viernes, 30 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 18: Groover en: "Matagatos"

 


¡Uy, llegó una de mi talla!, dijo Groover cuando se unió al grupo una morena de exuberantes carnes. Todo lo tenía súper grande: la tetamenta, la piernamenta y, sobre todo, la nalgamenta.

¡Uy, qué rico me lo sabroseo!, volvió a decir Groover, salivando, imaginándose lo que sería esa noche cuando tuviera entre sus manos a esa negra de tamaño familiar.

Ese Snarf es un chucha, pensó Groover, agradecido, reflexionando sobre lo audaz y arrojado que había resultado ser el personaje que conoció siendo niño y que ahora le demostraba su sagacidad para las negociaciones.

Groover sacó su celular para grabar a la diosa de ébano que se cenaría dentro de unos minutos.

Pero el ego le ganó, y decidió ya no solo efectuar una simple grabación. Se le ocurrió una idea mejor: hacer un directo, un IRL (acrónimo que significaba In Real Life); una tendencia muy de moda en esos tiempos y que consistía en grabar las incidencias de la vida cotidiana sin guion ni parámetros. Groover quería que todos los seguidores de su programa “Cuchillos Largos” fueran testigos impotentes de su buena fortuna sexual.

Buenas noches, buenas noches, Cuchilleros Profilácticos; miren lo que me voy a comer hoy, dijo, henchido de orgullo. El lente de su teléfono oscilaba por entre las carnes, aún alejadas de su punto, de las morenas que, al parecer, tenían la consigna de proveerle todo el placer de este mundo. Groover las vio desplegando un comportamiento inusualmente alegre.

Uyayay, dijo. Estas negras están rulay, jejeje.

Les hizo un zoom a las tetas de la carnuda que, él juraba, sería suya.

O quizá el pendejo de Snarf me las ha puesto a todas, rio.  A esta gorda la voy a agarrar a correazos, soñó. Y, para ir adelantándose a los hechos, se desprendió de la faja que mantenía afirmados sus pantalones de mezclilla.

***

Con su pan con huevo frito en un plato y una taza con su leche y su Milo, el niño Groover se acercó presuroso al enorme televisor que perecía de cansancio en el sitio principal de la sala de sus padres.

Sintonizó el canal cinco. Era sábado. Nueve y treinta de la mañana. Nubeluz, el programa infantil con cuyas dalinas Groover se acuchillaba salvajemente todas las noches y, en el día, algunas veces en el baño del colegio, presentaba, en esa precisa hora, su primer dibujito animado: Los Thundercats. Pero como Groover no sabía un pincho de inglés, decía: Los Tondercans.

Su personaje favorito era Snarf, un gato amutantado, parlanchín, entrometido y de voz atiplada. Poseía unas luengas barbas y una rica panza de borracho peruano. En el capítulo de ese sábado, Buitro y Mumm-Ra urdían un magnífico y despiadado plan para destruir a Leon-O y sus camaradas, pero Snarf, que no sabía cómo chucha había llegado a la pirámide del momificado enemigo de Los Tondercans, se había ganado con la siniestra estratagema. Asustado, pero ansioso por contarle todo lo que había oído a Leon-O, en el momento de huir, tropezó con su cola, gritando de dolor al caer contra el suelo empedrado de la pirámide.

Buitro, que no era ningún huevón, detectó rápidamente al peludo intruso y, lanzándole un rayo paralizador, lo capturó.

A Groover se le atoró el pan con huevo. Acababan de aprehender a su querido Snarf y los malditos de Buitro y Mumm-Ra eran capaces de perpetrarle las más viles torturas. Apuró un trago de su leche con Milo y, repuesto del atoro, subió veloz a su cuarto, en el segundo piso de la casa. Quería llorar. Pensó con angustia, mientras subía las escaleras de cemento, desprovistas de acabados: Todavía tengo que esperar hasta el otro sábado para saber qué le va a pasar a mi gran amigo Snarf. Seguramente esos hijos de puta de Mumm-Ra y Buitro aprovecharán toda esta semana para arrancarle las uñas a mi amigo, para meterle un soplete por el culo, etcétera y etcétera. ¡Oh, Dios, no me quiero imaginar más!

Abrió la puerta de su cuarto con un severo patadón y se zambulló en la cama. Lo que sintió al entrar en contacto con su humilde colcha fue una fría y maloliente laguna de pichi. Eran orines de gato.

¡La putamadre!, estalló el pequeño Groover. Gatos de mierda, ya se cagaron conmigo. La ventana de su cuarto estaba abierta. Reconoció las huellas de las patas de los gatos que se habían infiltrado en su habitación aprovechando que él no había cerrado las hojas de esa ventana. Los felinos, luego de haber cachado sobre su cama, dejaron sus meados y sus pelos. Pulgas también.

Bien miradas las cosas, el desastre en el lecho del pequeño Groover era culpa suya y de nadie más. Por ir atolondradamente a ver sus Tondercans, olvidó cerrar la ventana del cuarto. Ya en otras varias ocasiones, por haber dejado abierta esa finestra, los gatos del vecindario se habían colado en su habitación, propiciando todo tipo de desastres. Definitivamente, la cama meada era su culpa. Pero estos pensamientos, propios de alguien que ha asimilado las doctrinas de vida de Séneca, no eran ciertamente los que se atravesaban en esos momentos por la mitra del pequeño Groover, quien ya maquinaba la acción definitiva que emplearía contra la pandilla de gatos que lo habían agarrado de gil.

***

¿Snarf?

Groover no les creía a sus ojos.

¿Snarf? ¿Eres tú? ¿Estás vivo?

Claro, pues, huevonazo, dijo el gato. ¿No me estás viendo? ¿Acaso no has leído a Sartre? ¿No te recomendé hace años, luego de que te corriste la paja con esa dalina ricotona y pituca, que leyeras “El ser y la nada”? ¿No te suena eso de que la existencia precede a la esencia? Soy yo, pues, hijito.

Groover sentía un gran respeto por Snarf. Y le parecía de la putamadre que sea tan de barrio.

Oye, me parece cojonudo que tengas calle y materia gris, pero ¿por qué no eras así en la tele?

