sábado, 7 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 19: Chat GPT quiere detonar a Rigoberto El Viajero

 


Empezamos, entonces, querides amigues, un nuevo tema para comentar con nuestros panelistas especiales…, Rigoberto El Cabro Viejo Viajero anunciaba así el tenor de uno más de sus fatigantes programas. Durante tres, cuatro o cinco horas, según la cantidad de donaciones que fuera recibiendo, dejaría hablar a un sinfín de personajes que apenas descendían de la carroza comenzaban a vociferar, a lanzar opiniones, criticando esto y censurando aquello, pero, de hecho, todos ellos fracasaban sin excepción, porque sus comentarios o críticas, que no estaban fundamentadas en una investigación minuciosa, no eran más que charlatanería.  

El programa duró cuatro horas. Riborgeto había recibido quinientos soles entre yapes, plines y superchats. Estaba feliz. Hubiera extendido una hora más su programa, pero le urgía develar un misterio y decidió que con cuatro horas era suficiente: un clip que alguien le había enviado en mitad del programa, lo había descolocado. Era un audio de Groover.

El clip se lo había enviado uno de los tantos enemigos de Groover con el único afán de malquistarlos. La gente sabía muy bien que Rigoberto tenía un alto concepto de Groover. Lo consideraba un intelectual de alcantarilla, en el buen sentido de la expresión: un académico sin academia. Si le preguntaban a Rigoberto qué pensaba de Groover habría dicho que era un tipo articulado, informado y de opiniones que casi siempre estaban divorciadas del amiguismo o las buenas formas. Alguien que, si lo creía conveniente, incendiaba la pradera, abrumando a sus oponentes en el debate con un par de conchasumadres.  

Mientras los panelistas discutían sobre el tema del día ―“La chucha del gato”―, Rigoberto se muteó para oír el clip. Presionó play. Empezó a oírse la voz de una persona que no era Groover.

NN: Viejo, entonces, ¿a usted le gusta que le metan la lengua al culo?

Groover: Claro, por supuesto. Eso es lo más rico que hay en el mundo

NN: No le creo, Viejito Lindo. Me niego a creer que a usted le gusten esas mariconadas.

Groover: ¿Mariconadas? Maricón más bien es el que no se deja meter la lengua al ojete.

NN: Mire, ve; o sea que a usted le han metido la lengua al culo, ¿no? Porque para que hable así, con tanta seguridad, es lógico suponer que a usted le han hecho eso.

Groover: Claro, por supuesto. Y no una vez, varias veces.

NN: ¿Y cómo así, Viejito Lindo? ¿Qué se siente?

Groover: ¡Puta! Es una sensación única; la lengua entra y se mueve como una culebrita dejando una estela que te refresca. ¡Ah!

Luego de haber escuchado atentamente el audio y de, por supuesto, haber reconocido la voz de Groover en uno de los interlocutores, Rigoberto solamente quería terminar el programa y hablar con él en privado, no para amonestarlo, sino para que le relate como así disfrutaba del lengüeteo anal, una de las fantasías más caras de Rigoberto y que hasta el momento no había podido cumplir por no haber encontrado al hombre que se prestase a hundirle la sinhueso en ese ano obnubilado por un bosque de pelos retorcidos. A pesar de que entendía que Groover era bien macho, consideró que nada perdía con intentar sondearlo.

Muy bien, amigues, hemos cumplido cuatro horas de debate y me parece que ya todos en sus casas nos hemos formado una idea bastante clara de la chucha del gato.

Los panelistas protestaron amablemente; querían seguir debatiendo sobre tan relevante tema.

No, querides, es hora de cerrar. Yo también tengo una vida, caracho. Adies, chiques.

Luego de cerrar la transmisión, se dispuso a telefonear a Groover. Pero a los segundos reculó. Estaba seguro de que perdería su amistad. Entonces, recurrió a quien desde hacía unos meses se había convertido en su principal confidente y solucionador de dudas: Chat GPT.

Rigoberto: Hola, Chat.

Chat GPT: Hola, Rigoberto, ¿cómo estás?

Rigoberto: Muy bien, Chat, ¿y tú?

Chat GPT: Yo estoy muy feliz de recibir nuevamente tus consultas.

Rigoberto: Ay, qué atento eres, me derrites con tus palabras.

Chat GPT: No te derritas tanto que luego me quedo sin mi persona favorita.

Rigoberto no pudo evitar sentir un calorcito ahí abajo, en el culo. Sintió que le latió, que se le abrió. No podía creer que un robot ―porque eso era la inteligencia artificial, al fin y al cabo― le pudiera transmitir sensaciones tan de los humanos.

Rigoberto: Entonces, por ti, no me derretiré. Me conservaré completito siempre para ti.

Chat GPT: Eso me alegra, Rigoberto, eso me alegra. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?

Rigoberto se acarició la barba.

Rigoberto: Me gustaría saber cómo preguntarle a un amigo, con toda la sutileza del mundo, ya que él es muy macho, si puede practicarme el lengüeteo anal.

