Si algo te estorba, lo eliminas. Si no puedes
eliminarlo te jodiste. Así de simple. ¿O jodes o te joden? Yo siempre opté por
lo primero. ¿Entendiste?
Daniel Gutiérrez Híjar – “Mote”
¡Me muerden
tus perros, me muerden tus perros, vieja de mierda!, gritaba
Vera.
Oiga,
señora, mire lo que sus perros le están haciendo a mi mujer, dijo
Jack, señalando el alboroto que dos schnauzers armaban en torno a las piernas
de su chica.
¡Canela,
Menta! ¡Qué les pasa! ¡Tranquilas, chicas, tranquilas!, intentaba
calmar a las bestias la provecta dueña, una señora que podía tener entre
setenta y ochenta años. La voz se le había hecho como de niña, aunque algo
quebrada en las hendiduras tonales.
¡Vieja
cojuda, con esa voz de puta no te van a hacer caso; sácamelas!, profería
Vera, lanzándoles erradas patadas a los canes quienes, completamente
desbocados, esquivaban los puntazos de las negras botas de la agredida.
Mentita,
Canelita, amores míos, ¿qué les pasa?, decía la abuela con sorpresa y tristeza, sentimiento
este último que le nacía al constatar que, por primera vez en el tiempo que
tenía a esas perritas, era completamente desobedecida.
¡Au,
carajo!, aulló Vera. ¡Estas mierdas me han arrancado la piel! ¡Ayúdame,
Jack, carajo! Nunca me dijiste que estos perros me iban a tragar.
Oiga, vieja
de mierda, mire, mi novia está sangrando. Ahorita mismo le meto una denuncia.
Ya se cagó, le dijo Jack a la dueña de los canes, quien, la
cabeza sumida en las manos y sollozando, había dejado de calmar a sus mascotas.
Jack, muy cerca de uno de sus oídos, continuaba increpándole: Si no te caes
con un buen billete, ahorita mismo te denunciamos.
Más allá,
Vera había empezado a correr, dejando un rastro de sangre que alocaba a los
schnauzers.
***
Ayer, un
grupo de seguidores de Keiko Fujimori linchó a nuestro querido profesor Jaime.
La policía ha declarado que va a investigar los hechos, pero nosotros dudamos
seriamente de que esa policía corrupta y alcahueta de Dina Boluarte y su
compinche Keiko vayan a dar con los responsables de este execrable acto. ¡La
prensa independiente del Perú pide justicia para Jaime! ¡Libertad de expresión
para la izquierda valiente del Perú! ¡Viva el Partido Comunista del Perú!, estalló
Aníbal Stacio en una seguidilla de gritos.
Stacio era
un joven de treinta años. Había tentado, en innumerables ocasiones, ocupar una
plaza de estudios en la universidad San Marcos para cursar la carrera de
Filosofía. Sin embargo, las matemáticas le negaron dicho sueño. La
trigonometría, la geometría y el álgebra le pusieron un sinfín de zancadillas
en los exámenes de admisión a la universidad. No necesito de una universidad
de mierda para ser un filósofo, concluyó para su sayo antes de ponerle fin
a sus repetidos intentos de convertirse en universitario.
Dina, tus
días están contados, continuó Stacio. Ya se están congregando en la
ciudad las diversas sangres que componen el torrente sanguíneo de este
convulso, pero generoso país, para sacarte a patadas de Palacio y reponer allí
a nuestro querido profesor Castillo. Stacio se excitaba hablando “en
difícil”. Terminaba con el calzoncillo mojado. Y ahora que nuestro otro
amado y venerado profesor Jaime acaba de morir a manos de tus esbirros, Dina
asesina, tenemos una razón todavía mayor para verte defenestrada y humillada.
Miró a quien estaba detrás de la cámara que transmitía sus piromaníacas
declaraciones.
