jueves, 30 de diciembre de 2010

Luis Castañeda y su burda propaganda

Cuesta creer cómo personajes como Luis Castañeda perciban, en cada encuesta de intención de voto para las próximas elecciones presidenciales, tan alto nivel de preferencia.

Castañeda no sólo no explica la truculenta operación en el caso Comunicore, investigada hasta la saciedad por diferentes medios de prensa que han detectado serias irregularidades aún no asumidas ni esclarecidas por las partes involucradas, sino que además, de acuerdo a sus últimas declaraciones con respecto a la aparición de su nombre en obras públicas, muestra un cinismo tan colosal como el ego del señor Alán García. (Al respecto, no tiene nada de malo poseer un ego colosal, creo yo).

El ex burgomaestre ha dicho que su nombre aparece en las diferentes obras municipales que se vienen inaugurando para que el pueblo sepa quién las hizo. Añade, también, que puesto que todavía no es candidato, formalmente hablando, no está violando ningún tipo de ley ni está actuando de manera deshonesta frente a sus virtuales rivales.

Desde mi punto de vista, es poco ético que una persona, sea presidente o alcalde, coloque su nombre en cualquier obra pública pues no es de su bolsillo de donde sale el dinero para ejecutar tales obras. Los dineros que permiten construir carreteras, remodelar parques o edificar escaleras, provienen de los impuestos que cada uno de nosotros pagamos. No es justo pues que venga un fulano y, sólo por ocupar un cargo público (cargo que debe demandarle humildad y actitud servil para con el pueblo que lo eligió), se arrogue la hechura de las obras que el dinero ajeno ha posibilitado.

Peor aún es la actitud de Castañeda al promocionarse a costa de los bienes públicos en medio de una contienda electoral que, así diga él lo contrario, ya ha empezado. Si no, ¿acaso Castañeda no presentó hace poco en un evento transmitido en señal abierta a los ganapanes que lo acompañarán en las próximas justas electorales?

Un poco más de ética y moral se le pide al señor Castañeda.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Otra razón para no votar por Castañeda

Una señora llamada Rosa Nuñez fue presentada por el candidato a la presidencia del Perú, Luis Castañeda Lossio, como vicepresidenta en la plancha que llevará en estos próximos comicios electorales.

Por otra parte, el empresario César Acuña es integrante del frente liderado por Pedro Pablo Kuczynski para las elecciones presidenciales del 2011.

César Acuña es conocido por haber creado algunas instituciones de educación superior en el país, las cuales le han conferido un gran poder económico. Es además, fundador del partido político Alianza para el Progreso, el cual, en los últimos comicios municipales, destronó la supremacía que el APRA solía tener en el norte del país.

César Acuña y Rosa Nuñez son esposos, pero actualmente llevan tres años de separación. Esto lo afirma la señora Rosa en una entrevista para el diario Perú 21: “A mi esposo y a mí no se nos ha pasado por la mente el divorciarnos. Pero sí estamos separados de hecho hace tres años”.

Hasta ahí, me parece muy bien que César quiera pertenecer a la alianza de Pedro Pablo Kuczynski y Rosa participe de la propuesta del señor Castañeda. Es un acto plausible de diversidad y tolerancia ideológica en una pareja. Hubiera sido un acto de extrema tolerancia y diversidad si el señor Acuña y la señora Rosita no estuvieran separados de hecho, pues esto demostraría que a pesar de que se aman, pueden adoptar las ideas políticas de su preferencia sin que ello cause alguna fisura en su relación.

Sin embargo, lo que me hace ver de modo dudoso la solvencia moral de la señora Nuñez es que decida usar el apellido de su esposo en el eslogan de su campaña: “Rosita de Acuña”. La señora sabe que su esposo es mucho más conocido que ella y hace uso de ese conocimiento para el beneficio propio de su campaña.

¿Acaso Castañeda no la presentó como una mujer luchadora que se ha forjado por sí sola? ¿Entonces por qué esta señora hace uso del apellido ajeno y más conocido para propulsar su campaña? Si es una mujer que se ha forjado una carrera de éxito desde abajo, ¿no puede presentarse con sus propios pergaminos y dejar de lado la tramposa argucia de usar el apellido del esposo exitoso y empresario?