Voy a dejar que Nietzsche te escuelée: En sociedades como las nuestras, tenemos que portar máscaras y roles para encajar. Lo verdadero permanece oculto. En la sociedad tan cagada de la televisión, tuve que representar mi papel de buena gente y pan con relleno, pues. Leon-O tenía el rol de ser el men de la vaina, cuando era tremendo pasivo, por mi madre. Si supieras cómo Pantro le daba vuelta en los cortes comerciales. Lo hacía maullar al Leon-O.

Groover jamás se imaginó que el verdadero Snarf le caería mucho mejor que el que salía en la tele. Y encima era todo un lector el puta.

¿O sea que Buitro y Mumm-Ra no te cagaron?

No, hijito, qué va a ser. A ese par de cocainómanos les giras un pase y los pones rulay, rulay de la refunrinfunflai.

Mierda, rico crossover, pensó Groover. Snarf citando al pastrulo de Timoteo. La cagada.

Entonces, ¿qué pasó? ¿Cómo te libraste de esos dos perversos?

Snarf lo miró a Groover como se mira a un caído del palto. No había entendido nada. Era mejor pasar al quid del asunto.

Mira, estimado, estoy aquí porque te tengo una gran sorpresa. Eres uno de mis hinchas más acérrimos desde los tiempos de tus primeras y precoces pajas. Yo he estado en tu mente mientras hacías desfilar por el muladar de tu cerebro a las mujeres más pulposas y sensuales de todo el material pornográfico que has visto en tu vida. Entonces, sé que lo que te tengo preparado te encantará. O como decía el chino fuman pai del comercial que pasaban luego de Los Tondercans: Te encantalá.

Upa, qué cosa será, dijo Groover, sobándose las manos.

Snarf le extendió una tarjeta negra. Groover leyó en ella un número de teléfono y unas letras que decían: Las Morenas del Brick City.

El rostro interrogativo de Groover fue la evidente señal que Snarf recogió para explicarle el asunto.

***

Cuando regresó de jugar fulbito, subió directamente a su cuarto. No le hizo falta encender la luz, podía aspirar el olor a muerte que se erizaba desde la cama. Una sonrisa malvada le deformó el rostro. Entonces, encendió la luz.

Sobre la cama, seis gatos yacían patitiesos.

Cayeron, conchasumadre. Se las tenía jurada y cayeron.

A su corta edad, el pequeño Groover había cometido un atroz atentado en nombre de la paz de su habitación y en defensa de sus sábanas moteadas de poluciones nocturnas y diurnas.

Ya tenía preparadas las bolsas negras plásticas en las que pondría los cuerpos tiesos de los gatos. Enseguida, los arrojaría, sin lágrima alguna en la conciencia, al camión de la basura.

No le remeció congoja alguna. Eso era para los débiles de espíritu. Había hecho justicia, carajo. Cuando se transgredía la paz de uno, la muerte del otro era imperativa. Más vale un buen bocado de racumín que mil cerradas de ventana, elucubró.

***

Entonces, un negrazo portentoso se entrometió en el campo visual de la cámara del celular de Groover.

¿Y este zambo?, se preguntó. Indirectamente, les hacía la misma pregunta a sus seguidores.

El moreno se introdujo rápidamente en medio de las negras que iban en dirección de Groover. Hablaban en inglés. Se detuvieron a medio camino.

¿Qué chucha está pasando?, les preguntó Groover retóricamente a sus seguidores. Snarf no me había hablado de un negro, pensó. Tá huevón. Ahorita mismo lo llamo. Un segundo después, reflexionó: Pero qué huevón que soy; cómo lo voy a llamar si estoy haciendo transmisión con el celular.

Era llamar a Snarf o apagar la transmisión. Se fijó en los números que acompañaban su IRL. Por la conchasumadre, sesenta sapazos. Putamadre, y cuando hago programas de análisis políticos no me ve nadie, carajo. Pero a estos malvivientes de mis seguidores ni bien les muestras carne ya están con la pinga en la mano sapeando.  

Groover había estado sentado sobre un murete, pero cuando vio que ahora solo el negro se acercaba a su ubicación, se paró, asustado. El moreno iba con cara de simio enrabietado. De lo contrariado que se halló, Groover olvidó cómo manejar su celular. Entonces, se hundió en una espiral de confusión. Quiso apagar la transmisión para que ninguno de sus seguidores se ganase con lo que parecía pintar mal, muy mal, pero, por el susto que le recorría el cuerpo, se convirtió en una nulidad tecnológica. Resignadamente, dejó que la cámara siguiera grabando y transmitiendo.

Oe, conchatumadre, ¿le estás grabando el culo a mis mujeres? ¿Qué clase de pervertido eres, ah?, dijo el negro en un inglés neoyorquino de callejón. Parecía el hermano no reconocido de King Kong. Tenía unas venazas protuberantes en el cuello y en la frente.

Groover balbuceó algunas excusas en inglés, pero el negro no entendió nada. Como Donald Trump, pero con un estilo aún más directo y violento, el negro le exigió que te vuelvas para tu país, sudamericano de mierda.

Ante semejante demanda, Groover volvió a esbozar sus excusas, pero esta vez mencionando a Snarf.

¿Snarf?, repitió el negro, asombrado.

Groover captó que el nombre de su felino amigo había captado la atención del negro y había logrado, al parecer, decrecer sus furiosas revoluciones.

Snarf, Snarf, Snarf, decirme negras para mí, para mi contento, dijo Groover en un inglés que, más que amansar al negro, lo sacaba de sus casillas.

Ah, chicas, este es el Lucho, este es el hijo de puta del que nos habló Snarf.

Ante la incredulidad de Groover, las pulposas mujeres se le fueron encima.

Aguantar, aguantar, yo no ser, imploró Groover. Yo no tener nada que ver. Yo ser inocente.

Pero las mujeres ya le estaban haciendo tremendo apanado. En poco tiempo, Groover perdió la conciencia.

***

Lo primero que vieron sus ojitos chinitos al despertar fue una tremenda hoja metálica y filuda que se balanceaba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda a cinco centímetros de su sexo flácido y desnudo. Luego, se dio cuenta de que todo él estaba calato y atado a una silla. Intentó mover un pelo, pero fue imposible.   

De una puerta, salió Snarf.

Snarf, carajo, amigo, pensé que me habían secuestrado, dijo Groover, aliviado. Putamadre, creo que unas negras de mierda me apanaron y, mírame, terminé aquí, atado. Libérame, sácame de aquí, amigo.

Aguanta tu caña, cuñao, dijo Snarf con una tranquilidad marciana. Tú estás donde te mereces estar.

