viernes, 16 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 16: El Profe Puti: de mendicante a denunciante

 


Las Leyes Peruanas llegaron a casa con mucha prisa. Justo cuando, por fin, se encontraban a punto de hacer justicia en un caso de maltrato a la mujer, les cayó una notificación al celular: el Profe Puti abriría transmisión dentro de unos cinco minutos en su canal de YouTube. En el título del programa, Puti amenazaba con demandar judicialmente al dibujito ElqueMeloMete por los múltiples daños psicológicos que le infligía sin compasión y a diario en cuanta transmisión hubiera.

El título rezaba: “De esta demanda no te salvas, ElqueMeloMete de mierda. Atente a las consecuencias”.

Las Leyes Peruanas decidieron disfrutar de los rebuznos del Profe desde la comodidad de su sala de estar, un ambiente espacioso y finamente decorado gracias al dinero de la minería ilegal. El enorme televisor, que cubría casi toda una pared, fue una de las tantas compras que se permitieron por obra de los jugosos dividendos provenientes de la micro comercialización de drogas.

Se pusieron muy cómodas sobre la poltrona y sincronizaron el celular con el televisor. La mezquina y deplorable figura del Profe Puti apareció en la pantalla. Las Leyes Peruanas se declaraban “putistas”, seguidoras del Profe Puti. Comulgaban fervientemente con su doblez moral, con su pasión por la mentira y con su lenguaje en todo momento mimetizado con la procacidad.

Ya me colmaste la paciencia, ElqueMeloMete. ¿Crees que con sacarme un vídeo falso donde me chapo con lengua a una de mis alumnas, y le como rico la boquita, me vas a hundir, conchatumadre? A eso se le llama calumnia agraviada. Ya te cagaste, miserable. Tengo grabado ese vídeo y lo he mandado a la policía. Hoy mismo me voy a la comisaría a denunciarte. No voy a parar hasta verte tras las rejas, conchatumaaaa.

Las Leyes Peruanas se cagaron de la risa. Por eso nos gusta este negro bruto. Nosotras jamás habíamos escuchado algo parecido a la calumnia agraviada por un vídeo falso. Nosotras no podemos meter preso a nadie por elaborar un videíto pedorro con la inteligencia artificial. Definitivamente, a este moreno le gusta hablar huevadas. No entendemos cómo es maestro. ¿Se imaginan qué imbecilidades les enseñará a sus alumnos o, mejor dicho, a sus víctimas?

ElqueMeloMete, hoy quiero ver que hagas programa difamándome, dijo Puti.

ElqueMeloMete había anunciado una pronta transmisión en la que aportaría pruebas contundentes de la conducta inmoral del Profe Puti en las aulas. El título del programa rezaba: “Conozcan al PDF del Profe Puti, que le mete mano a sus alumnas para pasarlas de año”.

***

El doctor Pancho Verga llegó a casa preparado para pelear con su mujer. Sabía que no la encontraría en los mejores ánimos ya que desde hacía tres días no llegaba a casa. La excusa de los entrenamientos legales con sus clientes ya había quedado totalmente desgastada. Así que solo quedaba permanecer fuerte y evitar que su mujer lo doblegara.

Dejó el saco en el respaldar de una de las sillas del comedor y se desembarazó de los zapatos, pues estaba a punto de hollar la alfombra persa que su esposa lo forzó a comprar a cambio del perdón por una de sus tantas perradas. Caminó en puntas hacia el cuarto. Entonces, un olor agradabilísimo lo subyugó. Era el inconfundible aroma del arroz con pato que tanto añoraba de su querido Chiclayo, plato favorito del Papa León XIV para más inri.

Amor, oyó decir desde la cocina. ¿Ya llegaste? Sentí el inconfundible sonido de tus pisadas sobre nuestra linda alfombra persa que me compraste por nuestro aniversario de enamorados.

Era su mujer. El doctor no podía creer lo que oyó. ¿O sea que ella no se había dado cuenta de que no había dormido tres noches en la casa? ¿Podía ser posible eso?

Sí, soy yo, se aventuró a decir, casi en un susurro.

Amor, apenas te escucho. Ven a la cocina. Mira la sorpresa que te tengo.