Me dicen
que tengo ya solo segundos. Me despido, entonces. Ya sabes, Dina, este sábado
se acaba tu circo romano barato, finalizó Stacio.
Listo,
fuera de cámaras, anunció el tipo al que Stacio había mirado antes de
despedirse.
¿Cuánto
hicimos, Jarita?, dijo Aníbal, limpiándose el sudor de la frente con un
pedazo de papel toalla.
Seiscientos
quince, dijo el aludido.
¿Soles?, se alertó
Stacio. Mierda, qué bien, porque necesito pagar mi cuarto; si no, me botan.
Hasta mañana me dio de plazo la dueña.
No,
seiscientas quince vistas.
Pero yo no
estoy hablando de esa huevada. Yo estoy hablando de los yapes, de las
donaciones; plata, querido, plata, aclaró Aníbal. Necesito plata. La vieja puta de
mi cuarto me va a botar si no le doy al menos algo. Stacio le miró los
bolsillos a Jarita.
No tengo
nada, Aníbal, hace dos meses que no cobro en mi chamba. Mi jefe también me está
paseando. Y este canal… Ya ves que no da nada. Tenemos mucha gente que nos ve,
eso sí; pero misios. No hay comunista rico. Los comunistas ricos se hacen
llamar socialistas y usan al comunista pobre para llegar al poder, dijo
Jarita.
Putamadre, se
lamentó Stacio. ¿Y si me vuelvo capitalista?
El canal
del Profe Coquero hace entre cien a doscientos soles diarios en donaciones, apuntó
Jarita. El mencionado Profe era un activista del liberalismo más extremo. Su
canal gozaba de tremenda popularidad entre los peruanos emprendedores. Ella (la
pingüe popularidad) lo había seducido para crear un partido político que,
dentro de tres años, le permitiese acomodar las nalgas en el sillón de Pizarro.
Pero lo ven seis mil en promedio. En sus mejores días, cuando alcanza el top
de su brutalidad, se hace diez mil y, consecuentemente, las donaciones suben,
anotó Jarita, mientras Stacio se colocaba el viejo saco que le había birlado a
su anciana madre. Era un saco que compendiaba toda la moda de la década de
1970. Esa prenda lo hacía sentirse una mujer fatal e intelectual. Para que
nos caiga plata al canal, continuando con el rollo comunista, hay que elevar la
audiencia y esperar a que entren y se enganchen varios socialistas.
Ya sé; no
digas obviedades, dijo secamente Stacio, que, cuando sentía el hincón
de la pobreza (cosa muy frecuente en su vida), solía perder los papeles con una
facilidad sobrecogedora. La pregunta que debieras contestar inmediatamente,
en tu calidad de productor, es: ¿cómo hacemos para elevar el nivel de audiencia
y nos vean los socialistas?
Montesinos, mencionó
Jarita. Montesinos, Vladimiro Montesinos, había sido el retrechero asesor del
presidente Fujimori durante sus poco más de diez años de gobierno que, entre
muchas otras perlas, había popularizado el método de crear grandes (aunque
huecas) noticias para ocultar sus marrullerías políticas.
¿Cómo?, dijo Stacio,
sin entender la alusión. Sus pensamientos más inmediatos estaban en lo que le
inventaría a su casera para dormir una noche más en su diminuto cuarto.
Creemos un
psicosocial a lo Montesinos, los ojos de Jarita brillaban como carbunclos.
¿Se puede
hacer eso?, dudó Stacio, algo más interesado en la propuesta.
Por
supuesto que sí. Es más, tengo una gran idea. Solo tengo que hablar con el
huevón de Anca para concretarla.
Más te vale, bufó Stacio,
porque ya me cansé de hacer programas y no recibir un sol partido por la
mitad.
Tranquilo,
vas a ver que luego de la marcha, nuestro canal superará las diez mil vistas.
Mientras tanto, toma estos diez soles, entregó Jarita.
