sábado, 25 de noviembre de 2023

NOVELA PERUANA - VERA LA CAMARADA de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 08

 


Si algo te estorba, lo eliminas. Si no puedes eliminarlo te jodiste. Así de simple. ¿O jodes o te joden? Yo siempre opté por lo primero. ¿Entendiste?

Daniel Gutiérrez Híjar – “Mote”

 

¡Me muerden tus perros, me muerden tus perros, vieja de mierda!, gritaba Vera.

Oiga, señora, mire lo que sus perros le están haciendo a mi mujer, dijo Jack, señalando el alboroto que dos schnauzers armaban en torno a las piernas de su chica.

¡Canela, Menta! ¡Qué les pasa! ¡Tranquilas, chicas, tranquilas!, intentaba calmar a las bestias la provecta dueña, una señora que podía tener entre setenta y ochenta años. La voz se le había hecho como de niña, aunque algo quebrada en las hendiduras tonales.

¡Vieja cojuda, con esa voz de puta no te van a hacer caso; sácamelas!, profería Vera, lanzándoles erradas patadas a los canes quienes, completamente desbocados, esquivaban los puntazos de las negras botas de la agredida.  

Mentita, Canelita, amores míos, ¿qué les pasa?, decía la abuela con sorpresa y tristeza, sentimiento este último que le nacía al constatar que, por primera vez en el tiempo que tenía a esas perritas, era completamente desobedecida.

¡Au, carajo!, aulló Vera. ¡Estas mierdas me han arrancado la piel! ¡Ayúdame, Jack, carajo! Nunca me dijiste que estos perros me iban a tragar.

Oiga, vieja de mierda, mire, mi novia está sangrando. Ahorita mismo le meto una denuncia. Ya se cagó, le dijo Jack a la dueña de los canes, quien, la cabeza sumida en las manos y sollozando, había dejado de calmar a sus mascotas. Jack, muy cerca de uno de sus oídos, continuaba increpándole: Si no te caes con un buen billete, ahorita mismo te denunciamos.

Más allá, Vera había empezado a correr, dejando un rastro de sangre que alocaba a los schnauzers.

***

Ayer, un grupo de seguidores de Keiko Fujimori linchó a nuestro querido profesor Jaime. La policía ha declarado que va a investigar los hechos, pero nosotros dudamos seriamente de que esa policía corrupta y alcahueta de Dina Boluarte y su compinche Keiko vayan a dar con los responsables de este execrable acto. ¡La prensa independiente del Perú pide justicia para Jaime! ¡Libertad de expresión para la izquierda valiente del Perú! ¡Viva el Partido Comunista del Perú!, estalló Aníbal Stacio en una seguidilla de gritos.

Stacio era un joven de treinta años. Había tentado, en innumerables ocasiones, ocupar una plaza de estudios en la universidad San Marcos para cursar la carrera de Filosofía. Sin embargo, las matemáticas le negaron dicho sueño. La trigonometría, la geometría y el álgebra le pusieron un sinfín de zancadillas en los exámenes de admisión a la universidad. No necesito de una universidad de mierda para ser un filósofo, concluyó para su sayo antes de ponerle fin a sus repetidos intentos de convertirse en universitario.

Dina, tus días están contados, continuó Stacio. Ya se están congregando en la ciudad las diversas sangres que componen el torrente sanguíneo de este convulso, pero generoso país, para sacarte a patadas de Palacio y reponer allí a nuestro querido profesor Castillo. Stacio se excitaba hablando “en difícil”. Terminaba con el calzoncillo mojado. Y ahora que nuestro otro amado y venerado profesor Jaime acaba de morir a manos de tus esbirros, Dina asesina, tenemos una razón todavía mayor para verte defenestrada y humillada. Miró a quien estaba detrás de la cámara que transmitía sus piromaníacas declaraciones.

Me dicen que tengo ya solo segundos. Me despido, entonces. Ya sabes, Dina, este sábado se acaba tu circo romano barato, finalizó Stacio.

Listo, fuera de cámaras, anunció el tipo al que Stacio había mirado antes de despedirse.

¿Cuánto hicimos, Jarita?, dijo Aníbal, limpiándose el sudor de la frente con un pedazo de papel toalla.

Seiscientos quince, dijo el aludido.

¿Soles?, se alertó Stacio. Mierda, qué bien, porque necesito pagar mi cuarto; si no, me botan. Hasta mañana me dio de plazo la dueña.

No, seiscientas quince vistas.

Pero yo no estoy hablando de esa huevada. Yo estoy hablando de los yapes, de las donaciones; plata, querido, plata, aclaró Aníbal. Necesito plata. La vieja puta de mi cuarto me va a botar si no le doy al menos algo. Stacio le miró los bolsillos a Jarita.

No tengo nada, Aníbal, hace dos meses que no cobro en mi chamba. Mi jefe también me está paseando. Y este canal… Ya ves que no da nada. Tenemos mucha gente que nos ve, eso sí; pero misios. No hay comunista rico. Los comunistas ricos se hacen llamar socialistas y usan al comunista pobre para llegar al poder, dijo Jarita.

Putamadre, se lamentó Stacio. ¿Y si me vuelvo capitalista?

El canal del Profe Coquero hace entre cien a doscientos soles diarios en donaciones, apuntó Jarita. El mencionado Profe era un activista del liberalismo más extremo. Su canal gozaba de tremenda popularidad entre los peruanos emprendedores. Ella (la pingüe popularidad) lo había seducido para crear un partido político que, dentro de tres años, le permitiese acomodar las nalgas en el sillón de Pizarro. Pero lo ven seis mil en promedio. En sus mejores días, cuando alcanza el top de su brutalidad, se hace diez mil y, consecuentemente, las donaciones suben, anotó Jarita, mientras Stacio se colocaba el viejo saco que le había birlado a su anciana madre. Era un saco que compendiaba toda la moda de la década de 1970. Esa prenda lo hacía sentirse una mujer fatal e intelectual. Para que nos caiga plata al canal, continuando con el rollo comunista, hay que elevar la audiencia y esperar a que entren y se enganchen varios socialistas.

