Las perlas no crecen en la costa.
Si quieres una, tienes que bucear para conseguirla.
Proverbio chino
Yo solté el
audio de Samir, negro, dijo Camilo, el nefasto Gato-K-Ch-Ro. Tomó su copa
de Penfolds Grange y dejó que el calor especiado de la pimienta danzara
lentamente en su boca. Lo compartí en X y en varios grupos de WhatsApp y
Facebook. Luego, tras detener su mirada en el cuchillo que minutos antes
había estado en la mano de Gonzalo, dijo: ¿Me ibas a matar con ese cuchillo,
negro? ¿Dónde me lo ibas a clavar?
Era show, masculló
Gonzalo, más concentrado en devorar los calamares rellenos que tenía enfrente. Tenía
los belfos manchados de salsa Tausi. Con cada bocado, admitía para sus adentros
que jamás había probado algo tan delicioso.
Y yo,
estimado Profe, me encargué de pasarle el audio al director del centro
educativo donde usted trabajaba, añadió Otto Yerovi, el vilipendiado RompeCulos, con
el único objetivo de que lo botaran como a perro. Al notar la copa seca de
Gonzalo, se la llenó con un poco más de Penfolds, como un gesto cargado de
ironía y camaradería perversa.
Sin
levantar la vista, y como si no prestase atención a las despreocupadas confesiones
del Gato-K-Ch-Ro y RompeCulos, se terminó de un trago el contenido recién
vertido en su copa. El picantito y el amargo del licor no le combinaban en absoluto
con la salsa Tausi que aún saboreaba. Hubiera preferido una Inka Kola helada.
Pero, claro, estaba ante gente conocedora de la buena comida, gente con dinero,
gente de poder. No podía desentonar pidiendo una Inka Kola campesina, chola,
negra, de pueblo; una Inka Kola como él. Tenía que estar a tono con las
circunstancias.
Y te
hiciste más famoso, negro; esa es la verdad, dijo Camilo. Ibas a matar
al huevón que te hizo famoso, negro. Ahora te llueven los yapes, los superchats;
tu canal tiene más de cinco mil suscriptores y sigue subiendo. Ya nadie se lo puede
bajar así como así. Hasta los bots que alguna vez te he mandado ya solo te
hacen cosquillas.
Gonzalo
seguía concentrado en acabar con el último camarón. Estaban exquisitos. Qué
cosa más deliciosa, pensaba, mientras el sabor le envolvía el hocico.
Otto le
retiró el plato de forma repentina. Gonzalo lo miró con sorpresa, el aroma de
los camarones en Tausi aún aferrados a su lengua. Luego te traigo otro
plato, Profe. Es hora de conversar, dijo, con una sonrisa que no admitía
réplica.
Camilo no
pudo ocultar el asco que le producía ver los labios entausitados del Profe. Límpiate
la jeta, negro conchatumadre.
Gonzalo
tomó la servilleta y se limpió la bemba, dejando la tela toda asquerosa en un
canto de la mesa. Un poco más de vino, pe, pidió, soltando una risita
cojuda. Otto inclinó la botella y vertió el concho. Listo, Profe; se acabó.
Gonzalo agarró la copa con sus dedos negros y, ¡juácate!, se zampó el conchito.
¿Terminaste,
negro cagón? ¿Ahora sí podemos conversar?
Sí, dijo
Gonzalo con docilidad. A cualquier otro pelagatos no le hubiera tolerado que lo
llamaran cagón, pero ahora que conocía a la persona impecable y adinerada
detrás del jodido Gato-K-Ch-Ro, se lo aceptaba sin el menor reparo.
Otto se
aclaró la garganta y miró su reloj, un macizo aparato de oro. Gonzalo no pudo
evitar colocar su cara de huevón. ¿Esta gente me ve? ¿Esta gente poderosa es
mi hincha?
Negro,
aquí, entre Otto y yo te hemos hecho famoso. Y tú, a pesar de eso, querías
matarme. Si serás huevón. Bueno, te decía, negro reconchatumadre, queremos
hacerte más famoso. Tienes talento para llegar más arriba. El cielo es el
límite. Pero tienes que ponerte en nuestras manos. ¿Qué dices?
Gonzalo
estaba confundido. ¿Qué se supone que debía decir? Hizo un gesto de ¿qué chucha
quieres que te diga?
Camilo
captó el gesto y desenvainó un pistolón. Otto lo calmó con rapidez: Tranquilo,
Gato, no tienes por qué llevar las cosas hasta ese nivel. Gonzalo estaba
blanco.
Cuando te
me dirijas, me hablas bonito, negro confianzudo, le advirtió
Camilo.
Ya,
tranquilo, Gato. Hablemos directamente del proyecto que tenemos para el Profe.
¿De qué se
tratará?, dijo Gonzalo, intentando desviar la conversación del cuasi mortal
incidente que acababa de ocurrir.
De que
hagas un trío con la Golosa y el Ciego.
Gonzalo se
orinó en los pantalones, consciente de que aquellos dos no aceptarían una
respuesta negativa. La pistola reposaba sobre la mesa, al lado de la botella
vacía de Penfolds y muy cerca de la mirada escrutadora y malévola del
Gato-K-Ch-Ro.
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