jueves, 16 de noviembre de 2023

Perdí la cabeza por ese hombre - Cuento de Daniel Gutiérrez Híjar, desarrollado en su Taller de Redacción Brutativa por Dammbro Oficial

 


Mientras Antonio se la metía, Sayuri, en lugar de disfrutar del acto, estaba aterrorizada porque los pudiesen violentar. El auto lo habían parqueado en las inmediaciones de una granja porcina, un lugar que, se contaba, lo merodeaba el Destripador de Puebla, además de otros tantos borrachines y rateros de poca monta, aunque de cuchillos largos e infectados con diversas enfermedades.  

El auto (en cuyo interior se realizaba la cópula) se movía al ritmo de las embestidas salvajes de Antonio, hombre blanco, de pelo en pecho y brazos velludos como de fornido orangután.

En otras circunstancias, Sayuri hubiera disfrutado de que gente anónima la espiase durante el sexo. Esto la excitaba sobremanera, porque era de sus más caras fantasías. Sin embargo, en ese lúgubre y oscuro paraje, el Destripador podía andar muy cerca.

 

***

 

Esa mañana, Sayuri tomó una ducha reconfortante. Desnuda, se paseó por el comedor y, así, con el peluche al aire, se preparó un café y le dio una mordida a uno de los croissants que había sobre la mesa. Encendió el televisor. El relator del noticiero daba cuenta de la última hazaña del Destripador de Puebla: dos hombres muertos con los huevos rebanados en las cercanías del complejo de crianza de porcinos “El Chancho Loco”. Sayuri, asqueada con la noticia, cambió de canal.

Al poco rato, le sonó el teléfono. Era Antonio. Vamos a ver que cene Pancho, cielito, le dijo. Sayuri, devoradora de hombres y fanática de la chala de Antonio, pegó un brinco de felicidad. Sabía que eso significaba una gran noche de sexo duro. Unas gotas de su café cayeron al suelo.

 

***

 

Antonio era un aburrido en ese aspecto. A él le gustaba tirar sin que un tercero estuviese metiendo sus narices. Todo lo contrario de su riquísima Sayuri. Así que cuando estuvieron estacionados en el Parque de Los Lamentos, Antonio, serio, le propuso a Sayuri mudarse a otro lado: Hay muchos mirones por aquí. Mejor, vámonos. No se me está poniendo dura.

Sayuri estaba encantada con la gente que se asomaba a ver qué pasaba en ese auto que se movía como mano de pajero. No daría su brazo a torcer tan fácilmente.

¿No se te pone dura?, le dijo a Antonio. Déjame, te la voy a chupar como nunca te la han chupado en tu puta vida. Y desapareció el miembro de Antonio en esa boca de labios protuberantes y anhelantes de líquido preseminal.

 

***

 

La chupada fue la mejor que Sayuri hubo dado nunca, pero no fue suficiente para que a Antonio se le parara la verga. Así que, muy para el pesar de Sayuri, Antonio condujo el auto hacia un lugar desolado.

 

***

 

¿Dónde estamos?, dijo Sayuri.

Aquí, cerca del rancho “El Chancho Loco”, contestó Antonio, apagando el auto.

Sayuri recordó la noticia del Depredador de Puebla y los cuerpos mutilados hallados en ese mismo lugar; las puntas de los pezones se le desinflaron.

 

***

 

¡Me vengo, me vengo!, rugió Antonio. Sayuri estaba lista para recibir toda la leche de su acompañante, aunque no con el placer debido; sus cinco sentidos estaban atentos a cualquier ruido en las afueras de ese BMW negro.

¡Uaaauuuu!, exclamó Antonio, ¡qué rico, carajo! Sus quince centímetros habían gozado como nunca dentro de la cálida y jugosa papaya de Sayuri. Antonio sintió que había botado más leche de la acostumbrada.

 

***

Voy a miarbolito, cielo, ya no aguanto. Orino de volada y nos vamos de este lugar, dijo Antonio. Sayuri, ya vestida, seguía temerosa del Destripador. Quería largarse de ahí cuanto antes.

 

***

 

 Mientras Antonio desahogaba la vejiga (era un gran meón), con el pantalón y el calzoncillo totalmente chorreados, sintió que un dedo se le incrustaba en el culo. Creyó que el dedo era de Sayuri, ya que, cuando solían estar borrachitos, él suplicaba que le metiesen el dedito.

Cielo, ahorita no, ya tenemos que irnos, tengo que devolver el carro a mi papá, dijo Antonio.

El dedo entró con más fuerza.

¡Cielo!

Al darse vuelta, se encontró con el Destripador de Puebla que tenía en una mano la cabeza de Sayuri.

Antonio cayó de espaldas. El Destripador procedió a picarlo en trocitos.


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