sábado, 24 de mayo de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 17: Eddie Fleischman: "El Profe Puti nadaba..." ¿en el water?

 


El Profe Puti andaba furioso con Eddie Fleischman.  A pesar de que había co-conducido con Chupete de Leche, como también se le conocía a Eddie, un episodio de su programa televisivo “Peloteando con Chupete”, este no había vuelto a mencionarlo ni sugerirlo ni recomendarlo, ni nada, carajo, se lamentaba el también docente.   

Cuando, aquella vez, Puti recibió la llamada del productor de Fleischman, inmediatamente soñó con que ya estaba en el umbral de la fama, a un solo paso de dejar el lumpenesco mundo de la Brutalidad del YouTube y ser parte del staff del canal que aún mantenía con vida a Fleischman en la pantalla chica.

Lamentablemente, el sueño de Puti no se concretó. Fleischman no volvió a llamarlo más para compartir set y alternar opiniones sobre tal o cual partido de fútbol.  Ni siquiera lo mencionaba los 24 de mayo, día de su cumpleaños. Y Puti se había llevado la impresión de que le había caído muy bien a Fleischman. Entonces, empezó a odiarlo. Deseó que las cosas le fueran mal. Celebraba que ningún canal grande de señal abierta mostrara interés en Chupete de Leche.

Es un aburrido de mierda ese huevón, despotricaba contra el gringo en su canal de YouTube. Por eso nadie lo llama, putianos. Chupete de Leche se está derritiendo y, pronto, en ese canalito pedorro donde está, y que nadie ve, va a terminar como mi lechada; aguada y llena de grumos. En cambio, yo, tu Profe Puti, tu negrito Cocotí, que quiere pichi o quiere caca, va creciendo y creciendo y pronto me lo tumbaré.

Hizo una pausa para revisar los últimos memes que sus enemigos le habían fraguado. Era una característica muy suya rumiar ña, ña, ña mientras efectuaba dicha revisión. Su lengua gruesa le impedía decir, como cualquier mortal ya, ya, ya.

Putianos, me acaba de llegar un clip del Burro Blanco de Eddie Fleischman afirmando que la U tiene mística. ¡Cómo va a decir eso ese huevonazo! Creo que se merece que le aclare las cosas. Ningún equipo peruano tiene mística. Sé que las mujeres me van a odiar, y siendo yo crema (de guindón), hincha a muerte de la U, tengo la desfachatez de pronunciar, óyeme bien, Pincho de Albino, que la U ni cagando tiene mística. Ni la U, ni Alianza, ni Cristal, ni ningún equipo peruano.

El lenguaraz del Profe Puti empezó a erizarse: los vellos del brazo se convirtieron en filosas y ensortijadas púas de metal, y los cabellos enrulados de la mitra -que cada día la tenía más grande, pues se estaba dejando un look afro que, estaba convencido, le permitiría embolsicarse a Pertunda, su prostituta favorita en el Cataleya VIP, a un paso del río Chillón- en las mismas hebras que zumbaban en la cabeza de Medusa.

Putianos, si cada uno de los cien conectados me manda una limosnita de veinte soles, lo llamo ahorita mismo al colorao para escuelearlo sobre qué sí es tener mística. Qué se ha creído para decir que la U tiene mística. Ni la U ni ningún equipo peruano, ni brasileño ni nada, carajo. El único equipo de fútbol en el mundo que tiene mística es el Real Madrid, porque yo, tu Profe Puti, antes que hincha de la U, soy hincha acérrimo del Real Madrid. Se paró sobre su mesa de transmisión, y dándose golpes en el pecho con ambos puños, como Tarzán, gritó: ¡Hala, Madrid! ¡Hala, Madrid!

A los pocos minutos, Puti ya tenía dos mil soles en su cuenta de banco.

Excelente, putianos; ahorita mismo llamo a ese Rosquete de Leche, celebró, buscando en el celular el nombre de Fleischman.

***

Florindo Reynoso era un negro portentoso, fornido, la adoración de las cholitas del Mercado de Abastos de Chincha. Florindo descargaba frutas y verduras de un camión. Era estibador. En un solo viaje, podía echarse al lomo tres costales de fruta, cada uno con un peso de más de cien kilos. Él, como si las huevas.

Las cholitas que vendían limones, manzanas y culantro se le quedaban mirando. Así me cargaría con esos brazotes, y me pondría…, murmuraban risueñas y obnubiladas al ver pasar la musculatura de Florindo, quien, además, era el estibador mejor pagado del mercado. En un día, podía hacerse más de cincuenta soles de oro. Vivía en un cuartito muy cerca del mercado. Así llegaba temprano a la chamba y se hacía de los mejores contratos, de los más rentables y jugosos, pero también de los más pesados. Viviendo tan cerca no desperdiciaba su tiempo en largos viajes ni su dinero en onerosos pasajes.

