viernes, 24 de noviembre de 2023

Me engrosaron la gampi y pagué - Cuento de Daniel Gutiérrez Híjar, desarrollado en su Taller de Redacción Brutality

 


José Martínez tenía cuarenta años y todavía no sabía lo que era una mujer; o sea, nunca había probado una concha. Se había pajeado muchas veces en el baño, en su dormitorio y en el cuarto de sus padres (porque, sí, aún vivía con sus dignos y ancianos padres) pensando en las tantas chicas que había conocido y, por supuesto, le habían gustado, pero a las que jamás pudo abordar para los fines sexuales que perseguía.

 

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Durante un tiempo, Jorge se dedicó a grabar potos femeninos blancos en el Metropolitano. Estos vídeos los subía a una cuenta que se creó en la página pornográfica Tres Equis Vídeos. Sus filmaciones tuvieron gran acogida entre el público morboso que frecuentaba dicha página. Sin embargo, renunció a continuar con la grabación de las partes nobles de las incautas pasajeras del Metropolitano porque estuvo a punto de ser descubierto por la policía. Afortunadamente para Jorge, los vídeos que llegó a colgar le dejaron unas ganancias nada desdeñables.

Con el dinerito recaudado, acudió a una sexshop en el Jirón de la Unión, un lugar en el que, según el discreto anuncio que ostentaba en las afueras, se le prometía el alargamiento y engrosamiento del miembro.

  

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Su pene me da risa, señor; nunca vi uno tan… micróscopico, dijo el vendedor de la sexshop, sin contener la risa.

Por favor, tengo un buen dinero, haga lo posible para alargarme la pieza. Esta mierdita que tengo aquí me ha truncado todas las posibilidades de sexo que he tenido a mis cuarenta años, dijo Jorge. Necesito de su ayuda. No se ría, por favor.

¿Cuánto tiene?

¿Tres mil soles estarán bien?, dijo Jorge.

Veré qué puedo hacer, estimado, dijo el vendedor.

 

***

 

Cierta noche, Jorge se citó con María, una amiga de los tiempos del colegio; rubia, bien despachada y totalmente amena. María sentía cosas por Jorge, pero este jamás pudo concretar sus avances. Ahora, en esa mesa del bar Queirolo, el asunto pintaba distinto, pues Jorge tenía ya entre las piernas una pinga de proporciones elefantiásicas. Esto le reforzó el carácter y la seguridad personales como nunca en su vida. Estaba decidido a inaugurar su flamante miembro dentro del cuerpo del amor platónico de su adolescencia: María.

 

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Siempre me gustaste, Jorgito. No entendía muy bien por qué te alejabas de mí, le dijo María luego del primer beso. En el trabajo, a María la conocían como La Caballota.

Era muy tímido, se excusó Jorge, y se pegó a ella de tal manera que le hizo sentir el bultazo.

María, que tenía un recorrido sexual no menor, entendió la indirecta y se imaginó, con deleite y gozo, el tipo de criatura que se escondía en esos pantalones caqui.

 

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El dinero se le había ido en el costo de la cena y los tragos de El Queirolo. Plata para el hotel, ya no había. Y eso era lo que necesitaba Jorge en esos precisos momentos: un hotel, un lugar donde estrenar su nueva y mejorada bestia.

¿Por qué no nos vamos a otro lugar?, dijo María, tras morderle los labios con delectación, dejándole hilos de saliva que él tragaba como si se tratase del más delicioso de los néctares.

Decidió ser completamente honesto: Me he quedado sin plata, María. ¿Puedes ponerte el telo, por favor?, se atrevió a proponerle.

María, que también era conocida como la Chuchumeca Incorregible, aceptó de sumo buen grado. Se moría por ver, sin que interfiriese ningún pedazo de tela, la criatura que palpitaba detrás del pantalón caqui de Jorge.

 

***

 

¡Aaaaajjj! ¡Qué es esto!, gritó María, luego de haberle propinado a Jorge uno de los mejores sentones de su repertorio amatorio. Las ancas de esa mujer eran capaces de romper una sandía de cinco kilos con una buena y contundente sentada.

Jorge no podía responder; aullaba de dolor. La gampi se le había reventado y todo el aceite de avión con el que se la habían inflado se desparramaba por las sábanas percudidas de ese hotel de veinte soles en la avenida Uruguay.

María miró con asco el desastre que circundaba al buen Jorge, que no paraba de gritar por el tormento de la pinga destruida. Ella, como pudo, se limpió el aceite de avión que le salpicó las nalgas con una de las almohadas de la cama. Se vistió de prisa y desapareció.

Nadie en el hotel oyó los gritos de Jorge que, poco a poco, iban menguando. Todos estaban ocupados tirando como locos.

Jorge, derrotado, sin nepe (antes, al menos tenía algo microscópico), cogió una de las glándulas que se le habían destejido del sistema urinario y, efectuando un nudo gordiano alrededor de su cuello, se ahorcó. Antes de exhalar el último suspiro, pensó: Ya está, me voy a la mierda.


1 comentario:

  1. La caída de Daniel gutierrez hijar , eso te paso con el transformer de escandon

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