El Profe
Puti andaba furioso con Eddie Fleischman. A pesar de que había co-conducido con Chupete
de Leche, como también se le conocía a Eddie, un episodio de su programa televisivo
“Peloteando con Chupete”, este no había vuelto a mencionarlo ni sugerirlo ni
recomendarlo, ni nada, carajo, se lamentaba el también docente.
Cuando,
aquella vez, Puti recibió la llamada del productor de Fleischman, inmediatamente
soñó con que ya estaba en el umbral de la fama, a un solo paso de dejar el lumpenesco
mundo de la Brutalidad del YouTube y ser parte del staff del canal que aún mantenía
con vida a Fleischman en la pantalla chica.
Lamentablemente,
el sueño de Puti no se concretó. Fleischman no volvió a llamarlo más para
compartir set y alternar opiniones sobre tal o cual partido de fútbol. Ni siquiera lo mencionaba los 24 de mayo, día
de su cumpleaños. Y Puti se había llevado la impresión de que le había caído
muy bien a Fleischman. Entonces, empezó a odiarlo. Deseó que las cosas le
fueran mal. Celebraba que ningún canal grande de señal abierta mostrara interés
en Chupete de Leche.
Es un
aburrido de mierda ese huevón, despotricaba contra el gringo en su canal de
YouTube. Por eso nadie lo llama, putianos. Chupete de Leche se está
derritiendo y, pronto, en ese canalito pedorro donde está, y que nadie ve, va a
terminar como mi lechada; aguada y llena de grumos. En cambio, yo, tu Profe
Puti, tu negrito Cocotí, que quiere pichi o quiere caca, va creciendo y
creciendo y pronto me lo tumbaré.
Hizo una
pausa para revisar los últimos memes que sus enemigos le habían fraguado. Era
una característica muy suya rumiar ña, ña, ña mientras efectuaba dicha revisión.
Su lengua gruesa le impedía decir, como cualquier mortal ya, ya, ya.
Putianos,
me acaba de llegar un clip del Burro Blanco de Eddie Fleischman afirmando que
la U tiene mística. ¡Cómo va a decir eso ese huevonazo! Creo que se merece que
le aclare las cosas. Ningún equipo peruano tiene mística. Sé que las mujeres me
van a odiar, y siendo yo crema (de guindón), hincha a muerte de la U, tengo la
desfachatez de pronunciar, óyeme bien, Pincho de Albino, que la U ni cagando
tiene mística. Ni la U, ni Alianza, ni Cristal, ni ningún equipo peruano.
El lenguaraz
del Profe Puti empezó a erizarse: los vellos del brazo se convirtieron en
filosas y ensortijadas púas de metal, y los cabellos enrulados de la mitra -que
cada día la tenía más grande, pues se estaba dejando un look afro que, estaba
convencido, le permitiría embolsicarse a Pertunda, su prostituta favorita en el
Cataleya VIP, a un paso del río Chillón- en las mismas hebras que zumbaban en
la cabeza de Medusa.
Putianos, si
cada uno de los cien conectados me manda una limosnita de veinte soles, lo
llamo ahorita mismo al colorao para escuelearlo sobre qué sí es tener mística.
Qué se ha creído para decir que la U tiene mística. Ni la U ni ningún equipo
peruano, ni brasileño ni nada, carajo. El único equipo de fútbol en el mundo
que tiene mística es el Real Madrid, porque yo, tu Profe Puti, antes que hincha
de la U, soy hincha acérrimo del Real Madrid. Se paró sobre su mesa de
transmisión, y dándose golpes en el pecho con ambos puños, como Tarzán, gritó: ¡Hala,
Madrid! ¡Hala, Madrid!
A los pocos
minutos, Puti ya tenía dos mil soles en su cuenta de banco.
Excelente, putianos;
ahorita mismo llamo a ese Rosquete de Leche, celebró, buscando en el
celular el nombre de Fleischman.