Ya sé; no digas obviedades, dijo secamente Stacio, que, cuando sentía el hincón de la pobreza (cosa muy frecuente en su vida), solía perder los papeles con una facilidad sobrecogedora. La pregunta que debieras contestar inmediatamente, en tu calidad de productor, es: ¿cómo hacemos para elevar el nivel de audiencia y nos vean los socialistas?

Montesinos, mencionó Jarita. Montesinos, Vladimiro Montesinos, había sido el retrechero asesor del presidente Fujimori durante sus poco más de diez años de gobierno que, entre muchas otras perlas, había popularizado el método de crear grandes (aunque huecas) noticias para ocultar sus marrullerías políticas.  

¿Cómo?, dijo Stacio, sin entender la alusión. Sus pensamientos más inmediatos estaban en lo que le inventaría a su casera para dormir una noche más en su diminuto cuarto.

Creemos un psicosocial a lo Montesinos, los ojos de Jarita brillaban como carbunclos.

¿Se puede hacer eso?, dudó Stacio, algo más interesado en la propuesta.

Por supuesto que sí. Es más, tengo una gran idea. Solo tengo que hablar con el huevón de Anca para concretarla.

Más te vale, bufó Stacio, porque ya me cansé de hacer programas y no recibir un sol partido por la mitad.

Tranquilo, vas a ver que luego de la marcha, nuestro canal superará las diez mil vistas. Mientras tanto, toma estos diez soles, entregó Jarita.

Crees que vivo del aire, ¿no, huevón?, dijo Aníbal. Debo de ser el único periodista que cobra diez soles a la semana. Me doy pena yo mismo, carajo. Adiós.

***

¿O sea que funcionó esta huevada?

Funcionó demasiado bien, dijo Jack, afinando su guitarra. Lo malo fue que todo lo que le sacamos a la vieja tuvimos que gastarlo en curarle las heridas a mi flaca.

Esa flaquita tuya, compare

¿Qué? ¿Por qué lo dices en ese tonito?, dijo Jack, dejando la guitarra a un lado. ¿Tú también te vas a poner en el mismo plan cagón de mi vieja?

No, loco, tranquilo, nada que ver. No hay ningún tonito. Quizá me estás malinterpretando. Lo que quise, eh, eh, eh, resaltar, esa es la palabra, resaltar, es que tu flaquita siempre te hace caso en todo. Solo quería decir eso.

Claro, pe, huevón, a quién más le va a hacer caso si no es a su marido, espetó Jack.

Bueno, no es normal. O sea, mi flaca, por ejemplo, me apoya en ciertas cosas, pero no me hace caso en todo lo que le digo. Más bien, ya quisiera que mi flaca fuera como la tuya, loco.

Pero ¿por qué dices que me hace caso en todo?, dijo Jack, más calmado, volviendo al ajuste de las clavijas de su instrumento musical.

¿Te parece poco que, solo porque tú se lo pediste, se haya puesto a vender los juguetes coleccionables de su hermano? ¿O que se haya bañado con las hormonas que te di para que los perros de la vieja esa la muerdan y puedan sacarle plata? Eso por mencionarte solo un par de casos.

Me ama, pues, huevón, resolvió Jack.

¿Y tú a ella?

Jack no sostuvo la mirada de su interlocutor. Más bien, concentró su atención en probar el sonido de las dos primeras cuerdas de su guitarra.

¿Y por qué estás con ella, entonces?

Un par de sonidos gruesos y sostenidos fueron la respuesta.

¿Vas a llevarla a la marcha del sábado? Porque me he dado cuenta de que es bien metida en estos temas sociales. Es filocomunista, ¿no?

No tanto así. No le gustan algunas huevadas injustas. Pero, sí, es bien temperamental. Si algo no le gusta, te lo dice. Y si no le haces caso, toma cartas en el asunto. Ella no se guarda nada, dijo Jack y, satisfecho con el sonido de las dos cuerdas, puso la guitarra a un lado.

Pero ¿vas a llevarla a la marcha?

No sé. Yo no tengo pensado ir. No he logrado convencer a nadie de que vaya. Le dije a mi flaca que lleve a sus alumnos, que los involucre, pero creo que todos son unos pitucos de mierda, dijo Jack.

Tú también eres pituco. No te hagas.

¿Cuál pituco, huevón? Mis viejos tienen plata; yo no. Específicamente, el cagón de mi viejo es el de la plata. Desde que me dedico a la música, me han cerrado el caño, explicó Jack. Así que no soy ningún pituco. Ya quisiera yo.

Entonces, ¿no vas?

No, pues, para qué voy a ir si no voy a sacar nada. No soy tan huevón para estar achicharrándome en plena calle, dijo Jack, desganado.

Loco, tú ve; ve, pero… con tu hembrita, y te pago. Te va a caer un buen dinero. Te lo prometo.

¿Y para qué quieres que vaya con mi hembrita?, sospechó Jack.

Unos segundos de silencio. Una respuesta que se estaba elaborando con tiento.

Porque me prometieron mil soles por dos personas que lleve. ¿Vas?

Los ojos de Jack aún no podían desmarcarse del asombro despertado por la cifra que se acababa de lanzar.

Ahí estaremos, fue su devolución.


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