viernes, 21 de marzo de 2025

NOVELA PERUANA "BRUTALIDAD" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 10: El valor de la verdad del Profe Puty

 


Groover estaba calatito; feliz. Tenía húmedos el cabello y el cuerpo grueso y rechoncho. Ante él, en el perchero de su camerino, debidamente planchadito, se hallaba el esmoquin negro y la corbatita michi supremamente maricona con los que estrenaría su nuevo programa, “El valor de la jeringa”, un show novedoso en el que el invitado de turno sería sometido a las preguntas más crudas y sin filtro concernientes a su itinerario vital a cambio de un premio que compensaría su desnudez moral.

Había mucha expectativa en la comunidad de la Brutalidad por oír las verdades del flamante primer invitado: el Profe Puty, un moreno encorvado, de rostro duro y verbo flamígero.

***

Luego de que le negaran la oportunidad, del modo mas rastrero y cobarde posible, o sea, a sus espaldas y sin comunicarle nada, de coprotagonizar el programa político “Opinólogos Mantenidos con Carlo Cocavel”, Groover terminó con el corazón destrozado.

A manera de premio consuelo, la dirección de su corporación, a cargo de un tipo sin escrúpulos, estudios ni moral alguna, decidió otorgarle “El valor de la jeringa” a cambio de que le sacase la más íntima brutalidad a sus invitados. El objetivo era que corriese sangre en el set del canal.

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Cuando terminó de vestirse y engominarse, se persignó. A pesar de ser un fanático del materialismo dialectico, solía persignarse antes de acometer empresas arriesgadas, como el tirarse a las travas más sensuales del jirón Zepita. Dame toda la suerte para hoy, Diosito, dijo, mirando al cielo, luego de besarse el pulgar.

Toc, toc, toc. Acababan de golpear la puerta de su camerino. Era el productor; un hombre feo, rechoncho, hasta las huevas. Aquí están las preguntas, Groover. Ya sabes; tenemos que arrasar con el rating o te volvemos a poner en la congeladora, viejo cabro.

Los trabajadores de la corporación le habían pedido el respeto. Su imagen y su estentórea voz ya no intimidaban a nadie. Sin embargo, esa organización inescrupulosa era la única en la Brutalidad que les pagaba a sus empleados. El dinero los mantenía con la cabeza gacha, en la típica postura del chí, cheñó.

Les echó una rápida mirada a las preguntas. Se relamió. Uy, carajo, me lo gozo. Con esto haremos volar al Profe Puty, tronó, acomodando las cartulinas que contenían las cuestiones.

***

Conductor e invitado estaban ya sentados en el set. Groover, feliz por el estreno en vivo de su flamante programa, se acomodaba la pajarita y examinaba con ojos inquisidores a Puty: Ahora te voy a destruir, negro traidor, pensó. Aún no podía olvidar la desazón que le produjo enterarse, por boca del propio Puty, que los programas que había hecho a su lado fueron producto de varios e interesados depósitos de dinero. Esos programas con el Viejo los hice con asco, pero me habían ofrecido unos ricos centritos y no me pude negar. Primero están las lentejas, señor. Después está la ética, dijo Puty en una ocasión.

***

¿Tienes título de profesor? Fue la primera pregunta de Groover.

Puty miró a las cámaras, nervioso. Sabía que debía decir la verdad, no tanto por ganar el dinero acumulado si respondía el número reglamentario de preguntas sino porque de responder falsamente se le inocularía el contenido de la jeringa que, en vivo, había extraído sangre con sillau del brazo de un sonriente Groover. Además, la producción había colocado en la puerta del estudio a dos profesores de matemática por si Puty tomaba la cobarde determinación de huir ante alguna pregunta sumamente incómoda. Todos sabían que uno de los terrores de los muchachitos como Puty eran los profesores de matemáticas.

Entonces, resignado a decir la verdad, dijo: No.

La voz en off anunció, en medio de una oleada de suspenso, que la respuesta era verdad.

Por favor, profundice, profe, pidió Groover. La corbatita michi le anulaba el escaso cuello que tenía. Era un digno producto del Perú.

Bueno, yo enseño con apenas un año de haber llevado el curso de pedagogía en el instituto “Amigos de Chincha”. Lo que te dan al terminar es un abrazo y un certificado, pero ningún título. Lo que hice fue borrarle la palabra “certificado” al documento e imprimirlo en un cartón de leche para que parezca título a nombre de la nación. Ya con esas modificaciones fue que conseguí algunos trabajos hasta la fecha.

O sea, eres un estafador de la educación, negro, apuntó Groover.

Mejor pasemos a la siguiente pregunta, dijo Puty.

Muy bien, zanjó Groover, siguiente pregunta: ¿Dices que enseñas en la Pontificia Universidad Católica para levantar mujeres que tengan buen potable?