***
Florindo
Reynoso era un negro portentoso, fornido, la adoración de las cholitas del Mercado
de Abastos de Chincha. Florindo descargaba frutas y verduras de un camión. Era
estibador. En un solo viaje, podía echarse al lomo tres costales de fruta, cada
uno con un peso de más de cien kilos. Él, como si las huevas.
Las
cholitas que vendían limones, manzanas y culantro se le quedaban mirando. Así
me cargaría con esos brazotes, y me pondría…, murmuraban risueñas y
obnubiladas al ver pasar la musculatura de Florindo, quien, además, era el
estibador mejor pagado del mercado. En un día, podía hacerse más de cincuenta soles
de oro. Vivía en un cuartito muy cerca del mercado. Así llegaba temprano a la chamba
y se hacía de los mejores contratos, de los más rentables y jugosos, pero
también de los más pesados. Viviendo tan cerca no desperdiciaba su tiempo en
largos viajes ni su dinero en onerosos pasajes.
Cierto día,
Florindo Reynoso amaneció tapado. Ese mismo día, Universitario de Deportes,
gallardo equipo local de fútbol, estaba a noventa minutos de convertirse en el
primer campeón peruano de la Copa Libertadores de América. Había empatado sin
goles, en Lima, con el Independiente de Avellaneda, y, ahora, en Argentina, debían
imponerse apenas con la mínima diferencia para hacerse del covetado trofeo
internacional. Pero a Florindo todo ello le importaba un pincho. Él solo quería
cagar.
Eran las
tres de la mañana y, por azar, recayó en el puesto de berenjenas de la
simpática chola Hilaria. Había mucha confianza entre los dos. Bueno, a decir
verdad, Florindo era un confianzudo de la conchasumadre. Bastaba que se le diese
algo de cabida para que él se creyera con todo el desparpajo de tratar a su
interlocutor como si lo conociera de años.
Hoy he
amanecido tapado, le dijo a Hilaria en lugar de buenos días.
Uy, qué
habrás comido, pues, negro sabido, le dijo ella, riéndose francamente con las
ocurrencias de Florindo. Seguro te has llenado de tunas.
Estoy
tapado, repitió Florindo, sin afectarse por la risa bonachona de la verdulera.
Así no puedo trabajar. Mírame, me estoy poniendo más negro.
Hilaria
acercó su rostro al de Florindo; efectivamente, el negro se ponía más oscuro
con el transcurrir de los segundos.
Voy a reventar
si no cago ahorita. No sé qué hacer.
Hilaria
tomó una de las berenjenas de su mostrador.
¿Estás
cojuda, chola? Yo no soy maricón, carajo, advirtió Florindo. No me
voy a meter esa huevada por el culo ni cagando.
No, negro
bruto, te voy a hacer un licuado de berenjena que es muy bueno en mi tierra
para destapar potos. ¿Ya vas a ver cómo te vas a liberar?
¿Será?
La mujer
picó la berenjena y colocó los trozos en una licuadora. Agregó agua de un
baldecito y salpicó unos polvos que había extraído de una bolsita que guardaba
en el calzón. Florindo la miró extrañado. Es que así se mantiene calientito,
pue, explicó Hilaria. Tras un par de minutos de licuado, la verdulera vertió
el líquido resultante en un gran vaso plástico.
Florindo
acercó esos profundos y anchos agujeros que eran sus fosas nasales al vaso.
Esnifó. Por poco y el menjurje desaparecía por su nariz. No huele a nada,
decretó.
Oye, eso no
es para que te guste; es para que botes lo que tienes atorado ahí, dijo,
divertida, Hilaria.
Valiente
como era, el negro tomó el vaso con sus manazas y se sopló su contenido.
¡Agh! Sabe
a mierda, dijo al terminar.
Pero ya
verás que me lo vas a agradecer, dijo la mujer.
¡Negro!, gritó
alguien.
