¿Aló?, dijo la
anciana.
¿Aló? ¿Estoy
hablando con la mama de Groover?
Sí, dijo la
anciana. Había dejado a un ladito su bordado. Justo había estado a punto de
irse al baño cuando le cayó esa llamada inopinada que provenía de un número
largo, interminable, interplanetario. Dígame, joven.
Su hijo me
ha ultrajado, señora. Su hijo me ha hecho lo que ha querido y me ha contagiado
de sida. Yo lo voy a denunciar ahorita mismo con las autoridades de Newark. Así
que, prepárese, señora, porque su hijo es un elemento peligroso. Tiene un arma
muy gruesa y cabezona ahí abajo que me ha dejado adolorido durante semanas. El
juez le va a poner veinte años por cada día de dolor que me ha procurado el muy
perverso.
Joven, cálmese.
Mi hijo es inocente, se lo aseguro, imploró la viejecilla. Cálmese y dígame quién es
usted, por favor.
La saluda
el abogado Aquile Cacho, dijo la voz.
¿Aquile? ¿No
será Aquiles, joven?
No, señora,
me llamo Aquile Cacho, tal cual. Ya sabe. Ponga en autos a su hijo porque me
voy con todo. Lo voy a empapelar y lo voy a regresar al Perú enmarrocado. Y si
usted no coopera, también me la deporto, ah. Cuando el ciclón sopla, todos vuelan.
Ya sabe.
La llamada
se cortó y la señora quedó sumida en una honda preocupación. No podía creer lo
que había acabado de escuchar. Entonces, caminó hacia la habitación de su hijo
quien, desde hacía varias semanas, ya solo se encerraba ahí y no salía para
nada, ni para trabajar. Su uniforme del Seven Eleven estaba desde hacía rato
limpito y sin ser usado en el armario.
Ni bien
abrió la puerta de su dormitorio para dirigirse al de su hijo, pudo oír con
nitidez las exaltaciones que provenían del cuarto de él. A medida que se
acercaba escuchaba retazos cada vez más fuertes de la estentórea voz de su
vástago: ¡Cambrito, eres un pobre diablo que no tiene talento! Lo único que
sabes hacer es hablar huevadas sin sentido. ¿Y así quieres entrar a mi canal?
Escucha bien esto, Cambrito: me puedes mamar bien los…
¡Toc! ¡Toc!
¡Toc!, se escuchó en la transmisión del hombre de casi cincuenta años que, al
parecer de su madre, aún se comportaba como un mozuelo rabioso de quince.
¿Hasta qué
hora vas a estar despierto?, dijo la señora tras el toc-toc-toc que ya estaba
siendo la comidilla deliciosa en los comentarios del programa de YouTube
“Cuchillos Largos”, nombre del que se apropió el dueño del canal para rendir
homenaje a Hitler y su genial embestida ocurrida en 1934 para liquidar a sus
enemigos de un solo plumazo, empezando por el dolor de huevos llamado Ernst
Röhm.
¿Qué pasa?, dijo el hombre,
cortante y frío, como si no se tratase de su madre sino de cualquier otra persona
distante.
Me acaban
de llamar diciéndome que has violado a un joven.
¿Qué?, se exaltó
el hombre y cayó en la cuenta de que esa bizarra conversación con su madre
estaba siendo oída por los pezuñentos de sus seguidores quienes prestamente
generarían clips y memes ridiculizándolo de por vida. Rápidamente hizo clic
sobre el botón de “mute”.
¿Qué pasó,
mamá? ¿No ves que estoy trabajando?, protestó el hombre. ¿Cómo estuvo eso de que he violado
a alguien?
Sí, y que le
desgarraste el ano y le contagiaste de sida, detalló la anciana,
agregando unos cuantos datos que no le habían dicho pero que ella había intuido:
si no hubo desgarro de las paredes mucosas, no pudo haber contagio.
Dame tu
celular. Quiero ver el número del conchasumadre que te ha llamado.
La viejecilla
extendió una mano trémula acercándole el celular a su maduro retoño.
El número
en pantalla era una sarta de jeroglíficos, letras del griego arcaico combinadas
con números y símbolos matemáticos y hasta químicos.
El hombre elucubró
rápidamente. Esto es obra de Marly y su puta cibernética, el maricón del Pato.
Espérense a que salgan los resultados de mi investigación coordinada con la
benemérita policía del Perú y los voy a cagar, pensó rabiosamente el
hombre.
***
Al
principio, se embarraba las manos o dejaba manchado el piso de la camioneta. Luego,
con el correr de los kilómetros, mejoró su técnica: cagar en bolsa no era nada
fácil.