, confirmó Puty, mirando de reojo y con temor a la jeringa llena de sangre con sida que había sido puesta a un lado de la mesita del conductor, lista para ser inoculada en el brazo del invitado si la respuesta que daba era falsa.

La voz en off ratificó la veracidad de la respuesta.

Adelante, profe, sabroséenos con los detalles, peticionó Groover. Sostenía con orgullo los cartoncitos cochinos que contenían las preguntas que Puty estaba respondiendo.

Sí, imagínate, Viejo, que yo dijera que trabajo en una humilde institución en Chincha y que peseteo horas en una academia en Lima que no tiene permiso para funcionar. Ninguna mujer con buen potable me haría caso, empezó a narrar Puty, con esa voz tan típica suya de delincuente arrancha-gorras.

Oye, conchatumadre, ¿y los centros que la gente te deja en tus transmisiones no los usas para conquistar mujeres de buen potable?, replicó Groover.

Ah, sí, pe, por eso me va bien en ese campo. Y para justificar ese dinero, digo que trabajo en la Católica. Porque si dijera que gano ese dinero pidiendo limosna en canales de YouTube y en mi propio canal, me paltearía. Tengo que mantener el prestigio de mi raza, Viejo.

Siguiente pregunta, notificó Groover. Se imaginaba que los números del rating estarían por los aires. Y aún estaban por venirse las preguntas más fuertes, las preguntas que todo dibujito quería hacerle al Profe Puty.

¿Te botaron de la casa porque te descubrieron que a las mujeres las ponías en tu pata al hombro?

Puty estaba a punto de confesar una verdad que le había cercenado esa parte de su vida que nunca se atrevió a disfrutar: la de ser un dedicado padre de familia. Puty era un mujeriego empedernido y eso pudo más. Quiso huir, pero vio a los profesores de matemática custodiando la puerta y sintió pavor. Recordó cuando uno de ellos le preguntó, un huevo de años ha, cuál era el resultado de un monomio. Toda la clase empezó a joderlo con el perverso juego de palabras para el que se prestaba esa variante mínima de los polinomios. El mono no sabe de monomios, el mono no sabe de monomios, canturreaban sus maquiavélicos compañeritos. Desde esa ocasión, Puty le agarró un terror cerval al álgebra.

Señor Gonzalo, ¿va a resolver ese monomio tan fácil en la pizarra?, exhortó el maestro de matemáticas. ¿O va a querer una banana el monomio cocotí para atreverse a resolver el monomio? Las risas del salón recorrieron veinte cuadras a la redonda.

, dijo Puty.

La voz en la máquina proclamó: La respuesta es verdad.

A ver, profe, esperamos el detalle metafísico necesario. Groover sentía una necesidad inaplazable por colocar palabras rebuscadas y cultas en sus intervenciones para darles cierto vuelo cultural, ya que, bien miradas, no decían ni aportaban nada. Un simple cuente, profe hubiera bastado.

Cuando descubrieron el audio que intencionalmente le envié a Samir Galiaga sobre que quería ponerla en mi pata al hombro, me perdonaron en casa, pero recibí también llamadas y mensajes privados al Instagram de otras mujeres periodistas que querían que les envíe audios así o quizá salir a almorzar a algún lugar para que fueran ampayadas conmigo y pudieran tener la fama que yo le había dado a Samir. Y acepté. Me gustaba estar al lado de esas mujeres blancas y que ellas quisieran algo de mí. Es un trauma que tengo, que tenemos. Los cholos y los negros de este país siempre queremos, como quien dice, mejorar la raza.

Pero no te desvíes, hijo de puta, alineó Groover. Dime cómo te descubrió tu mujer.

Ah, ya, en una de esas me encuentro con mi mujer que venía de hacer las compras con la poquita plata que le dejaba para la semana. Yo estaba caminando al lado de una guapa y caballota periodista deportiva. Ella quería que le deje un audio tipo mi pata al hombro. Mi mujer me vio y al regresar a casa me metió la puteada de mi vida. Me botó de la casa y ahora vivo en un cuartito.

¿Puedes decirnos el distrito donde queda tu cuartito mugroso, profe? Los indeseables que nos están viendo quieren saber ese dato para ir a dejarle sus centritos.

No, Viejo, esa pregunta no es parte del concurso. No la voy a contestar. Tampoco soy tan gil.

Groover quiso sacarle la mierda a Puty. Seguro que si la producción te baja un centro si contestas, ¿no, conchatumadre?, pensó. El productor hizo una seña para que pasaran a la siguiente pregunta.

Puty, ¿eres chipi?

La música de suspenso empezó a rondar el set. La cámara enfocaba las blanquísimas escleróticas del profesor. Se notaba la tensión en ellas. Revelar esa verdad podía traer abajo el poco prestigio que aún le quedaba y que le había sido otorgado naturalmente por ser moreno.

, dijo Puty, avergonzado.

La respuesta es verdad.

