viernes, 16 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 16: El Profe Puti: de mendicante a denunciante

 


Las Leyes Peruanas llegaron a casa con mucha prisa. Justo cuando, por fin, se encontraban a punto de hacer justicia en un caso de maltrato a la mujer, les cayó una notificación al celular: el Profe Puti abriría transmisión dentro de unos cinco minutos en su canal de YouTube. En el título del programa, Puti amenazaba con demandar judicialmente al dibujito ElqueMeloMete por los múltiples daños psicológicos que le infligía sin compasión y a diario en cuanta transmisión hubiera.

El título rezaba: “De esta demanda no te salvas, ElqueMeloMete de mierda. Atente a las consecuencias”.

Las Leyes Peruanas decidieron disfrutar de los rebuznos del Profe desde la comodidad de su sala de estar, un ambiente espacioso y finamente decorado gracias al dinero de la minería ilegal. El enorme televisor, que cubría casi toda una pared, fue una de las tantas compras que se permitieron por obra de los jugosos dividendos provenientes de la micro comercialización de drogas.

Se pusieron muy cómodas sobre la poltrona y sincronizaron el celular con el televisor. La mezquina y deplorable figura del Profe Puti apareció en la pantalla. Las Leyes Peruanas se declaraban “putistas”, seguidoras del Profe Puti. Comulgaban fervientemente con su doblez moral, con su pasión por la mentira y con su lenguaje en todo momento mimetizado con la procacidad.

Ya me colmaste la paciencia, ElqueMeloMete. ¿Crees que con sacarme un vídeo falso donde me chapo con lengua a una de mis alumnas, y le como rico la boquita, me vas a hundir, conchatumadre? A eso se le llama calumnia agraviada. Ya te cagaste, miserable. Tengo grabado ese vídeo y lo he mandado a la policía. Hoy mismo me voy a la comisaría a denunciarte. No voy a parar hasta verte tras las rejas, conchatumaaaa.

Las Leyes Peruanas se cagaron de la risa. Por eso nos gusta este negro bruto. Nosotras jamás habíamos escuchado algo parecido a la calumnia agraviada por un vídeo falso. Nosotras no podemos meter preso a nadie por elaborar un videíto pedorro con la inteligencia artificial. Definitivamente, a este moreno le gusta hablar huevadas. No entendemos cómo es maestro. ¿Se imaginan qué imbecilidades les enseñará a sus alumnos o, mejor dicho, a sus víctimas?

ElqueMeloMete, hoy quiero ver que hagas programa difamándome, dijo Puti.

ElqueMeloMete había anunciado una pronta transmisión en la que aportaría pruebas contundentes de la conducta inmoral del Profe Puti en las aulas. El título del programa rezaba: “Conozcan al PDF del Profe Puti, que le mete mano a sus alumnas para pasarlas de año”.

***

El doctor Pancho Verga llegó a casa preparado para pelear con su mujer. Sabía que no la encontraría en los mejores ánimos ya que desde hacía tres días no llegaba a casa. La excusa de los entrenamientos legales con sus clientes ya había quedado totalmente desgastada. Así que solo quedaba permanecer fuerte y evitar que su mujer lo doblegara.

Dejó el saco en el respaldar de una de las sillas del comedor y se desembarazó de los zapatos, pues estaba a punto de hollar la alfombra persa que su esposa lo forzó a comprar a cambio del perdón por una de sus tantas perradas. Caminó en puntas hacia el cuarto. Entonces, un olor agradabilísimo lo subyugó. Era el inconfundible aroma del arroz con pato que tanto añoraba de su querido Chiclayo, plato favorito del Papa León XIV para más inri.

Amor, oyó decir desde la cocina. ¿Ya llegaste? Sentí el inconfundible sonido de tus pisadas sobre nuestra linda alfombra persa que me compraste por nuestro aniversario de enamorados.

Era su mujer. El doctor no podía creer lo que oyó. ¿O sea que ella no se había dado cuenta de que no había dormido tres noches en la casa? ¿Podía ser posible eso?

