En este volumen de cuentos, el agudo observador ruso
que fue Antón Chejov nos pinta, con breves pero fuertes pinceladas, las
pulsiones que animan (o desaniman) a los hijos de la Rusia de la segunda mitad
del siglo diecinueve. Ahí tenemos al papá que descarga su furia contra su
inocente hijo, al médico que expone las faltas y equivocaciones de sus colegas en
una soporífera convención –no solo en el Perú, sino que en esa zona del mundo y
desde esas épocas, ya se amputaba la pierna correcta en lugar de la enferma, o
se dejaban olvidados instrumentos dentro de los cuerpos de los esperanzados
pacientes-, al músico que termina desnudo en un lago, en plena noche, y se topa
con la belleza del pueblo, también desnuda.
Al leer estos cuentos, repletos de las buenas intenciones y curiosos emprendimientos de los personajes, que terminan estrellándose contra la elasticidad de una realidad que no previeron, nos sentimos sumergidos en esa resignación y humor negro típicos de las historias del peruano Julio Ramón Ribeyro. Por algo, JRR fue devoto lector de Chejov.
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