jueves, 26 de agosto de 2021

Garcilaso Inca de la Vega. Primer criollo - Luis Alberto Sánchez - Lectura terminada # 1546

 




Nacido de la unión de una princesa inca y de un conquistador español –que nunca la reconoció como legítima esposa-, Gómez Suarez de Figueroa, o Inca Garcilaso de la Vega, es uno de los primeros peruanos que sintió en el pecho mestizo el doloroso tironeo de pertenecer a dos mundos antagónicos: el indio y el español. El Inca no llegó a ubicarse plenamente en ninguno de los dos. Por ejemplo, el hemisferio español lo consideraba cuasi indio, (sus amiguitos, hijos de papá y mamá españoles, lo llamaban cholo) por los pelos tiesos, los rasgos indoamericanos y la piel amarcigada.

Luis Alberto Sánchez –con los políticos de hoy, se extraña una presencia como la de este egregio aprista- nos muestra la dentrura del Inca; sus desgarros, sus tristezas y sus breves alegrías, como cuando publicó la primera parte de sus Comentarios Reales, mucho tiempo después de haberse hecho capitán del rey con el afán de recuperarle al apellido paterno los brillos que su padre se encargó de enlodar al mostrarse ladinamente traidor con tal de salvar su pellejo allá durante la época de la Conquista. Sánchez detalla con maestra pluma que, gracias a la traición del padre del Inca, el Demonio de los Andes, el terrible Francisco de Carvajal, fue capturado y descuartizado.

Deliciosa anécdota se nos cuenta en las postrimerías del libro, cuando, ya afincado en España y con cierta fama provista por sus Comentarios, el Inca evoca su infancia en el Cusco, una infancia que presenció la crueldad de los tiempos primeros de los españoles en el Perú, en la que era común hallar en la plaza de armas de la ciudad las extremidades de los rebeldes. Así, cierto día, el pequeño Inca y sus compañeros deciden visitar el muslo derecho de Carvajal, ya en avanzado estado de descomposición, que pendía en una de las esquinas de la plaza. Uno de los párvulos, se aventura a clavar el pulgar de la mano derecha en pleno muslo del conquistador. Todos presenciaron cómo el dedo del atrevido se hundió en el muslo como si este fuera de mantequilla. A los pocos días, el temerario niño tenía el dedo hinchado y casi gangrenado, con el dolor ya extendido a gran parte del brazo. Muy cerca estuvo de morir, pero el incidente –en una época en la que no se sabía nada de infecciones ni de bacterias- fue atribuido a que el espíritu recio, diabólico e indomable de Carvajal fue el causante de los estropicios en la humanidad del niño. Desde ese momento, nadie osó siquiera ver a los restos desperdigados del azaroso español.

Le recomiendo al presidente Castillo la lectura de este libro. En las primeras páginas, se enterará de cómo Atahualpa, cuando venció a las fuerzas de su hermano Huáscar, mandó asesinar a todas las concubinas de este y a los hijos que había engendrado en ellas. Sí, en el incanato también se respiró crueldad, señor Castillo. No todo era color de rosas como usted cree. Lea un poco más.

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