Florindo
miró hacia el lugar de donde provino el llamado. Era Neyzer Sucapaja, capataz
de uno de los conglomerados de choclos más poderoso del mercado.
¡Negro! ¡Ya
llegaron los camiones! ¡Vente volando o te ganan!, dijo Neyzer.
Era un serrano tacaño. Había que tener mucho cuidado con los tratos que se
hacía con él. Sin embargo, con Florindo, las negociaciones sí que eran rectas. Y
no tanto porque Florindo supiera ganarse los frejoles con pundonor, sino porque
el negro lo cuadró la primera vez que intentó pagarle una bagatela por cuatro
toneladas que descargó a lomo pelado y en menos de dos horas. Desde ese
momento, Neyzer le cumplía los pagos a Florindo con una puntualidad y
prodigalidad muy inusuales en él.
Me tengo
que ir. Ya empieza mi chamba.
Y se fue. A
Florindo no se le ocurrió pagar el vaso. Supuso que Hilaria le había hecho un
favor.
***
Un gol de
Independiente a los siete minutos del primer tiempo desmoronó las aspiraciones
de la U. Luego, otro tanto, a los diecisiete minutos de la segunda fracción, asesinó
la suerte de los cremas.
Sin
embargo, la garra y pundonor de los de Odriozola les permitió jugarles de igual
a igual a los argentinos y tentar así el empate; primero, con una arremetida
del Cachito Ramírez, que solo fue detenida gracias a una falta cometida por el
arquero Santoro, y luego con el tanto marcado por Percy Rojas en las
postrimerías del encuentro, cuando la experiencia de Independiente se impuso
para controlar el juego hasta su finalización. Con ese dos a uno, los de
Avellaneda se convirtieron en campeones sudamericanos.
La U había
conducido una excepcional campaña, derrotando al connacional Alianza Lima, a
los chilenos San Felipe y Universidad Católica, y a los uruguayos Nacional y
Peñarol.
El segundo
lugar del conjunto estudiantil era sinónimo de prestigio, de consagración del
futbol peruano, de mística a nivel internacional.
***
Miren, ve;
colgó el cobarde, dijo Fleischman en su programa de televisión. Era
el Profe Puti, con quien, sí, lo admito, tuve la mala fortuna de compartir set
porque me habían avisado que había un morenito que estaba haciendo importantes
números en las redes. Entonces, se me ocurrió que, al tenerlo en mi set, gran
parte de sus seguidores se unirían a mi comunidad, haciendo que mi canal
creciese convincente y sostenidamente. Pero no. El Profe Puti no tiene
seguidores. Tiene odiadores. Les explico. La gente me ve en un promedio de
trescientos por programa. Con Puti, solo alcanzamos esa vez una media de trescientos
treinta. Nada, prácticamente. Pero decía que ese personaje tiene odiadores
porque los que más comentaban eran esos treinta nuevos, que solo dejaron
lisuras, insultos y bajezas en nuestra respetable y hasta ese momento
inmaculada cajita de opiniones, atrofiando las observaciones de mi público
regular, quienes, en algunas ocasiones del programa, decidieron cambiarme ante
tanto denuesto racista y barriobajero. Insultos de ese talante hicieron que
piense que ese programa con Puti fue el peor que tenido hasta el momento en
este canal.
Uy, miren, volvió a
decir Chupete de Leche después de unos segundos. Mostró la pantalla del
celular. Puti acababa de dejarle un mensaje de voz.
Miren,
pues, el cobarde del Profe Puti no solo no tiene eso que ponen las gallinas
para hablarme cara a cara, sino que deja un mensaje cobarde. Estoy casi seguro
de que se trata de algún insulto de grueso calibre por no haberlo mencionado más
en ninguno de mis programas luego de su nefasta presentación. Escuchemos, pues,
qué tiene que decirme el Profe Puti, qué cosa lo atormenta.