Ya voy, amorcito, dijo el doctor Pancho Verga, mucho más animado y confiado. Pensó: Seguro esta cojuda salió con su familia o con sus amigas y ni notó mi ausencia. Dios está de mi lado, carajo. Dios es peruano. Por algo el Papa es peruano.

Mira lo que te tengo preparado, mi amor, dijo la mujer, revolviendo una masa espesa y humeante en una olla. Tu plato favorito.

¿Y esa sorpresa, mi amor?, se hizo el cojudo el abogado litigante experto en demandas y contrademandas Pancho Verga.

Un día como hoy, hace treinta años, me pediste ser tu enamorada, mi amor. No creo que lo hayas olvidado, dijo exultante la mujer mientras apagaba la hornilla. Aún recuerdo que te me acercaste con esa carita tan pícara tuya y me llevaste al parque a la vuelta de mi casa. Ay, fue todo tan romántico.

El hombre no podía recordar ni siquiera el nombre de la practicante de su estudio con quien acababa de estar tirando todo el fin de semana y mucho menos se iba a acordar de la fecha en que le pidió a la horripilante de su mujer que fuesen enamorados. ¡Enamorados, encima! Ni siquiera el día que le pidió la mano, que se supone es más importante. Pancho Verga apenas si recordaba el conjunto de artículos que componían el código civil. Pero esto último lo tenía sin cuidado, el doctor Verga sabía muy bien que la única ley que todo abogado debía dominar era la siguiente: “Si tienes plata, ganas el juicio. Punto final”.

El letrado reflexionó sobre esta característica alarmante en las mujeres: la capacidad con la que recordaban las cosas más nimias y triviales.

Siéntate a la mesa, papito. Ahorita te llevo tu individual y tu arrocito con pato. ¿Vas a querer una Inka Kolita helada o una Pilsen al polo? Dime, papito, que tus deseos son órdenes.

Había estado chupando todo el fin de semana con su practicante. Esos tres días estuvieron repletos de coca y cerveza. Aunque la muy modosita de la practicante se la pasó tomando solo agua, pero había que verla cómo arrasó con los mil dólares en coca que él se agenció para la ocasión. Era brava. Los jóvenes de ahora ya están de regreso, se decía mientras la veía aspirar líneas y líneas de coca como si las huevas. Entonces, estaba harto de la cerveza. La Inka Kolita le quedaría a pelo.

Una Inka, mi amor.

La carne del pato estaba suavecita. Se desprendía del hueso fácilmente, como una puta de su amante de turno. ¡Ahhhhh! La gaseosa de bandera nacional complementaba muy bien al exquisito potaje norteño.

El celular de Pancho Verga sonó estrepitosamente cuando iba por la mitad del plato. Su esposa, en lugar de comer, se solazaba con el espectáculo de su marido devorándose con delectación el pato. La mujer apenas si tomaba una cocacolita al tiempo. ¿Quién será, papito?, dijo.

Pancho se limpió la boca con la orilla de su corbata y procedió a contestar con total confianza, con mucha concha, dándoselas de abogado requerido y ocupado, y es que las llamadas de sus queridas y amantes estaban programadas para que jamás sonaran o vibraran, a diferencia del resto de sus contactos, que sí, y con toda la alharaca posible. Los números desconocidos, por si las dudas, estaban bloqueados.

¿Sí? ¿Quién habla?, dijo, sin revisar el nombre de quien marcaba, confiado en que era uno de sus miles de contactos, a quienes conocía de facto, -pocos-, y a quienes conocía de alguna sola vez -la mayoría-.

***

Acá estoy con mi abogado, dibujito de mierda. Mi abogado se llama Pancho Verga. Es un bravo de bravos. Jamás ha perdido un caso. Así que prepárate, bufaba Puti, te voy a meter preso, ElqueMeloMete; te voy a meter preso y adentro te lo van a meter a ti más y más, conchatumadre. Hizo una pausa para buscar un contacto en su celular.

¿Quieres que llame a mi abogado, dibujito de porquería? ¿Quieres escuchar a mi abogado? ¿Quieres que te diga cómo te van a abrir el culo en la prisión? ¿Quieres escuchar a mi abogado? ¿Ah? ¡Habla, carajo!

ElqueMeloMete veía atentamente el programa de Puti. ¿Cómo te voy a responder si quiero escuchar a tu abogado, negro cojudo? ¿Acaso estoy ahí a tu lado? ¿Acaso puedo escribirte en los comentarios cuando hace tiempo que me has bloqueado? ¿Eres bruto? ¿Te haces el bruto?

