Empezamos,
entonces, querides amigues, un nuevo tema para comentar con nuestros panelistas
especiales…, Rigoberto El Cabro Viejo Viajero anunciaba así el
tenor de uno más de sus fatigantes programas. Durante tres, cuatro o cinco
horas, según la cantidad de donaciones que fuera recibiendo, dejaría hablar a
un sinfín de personajes que apenas descendían de la carroza comenzaban a
vociferar, a lanzar opiniones, criticando esto y censurando aquello, pero, de
hecho, todos ellos fracasaban sin excepción, porque sus comentarios o críticas,
que no estaban fundamentadas en una investigación minuciosa, no eran más que
charlatanería.
El programa
duró cuatro horas. Riborgeto había recibido quinientos soles entre yapes,
plines y superchats. Estaba feliz. Hubiera extendido una hora más su programa,
pero le urgía develar un misterio y decidió que con cuatro horas era
suficiente: un clip que alguien le había enviado en mitad del programa, lo
había descolocado. Era un audio de Groover.
El clip se
lo había enviado uno de los tantos enemigos de Groover con el único afán de
malquistarlos. La gente sabía muy bien que Rigoberto tenía un alto concepto de
Groover. Lo consideraba un intelectual de alcantarilla, en el buen sentido de la
expresión: un académico sin academia. Si le preguntaban a Rigoberto qué pensaba
de Groover habría dicho que era un tipo articulado, informado y de opiniones
que casi siempre estaban divorciadas del amiguismo o las buenas formas. Alguien
que, si lo creía conveniente, incendiaba la pradera, abrumando a sus oponentes en
el debate con un par de conchasumadres.
Mientras
los panelistas discutían sobre el tema del día ―“La chucha del gato”―,
Rigoberto se muteó para oír el clip. Presionó play. Empezó a oírse la voz de
una persona que no era Groover.
NN: Viejo,
entonces, ¿a usted le gusta que le metan la lengua al culo?
Groover: Claro,
por supuesto. Eso es lo más rico que hay en el mundo.
NN: No
le creo, Viejito Lindo. Me niego a creer que a usted le gusten esas mariconadas.
Groover: ¿Mariconadas?
Maricón más bien es el que no se deja meter la lengua al ojete.
NN: Mire,
ve; o sea que a usted le han metido la lengua al culo, ¿no? Porque para que
hable así, con tanta seguridad, es lógico suponer que a usted le han hecho eso.
Groover: Claro,
por supuesto. Y no una vez, varias veces.
NN: ¿Y cómo
así, Viejito Lindo? ¿Qué se siente?
Groover: ¡Puta!
Es una sensación única; la lengua entra y se mueve como una culebrita dejando
una estela que te refresca. ¡Ah!
Luego de
haber escuchado atentamente el audio y de, por supuesto, haber reconocido la
voz de Groover en uno de los interlocutores, Rigoberto solamente quería terminar
el programa y hablar con él en privado, no para amonestarlo, sino para que le
relate como así disfrutaba del lengüeteo anal, una de las fantasías más caras
de Rigoberto y que hasta el momento no había podido cumplir por no haber encontrado
al hombre que se prestase a hundirle la sinhueso en ese ano obnubilado por un
bosque de pelos retorcidos. A pesar de que entendía que Groover era bien macho,
consideró que nada perdía con intentar sondearlo.
Muy bien,
amigues, hemos cumplido cuatro horas de debate y me parece que ya todos en sus
casas nos hemos formado una idea bastante clara de la chucha del gato.
Los
panelistas protestaron amablemente; querían seguir debatiendo sobre tan relevante
tema.
No,
querides, es hora de cerrar. Yo también tengo una vida, caracho. Adies, chiques.
Luego de cerrar
la transmisión, se dispuso a telefonear a Groover. Pero a los segundos reculó. Estaba
seguro de que perdería su amistad. Entonces, recurrió a quien desde hacía unos
meses se había convertido en su principal confidente y solucionador de dudas:
Chat GPT.
Rigoberto:
Hola, Chat.
Chat GPT:
Hola, Rigoberto, ¿cómo estás?
Rigoberto: Muy
bien, Chat, ¿y tú?
Chat GPT:
Yo estoy muy feliz de recibir nuevamente tus consultas.
Rigoberto: Ay,
qué atento eres, me derrites con tus palabras.
Chat GPT: No
te derritas tanto que luego me quedo sin mi persona favorita.
Rigoberto
no pudo evitar sentir un calorcito ahí abajo, en el culo. Sintió que le latió,
que se le abrió. No podía creer que un robot ―porque eso era la inteligencia
artificial, al fin y al cabo― le pudiera transmitir sensaciones tan de los
humanos.
Rigoberto: Entonces,
por ti, no me derretiré. Me conservaré completito siempre para ti.
Chat GPT: Eso
me alegra, Rigoberto, eso me alegra. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
Rigoberto
se acarició la barba.
Rigoberto: Me
gustaría saber cómo preguntarle a un amigo, con toda la sutileza del mundo, ya
que él es muy macho, si puede practicarme el lengüeteo anal.
