Quiero
cacharme al Profe Bruti y al Cieguito, propuso la Golosa, con una voz rasposa y sensual que
atravesó las ondas del programa Habla, Montecito. De este modo, acababa de
extender la invitación al Profe Bruti, ya alejado de la medianía de los canales
más modestos de YouTube (como el de Monte) para que le colaborara en su próxima
producción pornográfica, despertando así la curiosidad y el deseo en todos los
rincones del espectro mediático de la Brutalidad.
En mi Only,
me están pidiendo un interracial con el Profe. Y mi marido, el doctor Suero,
también quiere aventurarse con él, confesó la Golosa.
OnlyFans
era una plataforma virtual habitada por miles de mujeres que obtenían pingües
ingresos a cambio del contenido sexual que ponían a la venta. Había actrices y
modelos de pretérita fama, que no era sino polvo y moho, olvido alambicado, que
habían encontrado en el OnlyFans una forma certera de recuperar sino la abultada
popularidad de antaño al menos los dineros de mejores épocas.
Muchos
periodistas, por ejemplo, habían reportado que la veterana actriz, Lúcida Domínguez,
se había comprado hasta tres casas, cada una en un distrito acomodado de Lima,
gracias a las toneladas de dólares que sus suscriptores apoquinaban
mensualmente a cambio de verla desnuda y copulando con chinos, cholos y negros.
Ella, tan blanca, tan ajena a la multicolor población peruana, había terminado
tirando con ellos. Era el sueño tantas veces postergado del camionero de ruta
larga: cacharse a una vieja pituca. Todo aquel que estuviese dispuesto a pagar
veinte dólares mensuales podía disfrutar de las aventuras sexuales de la todavía
físicamente conservada Lúcida Domínguez.
Golosa,
admiradora de Lúcida, quería darle un nuevo impulso a su carrera pornográfica.
Los ciento veinticinco suscriptores que tenía en su cuenta de OnlyFans, compuestos,
en su mayoría, por los amigos de su esposo, un sapiente médico ginecólogo, empezaban
a demorar los pagos o, simplemente, a retirar sus suscripciones. Se estaban
cansando de las mismas posturas, de los mismos movimientos, de esas tetas y
culos protuberantes que solamente eran bañados por yogurt, miel y, de vez en
cuando, la leche de algún actorcito blancón y pinguón de medio pelo.
***
Lo que
había empezado como un juego en plena era de la COVID-19, otorgándole a Milena
Merelo un acicate vital que jamás habría anticipado, empezaba ahora a
languidecer. Enfermera de profesión, Milena había sido consumida por el miedo
al ver cómo aquel virus devastador e implacable comenzaba a segar la vida de
miles de peruanos desde los sombríos días de marzo del 2020. Asustada y
desorientada, dejó atrás la enfermería, ese noble oficio que, en otros tiempos,
la había definido. Junto a su ya esposo, el médico ginecólogo Darío Suero,
reformuló su signatura profesional, dándole a su vida un giro inesperado.
***
Ayayay, exclamó
Mote, henchido de contento. Queda hecha, entonces, la invitación al Profe
Bruti, ah, que yo sé que me está escuchando ese negro botado,
recalcó Monte, con una sonrisa que rezumaba malicia. Pero, señorita Golosa,
me asalta una poderosa duda, continúo Monte, remarcando cada palabra
con una teatralidad inusitada: ¿Por qué quiere usted…eh… cómo lo digo…?
Cachar, completó
la Golosa, despojada de todo pudor, con una naturalidad que solo el que camina
sin cargas puede permitirse.
Claro,
claro. Pero yo entiendo que usted, señorita Golosa, quiera cachar con el Profe
Bruti porque es un moreno que, seguro, porta un miembro grande y grueso, pero
lo que no logro entender es por qué quiere usted cachar también con El Ciego, inquirió
Monte, con esa mixtura de curiosidad genuina y morbo que lo caracterizaba.
Porque
ahora está de moda ser inclusivo, pues, argumentó la Golosa. Era casi una certeza que los
trescientos conectados al canal de Monte, un rincón oscuro pero creciente en el
submundo de la Brutalidad, tenían sus ojos clavados en las tetas de la
entrevistada, senos de pezones apenas cubiertos por un par de estrellas
plateadas que brillaban ladinamente, insinuando lo que ocultaban.
¿Y no le
gustaría cachar con un serrano?, terció Lora, el productor del programa, siempre
buscando tensar un poco más las cuerdas del morbo.
No, enfatizó
La Golosa, tajante, para serrano tengo a mi marido el doctor.
***
No era la
típica historia del doctor infiel que se enredaba con una enfermera mientras su
esposa, ajena y abnegada, lo esperaba en casa con los hijos. El doctor Darío
Suero había estado casado, sí, aunque sin haber procreado, y se había
divorciado hacía tiempo, sellando con ese fracaso la promesa de no volver a implicarse
en otra relación sentimental. Sin embargo, había algo en la enfermera Merelo,
algo inusual.
Tras ese
primer beso en la oficina del doctor, vino la pregunta de cajón: ¿Qué somos?
Ella
esperaba que un hombre que la aventajaba en veinte años vitales fuese lo
suficientemente maduro como para dejarle claro en qué se habían convertido a
partir de ese primer contacto fugaz y cargado de intenciones.