Luego de haber encontrado lo que buscaba, Puti presionó un espacio en su celular y se llevó el aparato al oído. Ahí tá. Tá sonando. Ahorita me contesta el mejor abogado del Perú, conchatumadre. Lo voy a poner en altavoz para que te dé un mensaje fuerte y claro. El teléfono iba a sonar por cuarta vez cuando alguien contestó.

***

¿Quién?

Yo, dotó, el Profe Puti. Lo llamaba para que usted…

Oye, cojudo, no estoy para bromas, dijo el doctor Pancho Verga, mirando tiernamente a los ojos a su mujer, quien le acababa de servir un arroz con pato cojonudo.

Dotó, disculpe, seguro no me recuerda. Soy el Profe Puti, usted siempre me deja mi limosna en mis programas. Usted es mi hincha.

El doctor Pancho Verga era seguidor del programa de Puti. Le llamaba la atención que un negro fuese tan bruto y deslenguado y, sin embargo, mantuviera un trabajo de profesor, cuando le bastaba a cualquiera de sus empleadores sintonizar alguno de los varios programas en los que aparecía para darse cuenta de que la educación de los jóvenes no podía estar en las manos de semejante bestia.  

Sí, le donaba ocasionalmente al Profe unos veinte soles porque, se sinceraba él, le arrancaba francas sonrisas con su nigérrima brutalidad.

En cierta ocasión, cuando Puti se enteró de que Pancho era abogado, y de los buenos, tuvo el atrevimiento de llamarlo en vivo y comprometerlo a ser su defensor legal contra los ataques de sus odiadores, como el Tío Marly o el dibujito ElqueTeloMete, quienes podían ser bichos de un pelaje mucho más inferior que el de las ladillas de las putas con las que se acostaba en desmedro de su mujer.

Ese día el humor de Pancho andaba de buen talante y se permitió ser expuesto y conminado así, públicamente, a ser el abogado de Puti.

Ahora, al parecer, el negro ya creía que por aquel juguetón acercamiento se había convertido en su empleado, que lo podía llamar sin previo aviso a la hora que le diera la gana y que tenía que bailar a su ritmo. Estaba bien huevón este negro confianzudo.

Oe, imbécil, ve a molestar a otra parte, ¿ok? Pancho miró a su mujer como diciéndole que ella era la única dueña de su tiempo en casa y no cualquier pezuñento, mucho menos el bruto de Puti.

Dotó, ya voy a presentar mi denuncia contra ElqueMeloMete. Usted me va a apoyar, ¿no?

Los seguidores de Puti esperaban la respuesta del letrado.

Oye, negro atrevido, que te apoye la puta de tu…

El doctor empezó a hacer arcadas, los ojos se le desorbitaron. Se llevó las manos al cuello. El esófago era como una brasa, y harta sangre empezó a brotar de sus oídos, sus fosas nasales, de su boca.

¡Arrrrrgghhhhh!, fue lo que oyeron los putianos. Luego, como a cierta distancia, las palabras de una mujer: ¿Creías que me iba a quedar tranquila mientras me ponías los cuernos, miserable de mierda?

Dotó, dotó, aló, dotó.

La voz de la mujer continuó liberando otros insultos, pero de Pancho Verga ya no se oyó ni pío.

***

Pero las Leyes Peruanas están conmigo, disimuló Puti, luego de haber enrojecido como un tomate por el desaire del doctor Verga. Sin embargo, altanero y bestia como era, se negó a interpretar el exabrupto del doctor como una negativa de ser su defensor.

Las Leyes Peruanas tomaron el teléfono y llamaron a Puti.

A ver, putianos, alguien me está llamando. ¿Quién será? ¿Aló? ¿Sí? ¿Las Leyes Peruanas? A ver, a ver, seguro que eres un dibujito de mierda. A ver, putianos, este huevón me ha pedido que lo ponga en altavoz. Dice que son las Leyes Peruanas.

Profe, qué tal.

Qué tal, qué tal. Qué quieres, dibujito. Habla.