Cierto día, Florindo Reynoso amaneció tapado. Ese mismo día, Universitario de Deportes, gallardo equipo local de fútbol, estaba a noventa minutos de convertirse en el primer campeón peruano de la Copa Libertadores de América. Había empatado sin goles, en Lima, con el Independiente de Avellaneda, y, ahora, en Argentina, debían imponerse apenas con la mínima diferencia para hacerse del covetado trofeo internacional. Pero a Florindo todo ello le importaba un pincho. Él solo quería cagar. 

Eran las tres de la mañana y, por azar, recayó en el puesto de berenjenas de la simpática chola Hilaria. Había mucha confianza entre los dos. Bueno, a decir verdad, Florindo era un confianzudo de la conchasumadre. Bastaba que se le diese algo de cabida para que él se creyera con todo el desparpajo de tratar a su interlocutor como si lo conociera de años.

Hoy he amanecido tapado, le dijo a Hilaria en lugar de buenos días.

Uy, qué habrás comido, pues, negro sabido, le dijo ella, riéndose francamente con las ocurrencias de Florindo. Seguro te has llenado de tunas.

Estoy tapado, repitió Florindo, sin afectarse por la risa bonachona de la verdulera. Así no puedo trabajar. Mírame, me estoy poniendo más negro.

Hilaria acercó su rostro al de Florindo; efectivamente, el negro se ponía más oscuro con el transcurrir de los segundos.

Voy a reventar si no cago ahorita. No sé qué hacer.

Hilaria tomó una de las berenjenas de su mostrador.

¿Estás cojuda, chola? Yo no soy maricón, carajo, advirtió Florindo. No me voy a meter esa huevada por el culo ni cagando.

No, negro bruto, te voy a hacer un licuado de berenjena que es muy bueno en mi tierra para destapar potos. ¿Ya vas a ver cómo te vas a liberar?

¿Será?

La mujer picó la berenjena y colocó los trozos en una licuadora. Agregó agua de un baldecito y salpicó unos polvos que había extraído de una bolsita que guardaba en el calzón. Florindo la miró extrañado. Es que así se mantiene calientito, pue, explicó Hilaria. Tras un par de minutos de licuado, la verdulera vertió el líquido resultante en un gran vaso plástico.

Florindo acercó esos profundos y anchos agujeros que eran sus fosas nasales al vaso. Esnifó. Por poco y el menjurje desaparecía por su nariz. No huele a nada, decretó.

Oye, eso no es para que te guste; es para que botes lo que tienes atorado ahí, dijo, divertida, Hilaria.

Valiente como era, el negro tomó el vaso con sus manazas y se sopló su contenido.

¡Agh! Sabe a mierda, dijo al terminar.

Pero ya verás que me lo vas a agradecer, dijo la mujer.

¡Negro!, gritó alguien.

Florindo miró hacia el lugar de donde provino el llamado. Era Neyzer Sucapaja, capataz de uno de los conglomerados de choclos más poderoso del mercado.

¡Negro! ¡Ya llegaron los camiones! ¡Vente volando o te ganan!, dijo Neyzer. Era un serrano tacaño. Había que tener mucho cuidado con los tratos que se hacía con él. Sin embargo, con Florindo, las negociaciones sí que eran rectas. Y no tanto porque Florindo supiera ganarse los frejoles con pundonor, sino porque el negro lo cuadró la primera vez que intentó pagarle una bagatela por cuatro toneladas que descargó a lomo pelado y en menos de dos horas. Desde ese momento, Neyzer le cumplía los pagos a Florindo con una puntualidad y prodigalidad muy inusuales en él.

Me tengo que ir. Ya empieza mi chamba.

Y se fue. A Florindo no se le ocurrió pagar el vaso. Supuso que Hilaria le había hecho un favor.

***

Un gol de Independiente a los siete minutos del primer tiempo desmoronó las aspiraciones de la U. Luego, otro tanto, a los diecisiete minutos de la segunda fracción, asesinó la suerte de los cremas.

Sin embargo, la garra y pundonor de los de Odriozola les permitió jugarles de igual a igual a los argentinos y tentar así el empate; primero, con una arremetida del Cachito Ramírez, que solo fue detenida gracias a una falta cometida por el arquero Santoro, y luego con el tanto marcado por Percy Rojas en las postrimerías del encuentro, cuando la experiencia de Independiente se impuso para controlar el juego hasta su finalización. Con ese dos a uno, los de Avellaneda se convirtieron en campeones sudamericanos.

La U había conducido una excepcional campaña, derrotando al connacional Alianza Lima, a los chilenos San Felipe y Universidad Católica, y a los uruguayos Nacional y Peñarol.