Sí, soy yo, se aventuró a decir, casi en un susurro.

Amor, apenas te escucho. Ven a la cocina. Mira la sorpresa que te tengo.

Ya voy, amorcito, dijo el doctor Pancho Verga, mucho más animado y confiado. Pensó: Seguro esta cojuda salió con su familia o con sus amigas y ni notó mi ausencia. Dios está de mi lado, carajo. Dios es peruano. Por algo el Papa es peruano.

Mira lo que te tengo preparado, mi amor, dijo la mujer, revolviendo una masa espesa y humeante en una olla. Tu plato favorito.

¿Y esa sorpresa, mi amor?, se hizo el cojudo el abogado litigante experto en demandas y contrademandas Pancho Verga.

Un día como hoy, hace treinta años, me pediste ser tu enamorada, mi amor. No creo que lo hayas olvidado, dijo exultante la mujer mientras apagaba la hornilla. Aún recuerdo que te me acercaste con esa carita tan pícara tuya y me llevaste al parque a la vuelta de mi casa. Ay, fue todo tan romántico.

El hombre no podía recordar ni siquiera el nombre de la practicante de su estudio con quien acababa de estar tirando todo el fin de semana y mucho menos se iba a acordar de la fecha en que le pidió a la horripilante de su mujer que fuesen enamorados. ¡Enamorados, encima! Ni siquiera el día que le pidió la mano, que se supone es más importante. Pancho Verga apenas si recordaba el conjunto de artículos que componían el código civil. Pero esto último lo tenía sin cuidado, el doctor Verga sabía muy bien que la única ley que todo abogado debía dominar era la siguiente: “Si tienes plata, ganas el juicio. Punto final”.

El letrado reflexionó sobre esta característica alarmante en las mujeres: la capacidad con la que recordaban las cosas más nimias y triviales.

Siéntate a la mesa, papito. Ahorita te llevo tu individual y tu arrocito con pato. ¿Vas a querer una Inka Kolita helada o una Pilsen al polo? Dime, papito, que tus deseos son órdenes.

Había estado chupando todo el fin de semana con su practicante. Esos tres días estuvieron repletos de coca y cerveza. Aunque la muy modosita de la practicante se la pasó tomando solo agua, pero había que verla cómo arrasó con los mil dólares en coca que él se agenció para la ocasión. Era brava. Los jóvenes de ahora ya están de regreso, se decía mientras la veía aspirar líneas y líneas de coca como si las huevas. Entonces, estaba harto de la cerveza. La Inka Kolita le quedaría a pelo.

Una Inka, mi amor.

La carne del pato estaba suavecita. Se desprendía del hueso fácilmente, como una puta de su amante de turno. ¡Ahhhhh! La gaseosa de bandera nacional complementaba muy bien al exquisito potaje norteño.

El celular de Pancho Verga sonó estrepitosamente cuando iba por la mitad del plato. Su esposa, en lugar de comer, se solazaba con el espectáculo de su marido devorándose con delectación el pato. La mujer apenas si tomaba una cocacolita al tiempo. ¿Quién será, papito?, dijo.

Pancho se limpió la boca con la orilla de su corbata y procedió a contestar con total confianza, con mucha concha, dándoselas de abogado requerido y ocupado, y es que las llamadas de sus queridas y amantes estaban programadas para que jamás sonaran o vibraran, a diferencia del resto de sus contactos, que sí, y con toda la alharaca posible. Los números desconocidos, por si las dudas, estaban bloqueados.

¿Sí? ¿Quién habla?, dijo, sin revisar el nombre de quien marcaba, confiado en que era uno de sus miles de contactos, a quienes conocía de facto, -pocos-, y a quienes conocía de alguna sola vez -la mayoría-.