¿Qué? ¿Qué fue, Snarf? ¿Está todo bien? Tú me habías prometido una orgia brava con unas morenas ricotonas del Brick City y mira cómo estoy. No, pues, así no juega Perú, Snarf, reclamó Groover. Cada vez que intentaba deshacerse de sus ataduras, se lastimaba más y más. Esto lo disuadió de liberarse por la fuerza.

Claro que te prometí a unas morenas ricotonas, y las tendrás, pero, al mismo tiempo, ellas te darán el castigo que te mereces por la barbaridad, la bestialidad, que hiciste hace unos años con unos gatitos que no tenían la culpa de nada. Los liquidaste sin asomo de pena. Te reíste y te burlaste. Y eso jamás te lo voy a perdonar, cojudo. Así que hoy gozarás, claro que sí, yo siempre cumplo mi palabra, gozarás, pero ese gozo será también tu mayor sufrimiento, sentenció Snarf. El rostro de Groover era de un terror malsano, no tanto por las frías palabras de su amigo cuanto por el movimiento pendular de esa filuda hoja de metal a tan solo cinco centímetros de su pinga muerta y asustada.

Snarf, déjate de huevadas, sácame de aquí, imploró Groover.

Tu exacerbada libido, tu mañosería incontenible, será tu perdición, estimado matagatos. Cuando me retire, las morenotas ricotonas, que sí son para ti, joder, que no te he mentido en eso, coño. Snarf tosió. Se compuso la garganta. Discúlpame, huevón, a veces se me cruzan los acentos. A veces hablo en español latino y, sin darme cuenta, de pronto, estoy hablando en español de España, joder. Tú sabes que Los Tondercans se transmitía en todos lados.

Groover asintió. Quién no había visto a Los Tondercans en el mundo.

Bueno, las morenas te bailarán, te sabrosearás con sus culos, porque te los pondrán en la cara. ¿Recuerdas a esa que dijiste que es de tu talla? Ella tiene los pies feos, pero en compensación, tienen una vagina de campeonato; tiene la vagina que mató a Jaga.

¿Y la podré lamer? ¿Podré beber sus jugos?, preguntó Groover, anhelante, olvidando por unos instantes que el péndulo cortante e hipnotizante seguía pasando y repasando a solo cinco fijos centímetros de su pene muerto.

Claro, claro, las cositas y las cosotas de esas morenas son todas para ti, hermano. Solo que, cuando empieces a gozar de lo lindo, la pinga que tienes, que estimo que cuando se para sobrepasa los cinco centímetros… ¿no?

Carajo, Snarf, más respeto. La pinga parada me mide dieciocho potentes centímetros. Más respeto cuando hables de mi pichula, exigió cordialmente Groover.

Tanto mejor, tanto mejor, aplaudió Snarf, y se situó cerca y cuidadosamente del péndulo mortífero.  Verás, este péndulo está fijo para que oscile a cinco centímetros de tu huevada. Entonces, una vez que tu vaina se pare tan solo de ver a las morenas calatotas que saldrán por esa puerta, ella solita, tu pinga, se acercará al péndulo y, ¡júacate!, te quedarás mocho, hermano. Me parece que es el castigo justo que te mereces por haber desaparecido inmisericordemente a una pandilla de honestos, juguetones, pero, al fin y al cabo, inocentes gatitos, conchatumadre.

¡No!, se desgarró Groover en una lastimera súplica.

Chicas, el muchacho está listo para gozar, dijo Snarf en un impoluto inglés. Y desapareció por la misma puerta por la que ahora entraban las mismas morenas que horas antes habían apanado a Groover. Ingresaron desnudas, meneando sus carnes, coreando Groover, Groover, somos tuyas, Groover, agárranos a correazos, Groover.

El miembro de Groover empezó a pararse y él, en medio de lágrimas, le exigía: cabezón cojudo, agáchate, mierda, agáchate que te vuelan.


sábado, 24 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 17: Eddie Fleischman: "El Profe Puti nadaba..." ¿en el water?

 


El Profe Puti andaba furioso con Eddie Fleischman.  A pesar de que había co-conducido con Chupete de Leche, como también se le conocía a Eddie, un episodio de su programa televisivo “Peloteando con Chupete”, este no había vuelto a mencionarlo ni sugerirlo ni recomendarlo, ni nada, carajo, se lamentaba el también docente.   

Cuando, aquella vez, Puti recibió la llamada del productor de Fleischman, inmediatamente soñó con que ya estaba en el umbral de la fama, a un solo paso de dejar el lumpenesco mundo de la Brutalidad del YouTube y ser parte del staff del canal que aún mantenía con vida a Fleischman en la pantalla chica.

Lamentablemente, el sueño de Puti no se concretó. Fleischman no volvió a llamarlo más para compartir set y alternar opiniones sobre tal o cual partido de fútbol.  Ni siquiera lo mencionaba los 24 de mayo, día de su cumpleaños. Y Puti se había llevado la impresión de que le había caído muy bien a Fleischman. Entonces, empezó a odiarlo. Deseó que las cosas le fueran mal. Celebraba que ningún canal grande de señal abierta mostrara interés en Chupete de Leche.

Es un aburrido de mierda ese huevón, despotricaba contra el gringo en su canal de YouTube. Por eso nadie lo llama, putianos. Chupete de Leche se está derritiendo y, pronto, en ese canalito pedorro donde está, y que nadie ve, va a terminar como mi lechada; aguada y llena de grumos. En cambio, yo, tu Profe Puti, tu negrito Cocotí, que quiere pichi o quiere caca, va creciendo y creciendo y pronto me lo tumbaré.

Hizo una pausa para revisar los últimos memes que sus enemigos le habían fraguado. Era una característica muy suya rumiar ña, ña, ña mientras efectuaba dicha revisión. Su lengua gruesa le impedía decir, como cualquier mortal ya, ya, ya.

Putianos, me acaba de llegar un clip del Burro Blanco de Eddie Fleischman afirmando que la U tiene mística. ¡Cómo va a decir eso ese huevonazo! Creo que se merece que le aclare las cosas. Ningún equipo peruano tiene mística. Sé que las mujeres me van a odiar, y siendo yo crema (de guindón), hincha a muerte de la U, tengo la desfachatez de pronunciar, óyeme bien, Pincho de Albino, que la U ni cagando tiene mística. Ni la U, ni Alianza, ni Cristal, ni ningún equipo peruano.