El segundo lugar del conjunto estudiantil era sinónimo de prestigio, de consagración del futbol peruano, de mística a nivel internacional.

***

Miren, ve; colgó el cobarde, dijo Fleischman en su programa de televisión. Era el Profe Puti, con quien, sí, lo admito, tuve la mala fortuna de compartir set porque me habían avisado que había un morenito que estaba haciendo importantes números en las redes. Entonces, se me ocurrió que, al tenerlo en mi set, gran parte de sus seguidores se unirían a mi comunidad, haciendo que mi canal creciese convincente y sostenidamente. Pero no. El Profe Puti no tiene seguidores. Tiene odiadores. Les explico. La gente me ve en un promedio de trescientos por programa. Con Puti, solo alcanzamos esa vez una media de trescientos treinta. Nada, prácticamente. Pero decía que ese personaje tiene odiadores porque los que más comentaban eran esos treinta nuevos, que solo dejaron lisuras, insultos y bajezas en nuestra respetable y hasta ese momento inmaculada cajita de opiniones, atrofiando las observaciones de mi público regular, quienes, en algunas ocasiones del programa, decidieron cambiarme ante tanto denuesto racista y barriobajero. Insultos de ese talante hicieron que piense que ese programa con Puti fue el peor que tenido hasta el momento en este canal.

Uy, miren, volvió a decir Chupete de Leche después de unos segundos. Mostró la pantalla del celular. Puti acababa de dejarle un mensaje de voz.

Miren, pues, el cobarde del Profe Puti no solo no tiene eso que ponen las gallinas para hablarme cara a cara, sino que deja un mensaje cobarde. Estoy casi seguro de que se trata de algún insulto de grueso calibre por no haberlo mencionado más en ninguno de mis programas luego de su nefasta presentación. Escuchemos, pues, qué tiene que decirme el Profe Puti, qué cosa lo atormenta.

Fleischman conectó un cable a su celular y la voz potente y gruesa de Puti se sintió en todos los tímpanos de sus circunspectos, diríase aburridos, seguidores.

Hola, Chupete de mi Chele, qué tal. A los años. Escucho muy preocupado que acabas de decir que la U tiene mística. Oye, no seas ignorante y chovinista. Está bien que seas gallina (yo también lo soy), pero no por eso vamos a poner a la U en el mismo saco del Real Madrid. Aquí, en este planeta, el único equipo de fútbol que tiene mística es el Real Madrid. Y, ña, si quieres meter a uno más, ponte al Liverpool, pero nada más. Y ahí lo dejo, fracasado. Sigue en Willax, dando pena. Porque mi gato era el único que te veía, pero mañana me lo almuerzo, así que aquí, en Puente Piedra, desde mañana, te quedas sin seguidores. Chau.

Se oyó un desgarrado miau antes de que acabara el mensaje.

Mírenlo, ve, esta es la calaña del tal Puti, dijo Chupete de Leche, aparentando no estar dolido por el puyazo que le acaban de acomodar con respecto a su precaria situación televisiva. Fleischman ya no brillaba en ATV ni en América, los canales más importantes del Perú. Ahora, languidecía en una estación televisora que luego de la partida de su más conspicua figura, Beto Ortiz, culeante, torvo, y cicatero periodista, se había convertido en una covacha como aquella en donde se refugiaban los roedores que solían merodear por el departamento de Don Groover.

Profe Puti, para que usted lo sepa. La U es un equipo que sí tiene mística. Por solo mencionarle un caso; derrotó a grandes y competitivos equipos internacionales en su camino a la conquista del segundo lugar de la Copa Libertadores de 1972. Solo por el foul artero de Santoro en contra del casi gol de Cachito Ramírez, el sueño del primer lugar se truncó.

Para que usted lo sepa, Profe Puti, continuó Fleischman, un equipo tiene mística cuando transmite la sensación de grandeza por sus proezas, cuando tiene tradición y una conexión especial con sus aficionados. Y la U reúne todos esos requisitos; muy especialmente desde que hizo suyo el tremendísimo subtítulo intercontinental de 1972.

Pero seguro usted no sabe de estas cosas porque es un chibolo y porque cuando ocurrió este suceso místico e histórico no solo para la U, pero para el balompié peruano, usted nadaba.

Chupete de Leche hizo ondas con las manos.

Sí, usted nadaba, ya sabe a lo que me refiero. Usted nadaba…

***

En el wáter.

Pero no nadaba. Tampoco flotaba. Se había atracado en la taza del wáter.

Florindo respiró aliviado.