La señora dice: “Estoy casada desde hace 33 años y no veo por qué debo negar mi apellido de casada. Toda la vida me han conocido así”. Perfecto, señor. Nadie le puedo pedir que niegue su apellido. Pero usarlo en el eslogan de campaña es ciertamente tramposo y facilista, pues hace uso de la fama de su esposo para su propia rentabilidad electoral. Gánese usted su propia fama señora, su propia popularidad. Respete a su esposo. Sobre todo ahora que él pertenece a las filas de otro candidato.

Ese sólo hecho ya me hace dudar de la rectitud moral que la señora pueda mostrar en caso de alcanzar el poder. Pero ¿qué se podía esperar de los integrantes de la plancha que conduce Luis Castañeda si este personaje aún no aclara cuentas con el pueblo como aquella nefasta transacción de Comunicore?

Es otro motivo más que he encontrado para no votar por el partido de Solidaridad Nacional y buscar otras alternativas.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Hoy terminaré mi relación con Wendy

Hoy terminaré la relación con Wendy. Es definitivo. Lo he pensado muy bien y creo que será lo mejor para ambos. Sobre todo, para mí.

Habría que contar la historia completa.

Luego de haberle comprado aquel primer pantalón en el Boulevard de la Cultura del jirón Quilca, regresé siete días después. Compré otro pantalón y una polera a rayas. En esta ocasión la conversación con Wendy fue más amistosa y me permitió invitarle a almorzar. Ella me había contado que su jefe no le proveía un dinero para que ella pueda adquirir sus alimentos. Esto me indignó para mis adentros. Por eso, le extendí esa amistosa invitación gastronómica.

Comimos, cada uno, un cuarto de pollo a la brasa. Conversamos amenamente. Recuerdo que esa vez, yo lucía, sin saberlo, un chupetón en el cuello que Karina me había dejado la noche anterior cuando hicimos el amor. Wendy me preguntó sobre esa manchita roja. Le conté la verdad. Le dije además que mi vida era así: podía estar con Karina un fin de semana, el otro con Pamela, el otro leyendo un libro. No quería comprometerme con nadie y mucho menos pensar en casarme o tener hijos.

Wendy le comentó a su amiga, luego, cuando yo me hube ido, que era un chico que no valía la pena. Antes de despedirnos, acordamos salir esa misma noche. Me estaba invitando ella a un concierto metalero en un edificio viejo, que era hábitat de ladrones y prostitutas, en el Centro de Lima, a escasos pasos del jirón Quilca.

Yo, como le he contado a Wendy, hasta ese momento, no sentía deseos de que ella fuera mi enamorada. Me interesaba sí. Me atraía su personalidad y el hecho de que pertenecía a un mundo que yo no conocía y que mi afán descubridor me incitaba a conocer: el mundo de la bohemia roquera del epicentro limeño.

En el concierto, la trate como a una amiga. Sospeché que, luego de haberle contado mis miserias y erráticos trajines sexuales, no surgiría ningún tipo de relación entre los dos.

Grande fue mi sorpresa cuando ella me cogió de la mano al finalizar el concierto y me llevó al parquecito de la Plaza Francia. Allí nos besamos largamente. Después la dejé en su casa. Me fui de allí con la ilusión de estar con una mujer espectacular.

Los días que siguieron fueron decisivos para que Wendy terminara por conquistarme sin que ella se lo propusiera. Me mostró la calidad de persona que era, su preocupación por los que menos tenían, la devoción con la que se entregaba a una noble causa. Wendy, a pesar de los conflictos familiares que la acosaban y de su pasado colmado de penas y pobreza, es una mujer que ha sabido procurarse unos estudios, pagados por ella misma, trabajando en una y mil cosas desde muy pequeña. Conocer su historia significó mi abatimiento ante tan bella persona.

Una semana después, cuando todo parecía que iba encaminado, recibió la llamada de su ex enamorado. Él se llama Stu Swayne. Stu es baterista de cuatro bandas de dark metal locales. Stu tiene ojos verdes, es extremadamente guapo, blanco, alto y fuerte. Sostuvo con Wendy una relación de dos años. Esa relación había terminado hacía un par de meses cuando Wendy se cansó de que Stu la hiciera sufrir constantemente con sus múltiples desplantes. Sin embargo, ella guardaba especial cariño por él.