El lenguaraz del Profe Puti empezó a erizarse: los vellos del brazo se convirtieron en filosas y ensortijadas púas de metal, y los cabellos enrulados de la mitra -que cada día la tenía más grande, pues se estaba dejando un look afro que, estaba convencido, le permitiría embolsicarse a Pertunda, su prostituta favorita en el Cataleya VIP, a un paso del río Chillón- en las mismas hebras que zumbaban en la cabeza de Medusa.

Putianos, si cada uno de los cien conectados me manda una limosnita de veinte soles, lo llamo ahorita mismo al colorao para escuelearlo sobre qué sí es tener mística. Qué se ha creído para decir que la U tiene mística. Ni la U ni ningún equipo peruano, ni brasileño ni nada, carajo. El único equipo de fútbol en el mundo que tiene mística es el Real Madrid, porque yo, tu Profe Puti, antes que hincha de la U, soy hincha acérrimo del Real Madrid. Se paró sobre su mesa de transmisión, y dándose golpes en el pecho con ambos puños, como Tarzán, gritó: ¡Hala, Madrid! ¡Hala, Madrid!

A los pocos minutos, Puti ya tenía dos mil soles en su cuenta de banco.

Excelente, putianos; ahorita mismo llamo a ese Rosquete de Leche, celebró, buscando en el celular el nombre de Fleischman.

***

Florindo Reynoso era un negro portentoso, fornido, la adoración de las cholitas del Mercado de Abastos de Chincha. Florindo descargaba frutas y verduras de un camión. Era estibador. En un solo viaje, podía echarse al lomo tres costales de fruta, cada uno con un peso de más de cien kilos. Él, como si las huevas.

Las cholitas que vendían limones, manzanas y culantro se le quedaban mirando. Así me cargaría con esos brazotes, y me pondría…, murmuraban risueñas y obnubiladas al ver pasar la musculatura de Florindo, quien, además, era el estibador mejor pagado del mercado. En un día, podía hacerse más de cincuenta soles de oro. Vivía en un cuartito muy cerca del mercado. Así llegaba temprano a la chamba y se hacía de los mejores contratos, de los más rentables y jugosos, pero también de los más pesados. Viviendo tan cerca no desperdiciaba su tiempo en largos viajes ni su dinero en onerosos pasajes.

Cierto día, Florindo Reynoso amaneció tapado. Ese mismo día, Universitario de Deportes, gallardo equipo local de fútbol, estaba a noventa minutos de convertirse en el primer campeón peruano de la Copa Libertadores de América. Había empatado sin goles, en Lima, con el Independiente de Avellaneda, y, ahora, en Argentina, debían imponerse apenas con la mínima diferencia para hacerse del covetado trofeo internacional. Pero a Florindo todo ello le importaba un pincho. Él solo quería cagar. 

Eran las tres de la mañana y, por azar, recayó en el puesto de berenjenas de la simpática chola Hilaria. Había mucha confianza entre los dos. Bueno, a decir verdad, Florindo era un confianzudo de la conchasumadre. Bastaba que se le diese algo de cabida para que él se creyera con todo el desparpajo de tratar a su interlocutor como si lo conociera de años.

Hoy he amanecido tapado, le dijo a Hilaria en lugar de buenos días.

Uy, qué habrás comido, pues, negro sabido, le dijo ella, riéndose francamente con las ocurrencias de Florindo. Seguro te has llenado de tunas.

Estoy tapado, repitió Florindo, sin afectarse por la risa bonachona de la verdulera. Así no puedo trabajar. Mírame, me estoy poniendo más negro.

Hilaria acercó su rostro al de Florindo; efectivamente, el negro se ponía más oscuro con el transcurrir de los segundos.

Voy a reventar si no cago ahorita. No sé qué hacer.

Hilaria tomó una de las berenjenas de su mostrador.

¿Estás cojuda, chola? Yo no soy maricón, carajo, advirtió Florindo. No me voy a meter esa huevada por el culo ni cagando.

No, negro bruto, te voy a hacer un licuado de berenjena que es muy bueno en mi tierra para destapar potos. ¿Ya vas a ver cómo te vas a liberar?

¿Será?

La mujer picó la berenjena y colocó los trozos en una licuadora. Agregó agua de un baldecito y salpicó unos polvos que había extraído de una bolsita que guardaba en el calzón. Florindo la miró extrañado. Es que así se mantiene calientito, pue, explicó Hilaria. Tras un par de minutos de licuado, la verdulera vertió el líquido resultante en un gran vaso plástico.

Florindo acercó esos profundos y anchos agujeros que eran sus fosas nasales al vaso. Esnifó. Por poco y el menjurje desaparecía por su nariz. No huele a nada, decretó.

Oye, eso no es para que te guste; es para que botes lo que tienes atorado ahí, dijo, divertida, Hilaria.

Valiente como era, el negro tomó el vaso con sus manazas y se sopló su contenido.

¡Agh! Sabe a mierda, dijo al terminar.

Pero ya verás que me lo vas a agradecer, dijo la mujer.

¡Negro!, gritó alguien.

Florindo miró hacia el lugar de donde provino el llamado. Era Neyzer Sucapaja, capataz de uno de los conglomerados de choclos más poderoso del mercado.

¡Negro! ¡Ya llegaron los camiones! ¡Vente volando o te ganan!, dijo Neyzer. Era un serrano tacaño. Había que tener mucho cuidado con los tratos que se hacía con él. Sin embargo, con Florindo, las negociaciones sí que eran rectas. Y no tanto porque Florindo supiera ganarse los frejoles con pundonor, sino porque el negro lo cuadró la primera vez que intentó pagarle una bagatela por cuatro toneladas que descargó a lomo pelado y en menos de dos horas. Desde ese momento, Neyzer le cumplía los pagos a Florindo con una puntualidad y prodigalidad muy inusuales en él.

Me tengo que ir. Ya empieza mi chamba.

Y se fue. A Florindo no se le ocurrió pagar el vaso. Supuso que Hilaria le había hecho un favor.

***

Un gol de Independiente a los siete minutos del primer tiempo desmoronó las aspiraciones de la U. Luego, otro tanto, a los diecisiete minutos de la segunda fracción, asesinó la suerte de los cremas.