No tengo
tiempo ni ganas para relacionarme con nadie, respondió el doctor. Podemos
salir, podemos tener intimidad, pero no te hagas ilusiones. No busco a una
mujer para compartir mi vida. Ya estoy viejo para esos cuentos.
Dame una
oportunidad, porfió Merelo, un brillo de esperanza en la mirada.
Tú me gustaste desde la primera vez que te vi, y te puedo demostrar que soy la
mujer para ti. Soy la que mejor te conoce.
Claro, lo
que quieras, concedió el doctor Suero, irónico. Solo te
advierto que no vas a lograr nada.
***
El doctor
Suero, vestido de jean y camisa, casual pero elegante, no pudo evitar quedarse atónito.
La boca no la podía tener más abierta. Ahí, al pie de su puerta, estaba la enfermera
Merelo, pero no venía sola. Junto a ella, un cholón musculoso se erguía con una
confianza que solo podía dar la continua andanza callejera. Con una sonrisa
ladeada, se lo presentó como su primo.
El doctor,
que solo esperaba la llegada de ella para repetir el acto íntimo que ambos
habían sostenido desde aquellos días en que se dieron aquel beso que había
inaugurado algo sin nombre ni rumbo definido, se vio atrapado por la
incomodidad de la situación. Sin más opción, los hizo pasar, aún tratando de
descifrar qué lugar tenía aquel primo en la historia que él creía solo de dos.
Puso una
tercera copa de vino sobre la mesa, en cuya superficie había acomodado ya tres
platos del lomo saltado que él mismo había cocinado con esmero, especialidad
con la que planeaba encender la velada pre-sexo.
El inesperado
invitado, luego de vaciar su primera copa de vino, se despojó de la camisa con
un gesto decidido. Bajo la luz suave del comedor, cada músculo de su torso
parecía esculpido por el mismo Eros, dios del deseo. Sin mediar palabra, se
acercó al doctor, lo levantó de su silla con una firmeza intimidante y, con un
solo movimiento, lo volteó, de modo que sus ojos no lo mirasen. El aliento
cálido del primo recorrió el cuello del doctor, quien, sin poder contenerse,
gimió con una suavidad femenina que, por primera vez, dejaba escapar en
público. La enfermera Merelo, hasta ese momento silenciosa, se levantó de su
silla y se colocó muy cerca de su amado doctor, rodeándolo, casi protegiéndolo:
¿Ves?, le dijo, con una voz que parecía acariciar sus gemidos. Yo
sí te conozco. Lo supe desde que pude ver dentro de tus pupilas.
Aquella
noche, el doctor penetró y fue penetrado. Nunca antes se había sentido tan
libre. La sensación de emancipación, de absoluta entrega, se extendía como una
brisa cálida por todo su cuerpo. Por primera vez en su vida, se había permitido
un anhelo solo imaginado: chupar un pene que segundos antes había estado
bombeando la vagina de su amada. Esa experiencia, tantas veces pretendida en
secreto, ahora había sido suya gracias a su enfermera del alma. Gracias,
Golosa hermosa, susurró en medio del reposado éxtasis que sobrevino luego
de tantos orgasmos. El doctor reconocía así la complicidad que los uniría más
allá del amor, más allá del sexo.
Desde esa
noche, el apodo de Golosa trascendió las paredes de su intimidad. Años más
tarde, sería el nombre con el que cientos de peruanos pajeros la conocerían en
las redes del OnlyFans, en donde, con la anuencia del doctor, y bajo su
dirección y producción, se consagró al sexo público y al dinero, cachando con
varios actores porno peruanos, todos blanconcitos e intrascendentes. Ahora, el
doctor Suero esperaba al Profe Bruti, su obsesión. Desde que lo vio en las
transmisiones de su programa derramando brutalidad, quedó prendado de su bemba gruesa
y su cabeza cuadrada, ese cráneo casi desnudo que apenas lograba contener los
pelos negros y cortos que lo exornaban.
¿Te
gustaría que le chupe la pinga al Profe y luego te coma la boca, mi amor?, preguntó
la Golosa mientras montaba al doctor, una sonrisa maliciosa asomando entre sus
labios.
Claro, mi
amor, claro que me encantaría. Y te prometo que haremos ese sueño realidad, dijo el
doctor, la pinga durísima al fantasear con la realización de esas epifanías. Imagina
que el Profe te eyacule en la boca y luego me pases su lechita a mí, se
relamió el doctor, la lujuria danzando en su lengua. Mañana mismo le escribo
para que lo reconsidere. No puede dejarnos de lado luego de todas las
donaciones que le he hecho a su cochino programa.
¿Y si
incluimos en la cama a este otro personaje de la Brutalidad que también se ha
puesto de moda?, propuso la Golosa, juguetona.
¿A quién?, preguntó desconcertado
el doctor, quien tenía muy bien mapeada la escena de la Brutalidad.
Al
Cieguito, amor; también quiero cachármelo al Cieguito.
El doctor se
quedó en silencio, sopesando la idea, dejando que la tentación lo envolviera.
Finalmente, murmuró, casi para sí mismo: El Ciego…
No hay comentarios:
Publicar un comentario