En la mañana de hoy estuve construyendo, de a pocos, sin mucho entusiasmo, con la desidia o flojera que me caracteriza, las diapositivas que utilizaré en el día, cada vez más cercano e inminente, de la sustentación de mi tesis.
Mi abuelita descansaba en la cama de mi hermano Miguel, recuperándose de la reciente operación a la que fue sometida el día de ayer. Mi pequeño hermano Carlos estaba en el colegio. Mi mamá Carmen se alistaba para ir al mercado.
Yo tenía en mente mi encuentro con Karina. Le había prometido ir a su trabajo en La Victoria para conversar de algunas cosas de minúscula importancia. Le dije que estaría allí a las dos en punto.
Creaba las diapositivas que utilizaré el día en que exponga las bases de mi tesis escuchando música en Youtube. Mantenía el volumen casi al mínimo para no perturbar el sueño y reposo de mi abuelita. Me resultaba impactante verla postrada en la cama, ella que es una mujer que, a pesar de sus setenta y tantos años, siempre se ha caracterizado por su diligencia y laboriosidad.
A las diez y media, mi madre me anunció que se iba al mercado y que regresaba en veinte minutos como mucho. Le dije que por favor se apresurara porque pensaba salir. Yo no quería dejar a mi abuelita sola en la casa en esas condiciones, o sea, con sus fuerzas disminuidas. Un terremoto podía ocurrir y luego quién se ocupaba de ponerla a buen recaudo.
Mi mamá me aseguró que no tardaría más de veinte minutos. Pero para mi madre la puntualidad es un concepto que le resulta extranjero. Así que calculé que quizá podía tardar media hora.
El reloj de la computadora marcó las once. Era momento de partir. Yo detesto llegar tarde a cualquier tipo de cita. Mi mamá no regresaba del mercado. Le dije a mi abuelita si me permitía salir. Ella me dijo: -Anda nomás, hijito. Ya tu mamá va a venir, No te preocupes que voy a estar bien.
A mi abuelita le dije que iba a hacer unas “gestiones” en la universidad que tenían que ver con mi tesis. De saber que iba a verme con una chica, quizá no hubiese sido tan comprensiva con mi permiso de salida.
En una de las esquinas de la avenida Pacífico, compré un ejemplar de Perú 21. Lo leería en el bus camino a La Victoria y al regresar a casa, escribiría sobre alguna noticia que me haya impactado. Para cuando llegué al lugar acordado, ya había leído todo ese diario. Ninguna noticia me había sobrecogido. Quizá una, pero con poca fuerza.
Esperé a que Karina terminase de trabajar. Me dijo que la esperase en un restaurante muy cerca de allí. Fui al lugar y esperé sentado a una de las mesas. Mientras la esperaba, recibí la llamada de mi papá. Me preguntó sobre el estado de salud de mi abuelita. Le respondí que venía recuperándose bien, que estaba reposando en la casa.
-¿Y dónde estás, viejoste?-me preguntó. Él tiene esa manía de llamarme “viejoste” porque, entre mi hermano Miguel y yo, yo soy el de mayor edad. Es ese tipo de apodos que padres e hijos establecen entre ellos-. Estoy en Plaza San Miguel-se me ocurrió decirle, con una naturalidad para la mentira que me asombró y que pensé no poseía-. Estoy comprando un talco para pies.
-¿No estás con tu chica Pamela, Sandra, Claudia? ¿Cómo se llama la chica con la que sales?-me dijo Raymundo (así se llama mi padre).
-No, papá. Cómo crees-le contesté.
Le mentí a mi papá para que no pensase que su hijo era un desalmado que abandonaba a su abuelita con el único y torvo fin de ver a una chica con la que llevaba una relación poco convencional.
La conversación con Karina estuvo muy divertida y entretenida. La acompañé hasta su casa en Los Olivos, mi ex barrio. Estuvimos conversando un poco más en la puerta de su casa. Le porfié, no con mucho ahínco, para que me hiciese pasar a su habitación para tomar una siesta reparadora.
-En serio, Karina. Hoy no quiero tener ningún tipo de actividad sexual. Solamente quiero echarme a tu lado y sentir tu calorcito. Ese seco de pollo que comí en el restaurante me ha dejado con unas ganas de dormir bárbaras.
Karina me dijo que eso no iba ser posible porque su papá estaba alerta y podía darse cuenta de mi penetración en su casa y, por qué no, de mi penetración en su hija.
Muchas veces le he contado a Karina de mi disfunción sexual. Ella ha sido testigo de mis problemas para, a la hora de la verdad, levantar mi alicaído miembro. A mis veintiséis años, poseo la masculinidad de un hombre de ochenta años. Justamente porque ella sabe muy bien de mis no tan secretos problemas, es que me creía cuando le decía que solamente deseaba dormir a su lado, como dos buenos hermanitos. Es seguro que mi disfunción erectil se deba a que de chico comí mucho pollo. Tal debe ser la causa, como asevera Evo Morales.
