Innumerables veces, mi abuelita me ha calificado como “disticoso”. Todavía pocas veces -porque apenas contamos con cuatro meses de conocernos, aunque no dudo que esas pocas veces se convertirán también en innumerables- Wendy me ha llamado “tiquismiquis”: ¡Dani, eres un tiquismiquis, oye!
Ambas expresiones dan cuenta de la persona que ofrece ciertos reparos, generalmente de orden superfluo, ante hacer algo, comer algo, etc.
Sé que puedo ser calificado de ambas maneras pues me acepto así, y no tengo reparos en mencionar por qué es que me califican de ese modo.
Soy disticoso o tiquismiquis porque:
Sólo me gusta comer la carne deshilachada o en trocitos.
Detesto las bebidas calientes, más aún si esa bebida es cebada o alguno de esos brebajes que emplean los emolienteros:
No me gusta comer cuy (a pesar de que tengo cara de cuy, o quizá por eso mismo)
Jamás me metería en una piscina pública: considero que esos lugares son grandes caldos de cultivo de toda clase de bacterias. Me basta con imaginarme que cuatro de cada cinco personas que ingresan a la piscina no se ha limpiado el culo exhaustivamente, dejando oxiuros suspendidos a punto de ser llevados por las dizque asépticas aguas de la piscina.
No como aceituna en ninguna de sus presentaciones.
Me rehúso beber líquidos en vasos de plástico: esos vasos siempre están desportillándose y casi siempre tienen un olor muy dudoso.
No me gusta comer con los cubiertos con que ha comido otra persona; así sea mi mamá esa otra persona: pues tengo muchos bichos en la boca y no deseo transmitírselos a nadie más.
Hace algún tiempo, podía llenar dos hojas completas enumerando mis muy superficiales reparos. Hoy, el tiempo, el conocer a algunas personas valiosas, la madurez, los golpes que da la vida, han hecho que mis tonterías se reduzcan a las listadas. Posiblemente, de aquí a un tiempo más, ya no sea más un disticoso, un engreído.
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