Había sentido el hincón mientras descargaba la segunda tonelada de choclos del cholo Neyzer. Y ese hincón se produjo luego de transcurridos sesenta minutos del momento en que bebió la pócima preparada por Hilaria. Tuvo la certeza de que punzón estaba nítidamente relacionado con esa bebida, ya que era lo único que había ingerido en toda la mañana. El cielo aún estaba oscuro. Así de sufrida era la vida de Florindo. Y él muy feliz. Le gustaba hacer dinero con el don que Dios le había dado: una musculatura y una fuerza espectaculares.

¿Adónde vas, Florindo?, dijo Neyzer, preocupado.

¡A cagar!, replicó Florindo, feliz, casi llorando de alegría. Sentía que un mundo se le asomaba por el ojo de su culo.

Cuando pasó a las carreras por el puesto de Hilaria, no tuvo tiempo de dejarle unas palabras de agradecimiento. Y si lo hubiera tenido, tampoco habría dicho gran cosa ya que por su humilde educación era un tipo nulamente versado. Y como no la detectó en su campo visual, tampoco pudo regalarle un pulgar arriba, que hubiera dicho: bien jugado, gracias a tu huevada, voy a cagar rico.

***

Casi no había papel en ese baño ófrico e infecto. Apenas un par de cuadritos que no fueron suficientes para la adecuada limpieza de un culo de proporciones. Sí, Florindo ostentaba una tremenda nalgamenta, propia de su gloriosa raza morena. Y así como era de grande, así también le había quedado de embarrado. El mojón había salido sólido y hermoso, pero dejó a su paso una gruesa estela de nata o crema marronuda que se le quedó pegoteada a la piel de sus protuberancias traseras.

Ya qué chucha, pensó. No me voy a estar haciendo problemas por un poco de caca. Se había determinado a usar las manos para asearse las nalgas. Sí, además, ahí hay un cañito para lavármelas después.  

Se limpió el culo con ambas manazas. Con el pantalón abajo, caminando como un pingüino, avanzó hacia el caño. Florindo parecía nuevo, como nacido ayer. Era su ingenuidad: ¿cómo iba a esperar que iba a haber agua en el caño de ese baño? Le dio mil vueltas al grifo y el agua jamás apareció.  

Putamadre, me cagué, se lamentó Florindo. Nunca nadie antes había dicho esa frase de modo tan literal. No había nada cerca con lo que pudiera erradicarse la mierda del cuerpo: hojas de árboles (muy improbables en un baño de un mercado de abastos), papel periódico, algún trapo viejo, nada. Ni siquiera llevaba calcetines a los cuales sacrificar.

El tiempo apremiaba. En cualquier momento, entraría alguien al baño y lo vería así, con el pantalón abajo, las manos y el culo enmierdados. Era cuestión de minutos, quizá segundos, para que todo el mercado dejase de conocerlo como el Negro Florindo y pasase a ser el Cagón Florindo. Nunca antes había llorado, pero un par de gotas empezaron a asomar por la esquina de sus ojos.

Putamadre, y ni cómo limpiarme estas lágrimas, pensó. Se sintió acorralado.

Entonces, escuchó una voz.

Apá, apá.

¿Qué? Tá huevón, pensó. Quién chucha estaba hablando.

Apá, apá, acá hay agüita para tu manito.

Florindo no lo podía creer. El mojón que había cagado, que tenía el tamaño de otro ser humano, y que por eso mismo no pudo pasar por el desagüe, le estaba hablando. Estaba ahí, a su lado, parado, parado como un mojón. Nunca antes tan literal esta frase. Pero era un mojón bueno. Le estaba indicando con sus deditos cremosos y marrones que ahí, en el wáter del cual acababa de salir, había agua para limpiarse.

Venga cá, pá. Acá agüita para tu manito.

Florindo quedó enternecido por esa muestra de lealtad filial. Contento, se lavó las manos en el wáter. También el culo.

Agradecido, abrazó a su mojón: Ese mi hijo, carajo.

***

En la tarde de ese día, un hincha de la U, desaforado, eufórico, extasiado por el segundo puesto alcanzado en la Copa Libertadores, ondeó su camiseta. Lo hizo con tanta vehemencia que esta se le escapó de las manos.  

La prenda, llevada por el viento imperioso de Chincha, terminó cayendo en el cuerpo aún desnudo del mojón de Florindo, que este llevaba en brazos cual bebe lozano y rozagante. La camiseta crema calzó perfecta en el cuerpo moreno del mojón. El nombre inscripto en el espaldar era Gonzalo.  

Te llamarás Gonzalo, querido pedazo de mierda.

El así bautizado Gonzalo, Gonzalo Reynoso, el futuro Profe Puti, cantó: La U, la U, la U, la U, Uhh, Uhh, Uhh, Uhh.

Eres una cagada, hijo mío, dijo Florindo, feliz, orgulloso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario