sábado, 14 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 20: Raúl Patán en la Granja de Enrico Arrechini

 


Raúl Patán, desnudo, recibió de las manos del Cordero un juego de ropa fresca. Era su primer día en la granja “Aléjame La Chela”. Había llegado allí por voluntad propia. Su compadre de farras, el periodista Enrico Arrechini, le había recomendado acudir a dicha institución, ya que sus métodos eran únicos y efectivos; lograban expurgar al borracho.

Los martes jugamos pichanga en esta canchita, le dijo el Toro, quien era el encargado de mostrarles las instalaciones a los recién llegados.

Pero no me han dado ropa para pichanguear, observó Raúl. ¿O voy a hacer todo con esta ropa que me dio el Cordero?

El Toro, un tipo corpulento y de cachos puntiagudos, lanzó una carcajada: No, tío, acá todo lo hacemos calatos, incluso las pichangas. La ropa que te entregó el Cordero es para que duermas nomás, porque en las noches hace un frío de la conchasumadre. Nosotros tenemos pelo y como las huevas aguantamos la congeladera, pero tú estás pelancho, pelancho. Así que esa ropita supongo que en algo te abrigará.

¿Qué? ¿Aquí paran calatos?, se sorprendió Raúl.

Claro, pues, huevas. ¿O cuándo has visto un cordero, un toro, una vaca, o un pato con ropa? ¿No me estás viendo? ¿Ves que tengo ropa?, dijo el Toro, sarcástico. Oye, acá uno viene a dejar de ser borracho, ah; no a dejar de ser cojudo.

No, claro, lo que pasa es que como ustedes son animales y nosotros los humanos estamos acostumbrados a verlos así, pareciera que estuvieran vestidos, se excusó Patán.

Sí, cuñao, barájala, nomás, rio el Toro. Te digo que ni vas a extrañar estar vestido. En el día hace un calor espectacular. Estar calato se va a convertir en tu modo de vida. Además, el estar así, tolaca, es parte del método de esta granja para curarte. Porque has venido aquí para dejar la chela, ¿no?

Por supuesto, dijo Raúl sin mucha seguridad. Se acarició la panza. Una duda lo asaltaba. Pero, ¿cómo así estar calato ayuda a dejar la chela?

¿Ves al man que está allá?, dijo el Toro, señalando a un perro.

, dijo Raúl.

Es el Perro. Ese man cuida que nadie tenga una botella ni por error. Por eso nos quiere ver a todos calatitos. Antes, los humanos escondían el trago en la ropa. Desde que el Perro estableció la regla de la calatería, se acabó la trampa. Ese man es efectivo.

Raúl pensó que, en caso de que en un futuro se denguée, podría esconderse las botellas de chela en el culo.

El Toro, que era experto leyendo las mentes de los recién llegados, dijo: Ni lo pienses, Raulito. Si te escondes botellas en el culo, el Perro te las detectará con su poderoso olfato, y si lo hace, uy, no te quiero contar lo que les hará a tus huevos con esos colmillazos que tiene. Así que más te vale hacerte a la idea de que la chela ya fue en tu vida. Si quieres conservar las pelotas, mantente sobrio, cuñao. Guerra guisada no mata gente, rio el Toro.

Patán quiso corregirle el refrán al Toro, pero, al verlo tremendo y musculoso, arrugó.

Bueno, aquí vas a dormir, le indicó el cornudo. Más tarde, bajas al comedor para cenar. Nos vemos luego, entonces, se despidió.

Raúl Patán creyó que estaba solo en esa habitación cuando sintió el estruendo de una tremenda flatulencia.

Ah, carajo, ¿y eso?, se sobresaltó.

El nivel superior de su camarote lo ocupaba alguien. Era un Scartichthys Variolatus, más conocido como el pez Borracho, animal de carne suculenta y vitamínica.

¿Qué fue? ¿Qué fue?, dijo el Borracho. ¿Quién anda ahí?

Patán se aclaró la voz.

Ejem, ejem, hola, me llamo Raúl, Raúl Patán. Parece que seremos compañeros de cuarto.

Puta, la cagada, huevón, dijo el Borracho. A mí me gusta estar solo, cuñao. ¿Qué haces por aquí? Se acomodó sobre su costado izquierdo, en el codo de su aleta.

He venido a alejarme de la chela, amigo…

Borracho, completó el pez. Me llamo Borracho.

Patán le extendió una mano para saludarlo.

No, así nomás, cuñao, estoy cómodo así. Darte la mano sería una huevada.

Patán retiró la mano, palteado.

Más bien, pásame una chela de debajo del wáter, dijo el Borracho.

En la esquina de la habitación, había un wáter. Patán estiró la mano por debajo de la taza y sintió varias botellas. Sacó una. Era una cerveza. Atónito, se la pasó al pez.

Putamadre, lo malo de este lugar es que no hay refri. No me queda otra que tomarme mis chelas calientes, dijo el Borracho.

