Groover
estaba calatito; feliz. Tenía húmedos el cabello y el cuerpo grueso y
rechoncho. Ante él, en el perchero de su camerino, debidamente planchadito, se
hallaba el esmoquin negro y la corbatita michi supremamente maricona con los
que estrenaría su nuevo programa, “El valor de la jeringa”, un show novedoso en
el que el invitado de turno sería sometido a las preguntas más crudas y sin
filtro concernientes a su itinerario vital a cambio de un premio que
compensaría su desnudez moral.
Había mucha
expectativa en la comunidad de la Brutalidad por oír las verdades del flamante primer
invitado: el Profe Puty, un moreno encorvado, de rostro duro y verbo flamígero.
***
Luego de
que le negaran la oportunidad, del modo mas rastrero y cobarde posible, o sea,
a sus espaldas y sin comunicarle nada, de coprotagonizar el programa político “Opinólogos
Mantenidos con Carlo Cocavel”, Groover terminó con el corazón destrozado.
A manera de
premio consuelo, la dirección de su corporación, a cargo de un tipo sin
escrúpulos, estudios ni moral alguna, decidió otorgarle “El valor de la
jeringa” a cambio de que le sacase la más íntima brutalidad a sus invitados. El
objetivo era que corriese sangre en el set del canal.
***
Cuando
terminó de vestirse y engominarse, se persignó. A pesar de ser un fanático del
materialismo dialectico, solía persignarse antes de acometer empresas
arriesgadas, como el tirarse a las travas más sensuales del jirón Zepita. Dame
toda la suerte para hoy, Diosito, dijo, mirando al cielo, luego de besarse
el pulgar.
Toc, toc,
toc. Acababan de golpear la puerta de su camerino. Era el productor; un
hombre feo, rechoncho, hasta las huevas. Aquí están las preguntas, Groover. Ya
sabes; tenemos que arrasar con el rating o te volvemos a poner en la
congeladora, viejo cabro.
Los
trabajadores de la corporación le habían pedido el respeto. Su imagen y su
estentórea voz ya no intimidaban a nadie. Sin embargo, esa organización
inescrupulosa era la única en la Brutalidad que les pagaba a sus empleados. El
dinero los mantenía con la cabeza gacha, en la típica postura del chí, cheñó.
Les echó
una rápida mirada a las preguntas. Se relamió. Uy, carajo, me lo gozo. Con
esto haremos volar al Profe Puty, tronó, acomodando las cartulinas que
contenían las cuestiones.
***
Conductor e
invitado estaban ya sentados en el set. Groover, feliz por el estreno en vivo
de su flamante programa, se acomodaba la pajarita y examinaba con ojos
inquisidores a Puty: Ahora te voy a destruir, negro traidor, pensó. Aún
no podía olvidar la desazón que le produjo enterarse, por boca del propio Puty,
que los programas que había hecho a su lado fueron producto de varios e
interesados depósitos de dinero. Esos programas con el Viejo los hice con
asco, pero me habían ofrecido unos ricos centritos y no me pude negar. Primero
están las lentejas, señor. Después está la ética, dijo Puty en una ocasión.
***
¿Tienes título
de profesor? Fue la primera pregunta de Groover.
Puty miró a
las cámaras, nervioso. Sabía que debía decir la verdad, no tanto por ganar el
dinero acumulado si respondía el número reglamentario de preguntas sino porque
de responder falsamente se le inocularía el contenido de la jeringa que, en
vivo, había extraído sangre con sillau del brazo de un sonriente Groover.
Además, la producción había colocado en la puerta del estudio a dos profesores
de matemática por si Puty tomaba la cobarde determinación de huir ante alguna
pregunta sumamente incómoda. Todos sabían que uno de los terrores de los
muchachitos como Puty eran los profesores de matemáticas.
Entonces,
resignado a decir la verdad, dijo: No.
La voz en
off anunció, en medio de una oleada de suspenso, que la respuesta era verdad.
Por favor,
profundice, profe, pidió Groover. La corbatita michi le anulaba el
escaso cuello que tenía. Era un digno producto del Perú.
Bueno, yo
enseño con apenas un año de haber llevado el curso de pedagogía en el instituto
“Amigos de Chincha”. Lo que te dan al terminar es un abrazo y un certificado,
pero ningún título. Lo que hice fue borrarle la palabra “certificado” al
documento e imprimirlo en un cartón de leche para que parezca título a nombre
de la nación. Ya con esas modificaciones fue que conseguí algunos trabajos
hasta la fecha.
O sea, eres
un estafador de la educación, negro, apuntó Groover.
Mejor
pasemos a la siguiente pregunta, dijo Puty.
Muy bien, zanjó
Groover, siguiente pregunta: ¿Dices que enseñas en la Pontificia Universidad
Católica para levantar mujeres que tengan buen potable?
Sí, confirmó
Puty, mirando de reojo y con temor a la jeringa llena de sangre con sida que
había sido puesta a un lado de la mesita del conductor, lista para ser
inoculada en el brazo del invitado si la respuesta que daba era falsa.
