A Claudia la conocí en una clase de Literatura en la universidad hace siete años. Desde que la vi, me gustó muchísimo. A las pocas semanas de haberle hablado por primera vez, le propuse ser enamorados. Ella aceptó. A los tres meses tuvimos nuestro primer acercamiento sexual. Las cosas fueron bien hasta que se me ocurrió besar descaradamente a una reciente ex enamorada en una cabina de internet. Claudia pasó por ese establecimiento y me vio. No hizo ningún tipo de escena, pero su rostro lo reflejaba todo. Me costó pocos días convencerla de que jamás volvería a cometer semejante clase de felonía. El factor que siempre estuvo de mi lado fue que ella vivía a tres cuadras de mi antigua casa en Los Olivos. Esa vecindad entre ambos permitía que nos viéramos seguido y habláramos de manera continua.
A pesar de haber reconstruido la relación, las cosas no volvieron a ser iguales. Claudia ya no confiaba en mí. Era lógico. Como dice Sábato, "el tiempo de los seres humanos no vuelve nunca para atrás". Era obvio que yo iba a continuar "sacando los pies del plato" y así lo hice. En esas ocasiones fui cauteloso y Claudia no llegó a enterarse de mis desmanes.
Por otra parte, yo era muy celoso. Extremadamente celoso. Claudia no me daba motivos para despertar mis celos. Yo era celoso porque algo no andaba bien conmigo. Si yo podìa inventarle ciertas excusas y verme con otras mujeres, ¿por qué Claudia no podría hacer lo mismo? Dicen que el ladrón cree que todos son como él. Yo creía que Claudia era tan pérfida como yo. Algunas veces íbamos a las fiestas de las amigas y amigos de ella, y casi siempre retornábamos a casa peleando porque yo le reclamaba airadamente porque tal o cual chico la había mirado, porque había aceptado bailar con tal fulano, etc. En cierta ocasión, mis reclamos se tornaron en acerbos insultos que ella no estaba dispuesta a tolerar. Ese día, ella le puso punto final a nuestra ya precaria relación.
No obstante, al poco tiempo recuperé algo de lo perdido. La convencí para seguir viéndonos y mantener la amistad. El tiempo se encargó de modificar ligeramente esa amistad. Nos besábamos y manteníamos incólumes nuestros escarceos sexuales en la privacidad de mi habitación. En los momentos cúspides de nuestra pasión, yo le suplicaba que me aceptara nuevamente como su enamorado. O sea, que nos volvieramos a presentar en sociedad con el rótulo de enamorados. Ella nunca aceptó eso.
Gallina que come huevos, aunque le corten el pico. Volví a fraguar aventuras con otras mujeres, entre ellas una casada y con hijos. Claudia se enteró de aquella peligrosa relación y se decpcionó todavía más de mí. Me imagino que pensó que yo ya no tenía arreglo. Quiero transcribir un texto que me impresionó mucho y que reflejaba seguramente el concepto que Claudia tuvo de mí. Este texto aparece en Sobre héroes y tumbas de Sábato y pertenece al diálogo que hace el loco Barragán: "Yo, muchachos, soy un borracho y un loco. Me dicen el loco Barragán. Chupo, me paso el día vagando por ahí y pensando mientras la patrona trabaja de sol a sol. Qué le voy a hacer. Así nací y así voy a morir. Soy un canalla, no me aparto".
Cuando regresé de realizar mis primeras prácticas preprofesionales en una pequeña mina del Perú, me encontré con Claudia. Ella me dijo que estaba en una relación formal con un chico que había conocido en la universidad. Ya llevaban un tiempo de conocerse y surgió de pronto la necesidad de formalizar su relación. Ese día lloré amargamente y me arrepentí de haber perpetrado los hechos desleales que cometí en mi ondulante vida.
Claudia se lució con ese chico en la universidad y entre sus amigos. Se tomaban fotos que él colgaba en su página del hi5. Yo ya era parte del pasado. Sin embargo, llamaba a Claudia a su celular insistentemente, pidiéndole que nos volviésemos a ver. Cuando nos vimos, Claudia dejó sentada su posición: yo le estaba causando problemas y me pedía encarecidamente que me alejara.
Por esos días, en Huánuco, conocí a una chica maravillosa de la que todavía guardo espectaculares y apasionados recuerdos. Claudia percibió que había dejado de llamarla completamente. Empezó ella a llamarme a mí. Ya no me importaba si Claudia pensaba en mí o no. Vivía totalmente enganchado con la particular relación que empezaba a forjar con Elena, la chica que había conocido hacía poco. Claudia me citó para conversar. Accedí de buena gana. Le conté sobre Elena y sobre el positivo impacto que le imprimía mis días. Sospecho que a Claudia no le hizo mucha gracia mi repentino cambio.
Debido a los casi cinco años que llevábamos de conocernos, a la extrema confianza que nos teníamos y a que ella siempre me gustó, nos dejamos envolver por la pasión. Yo engañaba a Elena con Claudia y Claudia engañaba a su chico conmigo.
A mis amigos nunca les conté que hacía mucho tiempo que Claudia y yo ya no éramos enamorados. Me gustaba que ellos pensasen que Claudia todavía era mía. Algunos la conocían y la encontraban muy linda. La cara y las tetas de Claudia eran -y son- su mejor carta de presentación. Secretamente, me sentía halagado cuando me preguntaban cuánto tiempo teníamos de enamorados. "Ya casi cinco años", decía yo. "¡Asu! ¿Cuándo se casan?", preguntaban ellos. Estos amigos no sabían cuán desigual, poco atípica y desnivelada era nuestra relación. Incluso a mis padres, los mantenía bajo el engaño de que Claudia y yo éramos felices y duraderos enamorados.
Un amigo de la facultad vio a Claudia y su chico en un concierto que Mar de Copas dio en el Polideportivo de la Católica. Azuzado por su espíritu chismográfico, me contó sobre su avistamiento al día siguiente. Tuve que confesar que entre Claudia y yo ya no había nada.
Al cabo de un tiempo. Claudia simplemente ya no soportó la doble vida que llevaba. Incluso, una vez, mientras nos vestíamos, ella lloró quedamente pues no le gustaba estar engañando a su chico. Había ocasiones en las que me mostraba los amorosos y tiernos mensajes de texto que él le enviaba. Yo me sentía poderosamente bien al estar con la chica de ese chico. Le preguntaba a Claudia si con su chico ya habían tenido algo más que mojigatos besos. Ella me dijo que no, que le era difícil hacer eso con alguien que apenas conocía. El chico le gustaba, pero de ahí a dar varios pasos adelante en la relación había mucha distancia. Cuando conocí a Claudia yo ya había tenido muchos encuentros sexuales. Era un tipo experimentado. Me había costado mucho liberar a Claudia de los constreñimientos morales y cucufaterías que nublaban su espíritu.
Claudia terminó con su chico. Luego, me obligó, usando cierto tipo de chantaje, a terminar con Elena. Me dolió mucho tener que hacerlo, pero por el bien de Elena, no tenía escapatoria.
Volvimos a establecer una relativa estabilidad en nuestra relación. Hacíamos de todo excepto etiquetarnos como enamorados, esto último, a encarecido y firme pedido de ella.
Ella encontró un trabajo que la mantenía ocupada de lunes a sábado. Yo encontré un trabajo que me mantenía ocupado de martes a sábado. Durante gran parte del 2009 mantuvimos una excelente relación. Como buen reincidente, conocí a una chica en una discoteca de Los Olivos con la que aún mantengo una sentida, algunas veces esporádica y curiosa relación. Sobre esta relación Claudia no se llegó a enterar. Es verdad decir, que ella ya no me fiscalizaba tan puntilosamente como antes. Yo tampoco. Nuestros trabajos nos distraían la mente.
A mediados de año, agobiados por ciertas dedudas, tuvimos que vender la casa de Los Olivos en la que había pasado la mayor parte de mi vida. Compramos una casa, mucho más chica, en La Perla. Claudia y yo ya no nos veíamos tan frecuentemente. Ahora nos separaba una distancia en auto de treinta minutos.