***

Acá estoy con mi abogado, dibujito de mierda. Mi abogado se llama Pancho Verga. Es un bravo de bravos. Jamás ha perdido un caso. Así que prepárate, bufaba Puti, te voy a meter preso, ElqueMeloMete; te voy a meter preso y adentro te lo van a meter a ti más y más, conchatumadre. Hizo una pausa para buscar un contacto en su celular.

¿Quieres que llame a mi abogado, dibujito de porquería? ¿Quieres escuchar a mi abogado? ¿Quieres que te diga cómo te van a abrir el culo en la prisión? ¿Quieres escuchar a mi abogado? ¿Ah? ¡Habla, carajo!

ElqueMeloMete veía atentamente el programa de Puti. ¿Cómo te voy a responder si quiero escuchar a tu abogado, negro cojudo? ¿Acaso estoy ahí a tu lado? ¿Acaso puedo escribirte en los comentarios cuando hace tiempo que me has bloqueado? ¿Eres bruto? ¿Te haces el bruto?

Luego de haber encontrado lo que buscaba, Puti presionó un espacio en su celular y se llevó el aparato al oído. Ahí tá. Tá sonando. Ahorita me contesta el mejor abogado del Perú, conchatumadre. Lo voy a poner en altavoz para que te dé un mensaje fuerte y claro. El teléfono iba a sonar por cuarta vez cuando alguien contestó.

***

¿Quién?

Yo, dotó, el Profe Puti. Lo llamaba para que usted…

Oye, cojudo, no estoy para bromas, dijo el doctor Pancho Verga, mirando tiernamente a los ojos a su mujer, quien le acababa de servir un arroz con pato cojonudo.

Dotó, disculpe, seguro no me recuerda. Soy el Profe Puti, usted siempre me deja mi limosna en mis programas. Usted es mi hincha.

El doctor Pancho Verga era seguidor del programa de Puti. Le llamaba la atención que un negro fuese tan bruto y deslenguado y, sin embargo, mantuviera un trabajo de profesor, cuando le bastaba a cualquiera de sus empleadores sintonizar alguno de los varios programas en los que aparecía para darse cuenta de que la educación de los jóvenes no podía estar en las manos de semejante bestia.  

Sí, le donaba ocasionalmente al Profe unos veinte soles porque, se sinceraba él, le arrancaba francas sonrisas con su nigérrima brutalidad.

En cierta ocasión, cuando Puti se enteró de que Pancho era abogado, y de los buenos, tuvo el atrevimiento de llamarlo en vivo y comprometerlo a ser su defensor legal contra los ataques de sus odiadores, como el Tío Marly o el dibujito ElqueTeloMete, quienes podían ser bichos de un pelaje mucho más inferior que el de las ladillas de las putas con las que se acostaba en desmedro de su mujer.

Ese día el humor de Pancho andaba de buen talante y se permitió ser expuesto y conminado así, públicamente, a ser el abogado de Puti.

Ahora, al parecer, el negro ya creía que por aquel juguetón acercamiento se había convertido en su empleado, que lo podía llamar sin previo aviso a la hora que le diera la gana y que tenía que bailar a su ritmo. Estaba bien huevón este negro confianzudo.

Oe, imbécil, ve a molestar a otra parte, ¿ok? Pancho miró a su mujer como diciéndole que ella era la única dueña de su tiempo en casa y no cualquier pezuñento, mucho menos el bruto de Puti.

Dotó, ya voy a presentar mi denuncia contra ElqueMeloMete. Usted me va a apoyar, ¿no?

Los seguidores de Puti esperaban la respuesta del letrado.

Oye, negro atrevido, que te apoye la puta de tu…

El doctor empezó a hacer arcadas, los ojos se le desorbitaron. Se llevó las manos al cuello. El esófago era como una brasa, y harta sangre empezó a brotar de sus oídos, sus fosas nasales, de su boca.

¡Arrrrrgghhhhh!, fue lo que oyeron los putianos. Luego, como a cierta distancia, las palabras de una mujer: ¿Creías que me iba a quedar tranquila mientras me ponías los cuernos, miserable de mierda?