Esa llamada que recibió de él, hizo que dudara de sus verdaderos sentimientos hacia mí. Me comentó sobre la llamada en un taxi que nos llevaba a su casa. Me dijo que yo era una buenísima persona con ella, que me había portado excelentemente, pero que estaba confundida y, por tanto, yo no la merecía. Soy muy inestable, Daniel, ahorita no sé qué me pasa, me explicaba entre tímidas lágrimas. Me dijo que sería mejor que la relación acabase. Asimilé el golpe y, sabiendo que nada se puede hacer ante la determinación de la mujer que quieres y que es de pésimo gusto andar rogando, acepté el final de la relación. Eso ocurrió un viernes.

Al llegar a mi casa, revisé mis correos con la esperanza de encontrar un email con una oferta de trabajo. Los años de experiencia que tengo en esto de las relaciones amorosas ya me habían enseñado que no vale la pena sufrir por nadie. Estaba muy tranquilo y ya me había hecho a la idea de regresar a mi también querida soledad. Le agradecía a Wendy, sin embargo, los maravillosos momentos y las gratas experiencias que había pasado a su lado. En mi correo, encontré un mensaje de Karina. Me invitaba a salir el sábado a la discoteca.

Al día siguiente, sábado, salí con Karina. Terminamos en el hotel de siempre en Los Olivos. Ya no estaba con Wendy así que ya no le debía fidelidad. Momentos antes, en la tarde de ese sábado, Wendy había estado timbrando a mi celular. No contesté pues necesitaba mi espacio para poder olvidar algunos rescoldos de esa relación que acababa de fallecer. Al día siguiente, domingo, regresé a mi casa a la una de la tarde. Había pasado parte de la mañana entre los brazos y piernas de Karina. Ese día recibí la llamada de Wendy. Me llamó al teléfono fijo de mi casa. Mi madre contestó. Me pasó la llamada. Wendy quería verme ese día. Quería hablar conmigo. Como no tenía nada qué hacer, accedí.

Conversamos. Caminamos por Plaza San Miguel. Estábamos en plan de amigos. No obstante, veía en su rostro y en sus expresiones un deseo reprimido por reiniciar la relación. Le propuse volver. Se dejó besar. No dábamos besos cortos en Plaza San Miguel. Me dijo que por qué mejor no seguíamos de amigos y nos conocíamos mejor. Lo nuestro había empezado muy rápido. Me comentó además que lo de su ex ya lo había superado. Me pidió disculpas por la forma abrupta en cómo le puso fin a nuestra relación. Yo no le conté nada sobre mi salida con Karina.

El martes siguiente salimos nuevamente, en plan de amigos. Terminamos en el parque Kennedy de Miraflores. Luego de dar unas vueltas y pasarla genial (porque siempre la vamos a pasar genial pues congeniamos muy bien) entramos a un bar. El Taska bar. En ese lugar, la traté totalmente como a una amiga, no la toqué para nada y le hablaba de lo que pensaba con respecto a tener una amiga con la cual pasarla tan bien. Ella se iba indignando. ¿Ya no sientes nada por mí?, me preguntaba, como recriminándome. Sí siento mucho por ti, pero tú misma me dijiste que seamos amigos. Y ahora te veo así. Es más, no me provoca besarte. Te veo como una buena amiga. Esto terminó de ofuscarla y comenzó a llorar. Me dijo que ella pensaba darme una respuesta afirmativa a la proposición de regresar que yo le había formulado el día anterior. Ahora se daba cuenta de que mi amor había desaparecido. Salimos del bar y nos sentamos en una banca del parque. Luego de decirle que yo sólo trataba de ir pausadamente como amigos y que todavía la seguía amando, ella dijo amarme. Me prometió que no volvería a ocurrir aquella inseguridad que se apoderaba de ella cuando la llamaba su ex.

Algo más de dos semanas ha transcurrido desde aquella renovación de nuestros compromisos. Nos veíamos todos los días. Compartimos infinidad de anécdotas y momentos divertidos. Su ex le había escrito un par de mensajes que ella me mostró sin que yo se lo pidiera. Me dijo que no le afectaba en lo más mínimo. Yo pensaba que nuestra relación iba por buen camino.