Al terminar el año, no renové mi contrato con la empresa en la que trabajaba porque quería dedicarme a algo que estuviera mucho más relacionado con la profesión que había estudiado. Los últimos tres meses de este año los he estado pasando en la búsqueda de un promisorio trabajo. Esta búsqueda aún continúa.
El año 2010 trajo consigo cierta indiferencia por parte de Claudia. Ya no venía a visitarme tan seguido a mi casita de La Perla. Ni siquiera me telefoneaba. Preocupado y angustiado por esa sucesión de hechos, tan atribulado como el personaje de Martín cuando Alejandra se alejaba de él en la Sobre héroes y tumbas de Sábato, decidí encararla.
Por teléfono, ella me dijo que era mejor para mí que ya no nos viésemos.
-¿Por qué?-la interrogaba yo, con la voz entrecortada, la nariz acuosa y los ojos a punto de ser arrasados por goterones de lágrimas.
-Porque yo no puedo verte tan seguido como tú quieres, Dani.
-Pero sólo te estoy pidiendo que vengas a verme un día a la semana. O que yo pueda verte a tu casa-le suplicaba yo, buscando una salida.
-No, Dani. Yo estoy muy ocupada. La verdad no sé cuándo pueda volver a verte. No quiero hacerte daño. Me siento mal de saber que sufres. Por favor, has de cuenta que no existo.
-Ya ni siquiera me llamas-decía yo, la cara bañada por las lágrimas.
-Es que no tengo tiempo, Dani.
-¿Cómo no vas a tener tiempo? ¿Cuánto tiempo te puede tomar hacer una puta llamada, Claudia?-le reclamaba, los mocos resbaládose por el brazo que sostenía el auricular.
Yo sospechaba que hubiese podido retomar la relación con su ex chico. En la tarde de ese día, impelido por los mórbidos celos, traté de entrar a la página de hi5 de ese chico. La página tenía acceso restringido. Sin embargo, en la foto de protada estaban él y ella, abrazados y mirando sonrientes a la cámara. Sentí, literalmente, ganas de desaparecer y olvidarme de todo y de todos. Me tomó un tiempo pensar las cosas friamente y tomar una actitud más tranquila.
-¿Y la foto que tiene contigo en el hi5?-le increpé.
-Dani, esa foto seguramente es de hace tiempo. El hi5 es una tontería. Por ejemplo cuando yo estuve con él y una vez revisé su hi5 encontré comentarios de ex enamoradas que le decían cosas cariñosas. Él me dijo que no se había dado cuenta y que las iba a borrar. Dani, entiende, no estoy con él ni con nadie. Lo que pasa es que simplemente estoy muy ocupada.
Sus argumentos no me convencieron.
-Esta bien, Claudia. Si ya no me quieres ver, perfecto. Voy a desaparecer de tu vida y no te voy a volver a llamar o buscar. Y te ruego que tú no lo vuelvas a hacer, aunque sé que eso no te va a costar ningún trabajo porque, desde hace tiempo, ya no te interesa llamarme.
Y colgué. Muy molesto, triste, sin motivos para seguir viviendo. La chica con la que había pasado 7 años de mi vida, se alejaba indefectiblemente de mí. Mientras me alejaba del teléfono, esparaba que Claudia lo hiciera sonar y me dijera "perdóname, Dani, olvida todo lo que te he dicho, te amo". Pero ella no volvió a llamar.
Si seguía encerrado en mi cuarto me iba a intoxicar con los diversos pensamientos que asaltaban mi mente: Claudia y él paseando por ahí, dándose besos, burlándose de mí. Quizá no era ese chico, de repente era otro. Quien fuera, estaba seguro que el motivo de esa sorprendete defección por parte de ella se debía a que había encontrado a otra persona. Decidí odiar a Claudia con todas mis fuerzas. Para cortar la intoxicación mental, salí a caminar por el Centro de Lima. Fui a Quilca a ver libros. Ya tenía en mente adquirir el último libro de Renato Cisneros "Nunca confíes en mí". Lo compré. La historia me envolvió desde que empecé a recorrer sus hojas en el asiento del cochambroso bus que me trajo a casa. Mientras leía la historia y me enredaba con sus personajes, las ideas libertarias en materia de amor, que alguna vez absorbí de los libros de Bayly, volvían a fortalecerse con el libro de Cisneros.
