viernes, 20 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 21: Simio Violencia en busca de Messi

 


¿En serio?, se emocionó el periodista futbolero Simio Violencia. No te juegues así, compare. Mira que si lo que me dices es verdad, me voy pa’rriba. Y si es mentira, me voy a la mierda.

Groover manejaba conchudamente por las calles de Miami, adonde se había mudado temporalmente para hacer taxi, ya que ese lugar era una de las sedes del Mundial de Clubes que se celebraba por esos días.

En serio, Simio, ¿cómo crees que te voy a mentir con una huevada así?, dijo Groover, quien le acababa de comentar a Simio que salía con una dominicana que trabajaba como parte del servicio doméstico de la mansión de Messi, el mejor jugador del mundo y, desde hacía ya un buen tiempo, delantero estelar del Inter de Miami, equipo que participaba en el Mundial de Clubes.  Además, yo quiero apoyarte porque sigo tu carrera desde aquí, hermano. Escucharte es como regresar al Perú; es recordar con nostalgia la cagada que es mi país y que, hace un tiempo, me obligó a venir a prosperar por estos lares.

El tropo que acababa de eyacular Groover, un experto en el diálogo dialéctico, fue demasiado para el achicopalado entendimiento de Violencia. Por eso, este se limitó a sonreír. Gracias por tus palabras, amigo, dijo.

Mañana paso por tu hotel y te presento a mi caballota. Ya con ella ves cómo hacen para que lo entrevistes a Messi, dijo Groover.

***

Ay, ombe, ¿y esa carita? Tú lo que estás es pa’ espantar sueños, dijo Ashley, una dominicana muy rumbera, de gran ver y honesta al mango, al toparse con la fealdad de Simio Violencia.

No es para tanto, amiga, dijo el periodista, sonrojado.

¿Y qué es lo que tú buscas, manito? ¿Conocer a Messi?, dijo la morena.

Es mi sueño, amiga. Quiero conocerlo y luego entrevistarlo, suspiró Simio.

Ajá, ya capté la vaina, dijo la mujer, tratando de pensar cómo aquel digno representante del Perú podría conocer a Messi. Pero óyeme bien, papi, aquí na’ se mueve de a chelcha. Vas a tener que soltar algo, ¿tamo’ claro?

Pucha, amiga, no traigo mucho dinero. Apenas tengo lo justo para sostenerme aquí unas tres semanitas, hasta que acabe el Mundial, calculó Simio.

Ajá, según mi marido, que ve todititos tus vídeos en YouTube, tú vives como un jeque: hotel de lujo, caviar pa’l desayuno… Mira, papi, a mí no me vengas con cuentos, que esta cara no es de pendeja, le advirtió Ashley. Cuando hablaba, sus tremendos senos temblaban y Simio no podía evitar mirarle el valle que formaban estos formaban al apretarse. Se imaginaba hundiendo su lengua de sapo en ese surco.

No, eso es show nomás, se excusó Simio. Mis colegas saben que soy recontra pobre. Pero mis seguidores no lo saben. Por eso me hago pasar por muy bacán. Para seguir dándole cuerda a mi personaje.

Pues ya que tú eres tan hablador y tan lambón, te voy a clavar quinientos dolaritos por la oportunidad de que conozcas a Messi, sentenció Ashley.

¿Quinientos dólares? Los ojos chinitos de Simio se desenfocaron. Esa suma era casi la mitad de lo que los miserables de PinBet, la casa de apuestas que lo auspiciaba, le habían suministrado para sus viáticos.

Si tú te animas, heavy, pero rogadera aquí no hay, zanjó Ashley dando una media vuelta que dejó a ojos vista un trasero que Simio deseó morder todas las noches antes de dormir.

Rápida y mentalmente, el hombre de prensa cotejó los beneficios y maleficios de entregarle a esa morena los quinientos dólares solicitados. ¿Cuál sería la consecuencia de conocer a Messi y robarle una entrevista? Pues que saldría en todas las portadas de los periódicos peruanos; los principales micrófonos se pelearían por tomarle sus declaraciones, por conocer los detalles de su conversación con el astro argentino. Le lloverían contratos televisivos, de canales importantes y no de los canalitos de YouTube en donde lo peseteaban peor que a practicante. Sus bonos se elevarían. Ya no sería cualquier periodista pezuñento, como el fumón de Santos Camarón. Sería Simio Violencia, el único periodista peruano que entrevistó a Messi. En cuanto a los maleficios, no halló ninguno. Entonces, sí, definitivamente valía la pena mojarse con esos quinientos cocachos. Ya luego vería cómo sobrevivir en tierras norteamericanas.