La voz en
off ratificó la veracidad de la respuesta.
Adelante, profe,
sabroséenos con los detalles, peticionó Groover. Sostenía con orgullo los
cartoncitos cochinos que contenían las preguntas que Puty estaba respondiendo.
Sí,
imagínate, Viejo, que yo dijera que trabajo en una humilde institución en
Chincha y que peseteo horas en una academia en Lima que no tiene permiso para
funcionar. Ninguna mujer con buen potable me haría caso, empezó a
narrar Puty, con esa voz tan típica suya de delincuente arrancha-gorras.
Oye,
conchatumadre, ¿y los centros que la gente te deja en tus transmisiones no los
usas para conquistar mujeres de buen potable?, replicó Groover.
Ah, sí, pe,
por eso me va bien en ese campo. Y para justificar ese dinero, digo que trabajo
en la Católica. Porque si dijera que gano ese dinero pidiendo limosna en canales
de YouTube y en mi propio canal, me paltearía. Tengo que mantener el prestigio
de mi raza, Viejo.
Siguiente
pregunta, notificó Groover. Se imaginaba que los números del rating estarían por
los aires. Y aún estaban por venirse las preguntas más fuertes, las preguntas
que todo dibujito quería hacerle al Profe Puty.
¿Te botaron
de la casa porque te descubrieron que a las mujeres las ponías en tu pata al
hombro?
Puty estaba
a punto de confesar una verdad que le había cercenado esa parte de su vida que
nunca se atrevió a disfrutar: la de ser un dedicado padre de familia. Puty era
un mujeriego empedernido y eso pudo más. Quiso huir, pero vio a los profesores
de matemática custodiando la puerta y sintió pavor. Recordó cuando uno de ellos
le preguntó, un huevo de años ha, cuál era el resultado de un monomio. Toda la
clase empezó a joderlo con el perverso juego de palabras para el que se
prestaba esa variante mínima de los polinomios. El mono no sabe de monomios,
el mono no sabe de monomios, canturreaban sus maquiavélicos compañeritos.
Desde esa ocasión, Puty le agarró un terror cerval al álgebra.
Señor
Gonzalo, ¿va a resolver ese monomio tan fácil en la pizarra?, exhortó
el maestro de matemáticas. ¿O va a querer una banana el monomio cocotí para
atreverse a resolver el monomio? Las risas del salón recorrieron veinte
cuadras a la redonda.
Sí, dijo
Puty.
La voz en
la máquina proclamó: La respuesta es verdad.
A ver, profe,
esperamos el detalle metafísico necesario. Groover sentía una necesidad
inaplazable por colocar palabras rebuscadas y cultas en sus intervenciones para
darles cierto vuelo cultural, ya que, bien miradas, no decían ni aportaban
nada. Un simple cuente, profe hubiera bastado.
Cuando
descubrieron el audio que intencionalmente le envié a Samir Galiaga sobre que
quería ponerla en mi pata al hombro, me perdonaron en casa, pero recibí también
llamadas y mensajes privados al Instagram de otras mujeres periodistas que
querían que les envíe audios así o quizá salir a almorzar a algún lugar para
que fueran ampayadas conmigo y pudieran tener la fama que yo le había dado a
Samir. Y acepté. Me gustaba estar al lado de esas mujeres blancas y que ellas
quisieran algo de mí. Es un trauma que tengo, que tenemos. Los cholos y los
negros de este país siempre queremos, como quien dice, mejorar la raza.
Pero no te
desvíes, hijo de puta, alineó Groover. Dime cómo te descubrió tu mujer.
Ah, ya, en
una de esas me encuentro con mi mujer que venía de hacer las compras con la
poquita plata que le dejaba para la semana. Yo estaba caminando al lado de una
guapa y caballota periodista deportiva. Ella quería que le deje un audio tipo mi
pata al hombro. Mi mujer me vio y al regresar a casa me metió la puteada de mi
vida. Me botó de la casa y ahora vivo en un cuartito.
¿Puedes
decirnos el distrito donde queda tu cuartito mugroso, profe? Los indeseables
que nos están viendo quieren saber ese dato para ir a dejarle sus centritos.
No, Viejo,
esa pregunta no es parte del concurso. No la voy a contestar. Tampoco soy tan
gil.
Groover
quiso sacarle la mierda a Puty. Seguro que si la producción te baja un
centro si contestas, ¿no, conchatumadre?, pensó. El productor hizo una seña
para que pasaran a la siguiente pregunta.
Puty, ¿eres
chipi?
La música
de suspenso empezó a rondar el set. La cámara enfocaba las blanquísimas
escleróticas del profesor. Se notaba la tensión en ellas. Revelar esa verdad
podía traer abajo el poco prestigio que aún le quedaba y que le había sido otorgado
naturalmente por ser moreno.
Sí, dijo
Puty, avergonzado.
La
respuesta es verdad.