Nada, Profe, solo decirle que está hablando huevadas. Nosotras, las Leyes Peruanas, jamás te daremos la razón, por el simple hecho de que eres un negro bruto y mal hablado. Así que ni bien hagas tu denuncia, nosotras mismas la vamos a tomar, la vamos a doblar delicadamente y nos vamos a limpiar el culo con ella. ¿Está bien?

Ña, ña, ña, decía Puti, mientras veía memes que le habían hecho en su honor. Le encantaba verse retratado en esas imágenes burlescas. Cuando no lo memeaban, él mismo se aventaba a hablar cojudeces nunca antes dichas para que sus seguidores le apuntasen sus mejores burlas. Puti era incapaz de sostener una conversación, ya que rápidamente se distraía con el celular.

Como las Leyes Peruanas no eran cojudas y entendían cómo funcionaba el cerebro empequeñecido de Puti, desistieron de polemizar con él y aprovecharon para alterarle el récord policial. Automáticamente, apareció como portador de una serie de denuncias; entre ellas, una por grabar potos femeninos en la calle.

El ulular de una sirena policial rompió la tranquilidad de la noche.

Una patrulla se detuvo en la puerta del cuartucho que Puti compartía con cinco venezolanos, quienes, en esos momentos, no estaban en la habitación. Del auto descendieron dos gordos policías. Rompieron la puerta de la habitación y encontraron a Puti mirándolos con cara de imbécil.

¡Alto, carajo! Estás detenido por crear vídeos difamatorios con la IA y por grabar el poto de mi hija en tu celular. Ya te jodiste, negro.

Un calabozo maloliente recibió a Puti con la misma alegría con la que un jornalero recibe su mísero pago. Una mujer de diabólica sonrisa reclinaba su espalda contra una de las paredes de la celda.  

Puti, curioso como siempre, se acercó a ella. Creyó verla sufriendo. No se preocupe, señora, ¿ña? Mi abogado Pancho Verga nos va a sacar a los dos, ña verá.

Ah, reaccionó la mujer, o sea que tú eras el negro que llamaba al sacavueltero de mi marido para tirarse loquitas en los baños, ¿no? Tomó la bacinica que usaban los reclusos del calabozo para desembarazar el vientre y lo aventó en repetidas ocasiones contra la cabeza de cubo de Puti. Ven aquí, negro tramposo, ven para que termines frío como el desgraciado de mi marido.

Puti esquivaba los golpazos sin mucha suerte.

Señora, ya basta de pegarme. Mejor le recito un poema para que se tranquilice. Soy poeta, dijo Puti.

¿A ver?

Puti, aprovechando esta inopinada oportunidad, declamó: Y la cargaría, y la pondría en mi pata al hombro. Las demás, al poto.

¡Hijo de puta!, se desaforó la mujer. ¿Así que tú también eres el enfermo que se expresó así de mi sobrina Samir? La mujer volvió a deformar la cabeza de Puti con la bacinica salpicada de caca. En su cómoda residencia en San Isidro, las Leyes Peruanas se cagaban de la risa.


domingo, 4 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 15: La voz de Homero

 


Yo creé la voz de Homero, Lorna. Tienes que agradecerme a mí, pongo de mierda. Porque eso es lo que eres, un pongo de mierda. Alguien sin talento, sin oficio y sin beneficio que agacha la cabeza ante el patrón.

Lorna, mientras rebanaba la pota que serviría al día siguiente en los platos de ceviche y chicharrón, siempre en trozos muy pequeños para la obtención del mayor rendimiento posible, escuchaba atentamente la catilinaria que le dedicaba Groover en su programa “Cuchillos Largos”. Este viejo siempre está inventando huevadas, pensaba. Para que la pota pudiese cortarse con facilidad, había que someterla a intensos y prolongados hervores. La que estaba cortando Lorna no había sido sometida a esa buena práctica. Qué chucha. No es la primera vez que comen la pota dura estos serranos, decía, picando con esfuerzo al molusco y refiriéndose a los clientes que solían consumir la limitada carta de platos marinos de la cevichería de su tío putativo, don Prudencio Cascajo. En realidad, la cevichería le pertenecía a su tía Castañita Choca, pero Prudencio, su conviviente, se había adueñado del negocio a los pocos meses de arrejuntados. Doña Castañita Choca había hecho todo cuanto estuvo en sus manos para criar y educar a Lorna. Arturo -que ese era el nombre de Lorna- quería inmensamente a doña Castañita, la adoraba como a la madre que nunca tuvo o que no llegó a conocer debido a imponderables de la vida.

Con esa voz de cabro que tiene, sabía que no llegaría lejos en este mundo de la Brutalidad. Por eso yo, yo, Groover, al verlo disminuido y desvalido, le recomendé, prácticamente le exigí, que usara un modulador de voz. ‘Usa una voz que sea pendeja, una voz gruesa y cachacienta. Solo así serás algo en este mundo. Solo así impondrás respeto, huevonazo’, recuerdo clarito que le reconvine. Y no me vas a dejar mentir, Lorna conchatumadre. Yo sé que me estás escuchando. La cosa es que el huevón me hizo caso. A los pocos días, empezó a intervenir en el programa de Montecito, pero con la voz de Homero Simpson. Puta, a pesar de que no aportaba sustancia a las conversaciones, su sola nueva voz, la de Homero, ya trasuntaba esa picardía que Dios no le dio, porque lo que natura no da, Salamanca no presta.

Suéltame, Prudencio, suéltame, gritó una mujer.

Arturo dejó el cuchillo sobre la mesa y corrió en dirección a la fuente de los alaridos. Al parecer, como ya se había hecho costumbre, Prudencio, nuevamente ebrio, golpeaba a Castañita, cuyos gritos provenían de la habitación de la pareja. Cuando Arturo ingresó en ella, halló a Prudencio propinándole a su tía severos puntapiés en el estómago. Mientras la pateaba, Prudencio gritaba, con la modulación vocal de un narrador deportivo de antaño: Fuentes se la pasa Mifflin (patada), Mifflin a Chale (patada), Chale a Baylón (patada), Baylón a Cubillas (patada) y ¡goooool! (patadón). Los vecinos que pasaban por la cevichería y oían las exclamaciones futboleras de Prudencio se preguntaban si estaban pasando algún partido importante por la tele a esas horas de la noche.

Ya deje de pegarle a mi tía. Ya estoy cansado de sus maltratos, dijo Arturo.

Cubillas no se cansa, quiere meter otro gol, dijo Prudencio y corrió hacia Arturo. Cubillas quiere meter un doblete, Cubillas quiere coronar y ¡goooool! A pesar de sus setenta años y de que Lorna era muchísimo más corpulento y alto, Prudencio logró incrustarle el zapato en la boca del estómago.

Si vas a pararle el macho a alguien, mocoso de mierda, asegúrate de tener voz de macho. Tu voz de cabro solo me hace cagar de la risa.

Prudencio volvió el cuerpo y la mirada hacia su mujer. Aún estaba consciente. Se tomaba la barriga con ambas manos. Al parecer, Castañita no se encontraba en el estado que Prudencio deseaba. Entonces, antes de reanudar su empresa, exclamó: Y empieza el segundo tiempo del partido, Fuentes se la pasa a Mifflin (patada),…

***

Déjenme solo con este conchasumadre, exigió Groover. Los panelistas del programa “Cuchillos Largos” mutearon sus micrófonos y solícitamente se dispusieron a saborear la pulla que protagonizarían Groover y Arturo Lorna.

Por si acaso, tu voz no me va a intimidar, pedazo de vago, empezó Groover.

Lorna decidió debatir con su voz natural, con la de fábrica, con la de cabro. Dijo: Siñurs, nu vuy a permitir que ustid mi diga cusas duras.

Calla, payaso, ahora vas a saber lo que es bueno, lo cortó Groover y empezó a detallarle las desgracias de su vida que se habían filtrado gracias a los soplones de la Brutalidad, personajes anónimos que pululaban en cualquier bando, el de Montes o el de Groover, con tal de que generar confrontación. El mundo de la Brutalidad estaba al tanto de los conflictos hogareños de Arturo Lorna; específicamente, de la beligerancia con la que Prudencio, el tío político, trataba a su tía. Se sabía que Prudencio había llegado al extremo de asemejar a su señora a una pelota de fútbol. La Brutalidad le había colocado a la señora el mote de Viniball, extinta y conocida marca de balones.

Los calificativos de Groover afectaron muy seriamente a Lorna, tanto así que este empezó a sollozar, pero se muteó oportunamente para que nadie lo oyera.