¿Cómo así tienes tanta cerveza ahí?, dijo Raúl. En un segundo, se le hubo derrumbado el prestigio que ya se había formado de la granja “Aléjame La Chela”. Se suponía que esta lo había sacado del abismo alcohólico a su camarada, el periodista Enrico Arrechini, otras veces llamado Borrachini.

***

Cataleya era una chica plástica. Muchos hombres la pretendían: guapos, chapados, algunos de plata, pero todos unos soberanos NN. Carecían de lo que al periodista Enrico Arrechini le sobraba: la fama. Arrechini era seguido por cien mil personas en su canal de TikTok. Muchos especulaban que las monedas que le donaban en cada transmisión lo tenían económicamente bien parado, pero ello no era cierto, ya que Arrechini lo gastaba todo en trago. La gente le donaba para que chupara en vivo. Y Arrechini, por supuesto, no se oponía. Es la sagrada voluntad de mis seguidores, solía decir.

El canal de TikTok de Cataleya, que estaba dedicado a las noticias futbolísticas, no despegaba. Vio ella entonces en Arrechini el vehículo más inmediato y fácil para conseguir la fama. Entonces, le envió un mensaje privado al TikTok. Lo invitó a cenar.

De arranque, Arrechini fue sincero: No tengo plata, amiga.

No te preocupes, respondió ella. Yo te voy a invitar todo. Hasta te pago el taxi si quieres, agregó.

Listo, sale y vale, escribió Arrechini sin escrúpulo alguno. ¿Me mandas una fotito?, pidió luego.

Primero envíame una tú, replicó Cataleya.

Arrechini se tomó una foto al instante. No se esforzó en buscarse un buen ángulo, ya que no poseía ninguno. Sabía que, desde cualquier punto, el resultado sería una cagada gracias a su diminuta nariz de pichón de cóndor, los cachetes inflados de cerveza, la frente diminuta y el pelo negro repleto de cebo.

Eso sí, consideró que para que la foto no fuera tan negativamente impactante, ella debía ser de cuerpo entero. Así, la cara quedaría disimulada por el resto del cuerpo.

No creo que con ese outfit vayas a salir conmigo, ¿verdad?, escribió Cataleya tras ver la foto.

Es lo único que tengo, respondió muy sueltamente Arrechini. Era verdad: poseía apenas un par de buzos viejos de Educación Física con los que solía reportear en sus tiempos de esplendor en el periodismo futbolero de su generoso país.

¿No te molestas si te compro ropita?, escribió muy delicadamente Cataleya. El restaurante al que llevaría a Enrico era el Costa Verde, y no estaba en sus planes pasar la vergüenza de su vida entrando ahí con un hombre que parecía un mecánico de carros cochambrosos.

No, claro que no; si es tu voluntad, yo encantado, contestó Arrechini. Comprobó que en el Perú no valía de nada ostentar un cartón universitario. Solo bastaba con tener más de cien mil seguidores en TikTok para vivir más o menos gratis.

Excelente, Enrico. Te espero en el Costa Verde a las siete de la noche. Un Uber pasará por ti en el tiempo correcto, dijo Cataleya entusiasmadísima, luego de que Enrico le hubo pasado su dirección domiciliaria. Y en unos minutos te estará llegando un terno exquisito de Temu. Estate atento.

Cataleya sabía que cada que Enrico salía a algún lugar, aunque fuera a la carretilla de chanfainita de su barrio, siempre prendía TikTok y hacía un live. Un promedio de doscientas personas solía conectarse a la transmisión. ¿No prendería cámara con más razón ahora que iría a un restaurantazo como el Costa Verde? ¿No haría un directo sabiendo que estaría departiendo con una belleza como Cataleya? Ella columbró en su futuro una situación mediática mucho más interesante que la actual.

***

Muchos pensaron que era el glorioso regreso de Enrico a la pantalla chica. Le habían dado un espacio en el programa “Dos Piedrones Hablando de Fútbol”, conducido por dos expeloteros fracasados. Enrico había llegado como invitado, pero el espacio en que se presentó tuvo tanta acogida que decidieron darle un programa propio. La estadía mediática de Enrico en ese canal duró solo un mes, ya que con su primer pago se metió una borrachera de proporciones que lo sumió en una honda depresión. Como no se presentaba a trabajar, fue dado de baja.

Otro productor, desorientado y optimista, le echó una mano. Lo colocó al frente del espacio futbolero de su canal. La presencia de Arrechini, que hizo números notables de audiencia, duró quince días -el productor que lo contrató pagaba cada quincena-. Nuevamente, con su sueldo, se armó de tres cajas de cerveza y se recluyó a terminarlas en su cuartito de Lince. No salió de allí sino hasta un mes después, cuando le hubo pasado la depresión. Nuevamente, Enrico deambulaba por el terreno de la indigencia. Su futuro televisivo era nulo.

