Todos los comunistas tienen que comprender
esta verdad: El poder nace del fusil.
Mao Tse Tung
Cuando lo
vio discursear por primera vez en uno de los grupúsculos de la plaza San
Martín, vestía como un pordiosero. Veintitantos años después, seguía sumergido
en las mismas ropas. La única diferencia entre el Jaimito de antaño y el de
hogaño era que el pelo, de un negro cenizo antes, se le había blanqueado por completo.
Se acercó
al grupo de desarrapados que lo oía. Todos eran cholos o alguno que otro negro.
Ningún tipo blanco como él; apenas uno que otro blancón, pero viejo, sin plata,
apagadas las ansias de vivir y repletas las ganas de revanchismo de plazuela.
Había algo
de alboroto, pero no tanto como en los grupillos religiosos aledaños, donde
predominaban cánticos y alabanzas. Los partidarios de Jaimito eran mayoría y
abucheaban a un muchacho que se había atrevido a polemizar con su líder, proponiendo
que Castillo era comunista y seguía los dictámenes de Hugo Chávez, extinto
dictador venezolano.
Joven,
dígame, ¿usted cree que Hugo Chávez fue comunista?, le dijo
Jaime al veinteañero, que tenía pinta de estudiar en una universidad de paga,
de gran paga.
Claro,
claro, respondió automáticamente el muchacho. Chávez dijo que odiaba a la
clase media, que odiaba que se superen. Quería mantenerlos pobres a los
venezolanos. Y esto que dijo Chávez, lo dijeron primero Lenin y Marx.
El público chifló.
Jaimito pidió calma y apaciguó los ímpetus del joven que ya se había encendido con
la oratoria y repetía que los comunistas querían mantener pobre a su población.
Mira, joven,
tú me dices que los comunistas odian que el pueblo progrese, dijo
Jaimito.
Por
supuesto, afirmó el joven, en medio de los ánimos que se estaban volviendo a
calmar, los comunistas, como Castillo, nos quieren mantener pobres para
reelegirse una y otra vez.
Tranquilos,
tranquilos, les dijo Jaime a sus seguidores, quienes estaban
ansiosos por ahorcar al muchacho. Joven, joven, apaciguó los arrestos de
su interlocutor, Hugo Chávez nunca fue comunista.
Pero por
sus frases, pues. El mismo Chávez decía ser comunista, intervino
el muchacho.
Es que si
yo te digo que soy albañil, ¿tú me tienes que creer?, dijo
Jaime.
No, pero
por tus frases, puedo saber si eres albañil o no, apuntó el
joven.
O sea que,
si yo te hablo de matemáticas, ¿soy matemático?, observó
Jaime.
Claro, si
sabes de matemática, entonces vas a hablar cosas relacionadas a eso, pues, elaboró
el muchacho.
Pero ¿cómo
tú llegas a saber que yo soy matemático?, dijo Jaime, que seguramente
andaba en la mitad de sus sesentas.
El joven
levantó su mano y garabateó el aire.
¡Ah!, exclamó
Jaime, como alguien que descubre una verdad obvia, cuando me ves en la
práctica, ¿cierto? Entonces, te pregunto, ¿qué hizo Hugo Chávez en la
práctica?
Al muchacho
se le iluminó el rostro. Era la pregunta que esperaba para detallar las
tropelías del malogrado presidente venezolano: Expropió…
¿Eso es
comunismo?, lo cortó Jaime. A ver, hijo, calma, calma, camaradas.
A ver, hijo, ¿qué es el comunismo?
Los
desarrapados seguidores de Jaime engrosaron sus burlas contra el joven que se
negaba a caer en el juego dialéctico de su oponente. No sabe ese hijito de
papá, dijeron algunos. Es un burro. Que regrese al colegio, dijeron
otros.
Jaime, enseñoreado del micrófono, pidió calma
a sus partidarios. Luego dijo: Mira, hijo, no hay que llamar a Hugo Chávez
comunista ni socialista. Nunca lo fue. Si él hubiera sido comunista, no hubiera
postulado a las elecciones o no hubiera hecho prevalecer el estado burgués. Hace
poco dije que todos queremos desarrollarnos. Y tú también dijiste eso, ¿verdad?