El Tío
Marly había quedado reducido a vivir en una combi. La persona que le procuraba
una vida regalada había decidido cerrarle el caño por unos meses hasta que
aprendiera la lección de no renunciar tan pronto a los trabajos que ella misma le
conseguía.
Ahora vas a
vivir en esa combi que compré de tercera mano. A ver si así aprendes a mantener
un trabajo por más de dos meses, había sido amonestado Marly. A pesar del castigo, y
mientras se desplazaba por los alrededores de Australia, Marly continuaba
participando activamente en el “Habla Montesito”.
Marly, dijo la
combi, mientras su dueño la conducía y hacía programa con Montes, Lorna y el
Pato, un intrépido hacker computacional que era capaz de extraer toda la
información personal de un individuo a partir de una sola llamada telefónica, solo
podré llevarte dos kilómetros más. Necesito que me eches gasolina. No trabajo a
pilas, carajo.
¡Puta!, explotó el
conductor, pero yo soy el Tío Marly, cómo chucha te vas a detener y me vas a
dejar botado en medio de la nada en este país de mierda.
La combi,
por más que lo intentó, no halló una conexión lógica y razonable en los
argumentos de Marly.
No le
puedes hacer esto al Tío Marly, conchatumadre. Tú sigue andando o te voy a
cagar como estoy a punto de cagarlo al Viejo Groover por soplón, por exponer el
rostro de menores en internet.
Pero si ya
tú me cagas todos los días cuando no le apuntas bien a tu bolsa. Y encima me
orinas cuando no embocas bien la pichula en las botellas de cerveza que te
chupas, dijo la combi, serena y equilibrada.
Los más de
cuarenta años de vida que tenía de fabricada y de interacción con seres humanos
descocados como Marly convencieron a la combi de que no valía la pena continuar
con esa discusión sin sentido. Pensó que haría todo lo posible para estirar la
poca gasolina que tenía en su tanque y alcanzar, al menos, tres kilómetros más.
Marly retomó
su dialogo con el Pato.
Ya me
contesto su tía, dijo el Pato, riéndose a mandíbula batiente. Ahora
no se me escapan.
Se escuchó un
tecleteo y unos ruidos cibernéticos. El Pato estaba hackeando los celulares de
todos los familiares de una su víctima.
Ahora vas a
pagar Groover por haberme confundido con un indio de mierda.
***
Cayó este
miserable, este delincuente cibernético, exclamaba Groover mientras
se jalaba la tripa. Sus seguidores no podían ver cómo se masturbaba a costa del
placer que le producía el haber descubierto a uno de sus más encarnizados
enemigos y brazo derecho armado de Marly, el Pato Steven, autor de una de las más
crueles tropelías que le habían infligido en su vida: haber llamado hacía un
tiempo a su señora madre para informarle de un modo abracadabrante que tenía
sida.
Miren todos
esta cara de indio. Por eso usaba el modulador de voz de un patito, para que no
se le notara la voz de serrano.
Aspiró una
bocanada de su cigarrillo electrónico repleto de marihuana. Dejó de jalarse la
tripa. No pudo sacarse el semen por muy enfebrecido de placer que se encontraba.
Cuando no se podía, no había por qué forzar la cosa. Luego el pene le quedaba
inflamado y adolorido.
Ahora,
queridos televidentes de Cuchillos Largos, les tengo varias chuletas sobre este
despreciable ser que ha sido identificado por la benemérita y alabada policía
nacional del Perú gracias a unas denuncias que yo mismo, esto
último lo dijo como si él hubiese liderado las pesquisas, he puesto en
contra de este delincuente cibernético que se creía intocable.
Ahí está su
cacharrazo, continuó. Miren bien esa cara de serrano. Y ahora,
colocó un redoble de tambores que se había descargado de algunas páginas de
YouTube, miren a los integrantes de su familia. Aparecieron rostros de
adultos, ancianos, y niños. Groover había colocado el árbol genealógico del
Pato Steven hasta el virreinato, en donde se apreciaba que sus orígenes eran
muy humildes.
Imitó las
arcadas de una embarazada a la que se le podría haber antojado, en el quinto
mes de preñez, comer un pan con caca.
Aggghhh,
puaggghhh, miren esas carulis, puro indio, conchasumare. Y así serraneaba este patito
cibernético, este delincuente digital que ha tantos ha cagado bajo las órdenes
de Marly. Ahí lo tienen. Y ahí está su casta.