Fleischman
conectó un cable a su celular y la voz potente y gruesa de Puti se sintió en
todos los tímpanos de sus circunspectos, diríase aburridos, seguidores.
Hola,
Chupete de mi Chele, qué tal. A los años. Escucho muy preocupado que acabas de
decir que la U tiene mística. Oye, no seas ignorante y chovinista. Está bien
que seas gallina (yo también lo soy), pero no por eso vamos a poner a la U en
el mismo saco del Real Madrid. Aquí, en este planeta, el único equipo de fútbol
que tiene mística es el Real Madrid. Y, ña, si quieres meter a uno más, ponte
al Liverpool, pero nada más. Y ahí lo dejo, fracasado. Sigue en Willax, dando
pena. Porque mi gato era el único que te veía, pero mañana me lo almuerzo, así
que aquí, en Puente Piedra, desde mañana, te quedas sin seguidores. Chau.
Se oyó un
desgarrado miau antes de que acabara el mensaje.
Mírenlo, ve,
esta es la calaña del tal Puti, dijo Chupete de Leche, aparentando no estar dolido
por el puyazo que le acaban de acomodar con respecto a su precaria situación
televisiva. Fleischman ya no brillaba en ATV ni en América, los canales más
importantes del Perú. Ahora, languidecía en una estación televisora que luego
de la partida de su más conspicua figura, Beto Ortiz, culeante, torvo, y
cicatero periodista, se había convertido en una covacha como aquella en donde
se refugiaban los roedores que solían merodear por el departamento de Don
Groover.
Profe Puti,
para que usted lo sepa. La U es un equipo que sí tiene mística. Por solo
mencionarle un caso; derrotó a grandes y competitivos equipos internacionales
en su camino a la conquista del segundo lugar de la Copa Libertadores de 1972.
Solo por el foul artero de Santoro en contra del casi gol de Cachito Ramírez,
el sueño del primer lugar se truncó.
Para que
usted lo sepa, Profe Puti, continuó Fleischman, un equipo tiene mística
cuando transmite la sensación de grandeza por sus proezas, cuando tiene tradición
y una conexión especial con sus aficionados. Y la U reúne todos esos
requisitos; muy especialmente desde que hizo suyo el tremendísimo subtítulo
intercontinental de 1972.
Pero seguro
usted no sabe de estas cosas porque es un chibolo y porque cuando ocurrió este
suceso místico e histórico no solo para la U, pero para el balompié peruano, usted
nadaba.
Chupete de
Leche hizo ondas con las manos.
Sí, usted
nadaba, ya sabe a lo que me refiero. Usted nadaba…
***
En el
wáter.
Pero no
nadaba. Tampoco flotaba. Se había atracado en la taza del wáter.
Florindo
respiró aliviado.
Había
sentido el hincón mientras descargaba la segunda tonelada de choclos del cholo
Neyzer. Y ese hincón se produjo luego de transcurridos sesenta minutos del
momento en que bebió la pócima preparada por Hilaria. Tuvo la certeza de que
punzón estaba nítidamente relacionado con esa bebida, ya que era lo único que
había ingerido en toda la mañana. El cielo aún estaba oscuro. Así de sufrida
era la vida de Florindo. Y él muy feliz. Le gustaba hacer dinero con el don que
Dios le había dado: una musculatura y una fuerza espectaculares.
¿Adónde
vas, Florindo?, dijo Neyzer, preocupado.
¡A cagar!, replicó
Florindo, feliz, casi llorando de alegría. Sentía que un mundo se le asomaba
por el ojo de su culo.
Cuando pasó
a las carreras por el puesto de Hilaria, no tuvo tiempo de dejarle unas
palabras de agradecimiento. Y si lo hubiera tenido, tampoco habría dicho gran
cosa ya que por su humilde educación era un tipo nulamente versado. Y como no
la detectó en su campo visual, tampoco pudo regalarle un pulgar arriba, que hubiera
dicho: bien jugado, gracias a tu huevada, voy a cagar rico.
