Nadie mejor que uno mismo conoce de cerca las pendencias, truculencias, perfidias y deslealtades de la que es capaz de hacer, o de las que piensa hacer.
Nadie mejor que uno para dar fe de lo ruin que es y de lo falaz que puede llegar a ser en ciertas, o numerosas, ocasiones.
No hay nadie mejor que uno mismo para saber que se vive siempre bajo una nívea piel de cordero con tal de obtener ciertos beneficios.
Es imposible que uno pueda eliminar de sí sus defectos, taras y vicios, porque ellos son parte de uno: uno ha nacido con ellos y/o los ha adquirido durante su vida.
Por ello, creo que es inviable y hasta ilógico pretender que uno se quiera o ame a sí mismo –como mucha gente (despistada) aconseja-. ¿Cómo se podría querer o amar algo que se sabe, con total y palmaria seguridad, que involucra y acarrea defectos y vicios inexpugnables?
Sin embargo, no es imposible amar o querer a otra persona, a otro ente, aun no amándose uno mismo. Es, incluso, me atrevería a decir, mucho más fácil, puesto que nunca sabremos –en algunos casos- a cabalidad el detalle de perversidades o deslealtades de la que es capaz esa otra persona.
Otro detalle que ayuda poderosamente a querer sin reservas a otra persona más que lo que uno se pueda querer, es el enamoramiento, pues causa éste en su portador un particular estado de obnubilación. Este estado se traduce en la ausencia de sentido crítico sobre la otra persona. De este modo, las virtudes de esa persona son exacerbadas y sus defectos minimizados o, en el mejor de los casos, anulados por el enamorado.
Se sabe, pues, que uno es un pérfido y un desleal; entonces ¿por qué mal gastar nuestro limitado tiempo en este planeta tratando de amar a un bicho o alimaña? ¿No sería mejor, emplear ese tiempo en tratar de querer a otros cuyos niveles de bajeza o ruindad desconocemos?
Si querer a esa persona, nos hace dichosos, ¿por qué no continuar queriéndola en lugar de tratar de querer a alguien que, en el fondo –y, a veces, no tan en el fondo- odiamos? (Podría afirmar que más del 90% de los seres humanos de este planeta desearía ser otra persona y no ella misma).
Por tanto, yo discrepo de aquellas gentes (que son bastantes y generalmente adoptan un aire pontificio y puritano para expresar ese consejo) que afirman que no se puede amar o querer a otra persona si antes uno no se tiene amor a sí mismo.
Por el contrario, es posible que amando o queriendo a otra persona cambiemos un poquito para bien –o para mal-; pero teniendo la certeza de que en ese proceso amatorio la vamos a pasar muy bien y nos sentiremos un poquito a gusto con nuestra existencia. Y ese proceso, no solamente incluye a los momentos de felicidad, pues también abarca a los periodos de tristeza y desolación. Debemos aprender a disfrutar de las aventuras y las desventuras por igual. Sobre todo, de estas últimas, pues son ellas las que nos enseñan más que las primeras.
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