Sin embargo, la garra y pundonor de los de Odriozola les permitió jugarles de igual a igual a los argentinos y tentar así el empate; primero, con una arremetida del Cachito Ramírez, que solo fue detenida gracias a una falta cometida por el arquero Santoro, y luego con el tanto marcado por Percy Rojas en las postrimerías del encuentro, cuando la experiencia de Independiente se impuso para controlar el juego hasta su finalización. Con ese dos a uno, los de Avellaneda se convirtieron en campeones sudamericanos.

La U había conducido una excepcional campaña, derrotando al connacional Alianza Lima, a los chilenos San Felipe y Universidad Católica, y a los uruguayos Nacional y Peñarol.

El segundo lugar del conjunto estudiantil era sinónimo de prestigio, de consagración del futbol peruano, de mística a nivel internacional.

***

Miren, ve; colgó el cobarde, dijo Fleischman en su programa de televisión. Era el Profe Puti, con quien, sí, lo admito, tuve la mala fortuna de compartir set porque me habían avisado que había un morenito que estaba haciendo importantes números en las redes. Entonces, se me ocurrió que, al tenerlo en mi set, gran parte de sus seguidores se unirían a mi comunidad, haciendo que mi canal creciese convincente y sostenidamente. Pero no. El Profe Puti no tiene seguidores. Tiene odiadores. Les explico. La gente me ve en un promedio de trescientos por programa. Con Puti, solo alcanzamos esa vez una media de trescientos treinta. Nada, prácticamente. Pero decía que ese personaje tiene odiadores porque los que más comentaban eran esos treinta nuevos, que solo dejaron lisuras, insultos y bajezas en nuestra respetable y hasta ese momento inmaculada cajita de opiniones, atrofiando las observaciones de mi público regular, quienes, en algunas ocasiones del programa, decidieron cambiarme ante tanto denuesto racista y barriobajero. Insultos de ese talante hicieron que piense que ese programa con Puti fue el peor que tenido hasta el momento en este canal.

Uy, miren, volvió a decir Chupete de Leche después de unos segundos. Mostró la pantalla del celular. Puti acababa de dejarle un mensaje de voz.

Miren, pues, el cobarde del Profe Puti no solo no tiene eso que ponen las gallinas para hablarme cara a cara, sino que deja un mensaje cobarde. Estoy casi seguro de que se trata de algún insulto de grueso calibre por no haberlo mencionado más en ninguno de mis programas luego de su nefasta presentación. Escuchemos, pues, qué tiene que decirme el Profe Puti, qué cosa lo atormenta.

Fleischman conectó un cable a su celular y la voz potente y gruesa de Puti se sintió en todos los tímpanos de sus circunspectos, diríase aburridos, seguidores.

Hola, Chupete de mi Chele, qué tal. A los años. Escucho muy preocupado que acabas de decir que la U tiene mística. Oye, no seas ignorante y chovinista. Está bien que seas gallina (yo también lo soy), pero no por eso vamos a poner a la U en el mismo saco del Real Madrid. Aquí, en este planeta, el único equipo de fútbol que tiene mística es el Real Madrid. Y, ña, si quieres meter a uno más, ponte al Liverpool, pero nada más. Y ahí lo dejo, fracasado. Sigue en Willax, dando pena. Porque mi gato era el único que te veía, pero mañana me lo almuerzo, así que aquí, en Puente Piedra, desde mañana, te quedas sin seguidores. Chau.

Se oyó un desgarrado miau antes de que acabara el mensaje.

Mírenlo, ve, esta es la calaña del tal Puti, dijo Chupete de Leche, aparentando no estar dolido por el puyazo que le acaban de acomodar con respecto a su precaria situación televisiva. Fleischman ya no brillaba en ATV ni en América, los canales más importantes del Perú. Ahora, languidecía en una estación televisora que luego de la partida de su más conspicua figura, Beto Ortiz, culeante, torvo, y cicatero periodista, se había convertido en una covacha como aquella en donde se refugiaban los roedores que solían merodear por el departamento de Don Groover.

Profe Puti, para que usted lo sepa. La U es un equipo que sí tiene mística. Por solo mencionarle un caso; derrotó a grandes y competitivos equipos internacionales en su camino a la conquista del segundo lugar de la Copa Libertadores de 1972. Solo por el foul artero de Santoro en contra del casi gol de Cachito Ramírez, el sueño del primer lugar se truncó.

Para que usted lo sepa, Profe Puti, continuó Fleischman, un equipo tiene mística cuando transmite la sensación de grandeza por sus proezas, cuando tiene tradición y una conexión especial con sus aficionados. Y la U reúne todos esos requisitos; muy especialmente desde que hizo suyo el tremendísimo subtítulo intercontinental de 1972.

Pero seguro usted no sabe de estas cosas porque es un chibolo y porque cuando ocurrió este suceso místico e histórico no solo para la U, pero para el balompié peruano, usted nadaba.

Chupete de Leche hizo ondas con las manos.

Sí, usted nadaba, ya sabe a lo que me refiero. Usted nadaba…

***

En el wáter.

Pero no nadaba. Tampoco flotaba. Se había atracado en la taza del wáter.

Florindo respiró aliviado.

Había sentido el hincón mientras descargaba la segunda tonelada de choclos del cholo Neyzer. Y ese hincón se produjo luego de transcurridos sesenta minutos del momento en que bebió la pócima preparada por Hilaria. Tuvo la certeza de que punzón estaba nítidamente relacionado con esa bebida, ya que era lo único que había ingerido en toda la mañana. El cielo aún estaba oscuro. Así de sufrida era la vida de Florindo. Y él muy feliz. Le gustaba hacer dinero con el don que Dios le había dado: una musculatura y una fuerza espectaculares.

¿Adónde vas, Florindo?, dijo Neyzer, preocupado.

¡A cagar!, replicó Florindo, feliz, casi llorando de alegría. Sentía que un mundo se le asomaba por el ojo de su culo.

Cuando pasó a las carreras por el puesto de Hilaria, no tuvo tiempo de dejarle unas palabras de agradecimiento. Y si lo hubiera tenido, tampoco habría dicho gran cosa ya que por su humilde educación era un tipo nulamente versado. Y como no la detectó en su campo visual, tampoco pudo regalarle un pulgar arriba, que hubiera dicho: bien jugado, gracias a tu huevada, voy a cagar rico.