A las cinco de la tarde estaba rumbo a mi casa en La Perla, Callao. Mi mamá me llama al celular y me pregunta por mi paradero.
-Ya estoy camino a la casa, mami-le digo.
-Ah ya. Tu comida está en el microondas-me dice.
-¿Qué preparaste, mami?
-Pollo al horno.
-Mi favorito. Ya llego, mamá.
Luego de procesar el pollo al horno, me eché la postergada siesta.
Alrededor de las ocho de la noche, mi madre toca la puerta de mi cuarto (mi cuarto siempre está con llave por precaución. Suelo dormir desnudo –sea invierno o sea verano- y quiero ahorrarles a mis familiares el penoso espectáculo de pillarme in púribus mientras duermo) y dice: -Dani, tu papá quiere hablar contigo.
Me deshago de las bienhechoras frazadas que me cubren. Me coloco un pantalón y, con el torso desnudo y los ojos muy susceptibles a la luz artificial de los focos de la sala, salgo a contestar el teléfono.
Mi papá me amonesta por no haber posteado algunos de mis “sesudos comentarios” –como él una vez calificó a las insulsas opiniones que vierto en este espacio personal- el día de hoy.
-¿Qué pasó, Comfrontador? ¿Por qué no has publicado hoy?
-Es que no encontré una noticia que me impactara-le digo.
-Cómo que no-me dice-. Hay tanto de qué comentar, por ejemplo, sobre la crisis financiera en Grecia y su repercusión en las bolsas de valores del mundo, la recuperación económica de los Estados Unidos, ¿es estable o no? Yo comentaría sobre esos temas pero me falta el tiempo-dice Raymundo-. Debes leer pues, Viejoste, Gestión. Ahí te vas a enterar de temas económicos-no le dije a mi papá que yo solamente leo Perú 21 porque cuesta setenta céntimos y porque casi siempre estoy de acuerdo con su puntillosidad para denunciar la corrupción imperante y con las correctas editoriales de su director Du Bois.
Yo me quedé asombrado por los siempre superlativos conocimientos de actualidad de mi padre, y apocado porque me di cuenta que estoy muy perdido en este mundo. Los temas económicos no me invitan demasiado a ocuparme de ellos porque no entiendo muy bien de bolsas de valores y demás cosas por el estilo. Prefiero ocuparme de temas de corrupción porque están más relacionados con el espíritu del ser humano. Me atrae mucho más el analizar sobre la catadura moral del hombre, precisamente debido a que yo no poseo moral y por ende me es fácil opinar de ella.
Me dije, el verdadero Confrontador es mi papá. Él sí sabe de temas de actualidad de cualquier estofa: políticos, económicos, de salud, de educación, etc. Mi papá lee Caretas, Gestión, El Comercio, el New York Times, además de otras prestigiosas publicaciones. Yo soy simplemente un tipo que sabe alguna que otra palabra “difícil” del diccionario y que osa opinar de temas en los que no posee ningún tipo de autoridad. Me dije: "Diablos, nunca seré tan culto como mi papá".
-¿Quieres hablar con Lika?-me pregunta mi padre. Lika es la esposa de mi papá. Ella nos ha dado, a mí y a mi hermano Miguel, tres hermosos hermanitos: Raymundito, Rebeca y Alicia.
Lika me felicitó por la manera en que escribo. Le agradecí sinceramente por sus inmerecidos encomios. Me contó que mi papá está haciéndome propaganda entre sus amigos y colegas de trabajo.
-Danielito, queremos decirte que acá todos (en Chimbote tengo una familia bastante numerosa) estamos muy orgullosos de ti por la próxima publicación de tu libro. Estamos contentos de tener a alguien que deje en alto el nombre de la familia.
Muchas gracias, Lika, por tus sentidas palabras. Mientras me las decías, me ruborizaba porque no podía entender cómo un tipo, sin trabajo y sin perspectivas como yo, causaría orgullo entre sus familiares.
-Te paso con Miguel-me dijo Lika-. Y recuerda, Danielito, que aquí te estamos esperando. Tienes que venir urgentemente. Tus hermanitos ya se están olvidando de tu rostro.
Le dije que apenas concretara una posibilidad laboral, iría inmediatamente para Chimbote.
Mi hermano Miguel ha estado desde hace una semana en Chimbote. Me dijo que regresaba el día viernes.
-Oe Dani. Acá mi papá está promocionando tu blog. Cuando habla con sus amigos o pacientes y se entera de que en esos momentos están “navegando” en la web, les dice: Escriban Daniel Gutiérrez Híjar en Google y hagan click en El Confrontador para que lean las opiniones de mi hijo-me cuenta mi hermano, ligeramente achispado porque está tomando, con Lika y con Raymundo, un buen vino tinto.
Muchas gracias, papá, por la propaganda que me haces. Sólo espero que tu buen ganado prestigio como médico ginecólogo no se vea afectado cuando la gente se entere de que el personaje que escribe estos artículos insípidos y desvergonzados es tu hijo.
Hasta pronto.
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