jueves, 31 de agosto de 2023

NOVELA PERUANA - MOTE de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 5


 

El que sabe corresponder a un favor recibido es un amigo que no tiene precio.

Sófocles

 

¿Crees que, porque estoy en Italia, conchatumadre, ya me cago en plata? ¿Crees que vivo feliz aquí, huevonazo? Putamadre, he tenido que limpiar caca de viejos; pasear perros; cargar ladrillos; ser huachimán, cagándome de sueño. Y encima lejos de mi familia. Putamadre, huevón, no me jodas.

Gonzalo está borracho y ha llamado a Mote quien, no desaprovechando esa valiosa oportunidad, le descarga todos los argumentos existenciales que posee para convencerlo de que no se atreva a desenterrar su tesoro.

Al otro lado del teléfono, Gonzalo parece reflexionar. Está callado. Mote interpreta que su silencio es sinónimo de recapacitación. Mis palabras están surtiendo efecto. Estoy convenciéndolo, piensa Mote. Debe agotar la oportunidad y meterle más letra.

Tú eres mi causa, huevón. Entre causas no podemos meternos la mano. Además, negro, tener sida ya no es para morirse, causa. Hay huevones que tienen sida y viven como las huevas. No tienes por qué preocuparte, huevón. ¿Ya? ¿Todo bien? Habla, pues, huevón. Estás muy callado.

Sigue un silencio de muy difícil clasificación. Mote revisa la pantalla del teléfono. ¿Todavía está conectada la llamada? Sí, todavía. Va a decir algo, pero la voz temblorosa de Gonzalo se adelanta.

Ya estoy en Huancayo, huevón. Pasado mañana tu tesoro será mío. Suerte en Italia.

Y cuelga. A Mote se le hace el culo achí-achí.

***

El mototaxista lo había visto salir de la discoteca medio caminando en zigzag, hablando solo, riéndose a ratos. Este pescadito es mío, pensó, mientras arrancaba la moto y, como quien no quería la cosa, pasaba por su lado. ¿Lo llevo joven?

Mote, con un polo blanco; unos jeans rasgados muy de moda; una cadena de plata colgándole del cuello; un reloj contundente, también argentino, balanceándose de su muñeca; unas estupendas Jordan en los pies; y un morral Nike negro cruzándole el pecho, aceptó el ofrecimiento del mototaxista. Una vez sentado dentro del pequeño vehículo, le alcanzó una tarjeta. Estoy en ese hotel; llévame, pe, cholo.    

Claro, jefe, claro, dijo el conductor.

***

Joven, joven, ¿está muerto, joven?, le dijo una señora que parecía regresar del mercado. Del hombro, le colgaba una bolsa con algo de papas, verduras y carne. Había acercado a la nariz de Mote un tallo de apio intentando despertarlo o confirmar su deceso.

Mote achinó los ojos. ¡Ay, qué milagro, joven! ¡Está vivo! ¿Qué le pasó?

¿Dónde estoy?, preguntó Mote. Sentía que la piel le quemaba. El sol le hacía parpadear.

¿Dónde está? ¿Cómo que dónde está, joven? ¿Qué le pasó?

Mote se sentó con cierta dificultad en el mismo suelo donde había estado acostado. La cadena y el reloj de plata habían desaparecido; también sus Jordan. Únicamente el polo blanco, teñido de mugre, y los jeans de moda, polvorientos ahora, cubrían su cuerpo. Quien fuera que le robó las prendas de valor, tuvo el noble gesto de dejarle unas pezuñentas zapatillas Tigre a cambio de las birladas.    

 De pronto, reaccionó: ¡Mi morral! ¡¿dónde está mi morral?!

¿Cuál morral, joven?

¡La putamadre, mi plata, mis tarjetas!, se atolondró Mote. Se paró y empezó a buscar por todos lados.

Joven, ¿está bien?, le dijo la señora, asustada al verlo enloquecido buscando a diestra y siniestra no sabía muy bien qué. Joven, tranquilo.

¡Cuál tranquilo, vieja puta! ¿No ves que me han robado?, explotó Mote. La señora se asustó y lo dejó ahí, en medio de un pampón de tierra tostada por el sol.

***

La música dentro del tráiler iba de la putamadre hasta que sonó Borrachito Borrachón. Entonces, el recuerdo lacerante de haberlo perdido todo a la salida de una discoteca en Huánuco por culpa del abusivo y entremezclado consumo de ron, whisky y pisco se reavivó en él sañudamente.

Lamentó no haber acompañado a sus amigos al chongo y haberse quedado solo en la disco chupando y chupando en busca de la conquista de una mujer que, desde hacía un par de horas, parecía darle sajiro. Al final, no logró nada con la mujer y lo perdió todo.

Por otro lado, el cholón que tenía a su costado, conduciendo el tráiler mientras silbaba las tonadas emitidas por su potente equipo estereofónico, había sido un ángel: el único de casi cien camioneros que se compadeció de él y aceptó darle una jalada hasta poco más allá de La Oroya.