Luego,
pegándola de moralista, continuó: ¿Ellos sabrán a qué se dedica este Patito
que obedece al nombre de, lean bien, Steven Harriston Condorcanqui Gómez? Ya no
te voy a decir Patito, delincuente; tu nombre ha quedado expuesto para siempre:
Steven Condorcanqui. Rico apellido me sacaste de la chistera, hijo de puta. Con
esa cara de pavo y malviviente llamando a ancianas, ¿no? Caíste, jajaja,
las risas ya no podían alarmar a su madre porque, según decían sus detractores
del Habla Montesito, había sido recluida en un albergue para adultos mayores con
dinero de las suscripciones que recibía mensualmente del líder de la
corporación a la que ahora pertenecía. Poco se sabía de ese personaje. Y lo
poco que se conocía no inspiraba mucha confianza.
***
¿Steven
Harriston Condorcanqui Gómez? Ese viejo está hasta las huevas. Yo no soy ese
indio que ha mostrado, dijo el Patito, cagándose de la risa. ¿Cómo van a
creer que voy a caer tan fácilmente? Ayayay, me lo río, dijo.
Claro, pues, dijo el
Tío Marly, ese viejo es más huevón. Ese indio no eres tú. Yo solo me junto
con gente pituca. Tú, Pato, sí eres mi pata. Tú eres el único que sabe todas
mis maldades y entre nosotros no hay traición.
El Patito,
con su voz modulada, se cagaba de la risa: ¿Cómo le va a creer ese huevón de
Groover a la policía nacional? La policía cibernética del Perú es un chiste mal
contado. Te lo digo así, con autoridad, porque yo hago trabajitos ahí también.
Esos huevones sin mí no atraparían a nadie.
El Tío
Marly lanzó la propuesta de otra gran maldad: Yo tengo tiempo y plata de
sobra. Todos saben aquí que mi hermana me mantiene y no tengo necesidad de
trabajar. Solo que a veces la conchasumadre se me pone faltosa y no me suelta
los billetes. Pero estoy esperando que se muera para heredar todo de una vez.
Bueno, Viejo cojudo, vamos a llamar a toda la familia de Condorcanqui para
mostrarles cómo has expuesto sus caras y los has acusado de huevadas que nunca
han hecho. Yo les voy a dar plata para que te denuncien y Trump te deporte de
las orejas por difamación agraviada, dijo Marly, quien, en cuanto al
español, era un lúcido ignorante. El adjetivo correcto era “agravada”, de
gravedad. La escasez de sus conocimientos era supina, aunque ello no le impedía
opinar de los más diversos temas como si los conociera al dedillo.
Pero eso no
es lo principal, dijo el Pato. Ya tengo los datos de toda la
familia del Viejo. Se van a enterar ahorita mismo de que tiene sida y de que su
hijo hace el ridículo en YouTube y en Kick, donde, para concha, solo lo ven 12 gatos.
***
Groover no
podía creerlo. Habían empezado a llamarlo familiares y conocidos.
¿Tienes
sida?
¿Es cierto
que te han detenido y te van a deportar?
¿Tienes
algo que ver con que me hayan vaciado mis cuentas bancarias? Me dijeron que tú
me has desfalcado.
Tío
Groover, en mi colegio han dicho que tienes sida.
Sobrino
Groover, en mi trabajo han colocado una pancarta con tu cara y dicen que tienes
sida y que yo te contagié.
Oiga,
Groover, te habla tu exjefe, ¿es cierto que te cachaste a mi mujer y le
contagiaste de sida cuando estabas en Perú? Te voy a buscar y te voy a ensartar
mi cocacola de dos litros si te veo, conchatumadre.
Las llamadas
de quejas continuaron.
Mientras
Groover se mesaba los cabellos, el timbré de su casa gimió largamente. Sintió
un ramalazo de miedo. Tomó el bate de béisbol con el que hacía un tiempo le
había roto la mano a uno de esos negros toca-timbre que pulularon cierta
temporada en Newark y se dirigió a la puerta. ¡Quién es!
Nada.
Hable,
¿quién es?
Groover
estaba paranoico. El Pato había conseguido descolocarlo. Era verdad: el Pato
era el delincuente cibernético más ágil y escurridizo del mundo. Se preguntó: ¿Entonces
quién mierda es el huevón de Steven Condorcanqui que la benemérita policía me
sindicó como el culpable de mis desgracias?
Se acercó a
la puerta con el bate y volvió a preguntar por la identidad del toca-timbre.
Ninguna
respuesta.