***

Casi no había papel en ese baño ófrico e infecto. Apenas un par de cuadritos que no fueron suficientes para la adecuada limpieza de un culo de proporciones. Sí, Florindo ostentaba una tremenda nalgamenta, propia de su gloriosa raza morena. Y así como era de grande, así también le había quedado de embarrado. El mojón había salido sólido y hermoso, pero dejó a su paso una gruesa estela de nata o crema marronuda que se le quedó pegoteada a la piel de sus protuberancias traseras.

Ya qué chucha, pensó. No me voy a estar haciendo problemas por un poco de caca. Se había determinado a usar las manos para asearse las nalgas. Sí, además, ahí hay un cañito para lavármelas después.  

Se limpió el culo con ambas manazas. Con el pantalón abajo, caminando como un pingüino, avanzó hacia el caño. Florindo parecía nuevo, como nacido ayer. Era su ingenuidad: ¿cómo iba a esperar que iba a haber agua en el caño de ese baño? Le dio mil vueltas al grifo y el agua jamás apareció.  

Putamadre, me cagué, se lamentó Florindo. Nunca nadie antes había dicho esa frase de modo tan literal. No había nada cerca con lo que pudiera erradicarse la mierda del cuerpo: hojas de árboles (muy improbables en un baño de un mercado de abastos), papel periódico, algún trapo viejo, nada. Ni siquiera llevaba calcetines a los cuales sacrificar.

El tiempo apremiaba. En cualquier momento, entraría alguien al baño y lo vería así, con el pantalón abajo, las manos y el culo enmierdados. Era cuestión de minutos, quizá segundos, para que todo el mercado dejase de conocerlo como el Negro Florindo y pasase a ser el Cagón Florindo. Nunca antes había llorado, pero un par de gotas empezaron a asomar por la esquina de sus ojos.

Putamadre, y ni cómo limpiarme estas lágrimas, pensó. Se sintió acorralado.

Entonces, escuchó una voz.

Apá, apá.

¿Qué? Tá huevón, pensó. Quién chucha estaba hablando.

Apá, apá, acá hay agüita para tu manito.

Florindo no lo podía creer. El mojón que había cagado, que tenía el tamaño de otro ser humano, y que por eso mismo no pudo pasar por el desagüe, le estaba hablando. Estaba ahí, a su lado, parado, parado como un mojón. Nunca antes tan literal esta frase. Pero era un mojón bueno. Le estaba indicando con sus deditos cremosos y marrones que ahí, en el wáter del cual acababa de salir, había agua para limpiarse.

Venga cá, pá. Acá agüita para tu manito.

Florindo quedó enternecido por esa muestra de lealtad filial. Contento, se lavó las manos en el wáter. También el culo.

Agradecido, abrazó a su mojón: Ese mi hijo, carajo.

***

En la tarde de ese día, un hincha de la U, desaforado, eufórico, extasiado por el segundo puesto alcanzado en la Copa Libertadores, ondeó su camiseta. Lo hizo con tanta vehemencia que esta se le escapó de las manos.  

La prenda, llevada por el viento imperioso de Chincha, terminó cayendo en el cuerpo aún desnudo del mojón de Florindo, que este llevaba en brazos cual bebe lozano y rozagante. La camiseta crema calzó perfecta en el cuerpo moreno del mojón. El nombre inscripto en el espaldar era Gonzalo.  

Te llamarás Gonzalo, querido pedazo de mierda.

El así bautizado Gonzalo, Gonzalo Reynoso, el futuro Profe Puti, cantó: La U, la U, la U, la U, Uhh, Uhh, Uhh, Uhh.

Eres una cagada, hijo mío, dijo Florindo, feliz, orgulloso.


viernes, 16 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 16: El Profe Puti: de mendicante a denunciante

 


Las Leyes Peruanas llegaron a casa con mucha prisa. Justo cuando, por fin, se encontraban a punto de hacer justicia en un caso de maltrato a la mujer, les cayó una notificación al celular: el Profe Puti abriría transmisión dentro de unos cinco minutos en su canal de YouTube. En el título del programa, Puti amenazaba con demandar judicialmente al dibujito ElqueMeloMete por los múltiples daños psicológicos que le infligía sin compasión y a diario en cuanta transmisión hubiera.

El título rezaba: “De esta demanda no te salvas, ElqueMeloMete de mierda. Atente a las consecuencias”.

Las Leyes Peruanas decidieron disfrutar de los rebuznos del Profe desde la comodidad de su sala de estar, un ambiente espacioso y finamente decorado gracias al dinero de la minería ilegal. El enorme televisor, que cubría casi toda una pared, fue una de las tantas compras que se permitieron por obra de los jugosos dividendos provenientes de la micro comercialización de drogas.

Se pusieron muy cómodas sobre la poltrona y sincronizaron el celular con el televisor. La mezquina y deplorable figura del Profe Puti apareció en la pantalla. Las Leyes Peruanas se declaraban “putistas”, seguidoras del Profe Puti. Comulgaban fervientemente con su doblez moral, con su pasión por la mentira y con su lenguaje en todo momento mimetizado con la procacidad.

Ya me colmaste la paciencia, ElqueMeloMete. ¿Crees que con sacarme un vídeo falso donde me chapo con lengua a una de mis alumnas, y le como rico la boquita, me vas a hundir, conchatumadre? A eso se le llama calumnia agraviada. Ya te cagaste, miserable. Tengo grabado ese vídeo y lo he mandado a la policía. Hoy mismo me voy a la comisaría a denunciarte. No voy a parar hasta verte tras las rejas, conchatumaaaa.

Las Leyes Peruanas se cagaron de la risa. Por eso nos gusta este negro bruto. Nosotras jamás habíamos escuchado algo parecido a la calumnia agraviada por un vídeo falso. Nosotras no podemos meter preso a nadie por elaborar un videíto pedorro con la inteligencia artificial. Definitivamente, a este moreno le gusta hablar huevadas. No entendemos cómo es maestro. ¿Se imaginan qué imbecilidades les enseñará a sus alumnos o, mejor dicho, a sus víctimas?

ElqueMeloMete, hoy quiero ver que hagas programa difamándome, dijo Puti.

ElqueMeloMete había anunciado una pronta transmisión en la que aportaría pruebas contundentes de la conducta inmoral del Profe Puti en las aulas. El título del programa rezaba: “Conozcan al PDF del Profe Puti, que le mete mano a sus alumnas para pasarlas de año”.