Un par de días después, sin nada que perder, en plena madrugada, prendió directo en su recién creada cuenta de TikTok. Para su sorpresa, cincuenta personas lo vieron de principio a fin, ¡y le donaron plata para que siga chupando!  

Tío Borrachini, te queremos, pero te queremos ver chupando, le decían sus más fieles seguidores.

Casi al mes, Arrechini tenía ya veinte mil seguidores. Y el número iba en aumento.

Un día, dejó de ocultar que le encantaba chupar en los prostíbulos.

Sí, chicos, me enloquecen las putas, confesó. Para qué chucha les voy a mentir.

Pero si bien le encantaban las prostitutas, ellas, a pesar del dinero que les ofrecía a cambio de los consabidos servicios, se negaban a cerrar el trato. Enrico, entristecido, con la botella de cerveza pegada al hocico, se preguntaba: ¿Serán mis manos chiquitas con dedos de olluco? ¿Será mi nariz de loro? ¿Por qué no me empelotan las nenas, Diosito?

Y ahora, una tal Cataleya, emergente periodista futbolera, lo había invitado a salir. Y lo había achorado: le había comprado ropa, le había puesto el taxi. Todo.

Esta mujer debe de estar templadaza de mí, se alentó Arrechini. Ahora la pelota está en mi cancha, pensó. Debo irme de avance.

Cuando se acercó a Cataleya para saludarla de besito en el cachete, ante la puerta del restaurante Costa Verde, le metió un alce espectacular. Enrico sintió la dureza de sus nalgotas disciplinadamente trabajadas en un gimnasio de medio pelo de su barrio.

Lo que no esperó Arrechini fue que del auto del que había descendido Cataleya, saliese el marido de la mujer, su machucante, un hombre celoso que le había roto el cuello a un tipo que tuvo la infelicidad de lanzarle un inofensivo y piropero silbo a su ricotona Cataleya. El hombre dejó de cerrar la puerta de su coche para interponerse entre su mujer y el pequeño periodista. Un rotundo puñetazo le desencajó la mandíbula al hombre de prensa, castigando así el atrevimiento de su mano larga.

***

Putamadre, cuñao, me cagaron a golpazos. Con las justas puedo hablar. Me dislocaron la quijada, dijo Arrechini. Se hallaba al teléfono conversando con Raúl Patán, su viejo amigo de copas. Dame buenas noticias. Cuéntame cómo te va en la granja.

Bueno, ya llevaba casi un mes sin probar chela, pero acabo de recaer, de relapse. Me pusieron como compañero de cuarto a un tal Borracho, ¿lo conoces?, dijo Patán. Pucha, por ese pata he recaído. Desde hace dos días estoy chupando con él todas las noches antes de dormir.

Al otro lado de la línea, Arrechini parecía contener una risa.

Pero ¿sabes qué es lo más loco? Que no me emborracho, on. Y eso que cada noche nos zampamos seis botellas de chela.

Las saca de debajo del wáter, ¿no?, dijo Arrechini.

Claro, claro, tú fuiste su compañero de celda, perdón, de cuarto, ¿no?, dijo Patán.

Así es, afirmó Arrechini. Lo conozco muy bien al pendejo del Borracho. Mándale mis saludos. Luego de sobarse la mandíbula, preguntó: ¿Decías que la chela ya no te emborracha?

Sí, on, creo que el haber estado casi un mes en abstinencia ha hecho que el trago ya no me afecte. ¿No es eso de la putamadre? Puedo chupar cuantas veces quiera sin emborracharme, sin marearme, sin sentir los efectos de esa depresión que al final, tú lo sabes, Enrico, hizo que mi mujer me pusiera los cuernos en mi delante, dijo Patán.

Me encanta que hayas superado tu problema, hermanito, celebró Arrechini.

Y todo te lo debo a ti por haberme recomendado esta granja, dijo Patán.

Al terminar la llamada, Arrechini empezó a carcajearse atronadoramente. La mandíbula empezó a bailarle con dolor. Los tornillos que le habían acomodado para fijarle ese hueso tan importante al cráneo empezaron a zafarse debido al furor de las carcajadas. Rio con dolor, pero con gusto: Patán seguía siendo un huevonazo de aquellos. Arrechini se había dado cuenta desde el primer día de que el pendejo del Borracho orinaba en las botellas de cerveza para tomárselas al día siguiente en un asqueroso círculo vicioso. Pero el cojudo de Patán, a pesar de que llevaba un mes oliéndole los pedos al Borracho, creía que la pichi del Borracho era cerveza. La cagada.

Pensar en las botellas del Borracho le dio sed.

Prendió directo.

Chicos, ¿cómo están? ¿Quién le quiere jugar unos pesos al tío Arrechini para canjearlos por unos ronaldos? Tengo una gran historia que contarles a cambio, ah. Les voy contando. Pero vayan dejando también los pesos, que yo no chambeo a pilas. Tengo un amigo que se llama Raúl Patán que es tan huevón que… 


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