Dejas que tu tío use a tu tía de pelota, carajo. ¿Dónde se ha visto eso? ¿Acaso no tienes los huevos para defenderla? Pero, claro, con esa voz de cabro que tienes, tu tío seguro también te agarra de balón. Lo puedo jurar, conchasumadre.

Las palabras de Groover fueron como el dedo que apachurraba el grano de pus. Lorna cayó al fondo de un pozo colmado de dolor. Lo que el Viejo acababa de intuir no era nada más que la pura y cruel verdad: Prudencio abusaba de su tía y de él.  

Arturo llegó a la impajaritable conclusión de que no podía vivir sin la voz de Homero Simpson. Esa voz le daba calle, le otorgaba prestancia, le confería autoridad. Pensó responderle a Groover encendiendo la diminuta cajita electrónica que trastocaba su amariconada y apaisanada voz para convertirla en la pendeja y estentórea de Homero Simpson; pero eso hubiera sido volver a usurpar una identidad. Arturo decidió que tenía que poseer la voz de Homero para siempre. Entonces, fue a la cocina y tomó el cuchillo con el que picaba la pota. No temió abandonar la transmisión, ya que una vez que Groover hablaba no había forma de callarlo. Ese cojudo estaba enamorado de sí mismo y de las tremendas huevadas que rebuznaba. Ni cuenta se daría de que Arturo lo dejaría hablando solo.

Antes de clavarse el cuchillo en el cuello para incrustarse la cajita con la voz de Homero, meditó por última vez su decisión: Sí, era la única forma de cambiar, de ser alguien seguro de mí mismo. Claro, se le ocurrió, por eso Groover es así como es: moralmente indestructible. Gracias a su potente voz. A ese huevón lo han acusado de todas las bajezas posibles, le han enviado pizzas-bomba a su casa, le han dicho que tiene sida, el amor virtual de su vida, Bafi, la cazamaridones, se ha reconciliado con él, y todo por su poderosa voz. Y siempre que he aparecido en el “Habla Montecito” con la voz de Homero he generado muchas vistas, la gente se pega al programa así no diga nada, porque saben que cualquier cosa que diga con esa voz será algo interesante. Cuando habla Arturo, todo se va a la mierda. Desaparezco. Cuando soy yo mismo, soy la invisibilidad del pobre, soy el reclamo de un Quispe, de un Ataucusi, de un cholito que nadie quiere ver. Robustecido en su decisión, reafirmó el cuchillo en su mano y se abrió un agujero en el cuello. La sangre le salió a borbotones, ensuciando la cocina que hacía un par de horas había terminado de limpiar y fregar el buen don Prudencio, quien ya se encontraba descansando en su habitación porque debía levantarse a las tres de la mañana para comprar en el terminal pesquero de Trujillo los pescados más frescos que ofrecería al día siguiente en la cevichería.

Con precisión de cirujano, se ensartó el aparatito de la voz de Homero justo en las conexiones medulares de las cuerdas vocales. Soportando el dolor, probó la voz. Au, conchatumadre, au, conchatumadre, decía tentadora y pungentemente. Oírse ya como Homero Simpson fue todo un triunfo, una redentora transformación. Había logrado una cirugía de la putamadre.

Dejando de lado el éxtasis que le producía ser otro, alguien infinitamente superior al deslucido Arturo Lorna, tomó el hilo de pescar, que sabía estaba en uno de los cajones cercanos al punto en donde se realizó la tamaña proeza quirúrgica, y se suturó el agujero.

Volvió a probar su nueva voz luego de haberse echado un paracetamol: Ahora sí, Viejo reconchatumadre, ahora vas a saber quién es Homero Lorna. En ese momento, había dejado de llamarse Arturo para ser por siempre Homero, Homero Lorna. Mataría con acritud e impíamente a todo aquel que se atreviera a llamarlo Arturo, empezando por el viejo Groover, quien, seguramente, seguía despotricando contra él sin darse cuenta, el muy huevón, de que estaba hablando in absentia adversarii.   

Arturo, hijo de la gran puta, qué has hecho, carajo. Prudencio, como nunca, había bajado a la cocina en busca de un trago de agua. Estaba dándose con el infausto escenario de su lugar de trabajo inundado en sangre y mierda. Arturo, qué has hecho, cojudo, qué has hecho, responde. Pero Arturo ya no era Arturo; era Homero, y no estaba dispuesto a ser llamado con el nombre de ese pusilánime que acababa de morir hacía unos minutos, mucho menos por el desalmado este que le pega a la señora que yo considero como si fuera mi verdadera madre.

