo cortó Groover y empezó a detallarle las desgracias de su vida que se habían filtrado gracias a los soplones de la Brutalidad, personajes anónimos que pululaban en cualquier bando, el de Montes o el de Groover, con tal de que generar confrontación. El mundo de la Brutalidad estaba al tanto de los conflictos hogareños de Arturo Lorna; específicamente, de la beligerancia con la que Prudencio, el tío político, trataba a su tía. Se sabía que Prudencio había llegado al extremo de asemejar a su señora a una pelota de fútbol. La Brutalidad le había colocado a la señora el mote de Viniball, extinta y conocida marca de balones.

Los calificativos de Groover afectaron muy seriamente a Lorna, tanto así que este empezó a sollozar, pero se muteó oportunamente para que nadie lo oyera.

Dejas que tu tío use a tu tía de pelota, carajo. ¿Dónde se ha visto eso? ¿Acaso no tienes los huevos para defenderla? Pero, claro, con esa voz de cabro que tienes, tu tío seguro también te agarra de balón. Lo puedo jurar, conchasumadre.

Las palabras de Groover fueron como el dedo que apachurraba el grano de pus. Lorna cayó al fondo de un pozo colmado de dolor. Lo que el Viejo acababa de intuir no era nada más que la pura y cruel verdad: Prudencio abusaba de su tía y de él.  

Arturo llegó a la impajaritable conclusión de que no podía vivir sin la voz de Homero Simpson. Esa voz le daba calle, le otorgaba prestancia, le confería autoridad. Pensó responderle a Groover encendiendo la diminuta cajita electrónica que trastocaba su amariconada y apaisanada voz para convertirla en la pendeja y estentórea de Homero Simpson; pero eso hubiera sido volver a usurpar una identidad. Arturo decidió que tenía que poseer la voz de Homero para siempre. Entonces, fue a la cocina y tomó el cuchillo con el que picaba la pota. No temió abandonar la transmisión, ya que una vez que Groover hablaba no había forma de callarlo. Ese cojudo estaba enamorado de sí mismo y de las tremendas huevadas que rebuznaba. Ni cuenta se daría de que Arturo lo dejaría hablando solo.

Antes de clavarse el cuchillo en el cuello para incrustarse la cajita con la voz de Homero, meditó por última vez su decisión: Sí, era la única forma de cambiar, de ser alguien seguro de mí mismo. Claro, se le ocurrió, por eso Groover es así como es: moralmente indestructible. Gracias a su potente voz. A ese huevón lo han acusado de todas las bajezas posibles, le han enviado pizzas-bomba a su casa, le han dicho que tiene sida, el amor virtual de su vida, Bafi, la cazamaridones, se ha reconciliado con él, y todo por su poderosa voz. Y siempre que he aparecido en el “Habla Montecito” con la voz de Homero he generado muchas vistas, la gente se pega al programa así no diga nada, porque saben que cualquier cosa que diga con esa voz será algo interesante. Cuando habla Arturo, todo se va a la mierda. Desaparezco. Cuando soy yo mismo, soy la invisibilidad del pobre, soy el reclamo de un Quispe, de un Ataucusi, de un cholito que nadie quiere ver. Robustecido en su decisión, reafirmó el cuchillo en su mano y se abrió un agujero en el cuello. La sangre le salió a borbotones, ensuciando la cocina que hacía un par de horas había terminado de limpiar y fregar el buen don Prudencio, quien ya se encontraba descansando en su habitación porque debía levantarse a las tres de la mañana para comprar en el terminal pesquero de Trujillo los pescados más frescos que ofrecería al día siguiente en la cevichería.

Con precisión de cirujano, se ensartó el aparatito de la voz de Homero justo en las conexiones medulares de las cuerdas vocales. Soportando el dolor, probó la voz. Au, conchatumadre, au, conchatumadre, decía tentadora y pungentemente. Oírse ya como Homero Simpson fue todo un triunfo, una redentora transformación. Había logrado una cirugía de la putamadre.

Dejando de lado el éxtasis que le producía ser otro, alguien infinitamente superior al deslucido Arturo Lorna, tomó el hilo de pescar, que sabía estaba en uno de los cajones cercanos al punto en donde se realizó la tamaña proeza quirúrgica, y se suturó el agujero.

Volvió a probar su nueva voz luego de haberse echado un paracetamol: Ahora sí, Viejo reconchatumadre, ahora vas a saber quién es Homero Lorna. En ese momento, había dejado de llamarse Arturo para ser por siempre Homero, Homero Lorna. Mataría con acritud e impíamente a todo aquel que se atreviera a llamarlo Arturo, empezando por el viejo Groover, quien, seguramente, seguía despotricando contra él sin darse cuenta, el muy huevón, de que estaba hablando in absentia adversarii.   