***

El doctor Pancho Verga llegó a casa preparado para pelear con su mujer. Sabía que no la encontraría en los mejores ánimos ya que desde hacía tres días no llegaba a casa. La excusa de los entrenamientos legales con sus clientes ya había quedado totalmente desgastada. Así que solo quedaba permanecer fuerte y evitar que su mujer lo doblegara.

Dejó el saco en el respaldar de una de las sillas del comedor y se desembarazó de los zapatos, pues estaba a punto de hollar la alfombra persa que su esposa lo forzó a comprar a cambio del perdón por una de sus tantas perradas. Caminó en puntas hacia el cuarto. Entonces, un olor agradabilísimo lo subyugó. Era el inconfundible aroma del arroz con pato que tanto añoraba de su querido Chiclayo, plato favorito del Papa León XIV para más inri.

Amor, oyó decir desde la cocina. ¿Ya llegaste? Sentí el inconfundible sonido de tus pisadas sobre nuestra linda alfombra persa que me compraste por nuestro aniversario de enamorados.

Era su mujer. El doctor no podía creer lo que oyó. ¿O sea que ella no se había dado cuenta de que no había dormido tres noches en la casa? ¿Podía ser posible eso?

Sí, soy yo, se aventuró a decir, casi en un susurro.

Amor, apenas te escucho. Ven a la cocina. Mira la sorpresa que te tengo.

Ya voy, amorcito, dijo el doctor Pancho Verga, mucho más animado y confiado. Pensó: Seguro esta cojuda salió con su familia o con sus amigas y ni notó mi ausencia. Dios está de mi lado, carajo. Dios es peruano. Por algo el Papa es peruano.

Mira lo que te tengo preparado, mi amor, dijo la mujer, revolviendo una masa espesa y humeante en una olla. Tu plato favorito.

¿Y esa sorpresa, mi amor?, se hizo el cojudo el abogado litigante experto en demandas y contrademandas Pancho Verga.

Un día como hoy, hace treinta años, me pediste ser tu enamorada, mi amor. No creo que lo hayas olvidado, dijo exultante la mujer mientras apagaba la hornilla. Aún recuerdo que te me acercaste con esa carita tan pícara tuya y me llevaste al parque a la vuelta de mi casa. Ay, fue todo tan romántico.

El hombre no podía recordar ni siquiera el nombre de la practicante de su estudio con quien acababa de estar tirando todo el fin de semana y mucho menos se iba a acordar de la fecha en que le pidió a la horripilante de su mujer que fuesen enamorados. ¡Enamorados, encima! Ni siquiera el día que le pidió la mano, que se supone es más importante. Pancho Verga apenas si recordaba el conjunto de artículos que componían el código civil. Pero esto último lo tenía sin cuidado, el doctor Verga sabía muy bien que la única ley que todo abogado debía dominar era la siguiente: “Si tienes plata, ganas el juicio. Punto final”.

El letrado reflexionó sobre esta característica alarmante en las mujeres: la capacidad con la que recordaban las cosas más nimias y triviales.

Siéntate a la mesa, papito. Ahorita te llevo tu individual y tu arrocito con pato. ¿Vas a querer una Inka Kolita helada o una Pilsen al polo? Dime, papito, que tus deseos son órdenes.

Había estado chupando todo el fin de semana con su practicante. Esos tres días estuvieron repletos de coca y cerveza. Aunque la muy modosita de la practicante se la pasó tomando solo agua, pero había que verla cómo arrasó con los mil dólares en coca que él se agenció para la ocasión. Era brava. Los jóvenes de ahora ya están de regreso, se decía mientras la veía aspirar líneas y líneas de coca como si las huevas. Entonces, estaba harto de la cerveza. La Inka Kolita le quedaría a pelo.

Una Inka, mi amor.

La carne del pato estaba suavecita. Se desprendía del hueso fácilmente, como una puta de su amante de turno. ¡Ahhhhh! La gaseosa de bandera nacional complementaba muy bien al exquisito potaje norteño.

El celular de Pancho Verga sonó estrepitosamente cuando iba por la mitad del plato. Su esposa, en lugar de comer, se solazaba con el espectáculo de su marido devorándose con delectación el pato. La mujer apenas si tomaba una cocacolita al tiempo. ¿Quién será, papito?, dijo.

Pancho se limpió la boca con la orilla de su corbata y procedió a contestar con total confianza, con mucha concha, dándoselas de abogado requerido y ocupado, y es que las llamadas de sus queridas y amantes estaban programadas para que jamás sonaran o vibraran, a diferencia del resto de sus contactos, que sí, y con toda la alharaca posible. Los números desconocidos, por si las dudas, estaban bloqueados.

¿Sí? ¿Quién habla?, dijo, sin revisar el nombre de quien marcaba, confiado en que era uno de sus miles de contactos, a quienes conocía de facto, -pocos-, y a quienes conocía de alguna sola vez -la mayoría-.

***

Acá estoy con mi abogado, dibujito de mierda. Mi abogado se llama Pancho Verga. Es un bravo de bravos. Jamás ha perdido un caso. Así que prepárate, bufaba Puti, te voy a meter preso, ElqueMeloMete; te voy a meter preso y adentro te lo van a meter a ti más y más, conchatumadre. Hizo una pausa para buscar un contacto en su celular.

¿Quieres que llame a mi abogado, dibujito de porquería? ¿Quieres escuchar a mi abogado? ¿Quieres que te diga cómo te van a abrir el culo en la prisión? ¿Quieres escuchar a mi abogado? ¿Ah? ¡Habla, carajo!

ElqueMeloMete veía atentamente el programa de Puti. ¿Cómo te voy a responder si quiero escuchar a tu abogado, negro cojudo? ¿Acaso estoy ahí a tu lado? ¿Acaso puedo escribirte en los comentarios cuando hace tiempo que me has bloqueado? ¿Eres bruto? ¿Te haces el bruto?

Luego de haber encontrado lo que buscaba, Puti presionó un espacio en su celular y se llevó el aparato al oído. Ahí tá. Tá sonando. Ahorita me contesta el mejor abogado del Perú, conchatumadre. Lo voy a poner en altavoz para que te dé un mensaje fuerte y claro. El teléfono iba a sonar por cuarta vez cuando alguien contestó.

***

¿Quién?

Yo, dotó, el Profe Puti. Lo llamaba para que usted…

Oye, cojudo, no estoy para bromas, dijo el doctor Pancho Verga, mirando tiernamente a los ojos a su mujer, quien le acababa de servir un arroz con pato cojonudo.

