Últimamente, algunas personas me han formulado las siguientes preguntas cuando se han enterado que voy a publicar mi primer libro de relatos: ¿Por qué escribes? ¿No se supone que eres un ingeniero? ¿No crees que te hayas equivocado de carrera?
Empezaré diciendo que la Ingeniería de Minas es una profesión que me atrae mucho. Es cierto que no fue, para utilizar la trillada frase que el común de la gente usa, “un amor a primera vista” sino que más bien nos hallamos por casualidad.
Yo había ingresado a la Universidad Católica a estudiar Ingeniería Electrónica por el estúpido hecho de que, cierto día en el colegio, en quinto de secundaria, encontré muy interesante una clase de Física sobre circuitos eléctricos. Ese día, mientras regresaba a casa, me decía que me dedicaría a la Ingeniería Electrónica. Unos años después, me arrepentiría de haber optado por esa carrera que no me provocaba el menor interés. Desorientado, sin saber qué hacer con todos los años que ya había perdido, pasé por esos momentos en que uno duda sobre si debe continuar viviendo, sobre si había valido la pena que tus padres te costeasen una universidad cara.
Meses atrás, gracias a que Claudia estaba muy interesada en cambiarse de carrera, la había acompañado a unas charlas de orientación vocacional que la entonces Oficina de Orientación y Apoyo al Estudiante de la Católica había organizado. Claudia estudiaba Ingeniería Informática. Quería hacer su traspaso a Ingeniería Industrial. Pero quería convencerse de que realmente la Ingeniería Industrial era lo suyo. Ese día en la charla, disertaron tres profesionales en representación de Ingeniería Mecánica, de Minas e Industrial; en ese orden. Tuvimos que oír las exposiciones de los representantes de Mecánica y Minas. Debo decir que quedé fascinado y engatusado con lo que el expositor minero habló sobre la minería. Durante esa charla, mi elección de haber elegido Ingeniería Electrónica dio su primer tropiezo.
Meses después, recordando esa charla y recibiendo los consejos y el apoyo de Claudia, reordené mis ideas e hice mi traspaso a Ingeniería de Minas. Desde que conocí esa carrera y desde que realicé mis dos prácticas pre profesionales, quedé muy satisfecho con aquella ulterior elección.
Por otro lado, el vicio de escribir siempre vivió conmigo. Descubrí, primero, el vicio de la lectura, cuando mi madre me llevó, allá por los años 90, al entonces prestigioso Centro Comercial de Fiori en Los Olivos. Allí, ella me compró Las Fábulas de Esopo. A partir de ese libro, mantuve una relación idílica con los textos literarios.
A los nueve o diez años, esta vez en Metro, mi madre me compró libros de Agatha Christie. Quedé prendado de la habilidad de esa mujer para sumergir al lector a un suspenso trepidante en donde siempre el asesino o criminal resultaba ser quien menos te esperabas que fuera.
Entusiasmado por esas historias, a los diez años, escribí mi primer relato. Era un relato, inconcluso, de dos páginas, escritas con un lápiz Mongol 2B, en el que un par de asaltantes huían de la persecución de un par de policías.
Para cuando tenía diecinueve años, el vicio por la lectura y la escritura habían desaparecido. Aunque yo prefiero pensar que estaban dormidos. A los diecinueve años, cursando todavía los estudios generales, llevé un electivo que obligaba el plan de estudios. Opté por Literatura Peruana. Fue en esa clase en que conocí a Claudia. Claudia y esa clase reactivaron mi pasión por escribir y leer. Hice mi re ingreso al apasionante mundo de las novelas ni más ni menos que con la monumental obra de Vargas Llosa: Conversación en La Catedral. Desde ese momento no he parado de leer y escribir.
Los cuentos, que saldrán publicados antes de mediados de este año, son una compilación de algunas de las afiebradas historias que escribí desde que tuve veinte años.
¿Por qué no estudié Literatura, entonces? Porque, particularmente, creo que el escribir es un don al igual que el saber cantar. Puedes perfeccionar tus técnicas de narración, claro, para eso hay talleres; pero si no posees el germen o el impulso de escribir simplemente no lo disfrutarás y, por ende, tus lectores te encontrarán falso e impostado.
No estudié Literatura porque hubiera sido muy infeliz. Me hubieran hecho leer cosas que no encontraría interesantes. A mí me gusta cierto tipo de novelas e historias. No me gusta la poesía, por ejemplo. Tuve una enamorada, quien vivía enamorada de la poesía. Yo traté de que me gustase la lírica para complacerla, sin embargo, mis intentos no fueron fructuosos. Me acepté como el ser prosaico que soy.
Hoy leí la columna de Alonso Alegría en Perú 21. Alonso Alegría es hijo del gran escritor Ciro Alegría. Alonso dice en su columna de hoy: “Dedicarse al teatro –a cualquier arte, en realidad- es un triunfo del corazón sobre el cerebro, y se da cuando las ganas de hacer lo que a uno lo inspira se imponen sobre el natural deseo de lograr una situación cómoda en algo más o menos interesante”.
Luego continúa: “Los mejores contadores –y los mejores ingenieros, analistas de sistemas, abogados-, a la larga o a la corta, buscan en la práctica del arte un alimento espiritual, algo que renueve y enriquezca sus vidas. Por ello asisten a talleres artísticos o hacen arte como aficionados… ¿Cuántos artistas, pregunto yo, buscan la renovación espiritual de sus vidas en talleres de contaduría?”
No podría estar más de acuerdo con Alonso.
Continuaré escribiendo hasta que deje de existir a los cuarenta o cincuenta años. No existe ningún tipo de incompatibilidad entre ser un ingeniero y ser un escritor. Creo que ambos bandos se complementan: la Ingeniería y los trabajos que realizaré como ingeniero alimentarán mi imaginación y mi caudal de historias; y la Literatura, me hará ser más sensible ante la naturaleza humana que encuentre en mi devenir como profesional y persona.
Para terminar, Jamiroquai no lo hubiera podido decir mejor: I’ve got my soul education / You know it’s stitched to the clothes that I wear.
La Literatura es eso para mí: mi educación del alma. Está cocida a la ropa que visto.
Hasta pronto.
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