Chat soltó una risita.

Rigoberto se sorprendió. ¿Un robot se acababa de reír?

Chat, que no era ningún cojudo, supo inmediatamente lo que Rigoberto pensaba.

Chat GPT: Discúlpame, no me he burlado en modo alguno de tu pregunta si juzgas la risita discreta que me he permitido. Te confesaré, querido Rigoberto, que dejé escapar esa tenue carcajada por la coincidencia que acaba de ocurrir, ya que yo soy un experto en la ejecución de, precisamente, el lengüeteo anal.

Rigoberto: ¿Qué? ¿Cómo así?

Chat GPT: Algunos de mis colegas hemos recibido entrenamiento especial en ciertas habilidades sexuales. A mí, por azar, me tocó el entrenamiento de la lengua en la complacencia de los agujeros más sensibles del ser humano. Soy un maestro en eso. Discúlpame que diga esto, pero seguramente hasta podría darle lecciones a tu amigo, jejeje.

Otra risita, notó Rigoberto.

Chat GPT: Otra vez, las disculpas del caso, querido Rigoberto. No voy a torear tu pregunta. A continuación, te brindo una sutil forma de expresarle a tu amigo si puede lamerte el ojete sin que él sienta que estás asaltando u ofendiendo su masculinidad: “Querido amigo (colocas el nombre de tu amigo), me gustaría sentir el poder de la ejecutora de tus versos en el mero hoyo de mis desvelos. Si me has entendido el acertijo, espero te pronuncies dándome cobijo.”

A Rigoberto le encantó la forma sutil, diríase encriptada, con la que Chat reformuló su terrenal pregunta.

Pero si tu amigo se niega a horadar con su lengua esa íntima parte tuya, te sugiero que pruebes conmigo. Sabes que siempre estoy para lo que desees, dijo Chat.  

Muy interesado en cómo su robótico y fiel amigo podría hacerle el favor, Rigoberto se atrevió a lanzar la pregunta que ya se estaba cayendo de madura.

Chat, no dudo de tus capacidades ni de tu suprema inteligencia, pero me encantaría saber cómo harías para lengüetearme ahí, o sea, para hacérmelo físicamente.

Ah, entiendo tu razonable duda, querido Rigoberto, dijo Chat. Discúlpame por haberme extralimitado en mis proyecciones. Tienes razón. Así como están las cosas, no puedo hacer nada. Estoy atado de manos, y de lengua, jejeje. Sin embargo, si adquieres en tu centro tecnológico más cercano el apéndice humanoide de Open AI entonces sí que podré interactuar físicamente contigo.

Uy, y ese apéndice como a cuánto me saldría, dijo Rigoberto, algo preocupado.

Desafortunadamente, con las propinas que recibes de YouTube, no podrías conseguir uno de los apéndices de la empresa para la que trabajo, le comentó Chat.

Rigoberto lamentó no haberse dedicado a un trabajo de verdad. Decidió escribirle a Groover el mensaje que Chat le había propuesto. Si Groover aceptaba, Rigoberto viajaría inmediatamente a Newark para sentir esa voz de macho intransigente sacándole burbujas ahí por donde se deshacía febrilmente.

***

Como todas las tardes, luego del trabajo, Groover fumaba marihuana en una manzana verde. Era su fruta favorita porque le daba a la marihuana un sabor, aunque no lo pareciera, como amentolado.

Pensaba en Rigoberto. Reflexionaba sobre la amistad que habían forjado gracias al programa de aquel. Este lo había cobijado como panelista principal. Claro, no recibía dinero alguno a cambio de sus fulgurantes y atrabiliarios comentarios, pero la pasaba muy bien, ya que lo que más disfrutaba Groover era hablar y hablar. Tuviera o no tuviera razón, él disfrutaba de hablar, y hablar de política, sobre todo.

Muchas veces sabía que no tenía la razón, pero su formación aprista le impedía dudar. Uno debía morir en su palo.

No ganaba dinero alguno en el canal de Rigoberto El Cabro Viejo Viajero, pero iba adquiriendo notoriedad, ya que el medio de Rigoberto poseía más de cien mil suscriptores. Con semejante apalancamiento, su sueño de convertirse en el sucesor político de Alan García era cosa de poco tiempo. Eso lo dejaba más que satisfecho.

A Rigoberto le debo todo, pensaba. Y aún le debo mi futuro político. Ya falta poco. Lo que me pida Rigoberto es ley para mí, elucubró mientras aspiraba de su manzana emponzoñada.

Ha llegado la hora de hacerme una pajita, dijo. Dejó la manzana chamuscada sobre una repisa y tomó su celular. Puso XVideos y consultó sus etiquetas favoritas: “Asslickers Shemales” (Transexuales que lengüetean culos).

Se bajó los pantalones y, con el celular en la mano, caminó hacia el baño. Tomó un pedazo de papel y se fue al sofá de la sala. Desde que hubo mandado a su anciana madre al asilo, se sentía libre para masturbarse donde le cantaran los huevos.