***
Casi no
había papel en ese baño ófrico e infecto. Apenas un par de cuadritos que no
fueron suficientes para la adecuada limpieza de un culo de proporciones. Sí,
Florindo ostentaba una tremenda nalgamenta, propia de su gloriosa raza morena.
Y así como era de grande, así también le había quedado de embarrado. El mojón
había salido sólido y hermoso, pero dejó a su paso una gruesa estela de nata o
crema marronuda que se le quedó pegoteada a la piel de sus protuberancias
traseras.
Ya qué
chucha, pensó. No me voy a estar haciendo problemas por un poco de caca.
Se había determinado a usar las manos para asearse las nalgas. Sí, además, ahí
hay un cañito para lavármelas después.
Se limpió
el culo con ambas manazas. Con el pantalón abajo, caminando como un pingüino,
avanzó hacia el caño. Florindo parecía nuevo, como nacido ayer. Era su
ingenuidad: ¿cómo iba a esperar que iba a haber agua en el caño de ese baño? Le
dio mil vueltas al grifo y el agua jamás apareció.
Putamadre,
me cagué, se lamentó Florindo. Nunca nadie antes había dicho esa frase de modo
tan literal. No había nada cerca con lo que pudiera erradicarse la mierda del
cuerpo: hojas de árboles (muy improbables en un baño de un mercado de abastos),
papel periódico, algún trapo viejo, nada. Ni siquiera llevaba calcetines a los
cuales sacrificar.
El tiempo
apremiaba. En cualquier momento, entraría alguien al baño y lo vería así, con
el pantalón abajo, las manos y el culo enmierdados. Era cuestión de minutos,
quizá segundos, para que todo el mercado dejase de conocerlo como el Negro
Florindo y pasase a ser el Cagón Florindo. Nunca antes había llorado, pero un
par de gotas empezaron a asomar por la esquina de sus ojos.
Putamadre,
y ni cómo limpiarme estas lágrimas, pensó. Se sintió acorralado.
Entonces,
escuchó una voz.
Apá, apá.
¿Qué? Tá
huevón, pensó. Quién chucha estaba hablando.
Apá, apá,
acá hay agüita para tu manito.
Florindo no
lo podía creer. El mojón que había cagado, que tenía el tamaño de otro ser
humano, y que por eso mismo no pudo pasar por el desagüe, le estaba hablando.
Estaba ahí, a su lado, parado, parado como un mojón. Nunca antes tan literal
esta frase. Pero era un mojón bueno. Le estaba indicando con sus deditos cremosos
y marrones que ahí, en el wáter del cual acababa de salir, había agua para
limpiarse.
Venga cá,
pá. Acá agüita para tu manito.
Florindo
quedó enternecido por esa muestra de lealtad filial. Contento, se lavó las
manos en el wáter. También el culo.
Agradecido,
abrazó a su mojón: Ese mi hijo, carajo.
***
En la tarde
de ese día, un hincha de la U, desaforado, eufórico, extasiado por el segundo
puesto alcanzado en la Copa Libertadores, ondeó su camiseta. Lo hizo con tanta
vehemencia que esta se le escapó de las manos.
La prenda,
llevada por el viento imperioso de Chincha, terminó cayendo en el cuerpo aún
desnudo del mojón de Florindo, que este llevaba en brazos cual bebe lozano y
rozagante. La camiseta crema calzó perfecta en el cuerpo moreno del mojón. El
nombre inscripto en el espaldar era Gonzalo.
Te llamarás
Gonzalo, querido pedazo de mierda.
El así
bautizado Gonzalo, Gonzalo Reynoso, el futuro Profe Puti, cantó: La U, la U,
la U, la U, Uhh, Uhh, Uhh, Uhh.
Eres una
cagada, hijo mío, dijo Florindo, feliz, orgulloso.
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