Habían conversado bastante. Mote era el más interesado en mantener un intercambio fluido de pareceres, por más cojudos que estos fuesen. Lo importante era cerciorarse de que los ojos del conductor estuviesen alertas. Sabía que muchos de los accidentes en las carreteras de la sierra se debían a que los choferes parpadeaban, se quedaban dormidos y, ¡bundungún!, derechitos al abismo o aplastados contra otro camión.

Unos kilómetros antes de entrar en La Oroya, empezó a hacer frío. El pesado vehículo no tenía calefacción. Afuera, nevaba, ora granizaba, ora llovía. Los fenómenos naturales en la sierra eran díscolos e impredecibles. Loco, toma esta chompa. Te debes de estar cagando de frío. Mote casi llora; todavía existía gente buena en este mundo, conchasumadre.

***

Como analista financiero de la Caja Huanca, Mote había trabajado en las muchas agencias que dicha institución tenía no solo en Huancayo sino también en sus alrededores: Junín, Cerro de Pasco, La Oroya. Lo enviaban seis meses acá, otros seis por allá, y así.

En cada uno de los lugares en los que se desempeñó, forjó, más que clientes, grandes amigos. Uno de ellos fue La Tota, homosexual maduro en camino a la transexualización. Se había puesto algo de tetas y hacía inmisericordes sentadillas para robustecer las nalgas. Gracias a Mote, cuando este despachó en la oficina de La Oroya, La Tota obtuvo el préstamo necesario que le permitió completar la suma necesitada para lanzar su emprendimiento: una de las boticas más surtidas en las afueras de dicha ciudad; botica que evitó que La Tota se dedicase al viejo oficio, como la mayoría de las transexuales en el Perú, para sobrevivir.   

Luego de que Mote dejó la agencia de La Oroya, perdió contacto con la particular Tota.

***

Maestro, maestro, retroceda un poco, por favor.

El camionero disminuyó la velocidad. ¿Qué pasó?

Es que acabo de ver a un familiar que tengo aquí en La Oroya. Justo que estábamos pasando, así sin querer, me fijé a mi derecha y vi la cara de mi familiar en una de las ventanas de las casas de allá.

Mentira. Mote no había visto el rostro de ningún familiar. Había recordado, en medio de las peripecias de ese malhadado día y mientras el tráiler abandonaba La Oroya, al momento de mirar a su derecha y distinguir una botica con las luces aún encendidas, que tenía una amiga, La Tota, que podía ayudarlo con algo de plata. El conductor, como le había contado cuando lo recogió en Huánuco, no iría a Huancayo, sino a Lima. Y lo más cerca que podía dejarlo de Huancayo era a unos minutos de las afueras de La Oroya. Mote no quería volver a tirar dedo para encontrar a alguna otra alma bondadosa que se apiadase de él a las diez de la noche y con un frío que le hubiera encogido no solamente los huevos.

¿Estás seguro, choche?, dijo el chofer.

Sí, sí. Por favor, espérame. De repente me he equivocado y no es mi familiar. Y si es, entonces ya con él me quedaría, y regresaría para avisarte, pidió Mote.

El chofer se estacionó a un lado de la carretera y esperó por Mote, que salió con dirección a la casa de su dizque familiar. 

***

¡Qué gusto! ¡Cuánto tiempo que no te veía! La Tota estaba verdaderamente feliz de ver a Mote. Pero ¿qué te pasó? ¿Por qué estás todo sucio?

Mote le explicó la situación: el robo en Huánuco, la caminata kilométrica con estas zapatillas casi sin suela, carajo, la tirada de dedo interminable y, por fin, el viaje en camión hasta allí. ¿Cuál camión? Ese tráiler que está allí.

Préstame cien soles, por favor, Tota. Le voy a dar veinte al camionero por haberme traído hasta aquí.

¿Te ha cobrado?

No, nada que ver. Pero debo darle algo, pe. Por la molestia. Fue el único que me hizo el favor. Pucha, sino todavía seguiría, sabe Dios, en qué parte de la carretera, con frío y hasta las huevas. Y con los ochenta soles restantes puedo tomar un colectivo a Huancayo.

¿Por qué mejor no te quedas? Mírate. Necesitas comer, limpiarte. ¿Qué tal si no encuentras ningún colectivo? Son casi las once de la noche. Quédate, cholo. Tengo un pollito a la brasa en la refri. Te lo caliento y te acuestas. ¿Qué dices? Anímate. Ya mañana tempranito te vas, si quieres. O a la hora en que te sientas mejor.

Mote lo pensó. La mirada de La Tota era la que cualquiera necesitaba en momentos de apuro; una mirada de genuino desprendimiento. Ya, me convenciste, Tota; me quedo.

La Tota le dio los cien soles solicitados. Voy a dejar la puerta juntita. Entras, no más, luego de que termines con el chofer, le dijo.