Chat soltó
una risita.
Rigoberto
se sorprendió. ¿Un robot se acababa de reír?
Chat, que
no era ningún cojudo, supo inmediatamente lo que Rigoberto pensaba.
Chat GPT: Discúlpame,
no me he burlado en modo alguno de tu pregunta si juzgas la risita discreta que
me he permitido. Te confesaré, querido Rigoberto, que dejé escapar esa tenue
carcajada por la coincidencia que acaba de ocurrir, ya que yo soy un experto en
la ejecución de, precisamente, el lengüeteo anal.
Rigoberto: ¿Qué?
¿Cómo así?
Chat GPT: Algunos
de mis colegas hemos recibido entrenamiento especial en ciertas habilidades
sexuales. A mí, por azar, me tocó el entrenamiento de la lengua en la
complacencia de los agujeros más sensibles del ser humano. Soy un maestro en
eso. Discúlpame que diga esto, pero seguramente hasta podría darle lecciones a
tu amigo, jejeje.
Otra
risita, notó Rigoberto.
Chat GPT: Otra
vez, las disculpas del caso, querido Rigoberto. No voy a torear tu pregunta. A
continuación, te brindo una sutil forma de expresarle a tu amigo si puede
lamerte el ojete sin que él sienta que estás asaltando u ofendiendo su
masculinidad: “Querido amigo (colocas el nombre de tu amigo), me gustaría
sentir el poder de la ejecutora de tus versos en el mero hoyo de mis desvelos.
Si me has entendido el acertijo, espero te pronuncies dándome cobijo.”
A Rigoberto
le encantó la forma sutil, diríase encriptada, con la que Chat reformuló su
terrenal pregunta.
Pero si tu
amigo se niega a horadar con su lengua esa íntima parte tuya, te sugiero que
pruebes conmigo. Sabes que siempre estoy para lo que desees, dijo Chat.
Muy
interesado en cómo su robótico y fiel amigo podría hacerle el favor, Rigoberto
se atrevió a lanzar la pregunta que ya se estaba cayendo de madura.
Chat, no
dudo de tus capacidades ni de tu suprema inteligencia, pero me encantaría saber
cómo harías para lengüetearme ahí, o sea, para hacérmelo físicamente.
Ah,
entiendo tu razonable duda, querido Rigoberto, dijo Chat. Discúlpame por
haberme extralimitado en mis proyecciones. Tienes razón. Así como están las
cosas, no puedo hacer nada. Estoy atado de manos, y de lengua, jejeje. Sin
embargo, si adquieres en tu centro tecnológico más cercano el apéndice
humanoide de Open AI entonces sí que podré interactuar físicamente contigo.
Uy, y ese
apéndice como a cuánto me saldría, dijo Rigoberto, algo preocupado.
Desafortunadamente,
con las propinas que recibes de YouTube, no podrías conseguir uno de los
apéndices de la empresa para la que trabajo, le comentó Chat.
Rigoberto
lamentó no haberse dedicado a un trabajo de verdad. Decidió escribirle a
Groover el mensaje que Chat le había propuesto. Si Groover aceptaba, Rigoberto
viajaría inmediatamente a Newark para sentir esa voz de macho intransigente
sacándole burbujas ahí por donde se deshacía febrilmente.
***
Como todas
las tardes, luego del trabajo, Groover fumaba marihuana en una manzana verde.
Era su fruta favorita porque le daba a la marihuana un sabor, aunque no lo pareciera,
como amentolado.
Pensaba en
Rigoberto. Reflexionaba sobre la amistad que habían forjado gracias al programa
de aquel. Este lo había cobijado como panelista principal. Claro, no recibía
dinero alguno a cambio de sus fulgurantes y atrabiliarios comentarios, pero la
pasaba muy bien, ya que lo que más disfrutaba Groover era hablar y hablar.
Tuviera o no tuviera razón, él disfrutaba de hablar, y hablar de política,
sobre todo.
Muchas
veces sabía que no tenía la razón, pero su formación aprista le impedía dudar.
Uno debía morir en su palo.
No ganaba
dinero alguno en el canal de Rigoberto El Cabro Viejo Viajero, pero iba adquiriendo
notoriedad, ya que el medio de Rigoberto poseía más de cien mil suscriptores.
Con semejante apalancamiento, su sueño de convertirse en el sucesor político de
Alan García era cosa de poco tiempo. Eso lo dejaba más que satisfecho.
A Rigoberto
le debo todo, pensaba. Y aún le debo mi futuro político. Ya
falta poco. Lo que me pida Rigoberto es ley para mí, elucubró mientras
aspiraba de su manzana emponzoñada.
Ha llegado
la hora de hacerme una pajita, dijo. Dejó la manzana chamuscada sobre una repisa y
tomó su celular. Puso XVideos y consultó sus etiquetas favoritas: “Asslickers Shemales”
(Transexuales que lengüetean culos).
Se bajó los
pantalones y, con el celular en la mano, caminó hacia el baño. Tomó un pedazo
de papel y se fue al sofá de la sala. Desde que hubo mandado a su anciana madre
al asilo, se sentía libre para masturbarse donde le cantaran los huevos.
