La
chica, una niña de quince años que apoya a su madre en la venta de libros, me
dijo que si no lloraba con “Bajo la misma estrella”, no tenía alma, no era un
ser humano.
No
soy un ser humano. He leído “Bajo la misma estrella” sin derramar una lágrima, sin
mostrar emoción alguna, quizá alguno que otro bostezo. No es el tipo de
literatura que busco, pero quise probar si un texto era capaz de conmoverme
hasta las lágrimas como sí lo hacen algunas películas, no necesariamente
películas románticas. Por ejemplo, siempre se me humedecen los ojos cuando
Cameron Poe (Nicolas Cage) se rencuentra con su esposa e hija luego de que
termina su odisea en el avión de convictos al mando de Cyrus “The Virus” (John
Malkovich).
Ni
la película homónima pudo conmoverme. Esperaba que ciertas escenas del libro, interpretadas
adecuadamente, me hicieran llorar como una nena; pero no. Quienquiera que haya
dirigido esa película, ciertamente no supo explotar pasajes conmovedores, o que
pudieron ser muy conmovedores, del libro.
Para
no aguarles la fiesta a quienes aún no han leído la novela, diré que, cuando la
enfermedad de uno de los personajes reaparece, mientras que en el texto el
susodicho está demacrado y casi irreconocible, en la película el personaje se
muestra como si apenas hubiera sufrido un leve catarro.
Definitivamente,
este tipo de literatura no es para mí.
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