¿Y qué fue?, quiso saber el chofer. Te has demorado, ah.

Sí, discúlpame, por favor. Mi familiar me va a dejar pasar la noche en su casa. Ahí voy a comer y voy a reponerme un poco. Te agradezco mucho por haberme traído hasta aquí. Que Dios te lo pague, dijo Mote, tendiéndole una mano.

Ya, cholito. No tomes mucho para la próxima. La calle está peligrosa. Nos vemos, se despidió el camionero.

***

Todos los días cierro a las nueve, cholo. Hoy, no sé por qué, dejé abierta la botica.

Fue un milagro, Totita. Si no la hubiera visto prendida, me pasaba de largo; ni me hubiera acordado de mi gran amiga. Uy, ahorita estaría tirando dedo para chapar otro camión que me lleve a Huancayo, dijo Mote, devorando una pierna de pollo.

***

Pero ¿tú dónde vas a dormir?, preguntó Mote, realmente perplejo.

Aquí, pues, en este ladito de la cama, respondió La Tota, con total naturalidad.

¿Qué? ¿No tienes otro cuarto?

No. Pero ¿cuál es el problema, oye? No te voy a comer.

Pucha, Tota, si me hubieras dicho esto, me hubiera ido en el camión, no más.

Ay, no seas exagerado. La cama es grande. Ni me vas a sentir. Además, ¿somos causas o no?, dijo La Tota, extendiéndole una mano de uñas pintadas.

Claro, somos causas, cedió Mote, apretándole la mano.

Ah, eso sí, antes de que te metas en mi cama, primero te bañas. Mírate, estás mugre. Y, por el aspecto de esas zapatillas, seguramente te deben de apestar las patas. ¡Vamos, a bañarse!

***

Tras bañarse y lavarse los dientes (La Tota había sacado un cepillo nuevo de la botica), Mote se acostó. Tenía puestos encima unos boxer que La Tota le había separado, porque el calzoncillo que traía hedía. Unos minutos después, la figura de su benefactora se recortó bajo el marco de la puerta. Había salido de la ducha y lucía un shorcito holgado muy corto y un topcito bajo cuya tela resaltaban sus pezones erectos estimulados por el frío que se colaba en la habitación.

Ya estoy lista. ¿No quieres un tequilita antes de dormir? Es excelente para combatir el frío, anunció La Tota. Mote hizo a un ladito las gruesas frazadas de tigre y comprendió: Putamadre, esta huevona quiere pinga.

No, le dijo, paso. Créeme que lo último que quiero ahorita es tomar. Por tomar, lo he perdido todo y he lateado por horas y kilómetros. Me duelen los pies. Solo quiero dormir, Totita.

Eres un exagerado. No te conocía así, ah. Vamos, siéntate. Conversemos un ratito con unos tequilitas para entrar en calor y puedas dormir como un bebe, propuso La Tota.

Entrar en calor, malició Mote. Esta conchasumadre quiere nepe. Ya lo vi ya, ya lo vi ya.      

***

La espalda de La Tota no era tan ancha. Su piel era suave. Es que me echo cremas, pues, varias cremas. Tengo una crema para la cara, otra para las manos, otra para la colita. Uy, ahí abajo mi piel es suavecita, ¿quieres comprobar? Las manos de Mote se movían en círculos sobre esa espalda. Los tequilitas le habían templado la sangre. Los ojos no estaban enfocados en los masajes que le proveía sino en aquel culo que, Mote recordaba, no era tan abultado como el que tenía a escasos centímetros de su pinga, rudamente parada y húmeda bajo el prestado boxer rojo.

Puta, Tota, no me tientes, no me tientes, por favor, suplicó Mote, aplicando los nudillos en la espalda de su amiga para quebrar las zonas en tensión. No me tientes, Totita, que no respondo, ah.

Ay, no seas malo. Veo que tienes buena mano. Masajéame las nachas, pues. Solo como amigos. ¿Qué hay de malo?

Las manos abandonaron la espalda con suavidad. Descendieron por ella, siguiendo las huellas del espinazo hasta situarse en la fronda de aquel culazo.

Putamadre, Tota, ¡tu piel aquí es más suave todavía!, se rindió Mote.

Te lo dije; la piel de mi culito es suavecita, suavecita, confirmó La Tota.

¡Y qué grande tienes el culo! No lo recordaba así, ah, dijo Mote, amasando las nalgas de su amiga. Eran duras y suaves. Provocaba palmearlas, pero aún no era tiempo. A una mujer, se la conocía en el clímax. En los prolegómenos, la cosa debía fluir con calma, con invitaciones y declinaciones. 

Y no es aceite de avión, por si acaso. Mi culito es natural. Full treno en el gimnasio, se enorgulleció La Tota.

Putamadre, Tota, yo he agarrado un montón de culos, pero ninguno como el tuyo. ¿Te digo algo?

¿Qué?