Dotó, dotó, aló, dotó.

La voz de la mujer continuó liberando otros insultos, pero de Pancho Verga ya no se oyó ni pío.

***

Pero las Leyes Peruanas están conmigo, disimuló Puti, luego de haber enrojecido como un tomate por el desaire del doctor Verga. Sin embargo, altanero y bestia como era, se negó a interpretar el exabrupto del doctor como una negativa de ser su defensor.

Las Leyes Peruanas tomaron el teléfono y llamaron a Puti.

A ver, putianos, alguien me está llamando. ¿Quién será? ¿Aló? ¿Sí? ¿Las Leyes Peruanas? A ver, a ver, seguro que eres un dibujito de mierda. A ver, putianos, este huevón me ha pedido que lo ponga en altavoz. Dice que son las Leyes Peruanas.

Profe, qué tal.

Qué tal, qué tal. Qué quieres, dibujito. Habla.

Nada, Profe, solo decirle que está hablando huevadas. Nosotras, las Leyes Peruanas, jamás te daremos la razón, por el simple hecho de que eres un negro bruto y mal hablado. Así que ni bien hagas tu denuncia, nosotras mismas la vamos a tomar, la vamos a doblar delicadamente y nos vamos a limpiar el culo con ella. ¿Está bien?

Ña, ña, ña, decía Puti, mientras veía memes que le habían hecho en su honor. Le encantaba verse retratado en esas imágenes burlescas. Cuando no lo memeaban, él mismo se aventaba a hablar cojudeces nunca antes dichas para que sus seguidores le apuntasen sus mejores burlas. Puti era incapaz de sostener una conversación, ya que rápidamente se distraía con el celular.

Como las Leyes Peruanas no eran cojudas y entendían cómo funcionaba el cerebro empequeñecido de Puti, desistieron de polemizar con él y aprovecharon para alterarle el récord policial. Automáticamente, apareció como portador de una serie de denuncias; entre ellas, una por grabar potos femeninos en la calle.

El ulular de una sirena policial rompió la tranquilidad de la noche.

Una patrulla se detuvo en la puerta del cuartucho que Puti compartía con cinco venezolanos, quienes, en esos momentos, no estaban en la habitación. Del auto descendieron dos gordos policías. Rompieron la puerta de la habitación y encontraron a Puti mirándolos con cara de imbécil.

¡Alto, carajo! Estás detenido por crear vídeos difamatorios con la IA y por grabar el poto de mi hija en tu celular. Ya te jodiste, negro.

Un calabozo maloliente recibió a Puti con la misma alegría con la que un jornalero recibe su mísero pago. Una mujer de diabólica sonrisa reclinaba su espalda contra una de las paredes de la celda.  

Puti, curioso como siempre, se acercó a ella. Creyó verla sufriendo. No se preocupe, señora, ¿ña? Mi abogado Pancho Verga nos va a sacar a los dos, ña verá.

Ah, reaccionó la mujer, o sea que tú eras el negro que llamaba al sacavueltero de mi marido para tirarse loquitas en los baños, ¿no? Tomó la bacinica que usaban los reclusos del calabozo para desembarazar el vientre y lo aventó en repetidas ocasiones contra la cabeza de cubo de Puti. Ven aquí, negro tramposo, ven para que termines frío como el desgraciado de mi marido.

Puti esquivaba los golpazos sin mucha suerte.

Señora, ya basta de pegarme. Mejor le recito un poema para que se tranquilice. Soy poeta, dijo Puti.

¿A ver?

Puti, aprovechando esta inopinada oportunidad, declamó: Y la cargaría, y la pondría en mi pata al hombro. Las demás, al poto.

¡Hijo de puta!, se desaforó la mujer. ¿Así que tú también eres el enfermo que se expresó así de mi sobrina Samir? La mujer volvió a deformar la cabeza de Puti con la bacinica salpicada de caca. En su cómoda residencia en San Isidro, las Leyes Peruanas se cagaban de la risa.


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