Espere un momento, señorita. Trato hecho. Acá están los quinientos verdes. Ahora, usted dirá. Quedo en sus manos, se rindió Simio, tratando de que el sueño de su auspicioso futuro se impusiera a ese momento en el que se estaba deshaciendo de gran parte del dinero que lo sostenía en esa ciudad abrasadora.

***

No pasa nada con este Mundial, se quejaba Groover. A un lado, Ashley se componía el vestido. Nadie va a los estadios. Las entradas ahora prácticamente las están regalando. Fue una mala idea venirme para acá. Creo que más plata hubiera hecho taxeando en Newark. Miró a Ashley acomodarse los rulos saltarines. Lo único bueno de haber manejado hasta aquí fue haberte conocido, mami. ¿Nos echamos otro polvorín?

Ashley soltó una risita: Ay, mi rey, tú lo que estás es raspando el fondo. Dudo que te quede un chele para otro.

Pero fiado, pe, mami, porfió Groover.

Ni tu mai’ te fía, mi rey, ¿y tú vienes a querer tumbarme a mí? Respeta, que mi trabajo no es relajo.

Groover terminó de abrocharse el cinturón. Estaba derrotado. El Mundial de Clubes era un fracaso, su gira por Miami también, y tendría que correrse la paja para botar el último tapón de nata que le obnubilaba el claro discurrir. Era mejor regresar a casa cuanto antes, y empezar a recuperar lo perdido.

Oye, mi rey, le dijo la mujer antes de irse, tengo que admitirlo… gracias a ti hice tremendo negocio. Le extendió un billete de cien dólares

Groover quedó estupefacto: ¿Y esto?

Es gracias a ti, papi, que me diste la luz.

¿A mí? ¿Qué hice? Recibió el dinero.

Ajá, tú me tiraste con ese bobo, el que dice que quería conocer a Messi, dizque en persona, dijo Ashley.

Groover trató de hacer memoria. ¿Simio Violencia?, dijo al fin.

El nombre se me fue, pero esa cara no se olvida… feísimo, y pa’ colmo, peruano como tú. Qué coincidencia, ¿eh?

¿O sea que sí te llamó y se encontró contigo y toda la huevada?, se sorprendió Groover.

Ya tú sabes, me tiró con la historia entera de lo que tú dijiste, rio Ashley.

¿Qué? Pero yo le metí ese cuentazo solo para caerle en gracia y me contratase para movilizarlo por la ciudad. O sea, para tener un cliente fijo. No pensé que se fuera a creer la huevada de que eras empleada de Messi.

Se lo bebió completico, como si fuera jugo de mango.

¿Y qué pasó? Cuenta, dijo Groover.

Que le dije sin filtro: si tú quieres hablar con Messi, vas a tener que romper el cochinito, dijo Ashley.

Pero cómo así si tú no conoces a Messi. La sorpresa de Groover aumentaba vertiginosamente.

Ni idea, mi amor. Ese tigre era tan sugestionao que con yo mirarlo fijo y hablarle como si tuviera una glock en la mano, ya estaba creyéndome todo. Cayó redondito. Ashey estaba lista para abandonar la habitación. Ya había hecho el dinero suficiente. Y encima una obra de caridad con este peruano. Ahora tenía casi toda la noche libre para juerguear como se debía. Con un par de tragos, olvidaría el mal sabor de boca que le estaba dejando la pinga astringente de Groover. Bueno, mi amor, yo arranco. Suerte con ese viajecito de vuelta, ¿oyó?

¿Ya te vas?, se removió Groover.

Mira, papi, esto no es relajo. Si tú quieres que yo te dedique tiempo, eso cuesta… y no es barato, ¿tamo’ claro?  

Pero solo cuéntame qué pasó con Simio, pidió Groover.

Ay, no, mi rey, ¿y tú también quieres que yo hable? Ese Simio ya es archivo muerto. Le saqué su dinerito y eso es lo que vale. Y pa’ colmo, te compartí un poco… así que no te me quejes. ¡Bye, bye, corazón!, dijo Ashley y se fue.