Se me ha parado la pinga, dijo Mote, la voz acerada y rasposa.

¿Y qué esperas?, dijo La Tota. Se abrió las nalgas con ambas manos. Lo que vio Mote fue irresistible: un ano peladito, más limpio y más lozano que el de cualquier mujer. En el primer cajón de mi mesita de noche, hay un condón.    

***

Mote sufrió para que la pinga ingresara en el culo de La Tota. Esta huevada parece una fortaleza, pensó. Sentía que el falo avanzaba de cinco en cinco milímetros. Conchatumadre, Tota, tienes mucha nalga; no entra mi huevada.

Es que soy cerradita, pues. No lo hago con cualquiera. Soy una dama que sabe escoger.

Tras muchos intentos, Mote logró conquistar el trasero de su amiga. Lo hizo suyo. Ambos se entregaron a un placer descomedido y delicioso.

Golpéame las nalgas, lapéame, gritaba La Tota.

¿Qué?

Destrózame las nalgas, jálame el pelo, tírame puñetes, suplicaba La Tota. Sus gemidos podían desarmar hasta al más heterosexual de los peruanos.

Poseído por la euforia, Mote se entregó a la satisfacción de los pedidos de su amiga. Le palmeó las nalgas y le tiró del cabello mientras le empujaba el nepe con todas sus fuerzas.

Ay, sí, qué rico. Patéame el culo, patéame el culo, exigía La Tota.

Mote, erguido sobre la cama, pateó las nalgas de su amante. Ay, sí, así, patéame más duro, más duro. Con cada patada, las nalgas temblaban y alteraban el cerebro de Mote. ¿Ves? Mi culo está hecho de full gimnasio. Nadita de aceite de avión. Mote volvió a acostarse detrás de La Tota para volver a empujarle la gampi. La refriega continuó, reforzada con la libido de los maltratos.

Pégame en la cara, gemía La Tota, pégame en la cara.

Te voy a sacar la mierda, conchatumadre, se agitó Mote, y le encajó tres o cuatro furibundos golpes en el rostro. La Tota dejó de moverse. Mote no se dio cuenta de que su amiga había dejado de gemir.

***

¿Y este negrito?, dice La Tota. Parece que no mata ni una mosca.

Es buena gente, dice Mote, pero ahorita está cagao y me quiere cagar a mí, a mi familia, sobre todo. Solo tú puedes ayudarme, Totita. Desde Italia, no puedo hacer nada, y si regreso al Perú, me meten en cana. Ya tú sabes mi historia.

No te preocupes. Tú sabes que soy tu amiga incondicional. Yo hago lo que tú me pidas, se ofrece La Tota, solícita, firme.

Tienes que ir a Huancayo ahorita. Todo lo que gastes, te lo voy a reponer. No te preocupes por eso. Pero necesito que estés allá. Cuando llegues, me avisas y te voy a decir cómo me vas a ayudar. No borres la foto del negro. Es más, memorízate esa cara, la urgencia y la seriedad en la voz de Mote tocan las fibras más sensibles de La Tota. 

Claro, claro. Ahorita mismo cierro la botica y tomo el primer colectivo a Huancayo. Te aviso cuando llegue.


miércoles, 23 de agosto de 2023

NOVELA PERUANA - MOTE de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 4

 


El presidio hace al presidiario.

Víctor Hugo

 

Cualquier preso experimentado sabe que lo peor que le puede pasar en su primer día en una prisión que no conoce, que le es nueva, es tener diarrea, estar con la wacha floja. Tal fue el caso de Mote; aunque para él fue más bien una situación bizarramente oportuna.

Aquel día de marzo de 2016, en una fría mañana iluminada por el sol tostador de Huancayo, Mote ingresó al penal de Huamancaca junto a otros nueve delincuentes.

Víctor Centeno, alias Rompepotos, era el taita del ala norte del complejo carcelario huancaíno. Entre sus muchos privilegios, estaba el de determinar cuáles de los presos recién llegados estarían disponibles para satisfacer las bajas pasiones de los esclavos de su sector. Centeno se ubicaba en su trono (un lugar acondicionado especialmente para él) y divisaba desde allí, con claridad, la fila de los advenedizos. A su secretario, le indicaba cuáles potos eran los sagrados (aquellos que habían pagado una apreciable suma de dinero para no ser tocados, sino, más bien, resguardados de cualquier tipo de asalto sexual o vejatorio) y cuáles los comestibles (los que estarían disponibles para que sus esclavos se los comieran a pingazos). Si Rompepotos veía que alguno de los nuevos reos (obviamente, de los comestibles) enardecía excepcionalmente su libido, lo apartaba para sí. Pezuña, le decía a su secretario, el sexto de la fila es mío. Lo quiero en mi cuarto esta noche. Sus órdenes eran incuestionables, casi, casi, sentencias de muerte. 