Dotó, disculpe, seguro no me recuerda. Soy el Profe Puti, usted siempre me deja mi limosna en mis programas. Usted es mi hincha.

El doctor Pancho Verga era seguidor del programa de Puti. Le llamaba la atención que un negro fuese tan bruto y deslenguado y, sin embargo, mantuviera un trabajo de profesor, cuando le bastaba a cualquiera de sus empleadores sintonizar alguno de los varios programas en los que aparecía para darse cuenta de que la educación de los jóvenes no podía estar en las manos de semejante bestia.  

Sí, le donaba ocasionalmente al Profe unos veinte soles porque, se sinceraba él, le arrancaba francas sonrisas con su nigérrima brutalidad.

En cierta ocasión, cuando Puti se enteró de que Pancho era abogado, y de los buenos, tuvo el atrevimiento de llamarlo en vivo y comprometerlo a ser su defensor legal contra los ataques de sus odiadores, como el Tío Marly o el dibujito ElqueTeloMete, quienes podían ser bichos de un pelaje mucho más inferior que el de las ladillas de las putas con las que se acostaba en desmedro de su mujer.

Ese día el humor de Pancho andaba de buen talante y se permitió ser expuesto y conminado así, públicamente, a ser el abogado de Puti.

Ahora, al parecer, el negro ya creía que por aquel juguetón acercamiento se había convertido en su empleado, que lo podía llamar sin previo aviso a la hora que le diera la gana y que tenía que bailar a su ritmo. Estaba bien huevón este negro confianzudo.

Oe, imbécil, ve a molestar a otra parte, ¿ok? Pancho miró a su mujer como diciéndole que ella era la única dueña de su tiempo en casa y no cualquier pezuñento, mucho menos el bruto de Puti.

Dotó, ya voy a presentar mi denuncia contra ElqueMeloMete. Usted me va a apoyar, ¿no?

Los seguidores de Puti esperaban la respuesta del letrado.

Oye, negro atrevido, que te apoye la puta de tu…

El doctor empezó a hacer arcadas, los ojos se le desorbitaron. Se llevó las manos al cuello. El esófago era como una brasa, y harta sangre empezó a brotar de sus oídos, sus fosas nasales, de su boca.

¡Arrrrrgghhhhh!, fue lo que oyeron los putianos. Luego, como a cierta distancia, las palabras de una mujer: ¿Creías que me iba a quedar tranquila mientras me ponías los cuernos, miserable de mierda?

Dotó, dotó, aló, dotó.

La voz de la mujer continuó liberando otros insultos, pero de Pancho Verga ya no se oyó ni pío.

***

Pero las Leyes Peruanas están conmigo, disimuló Puti, luego de haber enrojecido como un tomate por el desaire del doctor Verga. Sin embargo, altanero y bestia como era, se negó a interpretar el exabrupto del doctor como una negativa de ser su defensor.

Las Leyes Peruanas tomaron el teléfono y llamaron a Puti.

A ver, putianos, alguien me está llamando. ¿Quién será? ¿Aló? ¿Sí? ¿Las Leyes Peruanas? A ver, a ver, seguro que eres un dibujito de mierda. A ver, putianos, este huevón me ha pedido que lo ponga en altavoz. Dice que son las Leyes Peruanas.

Profe, qué tal.

Qué tal, qué tal. Qué quieres, dibujito. Habla.

Nada, Profe, solo decirle que está hablando huevadas. Nosotras, las Leyes Peruanas, jamás te daremos la razón, por el simple hecho de que eres un negro bruto y mal hablado. Así que ni bien hagas tu denuncia, nosotras mismas la vamos a tomar, la vamos a doblar delicadamente y nos vamos a limpiar el culo con ella. ¿Está bien?

Ña, ña, ña, decía Puti, mientras veía memes que le habían hecho en su honor. Le encantaba verse retratado en esas imágenes burlescas. Cuando no lo memeaban, él mismo se aventaba a hablar cojudeces nunca antes dichas para que sus seguidores le apuntasen sus mejores burlas. Puti era incapaz de sostener una conversación, ya que rápidamente se distraía con el celular.

Como las Leyes Peruanas no eran cojudas y entendían cómo funcionaba el cerebro empequeñecido de Puti, desistieron de polemizar con él y aprovecharon para alterarle el récord policial. Automáticamente, apareció como portador de una serie de denuncias; entre ellas, una por grabar potos femeninos en la calle.

El ulular de una sirena policial rompió la tranquilidad de la noche.

Una patrulla se detuvo en la puerta del cuartucho que Puti compartía con cinco venezolanos, quienes, en esos momentos, no estaban en la habitación. Del auto descendieron dos gordos policías. Rompieron la puerta de la habitación y encontraron a Puti mirándolos con cara de imbécil.

¡Alto, carajo! Estás detenido por crear vídeos difamatorios con la IA y por grabar el poto de mi hija en tu celular. Ya te jodiste, negro.

Un calabozo maloliente recibió a Puti con la misma alegría con la que un jornalero recibe su mísero pago. Una mujer de diabólica sonrisa reclinaba su espalda contra una de las paredes de la celda.  

Puti, curioso como siempre, se acercó a ella. Creyó verla sufriendo. No se preocupe, señora, ¿ña? Mi abogado Pancho Verga nos va a sacar a los dos, ña verá.

Ah, reaccionó la mujer, o sea que tú eras el negro que llamaba al sacavueltero de mi marido para tirarse loquitas en los baños, ¿no? Tomó la bacinica que usaban los reclusos del calabozo para desembarazar el vientre y lo aventó en repetidas ocasiones contra la cabeza de cubo de Puti. Ven aquí, negro tramposo, ven para que termines frío como el desgraciado de mi marido.

Puti esquivaba los golpazos sin mucha suerte.

Señora, ya basta de pegarme. Mejor le recito un poema para que se tranquilice. Soy poeta, dijo Puti.

¿A ver?

Puti, aprovechando esta inopinada oportunidad, declamó: Y la cargaría, y la pondría en mi pata al hombro. Las demás, al poto.

¡Hijo de puta!, se desaforó la mujer. ¿Así que tú también eres el enfermo que se expresó así de mi sobrina Samir? La mujer volvió a deformar la cabeza de Puti con la bacinica salpicada de caca. En su cómoda residencia en San Isidro, las Leyes Peruanas se cagaban de la risa.