Uy, curuju, se relamió Groover. Negro y chipi, pasu diablo. Usted, como docente, ¿sabía que eso es una “antítesis”? Voy a trastocar un poquito al gran Quevedo para referirme a los morenajes chalones: “Érase un negro a una pinga pegado, érase una pinga superlativa”, rezó el Viejo.

¿Por qué te la quieres dar de culto, viejo huevón? Por qué no piensas mejor en recuperar el amor de tu familia. Yo al menos tengo una familia que me quiere.

Groover, ya con razón, aplicó el machete: ¡Fuera, chuchatumare! ¿De qué familia hablas? A ti tu familia ya no te quiere, pedigüeño. Qué me vas a hablar de familia tú, oe, pordiosero digital.

Hizo el ademán de ordenar sus cartillas para volver a redirigir la conducción.

Hasta el momento, vas contestando con la verdad, profe, pero ha llegado la hora de la última pregunta. Si la contestas, te ganas el premio mayor: un centro de doscientos ochenta soles para que le pares la borrachera a alguna de tus amantes de turno y cien mil bots, cortesía del Tío Marly y el Pato Maricón, para que levantes la sintonía de tu canal que ya no lo ve ni el perro. Tu prime ya fue Profe Puty, quedaste como un meme viviente. Eres la oveja negra de la negritud en el Perú.

Ya, viejo huevón, deja de sobonearme y lanza tu pregunta pedorra.

Profe Puty, ¿quieres más al YouTube que a tu propia familia?

Puty quiso presionar el botón rojo para que se le eximiese de responder la pregunta, pero Groover le mostró la jeringa con sangre en la que las partículas de sida danzaban con ácida furia.

Ah, jajaja, huevonazo, acá no hay botón rojo. Si no contestas, mira, ve, vamos a pasar a ser hermanos de sangre. Vamos a ver si vas a tolerar estas manchas en la piel (se señaló varias partes de su humanidad luciendo unos lamparones terribles) o esta picazón en los huevos (se bajó los pantalones y mostró unos testículos putrefactos, con moscas sobrevolándolos).

La música de suspenso era atronadora.

Los profesores de matemática, con amenazadoras tizas blancas en las manos, se acercaron para meterle presión a Puty.

No, dijo Puty, con lo último de hombría que le quedaba.

La voz en off empezó con su consabida letanía: La respuesta es…

Los nervios se precipitaron sobre Puty que sabía cuál sería el veredicto de la respuesta. Entonces, rápidamente saltó sobre Groover, tomó la jeringa con sida que descansaba a su ladito y se la ensartó en el cuello. Tuvo suerte de encontrar algo de cuello donde clavarle la jeringa ya que Groover, como excelente ejemplar peruano, apenas contaba con dos centímetros de cuello.

Los profesores de matemática, desconcertados, no supieron qué hacer. Solo servían para resolver problemas etéreos concernientes a los números, pero no para darles solución a los problemas de la vida real, como sí sabía hacer el Profe Puty quien, por provenir de un hogar paupérrimo, tuvo que buscar desde muy pequeño diversas soluciones reales a problemas tan urgentes como qué comer cuando no había plata en la despensa. Por ello, muchos gatos de su vecindario desaparecieron en estofados y guisos que elevaron su nivel culinario.

Cuando estuvo a punto de cruzar el umbral de la salida, y mientras Groover se retorcía de dolor por el pinchazo, Puty fue alcanzado por un certero centro que provenía de la producción del programa. Un billete de cien soles pendía de un hilo de pescador. Esto desbarató los ímpetus de fuga del docente.

Tomó el billete y, mirando a las cámaras, declaró que sí, carajo, que amaba más pasar tiempo en YouTube que ser un padre de familia. Es más, agregó, ni siquiera leo libros. Les tengo alergia. Vamos, pregúntenme lo último que he leído; y les responderé que ninguno. No leo nada desde que salí de mi instituto pedorro. Prefiero ver mujeres calatas en Instagram y pedir centros en mi canal de YouTube que cualquier otra cosa en este mundo. ¿Contentos?

El productor ejecutó un movimiento de aprobación.

Ahora dame el centro del premio para largarme, demandó Puty.

Se le entregó el paquete prometido: un centro de doscientos ochenta soles y un USB con el millón de bots que podría usar en la emisión de su próximo programa.

Puty abandonó el set muy contento con los centros ganados. Mientras tanto, Groover tuvo que ser trasladado de emergencia al hospital más cercano ya que su propia sangre lo había envenenado todavía más. Los átomos de sida se habían multiplicado y hecho más feroces en la jeringa con cada respuesta que oyeron de la boca del Profe Puty. Su falta de moral y de ética los había enardecido y hecho más mortales. Es un negro hijo de puta, dijeron en coro las partículas de sida. Y así, con ese enojo rabioso, volvieron al torrente sanguíneo de Groover para dejarlo al borde de un coma diabético.  


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