Uno de los flamantes presos de aquel marzo de 2016, que removió los ardores de Rompepotos, fue Mote.  A ese me lo apartas, Pezuña. El poto parado del exanalista financiero de la Caja Huanca fue lo que encandiló las retinas de uno de los más temidos residentes del penal de Huamancaca. 

***

Hace tiempo que ha dejado de fumar. Al menos, desde que está en Italia, ha mantenido limpios sus pulmones. Ahora, con la amenaza de Gonzalo carcomiéndole la cabeza, va despachándose el cuarto cigarrillo del día. Es un lunes por la noche y es uno de los escasos parroquianos en la terracita del bar Bowls, ubicado alrededor de la placita San Camilo. Ha caminado parte de la peruanísima vía Padova y ha terminado en ese bar que más parece una confitería por lo sereno de su ambiente. Tiene delante una Moretti y ya enciende su quinto cigarrillo. Este es el último, conchasumadre, dice; mañana tengo que volver a la construcción. La Moretti y los cinco cigarrillos no le han ayudado a encontrar una solución a su problema. ¿Cómo va a ser ese huevón para desenterrar mi tesoro?, piensa Mote. Tendrá que hacer huecos en trescientos metros cuadrados de terreno. No, ni cagando lo encuentra. Además, tampoco sabe a qué profundidad lo he enterrado. Imaginemos que cava en el punto donde está mi medio millón de soles. Cava uno, dos, tres metros y no encuentra ni mierda. Al toque se desanima. No hay forma de que ese huevón me cague. Además, cómo va a hacer para que mi mujer no lo vea. ¿Qué floro le metería?

Mote no encuentra una solución a su dilema, pero sí varias razones que debilitan sus cimientos: el chupapinga de Farfán ni cagando podrá desenterrar mi tesoro. Asunto concluido. Termina el quinto cigarrillo y deja unas monedas sobre la mesa. El mozo lo había mirado mal cuando ingresó hacía una hora. Ti avverto che la birra costa venti euro, eh (Te advierto que la cerveza cuesta veinte euros, ah), le dijo. Mote, sin picarse, con total serenidad, le respondió que ya sabía y que, si quería, le pagaba por adelantado.

No, non è necessario (No, no es necesario), devolvió el mozo, un italiano que, en el Perú, hubiera sido el protagonista indiscutible de cuanta telenovela se produjera, hubiera sido el amor imposible de miles de cholas que, por Mote, por ejemplo, no hubieran dado ni medio centavo. A pesar de aquella respuesta, el mozo no dejó de vigilar a Mote a través de la ventana que daba a la terraza. Este conchasumadre cree que me voy a largar sin pagar. Veinte euros por una cerveza es todo un lujo. Mote, sin embargo, ya puede consentirse esas extravagancias. Claro, puede permitirse tomar una Moretti de veinte euros en un bar como el Bowls, pero no dos. Tiempo al tiempo.      

Cruza la vía Carlo Tenca y se interna en la Napo Torriani. No ha andado ni cuarenta metros cuando de uno de los establecimientos que está a pocos pasos de él es arrojada una mujer. Esta cae al suelo aparatosamente. Se levanta con rapidez y ve a Mote. Se acerca a él. Mote se fija en el líquido oscuro que mana de su cabeza.

Per favore aiuto! Vogliono uccidermi, vogliono uccidermi (¡Por favor, ayúdame! Me quieren matar, me quieren matar), grita la mujer. La voz no es tan femenina y Mote colige que se trata de un cabro.   

De la puerta por donde salió expulsada la mujer, aparece otra. Otro cabro, piensa Mote. El transexual lleva un cuchillo en la mano. Mote se friquea. La víctima grita más.

Non ho ancora finito con te, fottuta stronza (Todavía no he acabado contigo, puta de mierda), dice la trava armada mientras se acerca hacia su contrincante, quien, la cara pintada de miedo, sangrante, se escuda en Mote. Le susurra: Mi ha tagliato l'orecchio. Vuole uccidermi. Aiutami! (Me ha cortado la oreja. Me quiere matar. ¡Ayúdame!). Mote intenta tranquilizar a la agresora, le dice que se calme, que todo se puede arreglar con una buena conversación, que siempre se llega a buen puerto si nos escuchamos los unos a los otros.

Vuoi sentire? Vuoi sentire? (¿Quieres escuchar? ¿Quieres escuchar?), dice la trava con el cuchillo, la mirada brillosa, deseosa de más sangre. Portati ad ascoltare (Toma para que escuches), añade y le lanza la oreja de su rival. El pedazo mutilado se estrella contra la camisa de Mote y queda pegoteado en la prenda, como escarapela en fiestas patrias.

La agresora, seguramente alterada por algún tipo de sicotrópico, se distrae observando, con cara boba, cómo la oreja parece moverse en la camisa de Mote, como revelándole al mundo los secretos que ha oído en su corta vida. El peruano aprovecha la distracción de la trava y se abalanza sobre ella, propinándole un golpe seco en la mano que empuña el cuchillo, el cual cae al suelo, al igual que los cuerpos entrelazados de Mote y el transexual. El peruano, totalmente dueño de la situación, empieza a encajarle golpes a la mochaorejas. De pronto, el ulular de la sirena de un vehículo policial se oye en toda la zona. Descienden del auto tres policías que apuntan sus armas hacia Mote y la trava.

