Estoy
mal.
Estoy
pésimo. No tengo ánimos para nada. Solo puedo leer inconteniblemente y
dormir. No me provoca hacer nada más.
El
sol de mierda solo atiza mi desasosiego.
Tengo
todos los síntomas de la fiebre. He tomado unas pastillas para erradicarme ese
mal. Pero éste vuelve y se apodera de mi cabeza. La siento como si estuviera en
las alturas, cuando por trabajo me mandan a una mina a más de cuatro mil metros
de altura.
No
sé por qué estoy así. El dolor se concentra en mis ojos y en mi cabeza. Las
manos se calienten. Sudo copiosamente. «Putamare, me voy a morir y todavía no
he terminado ninguna de las dos novelas que estoy escribiendo», pienso y me
atormento más.
Escribo
esto con un dolor tremendo en los ojos o detrás de ellos, en mi cerebro.
Escribo esto hirviendo por dentro.
Así,
jodido, hace unos días cogí “Cinco para las nueve y otros cuentos”. Quería leer
algo ligero, suave. Generalmente, leo cosas suaves. No es novedad. “Cinco para
las nueve y otros cuentos” fue una buena elección. Sus historias están dirigidas
a adolescentes. Me atrevería a precisar “a chicas adolescentes”. Alonso Cueto
se mete en la piel de chicos y chicas, y lo hace bien. Los cuentos de este
libro (once en 143 páginas) no pretenden revolucionar la cuentística peruana,
sino mostrar situaciones quizá muy comunes para los chicos que viven su edad
colegial.
No es un libro revolucionario, como dije, pero este malestar que me aqueja ha hecho que le coja cierta estima. Sus historias me acompañaron en los momentos en los que la fiebre me atacó virulentamente hace unos días. Ahora la enfermedad ha amainado, pero sigue ahí, jodiéndome los ojos, golpeándome la cabeza, amenazando con darme cualquier día la estocada final.
Repite la dosis. De lo contrario te recomiendo 1000 mg. de cuentos de Borges y 1000 mg. de Lugones.
ResponderEliminar