Arturo, hijo de la gran puta, qué has hecho, carajo. Prudencio, como nunca, había bajado a la cocina en busca de un trago de agua. Estaba dándose con el infausto escenario de su lugar de trabajo inundado en sangre y mierda. Arturo, qué has hecho, cojudo, qué has hecho, responde. Pero Arturo ya no era Arturo; era Homero, y no estaba dispuesto a ser llamado con el nombre de ese pusilánime que acababa de morir hacía unos minutos, mucho menos por el desalmado este que le pega a la señora que yo considero como si fuera mi verdadera madre.

Don Prudencio empezó a calentar las piernas a lo Maradona. Iba a replicar con Lorna el partido que el Perú le ganó al Uruguay en el estadio Centenario el 23 de agosto de 1981 bajo la dirección del gran Tim. Terminada la calistenia, se acercó a Lorna exclamando, como poseso: Ahí está Julio César Uribe frente a Barrios, sigue Julio César, Juan Carlos Oblitas, consigue descontarlo, Juan Carlos Oblitas, Juan Carlos Oblitas, vamos Perú, Juan Carlos Oblitas para La Rosa, La Rosa libre para tirar y…

Un cuchillazo en la frente terminó con los delirios de don Prudencio, evitando que La Rosa conquistara el primer tanto para el Perú. Homero Lorna tomó el cuerpo del muerto, lo desnudó y lo picó. Del cuerpo rendidor, aunque algo duro, de Prudencio no solo salió material para los ceviches de pota del día siguiente, sino también para los pulpos a la parrilla, las leches de tigre con chicharrón y los infaltables chupes de camarón. Homero Lorna pensó que el sabor de la carne de don Prudencio, parecido al de la suela rancia de un zapato, podría ser fácilmente disimulado con los sachets de mayonesa Alacena que había en abundancia. Ahora voy por ti, Groover conchatuabuela.

***

…o sea, eres un administrador de empresas sin empresa, sin ni mierda de experiencia, sin oficio, sin beneficio, un administrador de empresas que solo es bueno para hacer memes. Cuando vayas a buscar trabajo te van a decir: ‘¿Qué sabes hacer, oe, imbécil?’ ¿Y qué vas a contestar? ‘Siñurs, yu sulu sí hacirs mimis muy graciusus, siñurs’. ‘¡Fuera conchatumadre!’, te van a decir, y te van a botar a ti y a tu curriculum por la cloaca de la ignominia, te van a echar por...

Ya, cállate, huevonazo, irrumpió Homero Lorna. Al menos, yo no sangro a mi mamá; yo no le succiono la pensión como zancudo. Tampoco prendo programas solitarios en Kick esperando que mi patrón me deje caer unas limosnas. Tampoco me endulzan diciendo que voy a protagonizar un programa político con el coquero de Cocavel para que luego me dejen botado como caca en el rincón del corral. Al menos, con mis veintiséis añitos, soy joven, soy una guagua, y tengo toda la vida por delante. En cambio, tú tienes sida y casi cincuenta años, tu familia te repudia y estás al borde de la muerte, y encima das pena haciendo un programita de YouTube que nadie ve, y hablas solo como loco toda la madrugada, y te quedas jato babeando, roncando, con semen en la mano luego de haber alucinado con las tetas de Bafi. Eso es dar pena. Y le doy gracias a Dios que no soy tú.

Groover no pudo hacer nada contra la voz potente y pendeja de Homero. Había estado denigrando a Lorna durante tres horas consecutivas y Lorna, Homero Lorna, en tan solo un minuto, lo había destruido por completo. Groover abandonó la transmisión con el rabo entre las patas.

Buena, Homero; ya el Viejo se estaba pasando de pendejo.

Excelente, Homero, ánimos; yo tengo ochenta años y no he hecho nada con mi vida, pero ahora que me has descubierto la realidad de Groover, me alegra al menos no ser él. Eran algunos de los comentarios.

El programa terminó hacia las seis de la mañana. Doña Castañita tocó la puerta del cuarto de su casi hijo. Le consultó si no había visto a su tío. Creo que se fue temprano a buscar pescado. Seguro se quedó tomando con sus amigos. No te preocupes que yo me encargo del restaurante hoy, dijo con dulzura y severidad.

¿Y esa voz, hijito?, se sorprendió la tía. Ella, que siempre solía instigarlo con que busque trabajo, sintió un terror cerval y no agregó más; por el contrario, se ofreció a prepararle un suculento desayuno.

Está bien, tía, pero que sea un buen desayuno, por favor, tronó Homero. Más bien, si va a usar la carne de la refri, échele harta mayonesa Alacena. No vaya a ser que me sepa hasta el culo.


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