Mani in alto, merda! (¡Las manos arriba, mierda!), grita uno de ellos.

***

Luchó empleando todos sus recursos callejeros, pero fracasó. Rompepotos tenía la pinga lista para ensartársela en el culo. Dos macizos cholones lo tenían bien agarrado. Zafarse era imposible. Los golpes que había recibido durante el combate lo habían dejado al límite de sus fuerzas. La adrenalina de la refriega le había ajustado los esfínteres. Ahora, resignado, la adrenalina reducida a la nada, reapareció ineludible aquella urgencia por cagar. Tenía la diarrea en la mera puerta del ano, lista para salir con el primer estímulo.

Serrano, me encantó verte pelear, conchatumadre. Me arrechan los matoncitos. Rompepotos lanzó un escupitajo en la palma de su mano derecha, restregándola a lo largo de su falo. Te voy a partir el poto como mantequilla, papi, le dijo al oído a Mote, la pinga tanteando su orificio, anhelante por enterrarse en ese fresco par de nalgas. 

Agárrenlo bien. Quiero clavársela en seco, les ordenó Rompepotos a los cholones.

El glande de Rompepotos ya estaba en posición. El ojito suspirante y baboso rozaba peligrosamente el ano de Mote. Déjate llevar, papi; te va a gustar, dijo el taita, cuando del culo de Mote se desprendió un aluvión naranja repleto de verduras, habas, frejoles y pedazos de maní.

El alarido de Rompepotos se oyó en todo el penal. Retrocedió desesperado, viéndose la pinga bañada en mierda. Tropezó con un pedazo de madera que sobresalía de debajo de su cama. Durante la caída, la cabeza fue a dar contra una saliente en los barrotes de su celda. Su muerte fue instantánea.  

***

Se llama Cenza, aféresis de Vincenza. Bueno, dice llamarse Cenza. Se niega a revelar su nombre de pila, aquel nombre de varón que sus padres oficializaron ante un cura de límpida sotana y clara faz, regente de alguna iglesia piamontesa.

 Era un niño común y corriente. Muy estudioso, eso sí. De pocos amigos. Cuando descubrió que podía gustarle la pinga, tenía quince años y era tan inocente como El Principito de Saint-Exupéry.  

Recordaba perfectamente la ocasión en que sintió el gustito por llevar dentro de sí un falo ajeno moviéndose de atrás para adelante y de adelante para atrás con la ingenua suavidad de una rayuela jugada en plena tarde primaveral.

Fue un sábado del cual todavía tenía el recuerdo. Jugaba en la casa de uno de sus primos; un caserón inmenso cuyo jardín, por lo extenso, era más parecido a un bosque. En ese lugar, gracias al cónclave de tíos que ocurría los fines de semana, los primos, todos entre doce y catorce años, solían perderse entre los árboles y arbustos, enfrascados en miles de juegos inventados por ellos mismos. Ese jueves, Gianni, el primo de más edad, propuso jugar a Dragon Ball. , le había dicho al niño que alguna vez fue Cenza, vas a ser Cell. Cell era un personaje de dicho dibujito animado compuesto por las células de otros poderosos caracteres: Goku, Vegeta, Freezer. De ahí su nombre: Cell, o Célula, en español. Cell se alimentaba absorbiendo la energía de sus adversarios. Para ello, empleaba la punta de su cola, en donde se hallaba una aguja que los succionaba.

Tienes que absorbernos la energía, dijo Gianni.

¿Cómo hago eso?, preguntó Cenza.

Con la cola, pues, como lo hace Cell, respondió Gianni y se bajó el pantalón. Tienes que absorberme esto. Y luego el de Franco, Giorgio y Dino. Los tres se bajaron el pantalón y dejaron sus penes al aire.

Tienes que correr y atraparnos. Cuando lo hagas, nos absorbes la energía con el trasero. Por aquí, dijo, señalándose el pene, perdemos nuestras fuerzas. Tienes que absorbernos de aquí.

Entonces, Cenza comenzó a perseguir a sus primitos. Para permitir el libre movimiento de las piernas, todos se habían despojado de los pantalones. Cenza notó que sus primitos no se desesperaban por alejarse de él, por evitar que les absorbiera las energías y los poderes; muy por el contrario, se dejaban atrapar con facilidad. Incluso, llegaban hacia él, hacia Cell, pidiendo ser absorbidos. El primero fue Gianni, quien colocó su penecillo, enhiesto y ferviente, dentro de las nalgas de su primo, como si fuese un hot dog en medio de un pan francés. Los otros tres primos, tras ver cómo Gianni terminaba cansado, pero satisfecho, exigían ser absorbidos. Ahora me toca a mí, decían. Y a mí. A mí también.

