sábado, 14 de septiembre de 2024

NOVELA PERUANA EL PROFE BRUTI de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 10

 


Quiero cacharme al Profe Bruti y al Cieguito, propuso la Golosa, con una voz rasposa y sensual que atravesó las ondas del programa Habla, Montecito. De este modo, acababa de extender la invitación al Profe Bruti, ya alejado de la medianía de los canales más modestos de YouTube (como el de Monte) para que le colaborara en su próxima producción pornográfica, despertando así la curiosidad y el deseo en todos los rincones del espectro mediático de la Brutalidad.

En mi Only, me están pidiendo un interracial con el Profe. Y mi marido, el doctor Suero, también quiere aventurarse con él, confesó la Golosa.

OnlyFans era una plataforma virtual habitada por miles de mujeres que obtenían pingües ingresos a cambio del contenido sexual que ponían a la venta. Había actrices y modelos de pretérita fama, que no era sino polvo y moho, olvido alambicado, que habían encontrado en el OnlyFans una forma certera de recuperar sino la abultada popularidad de antaño al menos los dineros de mejores épocas.

Muchos periodistas, por ejemplo, habían reportado que la veterana actriz, Lúcida Domínguez, se había comprado hasta tres casas, cada una en un distrito acomodado de Lima, gracias a las toneladas de dólares que sus suscriptores apoquinaban mensualmente a cambio de verla desnuda y copulando con chinos, cholos y negros. Ella, tan blanca, tan ajena a la multicolor población peruana, había terminado tirando con ellos. Era el sueño tantas veces postergado del camionero de ruta larga: cacharse a una vieja pituca. Todo aquel que estuviese dispuesto a pagar veinte dólares mensuales podía disfrutar de las aventuras sexuales de la todavía físicamente conservada Lúcida Domínguez.

Golosa, admiradora de Lúcida, quería darle un nuevo impulso a su carrera pornográfica. Los ciento veinticinco suscriptores que tenía en su cuenta de OnlyFans, compuestos, en su mayoría, por los amigos de su esposo, un sapiente médico ginecólogo, empezaban a demorar los pagos o, simplemente, a retirar sus suscripciones. Se estaban cansando de las mismas posturas, de los mismos movimientos, de esas tetas y culos protuberantes que solamente eran bañados por yogurt, miel y, de vez en cuando, la leche de algún actorcito blancón y pinguón de medio pelo.

***

Lo que había empezado como un juego en plena era de la COVID-19, otorgándole a Milena Merelo un acicate vital que jamás habría anticipado, empezaba ahora a languidecer. Enfermera de profesión, Milena había sido consumida por el miedo al ver cómo aquel virus devastador e implacable comenzaba a segar la vida de miles de peruanos desde los sombríos días de marzo del 2020. Asustada y desorientada, dejó atrás la enfermería, ese noble oficio que, en otros tiempos, la había definido. Junto a su ya esposo, el médico ginecólogo Darío Suero, reformuló su signatura profesional, dándole a su vida un giro inesperado.

***

Ayayay, exclamó Mote, henchido de contento. Queda hecha, entonces, la invitación al Profe Bruti, ah, que yo sé que me está escuchando ese negro botado, recalcó Monte, con una sonrisa que rezumaba malicia. Pero, señorita Golosa, me asalta una poderosa duda, continúo Monte, remarcando cada palabra con una teatralidad inusitada: ¿Por qué quiere usted…eh… cómo lo digo…?

Cachar, completó la Golosa, despojada de todo pudor, con una naturalidad que solo el que camina sin cargas puede permitirse.

Claro, claro. Pero yo entiendo que usted, señorita Golosa, quiera cachar con el Profe Bruti porque es un moreno que, seguro, porta un miembro grande y grueso, pero lo que no logro entender es por qué quiere usted cachar también con El Ciego, inquirió Monte, con esa mixtura de curiosidad genuina y morbo que lo caracterizaba.

Porque ahora está de moda ser inclusivo, pues, argumentó la Golosa. Era casi una certeza que los trescientos conectados al canal de Monte, un rincón oscuro pero creciente en el submundo de la Brutalidad, tenían sus ojos clavados en las tetas de la entrevistada, senos de pezones apenas cubiertos por un par de estrellas plateadas que brillaban ladinamente, insinuando lo que ocultaban.

¿Y no le gustaría cachar con un serrano?, terció Lora, el productor del programa, siempre buscando tensar un poco más las cuerdas del morbo.

No, enfatizó La Golosa, tajante, para serrano tengo a mi marido el doctor.

***

No era la típica historia del doctor infiel que se enredaba con una enfermera mientras su esposa, ajena y abnegada, lo esperaba en casa con los hijos. El doctor Darío Suero había estado casado, sí, aunque sin haber procreado, y se había divorciado hacía tiempo, sellando con ese fracaso la promesa de no volver a implicarse en otra relación sentimental. Sin embargo, había algo en la enfermera Merelo, algo inusual.

Tras ese primer beso en la oficina del doctor, vino la pregunta de cajón: ¿Qué somos?