Groover quedó pensando en cómo le habría ido a Simio Violencia. ¿De verdad habría conocido a Messi? ¿La negra esta conocía a Messi? Tantas preguntas y no había plata como para ir a un bar a conocer gente, hablarles huevadas, dejar que le hablasen estupidez y media. Era hora de regresar a Newark. Quizá aún pudiera presentarse en Amazon con el rabo entre las piernas para recuperar su chamba en el área de almacén. Valía más el eco de un intento que el silencio de una duda eterna.

***

El patrón anda buscando un perro bravo pa’ cuidar el evento que va a armar en su cantón.

¿Un perro?, dijo Simio. ¿No necesitará un vigilante? Yo he sido vigilante en España. Sé mucho sobre cuidar casas.

Nel, compa, sí o sí ocupamos un perro. Ya vete, no me estés haciendo perder el tiempo.

Pero yo ya le pagué a Ashley para que me haga entrar a la casa de Messi, se defendió Simio.

Órale, güey, por eso mismo te estoy tirando paro: es la única chance pa’ que entres al cantón del patrón y le saques la entrevista.

Simio empezaba a exasperarse. Quería derramar toda su furia contenida. Por algo no se le conocía en el Perú como el Rey de la Brutalidad: Oye, huevón, pero estás diciendo que solo se puede entrar como perro, no como gente. ¿No ves que yo soy gente? Había tartamudeado y botado baba. Estaba en el punto más alto de su Brutalidad.

El tipo que tenía enfrente estaba curtido por las privaciones más cruentas que sufrió al cruzar la frontera hacía ya unos años. No iba a intimidarse ni remotamente con la pataleta de un peruano horripilante. Hacía falta mucho más que eso para que él siquiera empezase a pestañear.

Órale, güey, ya me largo. No me hagas soltar la neta fea, que ya te canté la jugada. Ahí nos vidrios, dijo el hombre, la mirada abrasadora.

Simio quedó con su carita de imbé, asustado por la mirada de hierro del mexicano. Una gota más de baba y el hombre lo hubiera molido a golpes. Además, sus quinientos dólares se estaban yendo al agua. Tenía que arriesgarse. Todo era por obtener el prestigio de periodista serio que jamás tuvo.

Pera, pera, amigo. Disculpa mi exabrupto. Está bien. Acepto. Seré el perro guardián de Messi.

***

¿Pero no voy a empezar cuidando la casa de Messi?, dijo Simio.

Asere, entrar ahí no es como ir a comprar pan, estamos hablando de la casa del grande, dijo el jefe de seguridad del evento que Messi organizaba en su casa como una especie de augurio por la obtención de la copa en el Mundial de Clubes. Messi intuía que campeonaría sin problemas.

¿Entonces?

Entonces, asere, te voy a tener que tirar una pruebita, pa’ ver si das la talla.

¿Una pruebita?, dijo Simio.

Oye, asere, vas a subir pa’ la azotea de ese edificio y me vas a soltar un ladrido cada media hora, ¿tú me oyes? Cada media hora hasta las nueve de la mañana. Yo voy a estar al tanto, así que más te vale que ladres con ganas. Si fallas, te vas pa’l carajo. Messi no quiere un perro de adorno, quiere uno que meta miedo. Con esa cara ya das pinta, pero tienes que sonar, mi hermano.

A regañadientes, Simio aceptó pasar la prueba. Desde las siete de la noche empezó a resguardar la azotea del edificio señalado, ladrando cada media hora.

El cubano comprobó que Simio ladrase hasta las diez de la noche, luego se marchó, confiando en que regresaría muy temprano a comprobar que el peruano continuase con los ladridos cada media hora hasta las nueve de la mañana.

El jefe de seguridad regresó al edificio a las siete y cuarto de la mañana, y a las siete y media, cuando se suponía que Simio debía ladrar otra vez, no emitió sonido alguno.

Subió a la azotea a verificar qué ocurría. Simio yacía en el suelo, tieso, las patas y las manos arriba, la mirada en blanco. Había mordisqueado una chuleta envenenada que se le aventó en algún momento de la madrugada como parte de la prueba.

Oye, asere, qué suerte que no contraté a este bicho, me iba a jamar un cable, dijo el cubano, mientras comprobaba, con la punta del zapato en el pecho de Simio, que el peruano estaba liquidao.


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