Mote escucha la historia de Cenza, ambos sentados en la única banca de esa celda de una comisaría en Milán. Aguardan ser trasladados hacia distintos centros penitenciarios. El policía a cargo de la comisaria le ha indicado a Mote que será entregado a las autoridades migratorias en unos minutos. En todo el tiempo que ha estado en Italia, ha continuado siendo un indocumentado, viviendo de trabajos marginales que no requiriesen ningún tipo de identificación formal.

Mote ha escuchado la historia de Cenza y, por unos minutos, se ha olvidado de que su recorrido vital en Italia está a punto de terminar. Volverá al Perú bañado de ignominia y fracaso, y será recluido en un penal de máxima seguridad donde continuará pagando las cuentas de las estafas que perpetró antes de fugar del país. Tanto esfuerzo en Italia para esto, piensa luego de que Cenza, transexual que ha conocido en esta carceleta, ha terminado su curiosa historia.

Cenza está en la carceleta por ejercer la prostitución callejera. Tiene un moretón en una de las mejillas. Había luchado con su captor, pero este, de un golpe certero, la soñó para trasladarla con plena facilidad al lugar en donde se ubicaba ahora, resignada a su suerte.

Desde que Gonzalo le reveló dramáticamente que tenía sida, a Mote lo acuciaba una terrible angustia, tan agobiante como la idea de que el mismo Gonzalo fuera a arrebatarle su tesoro. Mote ha tirado con varias travas, pero siempre con protección. Así que, por ahí, no hay ninguna posibilidad de infección. Lo que lo inquieta es conocer desde cuándo Gonzalo tiene sida. ¿Lo habría adquirido durante el tiempo en que se dejaba chupar la pinga allá en el Perú? ¿Se contagia el sida chupando pinga? ¿O la rozada de glande que le propinó Rompepotos, aquella vez en el penal (porque sí que le había sentido la cabecita cosquillearle el ano), le habría podido transmitir el bicho? ¿Tenía sida Rompepotos? Todas estas cuestiones lo vuelven a acosar ahí, en esa pequeña celda. Considera que cualquier manera de librarse de sus múltiples y agobiantes dudas es bienvenida. Entonces, decide consultarle el tema del sida a Cenza.

Ella le dice que ya nadie se muere de eso. Ella misma tiene sida y guardami; se non fosse stato per questo livido, sarebbe regale. Oppure come mi vedi? (mírame; si no fuera por este moretón, estaría regia. ¿O cómo me ves?). Efectivamente, Cenza lucía muy apetecible. Pero a Mote de nada le valía saber que tener sida era llevadero en estos tiempos. Él quería saber si las chupadas de pinga transmitían la enfermedad.

Se hai ferite sul cazzo, sì (Si tienes heridas en la pinga, sí), determina Cenza, con una autoridad que eliminaba cualquier tipo de duda.

Dentro de pocos minutos, la suerte de Mote, que parecía promisoria a pesar de mantenerse ilegal en suelo extranjero, volvería a echarse como Cenza que, algo cansada, se echa en el suelo de la carceleta para conseguir algo de descanso.

Oye unos pasos que se acercan. También el tintinear de unas llaves. La figura que provoca esos sonidos aún no aparece al otro lado de los barrotes, pero ya anuncia qué es lo que quiere: dice el nombre de Mote tan fuerte que despierta a Cenza, que ya se había dejado envolver por la modorra. Mote se prepara para lo peor.                                                                                                                          

lunes, 21 de agosto de 2023

POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - ¡Púrgate lo bueno!

 


Púrgate lo bueno

Corrígete la moral

Mira tu propio palacio

Revísalo en el mundo

Cotéjalo a paso lento

sin hundirte en las profundidades febriles de tus ambiciones cortesanas

 

Si yo triunfé luego de contener la respiración ante el hervor de mis buenas acciones

estoy confiado en que tú te resbalarás por la vida sin dejar impronta alguna


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Tu infierno salvador

 


Cuando le prendas fuego a tu casa

habrás creado tu propio infierno salvador

 

Un camino se abrirá y destrozará las naves de heno

uniendo los polos opuestos que se desconocían allá en las calderas ecuatoriales

 

Si los ángeles flaquearon

los demonios sí serán la cúspide de la evolución del hombre

Y como esclavos

eternos de pena

con idéntico destino

levantaremos ciudades-sepulcro

donde cadáveres incestuosos se engañarán mutuamente en marchas y contramarchas


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Nuestros vicios

 


Todos abrazamos un vicio

Todos nos arrimamos a un extremo y bien lo ocultamos o bien lo justificamos

 

Y nos abrimos el apetito caminando o trabajando

librando dulce guerra contra quienes nos odian y juzgan de lunes a viernes sin que el vecino se dé cuenta

 