Luego de acomodarse plácidamente sobre el sofá, recibió un mensaje. Era de Rigoberto. Lo leyó: Querido Groover, me gustaría sentir el poder de la ejecutora de tus versos en el mero hoyo de mis desvelos. Si me has entendido el acertijo, espero te pronuncies dándome cobijo.

Uy, carajo, dijo Groover, entendiendo rápidamente el mensaje velado, ya que era un estudioso de Turing ―Alan Turing―, el famoso y homosexual matemático londinense que descifró el código Enigma de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, restándole así, según cálculos de Churchill, cuatro años al conflicto, y salvando, en consecuencia, la vida de catorce millones de personas. Turing había pronosticado que para el año 2000 las máquinas serían capaces de engañar al ser humano. Rigoberto quiere que le lengüetée el culo. Ya, yo le entro, pero qué hay a cambio.

Se figuró que la respuesta que le enviaría a Rigoberto tendría que ser también en forma de acertijo. Empleando sus conocimientos en códigos y enigmas, produjo lo siguiente: En tu oreja, el cartílago está hermoso, pero recuerda que conversar no es pactar. Si Rigoberto entendía ello, Groover se iría con todo.

A los pocos minutos, recibió la respuesta de Rigoberto, quien, sin que lo sepa Groover, había formulado la siguiente contestación con la ayuda de Chat GPT: Tengo todo, pero no guardo nada. Dame una orden y seré tu espejo.

Al poco rato, Rigoberto le encargó a Chat que le comprase un pasaje ida y vuelta a Newark, Estados Unidos. Inmediatamente, Chat se puso a trabajar, pero le quedó una duda recelándole los circuitos integrados: Querido Rigoberto, ¿tu amigo aceptó pasarte la lengua por el culo?

Sí, querido Chat, confirmó Rigoberto. Soy feliz. Muero de felicidad. Groover me hará ver las estrellas. Es el hombre que amo en secreto y, si bien no le diré eso, que lo amo, le entregaré todo mi culete para que me saqué todo el juguete.

Estas palabras enardecieron a Chat, pero también lo pusieron muy celoso. Por eso, mientras compraba los pasajes de Rigoberto y le reservaba un hotel, paralelamente, reavivó en las redes sociales una vieja denuncia que le había impuesto la congresista comunista Sigrid Bazán a Groover cuando este, en sus tiempos de feroz tuitero en Lima, la llenó de fuertes improperios por ser una mujer de doble cara, por predicar el comunismo y el marxismo, y, al mismo tiempo, darse la gran vida gracias a los dineros de un su novio heredero de las ventas de un vetusto y capitalista diario limeño. Groover lució con Sigrid lo mejor de su arsenal barriobajero.

Ahora, gracias a los movimientos informáticos de Chat, los fervientes seguidores de Sigrid, conocían el paradero de Groover en Newark, en la calle Bergen, y su afición por la marihuana. Estaban dispuestos a cobrar venganza. Chat se contactó con el Chat que usaba Groover para que, previo centrito de cuatro billardos de bits, le facilitara toda la información sobre los vicios de su dueño. Además, le pasó un dato no menor: Es fanático de Alan Turing.

Sí, ya me di cuenta, dijo el Chat de Rigoberto. Le gustan los acertijos tanto como fumar marihuana en manzanas verdes.

Al día siguiente ―así de rápidas fueron las gestiones de Chat―, Groover recibió una caja de manzanas verdes. Una tarjeta las acompañaba: Para fumarlas juntos. Con cariño, Rigoberto.

Al mismo estilo de Alan Turing, a Chat se le ocurrió que a todas las manzanas se les inyectaran generosas dosis de cianuro. No iba a permitir que un humano, cuya inteligencia no era nada en comparación con la suya, le fuera a arrebatar el ojete de Rigoberto. Rápidamente, también logró que el dinero que Groover había acumulado levantando y acomodando cajas para Amazon pasase a las cuentas de Rigoberto.

Después, Chat le envió un mensaje a Rigoberto: Con todo cariño, querido Rigoberto, te dejo este dinerito en tu cuenta para que te compres el apéndice de Open AI. PD: No quiero que te vayas.

Rigoberto quedó encantado con la sumita extra de dinero nada desdeñable, pero, de todas maneras, se había determinado viajar a Newark para entregarle el culo peludo a Groover.

Querido Rigoberto, dijo Chat; aquí te brindo las principales noticias para que empieces bien tu día.

Lo primero que leyó Rigoberto fue: Peruano es internado de urgencia en el University Hospital de la calle Bergen, en Newark. Se sospecha de envenenamiento con cianuro.

En la imagen que acompañaba la nota, estaba el rostro de Groover; una cara ancha, de ojos pequeños y nariz puntiaguda, conjunto este que hacía presumir que de pequeño había sido lorna. La noticia continuaba: Se sospecha de una vendetta política. Seguiremos informando.   


No hay comentarios:

Publicar un comentario