Ella esperaba que un hombre que la aventajaba en veinte años vitales fuese lo suficientemente maduro como para dejarle claro en qué se habían convertido a partir de ese primer contacto fugaz y cargado de intenciones.

No tengo tiempo ni ganas para relacionarme con nadie, respondió el doctor. Podemos salir, podemos tener intimidad, pero no te hagas ilusiones. No busco a una mujer para compartir mi vida. Ya estoy viejo para esos cuentos.

Dame una oportunidad, porfió Merelo, un brillo de esperanza en la mirada. Tú me gustaste desde la primera vez que te vi, y te puedo demostrar que soy la mujer para ti. Soy la que mejor te conoce.

Claro, lo que quieras, concedió el doctor Suero, irónico. Solo te advierto que no vas a lograr nada.

***

El doctor Suero, vestido de jean y camisa, casual pero elegante, no pudo evitar quedarse atónito. La boca no la podía tener más abierta. Ahí, al pie de su puerta, estaba la enfermera Merelo, pero no venía sola. Junto a ella, un cholón musculoso se erguía con una confianza que solo podía dar la continua andanza callejera. Con una sonrisa ladeada, se lo presentó como su primo.

El doctor, que solo esperaba la llegada de ella para repetir el acto íntimo que ambos habían sostenido desde aquellos días en que se dieron aquel beso que había inaugurado algo sin nombre ni rumbo definido, se vio atrapado por la incomodidad de la situación. Sin más opción, los hizo pasar, aún tratando de descifrar qué lugar tenía aquel primo en la historia que él creía solo de dos.

Puso una tercera copa de vino sobre la mesa, en cuya superficie había acomodado ya tres platos del lomo saltado que él mismo había cocinado con esmero, especialidad con la que planeaba encender la velada pre-sexo.

El inesperado invitado, luego de vaciar su primera copa de vino, se despojó de la camisa con un gesto decidido. Bajo la luz suave del comedor, cada músculo de su torso parecía esculpido por el mismo Eros, dios del deseo. Sin mediar palabra, se acercó al doctor, lo levantó de su silla con una firmeza intimidante y, con un solo movimiento, lo volteó, de modo que sus ojos no lo mirasen. El aliento cálido del primo recorrió el cuello del doctor, quien, sin poder contenerse, gimió con una suavidad femenina que, por primera vez, dejaba escapar en público. La enfermera Merelo, hasta ese momento silenciosa, se levantó de su silla y se colocó muy cerca de su amado doctor, rodeándolo, casi protegiéndolo: ¿Ves?, le dijo, con una voz que parecía acariciar sus gemidos. Yo sí te conozco. Lo supe desde que pude ver dentro de tus pupilas.

Aquella noche, el doctor penetró y fue penetrado. Nunca antes se había sentido tan libre. La sensación de emancipación, de absoluta entrega, se extendía como una brisa cálida por todo su cuerpo. Por primera vez en su vida, se había permitido un anhelo solo imaginado: chupar un pene que segundos antes había estado bombeando la vagina de su amada. Esa experiencia, tantas veces pretendida en secreto, ahora había sido suya gracias a su enfermera del alma. Gracias, Golosa hermosa, susurró en medio del reposado éxtasis que sobrevino luego de tantos orgasmos. El doctor reconocía así la complicidad que los uniría más allá del amor, más allá del sexo.  

Desde esa noche, el apodo de Golosa trascendió las paredes de su intimidad. Años más tarde, sería el nombre con el que cientos de peruanos pajeros la conocerían en las redes del OnlyFans, en donde, con la anuencia del doctor, y bajo su dirección y producción, se consagró al sexo público y al dinero, cachando con varios actores porno peruanos, todos blanconcitos e intrascendentes. Ahora, el doctor Suero esperaba al Profe Bruti, su obsesión. Desde que lo vio en las transmisiones de su programa derramando brutalidad, quedó prendado de su bemba gruesa y su cabeza cuadrada, ese cráneo casi desnudo que apenas lograba contener los pelos negros y cortos que lo exornaban.  

¿Te gustaría que le chupe la pinga al Profe y luego te coma la boca, mi amor?, preguntó la Golosa mientras montaba al doctor, una sonrisa maliciosa asomando entre sus labios.

Claro, mi amor, claro que me encantaría. Y te prometo que haremos ese sueño realidad, dijo el doctor, la pinga durísima al fantasear con la realización de esas epifanías. Imagina que el Profe te eyacule en la boca y luego me pases su lechita a mí, se relamió el doctor, la lujuria danzando en su lengua. Mañana mismo le escribo para que lo reconsidere. No puede dejarnos de lado luego de todas las donaciones que le he hecho a su cochino programa.

¿Y si incluimos en la cama a este otro personaje de la Brutalidad que también se ha puesto de moda?, propuso la Golosa, juguetona.

¿A quién?, preguntó desconcertado el doctor, quien tenía muy bien mapeada la escena de la Brutalidad.

Al Cieguito, amor; también quiero cachármelo al Cieguito.

El doctor se quedó en silencio, sopesando la idea, dejando que la tentación lo envolviera. Finalmente, murmuró, casi para sí mismo: El Ciego…


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