Dejemos entonces los mimos grotescos y sonriamos con egregia incongruencia ante las insípidas movidas que hacemos en nuestro tablero de ajedrez


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Mi dedo inquisidor

 


Mis plegarias unifican los soles que ante vosotros son como ruiseñores que oímos cantar durante los embates del invierno

 

Mi rostro calmado está enclaustrado dentro de mi exhalación por escribir

aunque todavía merodean con magia en sus corazones las musas que nos liberarán de los sentimientos impuros y de las heridas que entibian mi pecho y alumbran mi dedo inquisidor


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Fuente de corrupción

 


Mis oraciones matutinas avergüenzan a Dios Padre en cuyo cielo habitan fábulas que son humo

 

Mi alma extranjera promete conservarse en el sentido del Hijo

pero Él se mueve

se empequeñece

me esquiva

 

Cuando la fuente de corrupción cosecha en mí

las diversiones comienzan a abundar

POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Futuro fugitivo

 


Tu fortuna crece como las cuentas de un rosario ya oído

 

Tu cuerpo pasa hambre con la dieta más noble que fue encontrada en tus graneros

 

El futuro fugitivo mejora la digestión

pero empeora nuestro apetito


sábado, 19 de agosto de 2023

POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Otra vez preñada

 


Otra vez preñada

 

Viejos gemelos aguardan con temor y esperanza la hora del presagio

 

Las calles erizadas de manos adoloridas mueven los ojos ansiosos y ya les tiene reservados sus parcelas de conmiseración

 

Las limosnas alimentan cristianas posibilidades

aunque no caigan pletóricas de los banquetes parroquiales

 

Cariño

no temas

hoy hay más amor que mañana por la mañana


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Infiernos privados

 


La menguada morada de mi libertad ha provocado infecciones que cuestionaron a los hombres que defienden con puños y palos nuestros infiernos privados

 

Tu trabajo le ha dado calle a mi verso demasiado culto

demasiado hijito de mamá


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Ansias de amar

 


Quiero ver aquello que envidio

Quiero arrepentirme del mapa languideciente de tus paseos hacia mi corazón embajador

 

El mérito de mi ofrenda se desnuda como sacramento en boca de cura

haciendo retratos con líneas que vivirán para verme morir

 

Párteme de una buena vez y sácame estos versos con el martillo del carpintero que huye de un rey en peligro de extinción


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Deudor de tu pluma

 


Un mundo en una canción escrita en un verso pétreo de prosa terrible que tú olvidas cuando me ves pasar

siempre deudor de tu pluma

siempre sospechando que todo lo mío tiene la estructura de todo lo tuyo

 

Solitarios cuadros románticos languidecen en el penumbroso barco surto desde hace siglos en un puerto abrumado de álamos encorvados.

 

Cántame desde tus alturas.

 

Sóplame las velas enjaezadas en tu honor.

 

Dime en qué mar los vientos blancos volverán a brillar en la aurora de mi vida.


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - La reunión de las cuatro

 


Compadézcome de mi razón

de la gracia poderosa que me impide caminar por la ciudad a las tres de la tarde porque hay que tener los reportes listos para la reunión de las cuatro


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Infancia adulta

 


Mis trabajos son naturaleza que aviva las pasiones de mi mujer cada fin de mes

 

Cuanto más mérito

menos admiración

 

La infancia adulta es apenas crepúsculo que retoza al mediodía


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - ¿Y si me atrevo a ser yo?

 


Primitivas manchas en los soles declarados simples por un notario que extravió el juicio debajo de una mesa

 

Discreción para encubrir las virtudes de los hombres adúlteros que aman a la poesía después de las ocho y solamente los sábados

 

Cuando las balanzas valientes actúan en contra de la voluntad de Dios

la libertad paga renta y uno termina arrodillado preguntándose por el valor de un fin de semana sin amigos y un sol simple en la camisa


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - La elegía más estéril

 


La salud nos evita

 

Es la enfermedad quien nos ofrece su divina vanidad y canta en nuestro lecho

tocando

con su dedo largo

la delicada cuerda de la elegía más estéril celosamente enchufada en el poto de una lámpara


POESÍA PERUANA - CHICOS CHICAS Y CHIQUES de Daniel Gutiérrez Híjar - Mi mujer

 


Mis penas alivian tus angustias

Tu cuerpo rige mi mente

Y tu mente agita mis manos mustias

 

El genio de un hombre jamás confía en el de otros

pero cuando la adversidad lo llama por su nombre

corre a esconderse en las pacientes melodías de su mujer


"CHICOS CHICAS Y CHIQUES" - Perfección con sabor a canción

 


Lleno este vacío

que se extingue en un jardín hermoso

con amables venablos que hacen escarnio del fuego alegre que me consumía

 

Envidio tu perfección

Tu perfección con sabor a canción

 

Envidio que reverberas en el eco de mis pulmones casi extintos por tanto cigarrillo que fogoneé en los pasillos de tus hermosos jardines