Don Prudencio empezó a calentar las piernas a lo Maradona. Iba a replicar con Lorna el partido que el Perú le ganó al Uruguay en el estadio Centenario el 23 de agosto de 1981 bajo la dirección del gran Tim. Terminada la calistenia, se acercó a Lorna exclamando, como poseso: Ahí está Julio César Uribe frente a Barrios, sigue Julio César, Juan Carlos Oblitas, consigue descontarlo, Juan Carlos Oblitas, Juan Carlos Oblitas, vamos Perú, Juan Carlos Oblitas para La Rosa, La Rosa libre para tirar y…

Un cuchillazo en la frente terminó con los delirios de don Prudencio, evitando que La Rosa conquistara el primer tanto para el Perú. Homero Lorna tomó el cuerpo del muerto, lo desnudó y lo picó. Del cuerpo rendidor, aunque algo duro, de Prudencio no solo salió material para los ceviches de pota del día siguiente, sino también para los pulpos a la parrilla, las leches de tigre con chicharrón y los infaltables chupes de camarón. Homero Lorna pensó que el sabor de la carne de don Prudencio, parecido al de la suela rancia de un zapato, podría ser fácilmente disimulado con los sachets de mayonesa Alacena que había en abundancia. Ahora voy por ti, Groover conchatuabuela.

***

…o sea, eres un administrador de empresas sin empresa, sin ni mierda de experiencia, sin oficio, sin beneficio, un administrador de empresas que solo es bueno para hacer memes. Cuando vayas a buscar trabajo te van a decir: ‘¿Qué sabes hacer, oe, imbécil?’ ¿Y qué vas a contestar? ‘Siñurs, yu sulu sí hacirs mimis muy graciusus, siñurs’. ‘¡Fuera conchatumadre!’, te van a decir, y te van a botar a ti y a tu curriculum por la cloaca de la ignominia, te van a echar por...

Ya, cállate, huevonazo, irrumpió Homero Lorna. Al menos, yo no sangro a mi mamá; yo no le succiono la pensión como zancudo. Tampoco prendo programas solitarios en Kick esperando que mi patrón me deje caer unas limosnas. Tampoco me endulzan diciendo que voy a protagonizar un programa político con el coquero de Cocavel para que luego me dejen botado como caca en el rincón del corral. Al menos, con mis veintiséis añitos, soy joven, soy una guagua, y tengo toda la vida por delante. En cambio, tú tienes sida y casi cincuenta años, tu familia te repudia y estás al borde de la muerte, y encima das pena haciendo un programita de YouTube que nadie ve, y hablas solo como loco toda la madrugada, y te quedas jato babeando, roncando, con semen en la mano luego de haber alucinado con las tetas de Bafi. Eso es dar pena. Y le doy gracias a Dios que no soy tú.

Groover no pudo hacer nada contra la voz potente y pendeja de Homero. Había estado denigrando a Lorna durante tres horas consecutivas y Lorna, Homero Lorna, en tan solo un minuto, lo había destruido por completo. Groover abandonó la transmisión con el rabo entre las patas.

Buena, Homero; ya el Viejo se estaba pasando de pendejo.

Excelente, Homero, ánimos; yo tengo ochenta años y no he hecho nada con mi vida, pero ahora que me has descubierto la realidad de Groover, me alegra al menos no ser él. Eran algunos de los comentarios.

El programa terminó hacia las seis de la mañana. Doña Castañita tocó la puerta del cuarto de su casi hijo. Le consultó si no había visto a su tío. Creo que se fue temprano a buscar pescado. Seguro se quedó tomando con sus amigos. No te preocupes que yo me encargo del restaurante hoy, dijo con dulzura y severidad.

¿Y esa voz, hijito?, se sorprendió la tía. Ella, que siempre solía instigarlo con que busque trabajo, sintió un terror cerval y no agregó más; por el contrario, se ofreció a prepararle un suculento desayuno.

Está bien, tía, pero que sea un buen desayuno, por favor, tronó Homero. Más bien, si va a usar la carne de la refri, échele harta mayonesa Alacena. No vaya a ser que me sepa hasta el culo.