El muchacho
asintió.
Yo
pregunto: ¿cuántos años tiene el capitalismo en el mundo?
Las típicas
preguntas retóricas de Jaimito, piensa el advenedizo. Nadie se fija en su costoso
terno, quizá porque les es difícil reconocer la ropa de calidad.
Nadie
respondió. Los seguidores tenían miedo de contestar alguna estupidez, a pesar
de que le escuchaban a Jaimito repetir lo mismo desde hacía tiempo.
Más de
doscientos años, se contestó Jaime. Está llegando a los
trescientos. Entonces, pregunto: si el capitalismo es bueno, ¿por qué no ha
podido desarrollar un solo país? Dame un país desarrollado, joven.
Estados
Unidos, dijo el muchacho, con firmeza.
Jaime rio
condescendientemente.
Los que se
han desarrollado en Norteamérica no son los yanquis; son los grupos de poder,
porque la primera sociedad en Norteamérica eran los yanquis. ¿Y quiénes eran
los yanquis? Los navajos, los cheroquis, los pieles rojas, los comanches, los
apaches, etcétera. Y allí, un comanche no explotaba a otro comanche; un piel
roja no explotaba a otro piel roja. Explotaban la naturaleza. Era una sociedad
eminentemente colectiva.
El joven
asentía con cada aserto de Jaime.
¿Qué pasó?
Llegaron los anglosajones, desplazaron a los yanquis y se apoderaron de sus
territorios, instaurando los Estados Unidos. ¿Quién se desarrolló ahí?
Otra
pregunta retórica. Ante la ausencia de respuestas, Jaime continuó, los ojillos
de ratón brillándole.
Grupos de
familias: los Rockefeller, los Morgan, los Hammer, los Ford, los Rothschild,
etcétera. Esos son los que están gobernando Norteamérica, pero no el pueblo
norteamericano que es explotado. Entonces, el capitalismo solo ha desarrollado
grupos de poder en desmedro de las grandes mayorías. Pero acá el joven me dice
que él está de acuerdo en que todos nos desarrollemos. Y yo les pregunto: si
todos nos desarrollamos, ¿podrá existir capitalismo?
Desaparece,
pe, gritó uno de los reunidos ahí.
Así es, ya
no habría capitalismo, dijo Jaime. Entonces, ¿qué sociedad es esa
en la que todos nos hemos desarrollado?
Los
desarrapados congregados, que oían el debate sin prisas y sin dinero en los
bolsillos, corearon: Comunista. Los que tenían un marcado acento
serrano, grupo bastante notorio ahí, gritó: Comonista, pe.
¿Te das
cuenta, amigo, que ya eres comunista?, remató Jaime, dirigiéndose al joven.
La multitud
estalló en aplausos, vivó a Jaime y abucheó al joven que, cabizbajo, se
retiraba de la contienda.
Muy bien,
camaradas, todo lo que he hablado está en estos textos que les traigo todos los
días, dijo Jaimito, señalando al suelo, donde había una serie de fotocopias
de grandes títulos: El marxismo, El comunismo, Las trescientas
contradicciones de la Biblia, El capitalismo ya está muriendo.
Tengo
textos desde cinco hasta veinte soles, detallaba Jaime. Pueden yapearme si no tienen
efectivo.
El
advenedizo dio unos pasos al frente hasta llegar a ocupar una posición en la
que Jaime pudiera verlo por completo. Su nombre era Germán Morante, dueño de
numerosas empresas, muchas de las cuales trabajaron con el gobierno de Castillo
y lo hacían ahora con el de Dina Boluarte. Pero su fortuna la empezó durante el
mandato de Alejandro Toledo, cuando le fue concedida a su empresa, que en aquel
momento tenía un par de meses de creada, un millonario contrato. A partir de
ese punto y en adelante, supo mantenerse aliado a los sucesivos gobiernos
peruanos que se alternaron. Ahora, por una casualidad del destino, estaba
dispuesto a dejarle una gran lección al inextinguible Jaimito.
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