Abrió con sigilo la puerta y encontró una caja
de pizza. Había una nota encima de la caja. La tomó, no sin antes pegarle dos
escuetas miradas a su alrededor. La calle estaba desierta salvo por dos grandes
ratas que cuchicheaban entre sí, intercambiando los suculentos chismes del
barrio de la calle Berger, en Newark.
¿Vieron quién
dejó esto, par de mierdas?, les preguntó Groover.
Las ratas
se miraron la una a la otra y luego lo miraron a él. Una de ellas dijo: ¡Fuera,
conchatumare! Y corrieron hacia uno de los tanques de basura que se
desparramaba metros más allá.
Ya se
cagaron, dijo Groover. Ya no les voy a dejar mis sobras.
Leyó la
nota que descansaba sobre la pizza: Prepárate. Ahora vas a saber lo que yo
sentí al ver a mi familia difamada y expuesta. Prepara tu cuerpo deforme para
que reciba una sarta de frejolazos. Atentamente:
Steven Harriston Condorcanqui Gómez.
Groover tembló
y se arrodilló. La cabeza la hundió en el suelo. Era mejor rendirse, pactar
con el Patito y con Marly. Quiso tenerlos al lado. Pedirles una oportunidad, que
terminen con todo ese vitriólico y venenoso ataque. Ambos, pero sobre todo el
Patito, habían demostrado superioridad. ¿Acaso Napoleón Bonaparte no se vio
obligado a abdicar en 1814 después de su derrota en la Batalla de Leipzig
(1813) y la posterior invasión de Francia por las fuerzas aliadas? ¿Acaso no lo
enviaron debido a ello a un exilio doloroso en Elba? Y, luego, tras regresar
del exilio, en lo que se llamó la era de los Cien Días, ¿no volvió a aceptar su
derrota en Waterloo, en 1815, para volver a ser exiliado en Santa Elena para
evitar más sufrimiento? Ese era un gran ejemplo de pragmatismo en la derrota.
Eso le habían enseñado en la gran escuela de las juventudes apristas. Tenía que
aplicar ello en este momento lamentablemente cumbre de su vida.
Alzó los
ojos como implorando al cielo: Tío Marly, Patito, hagamos un pacto, por
favor. Tío Marly, Patito, cesen el fuego, ya me cagaron. Tío Marly,
Patito, imploró, sumergido en lágrimas, perdónenme.
***
En una
comandancia policial peruana, dos obesos policías de investigaciones cibernéticas
comían dos pollos a la brasa, uno para cada uno, usando dos carpetas
investigatorias como individuales, para no manchar la mesa de grasa.
Oe, y cómo
va tu caso, dijo uno, la mayonesa y el kétchup que chorreaba de
su pierna de pollo bañando las carpetas.
Nada,
huevón, no tengo nada. Estos delincuentes cibernéticos son la cagada. Ellos
tienen harto billete producto de sus robos y extorsiones y por eso van a cursos
en los Estados Unidos donde se capacitan de la conchasumare. En cambio, mírame,
qué capacitación voy a tener yo. Lo único que me han capacitado en informática
es como hackear un correo de Hotmail. Nada más. Estos huevones en cambio con
estrecharte la mano ya te hackearon hasta las cuentas del banco, porque en las yemas
de tus dedos tienes todas las contraseñas almacenadas. Son la cagada. Y ya
llevo un año en este caso de un delincuente cibernético. Lo único que sabemos
de él es que se llama Steven. Nada más.
Al otro se
le paró la oreja. Dejó de tragar sus papitas y dijo: ¿Qué? ¿Steven dijiste?
Mira, mira.
Puso su
pollo a la brasa a un lado y le mostró el contenido de la carpeta que había
estado usando como individual.
Mira esta
huevada. Aquí tengo a un huevón que se llama Steven Harriston Condorcanqui Gómez.
Este pata ha sido detenido por traficar con vídeos para adultos de abuelitos
haciendo gimnasia. No sabíamos cómo cagarlo para meterlo más tiempo en chirona.
Entonces, se me acaba de ocurrir que le achaques a este pendejo esos delitos
que estás investigando y listo; matamos dos pájaros de un tiro. Tú quedas bien
y yo quedo bien.
Al primero la
cosa le pareció fabulosa. Se le había quitado un gran peso de encima. Cerraron
el trato con un apretón de manos rebosante en grasa animal y soltaron una gran
carcajada. Ahora sí, terminamos esta jama y no nos vamos al cubil de la tía
Katty, donde está de vuelta la Comelona que no te cobra extra ni por el anal ni
por el zapatero. Todo está incluido en el precio que ya de por sí es para los
amigos de la casa.
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