Accidente es el nombre del más grande de todos los
inventores.
Mark Twain
Vera se despertó
a las dos de la tarde. Era hora de su diario desayuno. Estiró los brazos,
bostezó y saltó de la cama para dar cuenta de esa primera e importantísima
comida del día, pero tremendo fue su estupor al ver que los acostumbrados panes
con huevo frito y el riquísimo jugo de naranja no estaban encima de su
escritorio.
¡Mamá!, llamó
encolerizada. ¡Mamá!, repitió con redoblada fuerza al no recibir
respuesta alguna.
No me hagas
bajar, mamá. No estoy de humor para enojarme hoy día. Tengo que dar clases en
una hora. ¿Dónde está mi desayuno?
Hijita, se
escuchó la delgada voz de su madre que subía, desde el primer piso, trepando
dificultosamente las escaleras y deslizándose en la habitación, baja, por
favor. No te amargues, hijita. Baja que aquí te explico.
***
Acordamos
que la primera clase sería en el parque de su casa. Esto me pareció rarísimo,
pero acepté. Cuarenta soles por una hora de clases de francés estaban bastante
bien si se los comparaba con las otras ofertas que hallé en internet.
Llegué a la
hora acordada. Había poca gente en el parque; algunos trotadores, perros que
tiraban de sus dueños, un par de niños pateando una pelota en medio de una
redondela de girasoles. Me senté en una banca y esperé. A los pocos minutos,
apareció una chica delgada que tenía en los brazos a un perrito de raza
pequeña. Detrás de la chica, una vieja rezongaba, como reclamándole algo. La
chica avanzaba hacia el centro del parque, donde yo me encontraba, y la vieja
continuaba riñéndola, siempre detrás de ella. No entendía lo que le decía
debido a la distancia que nos separaba.
Para cuando
la chica y el perro estuvieron ya muy cerca de mí, la anciana regresó sobre sus
pasos.
¿Daniel?, saludó la
chica. Soy Vera, tu profesora de francés, dijo, alcanzándome una mano.
Sí, qué tal, saludé,
sin ocultar cierta sorpresa; no me esperaba un perro en la situación.
Empecemos
la clase. La hora empieza desde…, y consultó el reloj en su celular, ahora.
Dimos
cuatro o cinco lentas vueltas alrededor del parque. Noté que mi maestra fingía
cierta distracción cuando el perro dejaba sus cagadas en la acera. No me atreví
a indicarle observación alguna. Sus razones tendría para proceder así.
Bueno, creo
que ya es suficiente por hoy.
Habíamos
conversado en francés. Cuando cometía un error en la pronunciación o me quedaba
en blanco buscando la palabra adecuada que completara mis frases, ella me
auxiliaba. Si ella tampoco daba con el término preciso o dudaba sobre si
aquello se pronunciaba así o asá, recurría al Google Translator en su celular.
Cuarenta
soles, dijo, alargándome una de sus manos de dedos largos y delgados como
patas de tarántula.
Claro,
claro, le dije. Tras entregarle la suma acordada, le pregunté por nuestra
próxima sesión. Mañana será virtual, me dijo. No te incomoda,
¿verdad?
No, no,
para nada, le respondí, aunque sí, sí me incomodaba lo que proponía, porque la había contratado por preferir el trato personal y no
el frío contacto virtual. Había cientos de profesores en línea que, por diez
soles, estaban dispuestos a ofrecer hasta dos horas de clase. A pesar de eso, yo
prefería el trato directo y, para qué negarlo, la oportunidad de flirtear con
la maestra. Pero pasado mañana sí retomaremos las clases presenciales, ¿no?,
indiqué. Había que aclarar las cosas con anticipación; poner el parche, como se
dice.
¿Pasado
mañana?, su sorpresa pareció genuina.
Claro, le
respondí. Habíamos quedado en que serían clases diarias. Recuerda que,
me permití tutearla, te señalé que deseaba un curso acelerado y brutal,
este adjetivo tosco y fuera de lugar me salió inesperadamente producto del
nerviosismo que se apoderaba de mí al percibir que mis planes de trabajo no se
concretarían por este pequeño detalle de descoordinación, para aprender
francés en…
Tres meses, completó
ella. Sí, sí, ya me acuerdo. Discúlpame, es que tengo tantos compromisos que
a veces me falla la memoria, se excusó.
Mierda, pensé, seguramente
esta profesora está pedidaza por el alumnado. Qué buena elección hice, carajo,
me felicité.
No te
preocupes, pasado mañana retomamos lo presencial, pero, y se quedó
pensando, mientras su perro tiraba de la cuerda para continuar olisqueando los
meados de otros perros chorreados más allá, tendrás que acompañarme a un
lugar. Tengo que recoger una encomienda, concluyó.
Sí, no te
preocupes, le respondí, cuando, en realidad, el preocupado era
yo. No había confiado en esta maestra para que me diera clases ambulatorias. Ni
modo, pensé, es la más barata que he encontrado en el mercado.
***
Cuando
llegó al primer piso, encontró a su padre tendido sobre el sofá de la sala; su
madre, a un lado, lo abanicaba.
Estaba
tirado en el suelo, hijita, dijo la señora aludiendo a su esposo. No sabes lo
que me costó echarlo en el sofá y reanimarlo. Medio que abrió los ojos y volvió
a dormirse, supongo, porque muerto no está. Mírale el pecho; sube y baja. Está
respirando, ¿no?
Vera hizo
una mueca de fastidio y caminó hacia la cocina. ¿No has preparado nada?,
gritó desde allí. Oye, tengo que comer, carajo. En unos minutos tengo que
dar clases.
La madre
dejó de ventilar a su esposo y corrió hacia donde se hallaba su hija. Ahorita
te hago tu desayuno, mamita, se apresuró la señora. Dame unos cinco
minutos y te lo llevo a tu habitación.
Mira, dijo
Vera, agitando un frasquito, acusadora, harta de los descuidos de su padre, papá
no tomó su ración de pastillas ayer. Por eso se ha desmayado. Que no me joda si
un día se muere, ah. ¿Saben lo que me cuesta comprarles estas pastillas?
Pero si las
paga tu papi con su pensión, amor, se atrevió a recordarle tímidamente la señora.
Sí, pero yo
soy la que tiene que ir hasta la farmacia todas las semanas, dejando de hacer
cosas muy importantes, aclaró y subió a su habitación.
***
Suspendamos
la clase, te ruego, me escribió la maestra minutos antes de la hora
acordada. Mi papá ha sufrido una descompensación y tengo que llevarlo al
hospital. Estoy muy preocupada, como comprenderás, continuó. Mañana
retomamos la presencial. No te preocupes.
Estaba
empezando a preocuparme. ¿Era Vera la mejor opción educativa? Aún tenía tiempo
de encontrar otra alternativa. Así que volví a buscar en internet.
¡Tu publicación irradia brillantez! Perspicaz, bien articulada y verdaderamente cautivadora. Gracias por compartir tu valiosa perspectiva con nosotros.
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