A
pesar de que llegué con cuarenta minutos de retraso a nuestro encuentro, Dani
no se molestó. Tampoco fingió molestarse. No se engrió. Me saludó con
tranquilidad y me recibió con la misma sonrisa que ha muchos ha dejado sin
palabras.
Estábamos
en medio de un mitin político. Nada de ideas; puro espectáculo. El candidato
estaba ausente, pues su presencia, él lo sabe muy bien, no es necesaria para
ganar los votos de los vecinos de Breña. Tocaban Los Doltons.
-Dani, debes estar hambriento-me
dijo-. Vamos, te invito un pollito. Yo sé que a ti te gustan las frituras y tu
gaseosita bien helada.
Acepté.
Nos tomamos de la mano y subimos las escaleras hacia el segundo piso del
Campollo. Como la bulla la perturbaba, escogimos la mesa más alejada de las
ventanas por las que se colaba todo el estruendo que armaba la portátil del
candidato.
La
comida fue un pretexto. Recibí lecciones de sensibilidad de la mejor maestra de
este planeta. Dani no se detiene a analizar las estructuras de los poemas o las
métricas y rimas. Ella siente las palabras. Se deja acariciar por ellas. Se
entrega al mensaje sin importarle las consecuencias que éste pueda ocasionarle
en el alma.
-En la música, la poesía la encuentro
en la trova. ¿Te gusta la trova?
Jamás
he escuchado trova. Si no tiene percusión violenta y acelerada, no me gusta.
-A mí que me den letra-me dice-. La
trova es así: pura letra. Y esa letra la acompañan muy simplemente, con la
guitarra o hasta con golpecitos, así.
Sus
deditos transparentes golpean acompasadamente el filo de la mesa, de un modo
bastante distinto a como yo los golpeo cuando quiero imitar la percusión de,
por ejemplo, Hearts burst into fire, de BFMV.
-En la trova se necesita lo mínimo
en técnicas musicales. Lo vital es la poesía de la letra.
Yo
le digo que, gracias a ella, estoy aprendiendo a valorar la belleza de la
metáfora fina y tierna. Ella me pasa la mano por la cabeza y sus dedos se
entretienen con algunos de mis mustios cabellos. Entonces me habla de Silvio
Rodríguez. Y fue como si la bulla de la portátil del candidato de mierda se
diluyera. Solo tuve oídos para Dani y la trova.
-Tú colgaste “Te perdono” en tu
Facebook. La verdad, ni lo escuché. Pero, ya que has hablado tan bonito de esa
canción, te prometo escucharla al llegar a casa.
Llego
a la medianoche. Mi madre, a pesar de estar adormilada, me prepara un pancito
con huevo y jamón. También, enciende la licuadora y me hace un jugo de piña.
Cuando se retira a su habitación, entro en el Facebook de Dani y escucho “Te
perdono”.
¿Para
qué le mentiría a mi Dani? Lloré desmedidamente, sí, en la parte en la que
Silvio dice:
“En fin, te perdono no
amarme.
Lo que no te perdono
Es haberme besado con
tanta alevosía.
Tengo testigos: un
perro, la madrugada, el frío,
Y eso sí que no te lo
perdono,
Pues si te lo perdono
seguro que lo olvido.”
¿Por
qué se me desbordaron las lágrimas? (Dani, ya estás viejo para chillar, cabrón;
compórtate)
Porque
pensé en Dani. La recordé en la mesa de esa pollería hablándome apasionadamente
sobre esa canción. Y recordé nuestros besos.
No
sé si la perdone el día en que nos separemos y le digamos adiós a todo esto;
pero sí sé que me ha besado con alevosía, y que en esas callejuelas de Breña ha
habido varios perros macilentos, noches sin estrellas, frías garúas, corrientes de viento, vocingleros
hiphoperos, que han sido testigos de esos besos.
¡Qué
genial esa canción! Esos dos últimos versos te cambian todo el concepto del
supuesto despechado: ese amante herido no perdona, no porque sea un vil ser humano o un intransigente de mierda;
no, no perdona simplemente porque no quiere dejar de amar a la protagonista de
sus más tórridos recuerdos.
Dani,
gracias por todo lo que me enseñas. A tu lado, solo soy un protozoario.
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