Comprendí, nuevamente, que era absurdo vivir en una inquina venenosa con las personas; sobre todo si con esa persona has vivido siete maravillosos años. No quería parecerme a los personajes de ese libro, Amanda y Gabriel, que luego de haberse amado tan intensamente terminan odiándose y obliterándose. No podái odiar a Claudia. Siempre la iba a querer sea cual fuese la circunstancia. Ella es un ser humano, y como ser humano, sus sentimientos cambian, sus actitudes varían. Había que ser comprensivo con ese hecho. Además, qué cuajo tenía yo para reclamarle algo ¿acaso no mantenía una relación con la chica de la discoteca? A ella también la había herido. Sentía que le debía una disculpa a Claudia y a la chica de la discoteca.
El libro lo compré un domingo a las cuatro de la tarde. A las cuatro y quince empecé a leerlo. A las tres de la mañana había acabado de leerlo. Decidí mantenerme despierto y, muy temprano por la mañana, ir hacia Los Olivos y conversar con Claudia antes que ella tomase su combi para el trabajo.
Estaba hermosa como siempre. Sus tetas grandes me seguían turbando. A pesar de eso, despejé mi cerebro y le dije que disculpara lo obtuso de mi mente; que había cambiado de parecer y que no tenía sentido que yo la odiase y me malquistase con ella; que comprendía las relaciones humanas; que si ella pensaba tener enamorado yo no me opondría en modo alguno su voluntad -ella insistió en que no había nadie. Igual, no le creí-; y que si le placía buscarme esporádicamente, pues que lo hiciera; si tuviera problemas, que no dudase en buscarme, que yo siempre la socorrería; que en mí tendría un amigo para toda la vida.
Ella me abrazó, allí en la combi. Habíamos subido juntos y ella continuaría su recorrido hasta Metro de La Marina para luego abordar otro vehículo. Yo bajaría en Faucett para tomar otro carro que me dejase en mi casa.
Me abrazó y algunas pequeñas lagrimitas asomaron. La enterneció mi grado de entrega y comprensión. Luego, hablamos de otros temas, como dos buenos amigos. Al despedirnos, nos dimos, no sé si accidentalmente por parte de ella pero sí muy intecionalmente por parte mía, un beso "media luna". No pensaba hacerlo y se me ocurrió a último momento. Ella no se resistió. Creo que ambos lo tomamos como el sello final de un romance que duró mucho tiempo.
Le dije si podíamos salir este Viernes Santo. Ella me dijo que sí.
Horas después, llamé a la chica de la discoteca y le ofrecí mis más sinceras disculpas. Ella no merecía la "carta" que le escribí. Aceptó que nos veamos el día Jueves Santo en la noche. En la cita, durante el transcurso de ella, nuestra amistad quedó restaurada. Pasamos la noche juntos en un hotel de San Martín de Porras, afianzando nuestros lazos más puros de amistad.
Llegó el Viernes y Claudia no me llamó. Esta vez no sentí ese deseo compulsivo de llamarla y pedirle explicaciones. La literatura de Sábato, de Wilde, de Bayly y Cisneros habían obrado magnificamente en mí, en el terreno amoroso. No me causaba agobio pensar que Claudia pudiese estar viendo a otro chico, es más, deseaba que fuese así. Claudia, como cualquier persona, tiene derecho a estar con quien desee.
Este relato es una prueba que demuestra que he superado satisfactoriamente esos celos aniquiladores de cualquier tipo de relación humana. Es una prueba de que la Literatura es un medio fundamental que nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos a través de sus ficciones, y a salvar lo más bello que debe perdurar entre dos o más personas: la amistad.
Ahora, voy a escribirle un mensaje de texto a la chica de la discoteca, leer el diario, bañarme, salir a caminar y regresar para ver el Clásico.
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