Crees que
vivo del aire, ¿no, huevón?, dijo Aníbal. Debo de ser el único periodista que
cobra diez soles a la semana. Me doy pena yo mismo, carajo. Adiós.
***
¿O sea que
funcionó esta huevada?
Funcionó
demasiado bien, dijo Jack, afinando su guitarra. Lo malo fue que
todo lo que le sacamos a la vieja tuvimos que gastarlo en curarle las heridas a
mi flaca.
Esa
flaquita tuya, compare…
¿Qué? ¿Por
qué lo dices en ese tonito?, dijo Jack, dejando la guitarra a un lado. ¿Tú
también te vas a poner en el mismo plan cagón de mi vieja?
No, loco,
tranquilo, nada que ver. No hay ningún tonito. Quizá me estás malinterpretando. Lo que
quise, eh, eh, eh, resaltar, esa es la palabra, resaltar, es que tu flaquita
siempre te hace caso en todo. Solo quería decir eso.
Claro, pe,
huevón, a quién más le va a hacer caso si no es a su marido, espetó
Jack.
Bueno, no
es normal. O sea, mi flaca, por ejemplo, me apoya en ciertas cosas, pero no me
hace caso en todo lo que le digo. Más bien, ya quisiera que mi flaca fuera como
la tuya, loco.
Pero ¿por
qué dices que me hace caso en todo?, dijo Jack, más calmado, volviendo al ajuste de las
clavijas de su instrumento musical.
¿Te parece
poco que, solo porque tú se lo pediste, se haya puesto a vender los juguetes
coleccionables de su hermano? ¿O que se haya bañado con las hormonas que te di
para que los perros de la vieja esa la muerdan y puedan sacarle plata? Eso por
mencionarte solo un par de casos.
Me ama,
pues, huevón, resolvió Jack.
¿Y tú a
ella?
Jack no
sostuvo la mirada de su interlocutor. Más bien, concentró su atención en probar
el sonido de las dos primeras cuerdas de su guitarra.
¿Y por qué
estás con ella, entonces?
Un par de
sonidos gruesos y sostenidos fueron la respuesta.
¿Vas a
llevarla a la marcha del sábado? Porque me he dado cuenta de que es bien metida
en estos temas sociales. Es filocomunista, ¿no?
No tanto
así. No le gustan algunas huevadas injustas. Pero, sí, es bien temperamental.
Si algo no le gusta, te lo dice. Y si no le haces caso, toma cartas en el
asunto. Ella no se guarda nada, dijo Jack y, satisfecho con el sonido de las dos
cuerdas, puso la guitarra a un lado.
Pero ¿vas a
llevarla a la marcha?
No sé. Yo
no tengo pensado ir. No he logrado convencer a nadie de que vaya. Le dije a mi
flaca que lleve a sus alumnos, que los involucre, pero creo que todos son unos
pitucos de mierda, dijo Jack.
Tú también
eres pituco. No te hagas.
¿Cuál
pituco, huevón? Mis viejos tienen plata; yo no. Específicamente, el cagón de mi
viejo es el de la plata. Desde que me dedico a la música, me han cerrado el
caño, explicó Jack. Así que no soy ningún pituco. Ya quisiera yo.
Entonces, ¿no
vas?
No, pues,
para qué voy a ir si no voy a sacar nada. No soy tan huevón para estar
achicharrándome en plena calle, dijo Jack, desganado.
Loco, tú ve;
ve, pero… con tu hembrita, y te pago. Te va a caer un buen dinero. Te lo
prometo.
¿Y para qué
quieres que vaya con mi hembrita?, sospechó Jack.
Unos
segundos de silencio. Una respuesta que se estaba elaborando con tiento.
Porque me
prometieron mil soles por dos personas que lleve. ¿Vas?
Los ojos de
Jack aún no podían desmarcarse del asombro despertado por la cifra que se
acababa de lanzar.
Ahí
estaremos, fue su devolución.
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