Tengo
la cabeza despejada.
No
la había tenido así en mucho tiempo.
Mi
cabeza ya no es la de un macho.
Ya
no pienso en tetas ni en culos.
No
pienso en poses.
Alguien
se ha encargado de quitar los afiches porno de las paredes de mi cerebro.
Sé
quién es ese alguien.
Sería
imposible no saberlo.
Tu
preciosa sonrisa es todo lo que veo.
La
veo en la calle: yendo al paradero, sin darme cuenta de los charcos de agua que
piso y que mojan mis medias y facilitan la proliferación de hongos.
La
veo en el bus: apretado y manoseado por decenas de zombies limeños quienes,
como yo, se dirigen hacia sus prisiones de concreto.
La
veo en el trabajo: en las dos únicas canciones que pongo una y otra vez (Mujer Noche y Adiós, amor) sin mostrar un ápice de aburrimiento.
¿Prometes
que me regalarás más sonrisas tuyas? Las que me regalaste esa noche se me están
acabando. ¿Prometes que me obsequiarás más de eso que Amado Nervo llamaba lo más inmaterial que hay en ti?
Con
el cerebro emasculado, ya no puedo pergeñar las mañoserías con las que llenaba
mi proyecto de novela. Ya no puedo escribir teta
ni culo.
Solamente
quiero seguir viendo más sonrisas tuyas, hasta que un camión me arrolle mientras
cruzo la avenida 28 de julio.
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