Hace
poco leí un artículo de Vargas Llosa en La República. La pieza se titula Nostalgia de París. En ella, Vargas
Llosa rememora el París de su juventud, el París que él vivió por siete años,
entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta.
No
solo da cuenta de los lugares que frecuentaba y disfrutaba –primordialmente la
librería La Joie de Lire- sino de los principales escritores que él conoció a
hurtadillas: Camus, Sartre, Adamov, Breton, Simone de Beauvoir.
Además,
nos cuenta sobre los inteligentes y agudos debates que sostenían los políticos
–sí, los políticos- de la época, quienes hacían gala de una elocuencia y
persuasión admirables.
El
artículo lo leí hace unos pocos días, cuando terminaba El coronel de Luis Alberto Sánchez.
Los
mismos sentimientos que Vargas Llosa experimenta por ese París del siglo XX,
por el París que conoció, son los que siento yo por la Lima de finales del XIX
y principios del XX, una Lima que no conocí, pero cuyos vestigios abundan en el
Centro de esa ciudad.
Desde
aquellas primeras ocasiones en que mi mamá me llevaba al Centro para comprar
libros o visitar museos, allá por los comienzos de los noventa, sentí la enorme
atracción que ese lugar de edificios de fachadas amarillentas ejercía sobre mí.
Años
después, en los comienzos de los 2000, volvería al Centro, pero esta vez
acompañado de Toño y el Wasón, dos amigos del barrio que me enseñaron otras
facetas de la ciudad.
A
partir del 2011, visito el Centro de día y de noche, cuando me viene en gana. Y
a pesar de ello, nunca deja de maravillarme ese lugar.
Las
novelas “esperpento” (género creado por el español Ramón del Valle-Inclán) de
Sánchez no hacen otra cosa que aumentar mi amor por esta ciudad. En El coronel, este prolífico escritor
recrea el periodo político peruano comprendido entre 1914 y 1930. Uno se entera
deliciosamente de los entretelones de la ascensión de Óscar Benavides a la
presidencia del Perú tras el golpe que un grupo de coroneles le dio al mandato
de Billinghurst; es testigo de los dimes y diretes en aquel grupo de coroneles
y comandantes; presencia cómo los limeños de entonces, civiles y militares,
sintieron o vivieron la Primera Guerra Mundial.
No
solo se nos retrata la vida pública de Lima; también su vida íntima, a través
de una de la vida de una de las familias de estirpe y abolengo de la ciudad, la
vida de la familia Vergara, compuesta por el coronel Mariano José Vergara y Rey
y sus tres hijas, una de ellas, Lola, la más soñadora, adicta a las novelas y
poemarios franceses.
Las
conversaciones de esos viejos limeños ornadas con los jergas, muletillas y usos
de la época son simplemente exquisitas.
También,
fue un deleite recorrer con los personajes de la novela lugares extintos como
el Teatro Excelsior, el Hotel Maury o la famosa Confitería Broggi –y leer unas
líneas del dueño, el suizo Pietro Broggi-.
Como
no podía ser de otra manera, leí algunas partes de la novela recorriendo el
Centro de Lima, tratando de asociar los pasajes escritos con los pasajes o
calles reales: en esta casona vivía tal personaje, en esta calle conversaron
estos otros dos, y así.
Hacia
el final del libro, al librepensador coronel Julio César Chaves, el gobierno de
Leguía, a través de uno de sus ministros, le trata de ofrecer una curul en el
congreso. El siguiente extracto nos muestra cómo se elegían a los
representantes del país en la cámara de diputados. A mí me llamó la atención el
origen que se sugiere sobre la creación de Cajatambo, cuna de mi abuelo
materno.
Señor
coronel: hemos averiguado que usted tiene larga residencia en las provincias de
Chancay, Cajatambo, Huancavelica y Trujillo. Por consiguiente, usted podría ser
electo Diputado constituyente por cualquiera de ellas. Las elecciones deben
realizarse dentro de tres meses. Huarochirí está vedado pues allí saldrá electo
el sabio arqueólogo indígena, doctor Julio C. Tello; por Trujillo hay pleito de
candidatos: Larco, Ganoza, Alva, Pinillos, etcétera. Quedan Chancay y Cajatambo
y, claro, Lima. Le sugiero Cajatambo: habitantes analfabetos esparcidos por la
serranía. Cajatambo es un burgo de bolsillo, que se creó para un primo del ex
Presidente; era mi colega de la Universidad. ¿Qué le parece? No dudo que
acepte.
No
necesito ir a París para hacerme escritor, como necesitó hacerlo Vargas Llosa según
cuenta en su artículo o en la infinidad de sus publicaciones (El pez en el agua, por ejemplo); Lima es
mi ciudad, mi lugar.
Juan
Ramón Jiménez decía sobre Moguer, su pueblo natal: esa blanca maravilla, / un mundo
mágico. Casi lo mismo diría yo de mi Centro de Lima: gris maravilla, / un mundo
mágico.