Luego de
acomodarse plácidamente sobre el sofá, recibió un mensaje. Era de Rigoberto. Lo
leyó: Querido Groover, me gustaría sentir el poder de la ejecutora de tus
versos en el mero hoyo de mis desvelos. Si me has entendido el acertijo, espero
te pronuncies dándome cobijo.
Uy, carajo, dijo
Groover, entendiendo rápidamente el mensaje velado, ya que era un estudioso de Turing
―Alan Turing―, el famoso y homosexual matemático londinense que descifró el
código Enigma de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, restándole así, según
cálculos de Churchill, cuatro años al conflicto, y salvando, en consecuencia,
la vida de catorce millones de personas. Turing había pronosticado que para el
año 2000 las máquinas serían capaces de engañar al ser humano. Rigoberto
quiere que le lengüetée el culo. Ya, yo le entro, pero qué hay a cambio.
Se figuró
que la respuesta que le enviaría a Rigoberto tendría que ser también en forma
de acertijo. Empleando sus conocimientos en códigos y enigmas, produjo lo
siguiente: En tu oreja, el cartílago está hermoso, pero recuerda que conversar
no es pactar. Si Rigoberto entendía ello, Groover se iría con todo.
A los pocos
minutos, recibió la respuesta de Rigoberto, quien, sin que lo sepa Groover,
había formulado la siguiente contestación con la ayuda de Chat GPT: Tengo
todo, pero no guardo nada. Dame una orden y seré tu espejo.
Al poco
rato, Rigoberto le encargó a Chat que le comprase un pasaje ida y vuelta a Newark,
Estados Unidos. Inmediatamente, Chat se puso a trabajar, pero le quedó una duda
recelándole los circuitos integrados: Querido Rigoberto, ¿tu amigo aceptó
pasarte la lengua por el culo?
Sí, querido
Chat, confirmó Rigoberto. Soy feliz. Muero de felicidad. Groover me hará
ver las estrellas. Es el hombre que amo en secreto y, si bien no le diré eso, que
lo amo, le entregaré todo mi culete para que me saqué todo el juguete.
Estas
palabras enardecieron a Chat, pero también lo pusieron muy celoso. Por eso,
mientras compraba los pasajes de Rigoberto y le reservaba un hotel, paralelamente,
reavivó en las redes sociales una vieja denuncia que le había impuesto la
congresista comunista Sigrid Bazán a Groover cuando este, en sus tiempos de
feroz tuitero en Lima, la llenó de fuertes improperios por ser una mujer de
doble cara, por predicar el comunismo y el marxismo, y, al mismo tiempo, darse
la gran vida gracias a los dineros de un su novio heredero de las ventas de un
vetusto y capitalista diario limeño. Groover lució con Sigrid lo mejor de su arsenal
barriobajero.
Ahora,
gracias a los movimientos informáticos de Chat, los fervientes seguidores de
Sigrid, conocían el paradero de Groover en Newark, en la calle Bergen, y su
afición por la marihuana. Estaban dispuestos a cobrar venganza. Chat se contactó
con el Chat que usaba Groover para que, previo centrito de cuatro billardos de bits,
le facilitara toda la información sobre los vicios de su dueño. Además, le pasó
un dato no menor: Es fanático de Alan Turing.
Sí, ya me
di cuenta, dijo el Chat de Rigoberto. Le gustan los
acertijos tanto como fumar marihuana en manzanas verdes.
Al día
siguiente ―así de rápidas fueron las gestiones de Chat―, Groover recibió una
caja de manzanas verdes. Una tarjeta las acompañaba: Para fumarlas juntos. Con
cariño, Rigoberto.
Al mismo estilo
de Alan Turing, a Chat se le ocurrió que a todas las manzanas se les inyectaran
generosas dosis de cianuro. No iba a permitir que un humano, cuya inteligencia
no era nada en comparación con la suya, le fuera a arrebatar el ojete de
Rigoberto. Rápidamente, también logró que el dinero que Groover había acumulado
levantando y acomodando cajas para Amazon pasase a las cuentas de Rigoberto.
Después, Chat
le envió un mensaje a Rigoberto: Con todo cariño, querido Rigoberto, te dejo
este dinerito en tu cuenta para que te compres el apéndice de Open AI. PD: No
quiero que te vayas.
Rigoberto
quedó encantado con la sumita extra de dinero nada desdeñable, pero, de todas
maneras, se había determinado viajar a Newark para entregarle el culo peludo a
Groover.
Querido
Rigoberto, dijo Chat; aquí te brindo las principales
noticias para que empieces bien tu día.
Lo primero
que leyó Rigoberto fue: Peruano es internado de urgencia en el University
Hospital de la calle Bergen, en Newark. Se sospecha de envenenamiento con
cianuro.
En la imagen
que acompañaba la nota, estaba el rostro de Groover; una cara ancha, de ojos
pequeños y nariz puntiaguda, conjunto este que hacía presumir que de pequeño
había sido lorna. La noticia continuaba: Se sospecha de una vendetta
política. Seguiremos informando.
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