Todo se crispó ayer. Ayer no nos vimos. Ayer su ex fue a visitarla a su trabajo. Ella me contó por teléfono que estaba muy turbada por esa visita inesperada. Comenzó a tener dudas. ¿Quieres terminar conmigo?, le pregunté. No, no es eso. Pero sería mejor que vinieras mañana a verme para conversar. Stu y ella conversaron alrededor de una hora según ella me relató.

Hoy voy a hablar con ella. Parece que nuevamente está confundida. No creo que vaya a terminar nuestra relación. Me dijo eso por teléfono. Pero, de todas maneras, quería hablar conmigo, contarme lo que le sucedió ayer.

Luego de pensarlo mucho, creo que es mejor que esta relación llegue a su fin. Su ex, seguramente arrepentido por lo mal que la trató en el pasado, quiere reconquistarla y asegurarle un promisorio futuro. ¿Quién soy yo para impedirlo? Wendy no quiere darse cuenta de que nunca podrá sacarse de la cabeza a Stu. ¿Por qué luchar entonces en contra de ello?

Hoy terminaré la relación, por el bien de ella. Si ella no lo hace, yo sí lo haré.

No dejaré de agradecerle nunca, sin embargo, los maravillosos momentos que Wendy me regaló. Quedarán tatuados en mi mente con vivo fuego, más tatuados que la rosa que adorna uno de sus brazos y que tanto me gustaba acariciar.

A pesar de que el cariño por Wendy es muy grande, no me siento acongojado ni apenado ni afligido de ponerle fin a nuestro enlace. Claudia me enseñó eso: ser maduro en estas cuestiones del amor.

La cita de hoy con Wendy es a las tres de la tarde. En el siguiente post contaré cómo discurrió el último encuentro entre ambos en calidad de enamorados.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pequeñas infidelidades

Wendy y yo, más que enamorados, somos amigos. Muy amigos. O al menos, yo la considero como una de mis mejores amigas. Hoy por hoy, la mejor que tengo y con la que procuro ser muy sincero.

Es muy difícil esto de la sinceridad. A pesar de que yo la preconizo y hago alarde de ser sincero y honesto hasta decir basta, como diría Bryce, es extremadamente ímprobo sostener un comportamiento íntegro.

Es cuando escribo, sin embargo, cuando me siento más libre para expresar mis verdades.

Wendy todavía recibe mensajes de texto de su ex. A veces me los enseña sin que yo le pida que lo haga. No sé si me enseña los que le convienen o me enseña todos los que su ex le escribe. Yo confío en ella. El amor y el trato divertido y cariñoso que me regala me ayudan a no desconfiar de ella.

Tiendo a desconfiar de las personas porque yo mismo soy una persona de poco fiar. Tiendo a creer que todos son de poco fiar como yo. Le he ocultado en esta última semana a Wendy que Karina todavía me escribe exhortándome amorosamente a sostener otra sesión sexual con ella este sábado.

A Karina no le he dicho de manera manifiesta que actualmente le debo fidelidad a una chica. No lo he hecho porque siento que si lo hago, dejaré de recibir sus emails que tanto bien le hacen a mi ego. En ellos siempre me dice que soy lindo (yo no pienso que soy lindo sino todo lo contrario) y un buen amante en la cama (pienso que quizá sí soy un buen amante).

Le he ocultado también a Wendy que, hace poco, le escribí a mi amiga Pamela que me hubiera gustado verla el martes pasado para “hacer algo”. No fui explícito. Lo escribí así: “hacer algo”. Pamela, obviamente, asumió correctamente lo que yo quería significar con esa frase. Me respondió que estaría encantadísima de hacerme el amor.

En otro correo le escribí a Pamela que enardeciera mi imaginación describiendo las posturas sexuales que le gustaría practicar conmigo. Recibí su respuesta en las que incluía un par de poses que hicieron que mi falo se hinchiera de la emoción. Describió en su correo la pose conocida como la de “las tres de la tarde” y otra que requería cierta elasticidad de mi parte.

Este correo a Pamela lo escribí con el objetivo de obtener las respuestas que yo sabía serían afirmativas. Quería inflar mi ego. Todos mis problema siempre se han debido a mi absurdo y gran ego.

