Me
habías dejado paralizado en medio de ese paradero informal del semáforo. ¿Lo
notaste?
El
bus sobreparaba y tú me entregabas un prolijo papelito doblado en cuatro
partes.
Tus
ojos mirándome como si estuvieran a punto de cagarse de la risa, tu tamañito
perfecto, tus manitos casi transparentes sosteniendo el rectangulito de papel. Me
emocioné, Dani.
Me
emocioné porque sabes jugar perfectamente tus cartas. Serías una estupenda jugadora
de póquer, ¿sabías?
Un
mortal como yo hubiera soltado la sorpresa en plena conversación en el parque,
por ejemplo. Tú no. Tú esperaste ese último instante de nuestro encuentro, el
instante en el que menos esperaba algo, el momento en el que solo me quedaba el
consuelo de verte al día siguiente.
Así,
con el alma todavía abandonada en ese paradero, porfiando por abrazarte, me
senté en uno de los varios asientos desocupados de ese bus que me llevaría a la
casa que preferí abandonar, entre otras cosas, para estar contigo sin dobleces,
para respetarte, para que me hagas feliz, para ser sincero, quizá, por primera
vez en mi vida.
Desdoblé
el papelito. Dani, las lágrimas las tenía a punto de salir. Pero cuando leí el
contenido de tu sorpresa, fue inevitable que un extenso riachuelo salobre se
descolgara de mi ojo izquierdo (no sé qué le pasó al derecho, porque tardó en
acompañar a su vecino).
Esto
decía:
Yo, amor, estoy
aprendiendo
A coser con tu nombre,
Voy juntando mis días,
Mis minutos,
Mis horas con tu hilo de
letras
(G.B.)
Mira,
te soy sincero. Pensaba escribir esto ayer, al llegar a casa de mi mamá (lugar
en el que me estoy refugiando, espero, momentáneamente), pero el sueño me
venció. Me acabo de despertar a las 5:40, con el encargo inapelable de dejarte
el testimonio de los efectos que has causado en mí, del terrible y hermoso
efecto que tu pasión por la poesía va dejando en mí.
Contigo,
Dani, por fin me estremezco al leer poesía. No era capaz de emocionarme con la
palabra escrita. Y tú has logrado desentrañar a este Dani llorón, a este huevón
que intentó, en vano, dejar que tu influencia sea tan arrolladora (sabemos que
es muy peligroso vivir aferrado a otro ser humano); pero qué puedo hacer: tú
ganas. He perdido.
6:21
de la mañana. Dani, debo concluir. Tengo que bañarme, cambiarme e ir al
trabajo, lugar que este 31 me despedirá con una contundente patada en el culo.
Pero, ¿sabes? Te tengo a ti para no sentir esa patada, para que me transportes
con tu poesía (me refiero a tu pasión por la poesía; no te enojes. Sé muy bien
que no la escribes; solo la sientes al leerla) hacia otros destinos mucho más sublimes.
PD:
El poema le pertenece a Gioconda Belli, notable poeta nicaragüense.
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