Uy, curuju, se
relamió Groover. Negro y chipi, pasu diablo. Usted, como docente, ¿sabía que
eso es una “antítesis”? Voy a trastocar un poquito al gran Quevedo para
referirme a los morenajes chalones: “Érase un negro a una pinga pegado, érase
una pinga superlativa”, rezó el Viejo.
¿Por qué te
la quieres dar de culto, viejo huevón? Por qué no piensas mejor en recuperar el
amor de tu familia. Yo al menos tengo una familia que me quiere.
Groover, ya
con razón, aplicó el machete: ¡Fuera, chuchatumare! ¿De qué familia hablas?
A ti tu familia ya no te quiere, pedigüeño. Qué me vas a hablar de familia tú,
oe, pordiosero digital.
Hizo el
ademán de ordenar sus cartillas para volver a redirigir la conducción.
Hasta el
momento, vas contestando con la verdad, profe, pero ha llegado la hora de la
última pregunta. Si la contestas, te ganas el premio mayor: un centro de doscientos
ochenta soles para que le pares la borrachera a alguna de tus amantes de turno
y cien mil bots, cortesía del Tío Marly y el Pato Maricón, para que levantes la
sintonía de tu canal que ya no lo ve ni el perro. Tu prime ya fue Profe Puty,
quedaste como un meme viviente. Eres la oveja negra de la negritud en el Perú.
Ya, viejo
huevón, deja de sobonearme y lanza tu pregunta pedorra.
Profe Puty,
¿quieres más al YouTube que a tu propia familia?
Puty quiso
presionar el botón rojo para que se le eximiese de responder la pregunta, pero
Groover le mostró la jeringa con sangre en la que las partículas de sida
danzaban con ácida furia.
Ah, jajaja,
huevonazo, acá no hay botón rojo. Si no contestas, mira, ve, vamos a pasar a
ser hermanos de sangre. Vamos a ver si vas a tolerar estas manchas en la piel (se señaló
varias partes de su humanidad luciendo unos lamparones terribles) o esta
picazón en los huevos (se bajó los pantalones y mostró unos testículos
putrefactos, con moscas sobrevolándolos).
La música
de suspenso era atronadora.
Los
profesores de matemática, con amenazadoras tizas blancas en las manos, se
acercaron para meterle presión a Puty.
No, dijo
Puty, con lo último de hombría que le quedaba.
La voz en
off empezó con su consabida letanía: La respuesta es…
Los nervios
se precipitaron sobre Puty que sabía cuál sería el veredicto de la respuesta.
Entonces, rápidamente saltó sobre Groover, tomó la jeringa con sida que
descansaba a su ladito y se la ensartó en el cuello. Tuvo suerte de encontrar
algo de cuello donde clavarle la jeringa ya que Groover, como excelente
ejemplar peruano, apenas contaba con dos centímetros de cuello.
Los
profesores de matemática, desconcertados, no supieron qué hacer. Solo servían
para resolver problemas etéreos concernientes a los números, pero no para darles
solución a los problemas de la vida real, como sí sabía hacer el Profe Puty
quien, por provenir de un hogar paupérrimo, tuvo que buscar desde muy pequeño
diversas soluciones reales a problemas tan urgentes como qué comer cuando no
había plata en la despensa. Por ello, muchos gatos de su vecindario
desaparecieron en estofados y guisos que elevaron su nivel culinario.
Cuando
estuvo a punto de cruzar el umbral de la salida, y mientras Groover se retorcía
de dolor por el pinchazo, Puty fue alcanzado por un certero centro que provenía
de la producción del programa. Un billete de cien soles pendía de un hilo de
pescador. Esto desbarató los ímpetus de fuga del docente.
Tomó el
billete y, mirando a las cámaras, declaró que sí, carajo, que amaba más pasar
tiempo en YouTube que ser un padre de familia. Es más, agregó, ni
siquiera leo libros. Les tengo alergia. Vamos, pregúntenme lo último que he leído;
y les responderé que ninguno. No leo nada desde que salí de mi instituto
pedorro. Prefiero ver mujeres calatas en Instagram y pedir centros en mi canal
de YouTube que cualquier otra cosa en este mundo. ¿Contentos?
El
productor ejecutó un movimiento de aprobación.
Ahora dame
el centro del premio para largarme, demandó Puty.
Se le
entregó el paquete prometido: un centro de doscientos ochenta soles y un USB
con el millón de bots que podría usar en la emisión de su próximo programa.
Puty abandonó
el set muy contento con los centros ganados. Mientras tanto, Groover tuvo que
ser trasladado de emergencia al hospital más cercano ya que su propia sangre lo
había envenenado todavía más. Los átomos de sida se habían multiplicado y hecho
más feroces en la jeringa con cada respuesta que oyeron de la boca del Profe
Puty. Su falta de moral y de ética los había enardecido y hecho más mortales. Es
un negro hijo de puta, dijeron en coro las partículas de sida. Y así, con
ese enojo rabioso, volvieron al torrente sanguíneo de Groover para dejarlo al
borde de un coma diabético.
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