No fui a la cita con Pamela para tener sexo. Cita que tampoco quedó muy bien planeada pues no quise que así fuera. Ya lo dije, sólo quería insuflar mi ego con las respuestas cariñosas de Pamela y Karina. Tampoco voy a salir con Karina este sábado, muy a pesar de que le escrito recientemente que sí podré verla. Le escribí que podía verla, pero no le he especificado en qué lugar ni a qué hora- Esto último por la sencilla razón de que realmente no deseo concretar nada sexual con ella.

Mi fidelidad a Wendy seguirá incólume. El propósito de este escrito es desenmascararme y exponer lo que venía haciendo a espaldas de Wendy. Espero que si ella llega a leer esto, vea en esta confesión un sincero acto de fidelidad y amor. Espero que si Pamela y Karina llegan a leer esto, sepan perdonarme por utilizarlas para medrar mi ego y comprendan que, en estos tiempos, me resultaría imposible tener sexo con ellas. En estos tiempos quiero ser fiel por segunda vez en mi vida. No quiero echar a perder la relación que existe entre Wendy y yo.
Algún amigo, experto en el arte de la infidelidad, podría decirme que me las tire a Karina y Pamela con tal de que Wendy no se entere. Ser caleta, o sea.

Es cierto que eso se puede hacer: serle infiel a Wendy y evitar testigos de por medio. Pero yo no podría hacer eso. No puedo. El testigo sería yo, y tarde o temprano lo confesaría. No podría vivir con el hecho de saber que le he sido infiel a la mujer con la que pienso “sentar cabeza”, como dicen los huachafos. No hay testigo más implacable que yo.

Hoy también estuve con Wendy. Y ella estaba sin maquillaje. Al verla, me decía para mi coleto: ni se te ocurra cagar una relación tan plena como la que tienes con esta mujer que, aun si maquillaje, es más bella que una poesía de Amado Nervo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

¿Ha leído algo de Vargas Llosa?

En una edición del programa Prensa Libre, una reportera se adentró en las fauces del palacio congresal del Perú. Su misión era conocer qué tanto conocían los moradores de ese lugar y, supuestamente, padres y representantes de todos nosotros, la obra del ecuménico Mario Vargas Llosa.

El resultado de aquella incursión fue espeluznante. La mayoría de los cuestionados no sabía explicar con claridad la obra de Mario Vargas Llosa que aducían haber leído. Navegaban por generalidades haciendo uso de muletillas sin llegar a rozar siquiera el meollo de las preguntas: ¿qué libros del premio Nobel de Literatura 2010 ha leído? ¿Cuál es su apreciación del libro que leyó?

Fue indignante ver cómo estos congresistas procuraban escamotear las preguntas y huir. Hubo una señora legisladora que proclamó que Ña Catita era una obra perteneciente al autor de El Hablador. No faltó aquel que confundió La Ciudad y Los Perros con Los Perros Hambrientos del ilustre Ciro Alegría.

Quiero aclarar un par de cosas. No es un pecado no haber leído a Mario Vargas Llosa. Es un pecado moral e intelectual no leer. Si este país está como está es por su pobre nivel cultural.

En el recorrido de aquella periodista solicitando la opinión de los parlamentarios sobre la obra de Vargas Llosa se vio flagrantemente el carácter cínico y escurridizo de sus entrevistados para eludir temas que les son incómodos.

¡Cómo el pueblo pudo haber elegido a estos tipos que no tienen el menor reparo en mentir en lugar de asumir que jamás han leído!

Si no has leído nada de ningún autor, al menos ten la gallardía moral de reconocerlo y aceptarlo, y no discurrir echando mano de ambages que, además, no resultan para nada convincentes.

Estos congresistas ni siquiera saben mentir.

El reportaje de Prensa Libre, además de mostrarnos que en el Congreso la prolífica obra de Mario Vargas Llosa es completamente desconocida, nos ha revelado que allí habitan seres inescrupulosos que con el fin de quedar bien son capaces de responder barbaridades. Nadie allí, aparentemente, es capaz de aceptar una verdad: su supina ignorancia. Son traposos y se valen de artimañas para velar su pobreza intelectual.

Es comprensible que la mayoría del pueblo peruano no haya leído a Vargas Llosa o a cualquier otro autor porque ella se dedica a salir de la pobreza continuamente y su mayor preocupación es conseguir el dinero suficiente para adquirir los alimentos que les servirá de sustento en el mañana. A ese pueblo pobre peruano no se le puede exigir que compre un libro (porque en este país los libros son onerosos) porque se podría quedar sin comer una semana. El Estado no se preocupa por suavizar los precios de los libros de modo que estos puedan llegar a un público más numeroso.

Pero a esos congresistas, que medran día a día del erario nacional, sí se les puede exigir que se culturicen, porque tiene los medios con qué hacerlo. Dejaron la pobreza desde que consiguieron su más anhelado y preciado objetivo: atiborrarse los bolsillos de plata.

Sin embargo, su interés por la cultura es inexistente. Por ende, no sorprende su pasividad para hacer que la cultura sea más cercana a las masas.

Cuando la conocí

Wendy es alta para el común de mujeres de este país. Es atractiva y me resulta inexplicable que seamos enamorados a sabiendas de que yo no soy guapo en absoluto. Ni siquiera mínimamente. Debido a ello, y a mis constantes inseguridades a este respecto, es que sospecho que nuestra relación algún día pueda terminarse. Sin embargo, procuro disfrutar cada momento.

A Wendy la conocí en el Boulevard de la Cultura en el jirón Quilca; jirón que visité innumerables veces por mi afán de comprador compulsivo de libros.

Cierto día que no recuerdo exactamente (ella tampoco: sólo sabemos que fue un día de finales de octubre) había ido yo muy temprano a comprar libros. El lugar al que yo asistía con mucha asiduidad para este fin era uno regentado por un señor que puede tener entre cuarenta y cincuenta años y que siempre está acompañado de un gato. Él vende allí, si uno sabe buscar, maravillosos libros y obras clásicas a precios exageradamente baratos. Esto se debe a que todos son libros usados y antiguos. Con cinco soles uno puede salir del lugar con tres o cinco libros bajo el brazo.

Ese día sólo compré un libro. El único que me interesó luego de haber pasado alrededor de media hora sumergido en la ruma de libros que aquel señor posee en su negocio. Tampoco recuerdo qué libro fue.

Tenía en mente comprarme un pantalón. Un jean pitillo de esos que usa Billie Joe Armstrong, vocalista de Green Day, en sus conciertos. Entré al Boulevard de la Cultura. Me dirigí a la tienda de ropa que está inmediatamente cerca de la entrada. Sabía yo, porque había pasado por allí muchas veces y porque hacía años me había comprado un par de polos ahí, que esa tienda vendía los pantalones que a mí me interesaban.

Ingresé a la tienda sin percatarme en absoluto quién despachaba. Mi atención se enfocó únicamente en buscar el pantalón cuyo llamado yo sentía desde hacía unos pasos atrás.

Al poco rato se me acerca una mujer de sonrisa amable y me pregunta “¿algún modelo en especial?”. Era Wendy. Estaba ataviada toda de negro. Sus brazos y sus piernas estaban envueltas en mallas negras por cuyos resquicios se veía una piel trigueña. Su pelo negro ondeado tenía pintados un par de mechones castaños. No me pareció atractiva en aquel primer instante. Le comenté sobre lo que buscaba. Entonces sacó un par de modelos que se ajustaban a mi pedido. Me los probé. No me quedaban. Sacó otro que parecía ser mi talla. Ella me trataba muy amablemente y con mucha paciencia.

Finalmente di con el pantalón adecuado. Su tela se pegaba al contorno de todas mis piernas. Era el pantalón punk que quería. Me atreví a hacerle una pequeña humorada a la chica que tan bien me estaba cayendo.

-Este pantalón está perfecto-le dije-. Pero no tendrás uno que me haga ver esta zona un poco más abultada-agregué, señalando con mi mirada la parte donde mi pequeño sexo dormía pasivamente.

Ella se rió. No tomó a mal mi grosero comentario pues todo lo formulé de una manera juguetona, alegre y, si cabe, guardando las distancias. Sin ser confianzudo, porque detesto eso. Con la simpatía y la gracia que luego le conocería, me respondió:

-No, no tengo. Ese problema tuyo ya viene de fábrica y no se puede arreglar.

Mirándonos en el espejo, me dijo que el pantalón me quedaba muy bien. Yo estuve de acuerdo. Una vez cerrada la transacción. Me animé a conversar breves minutos con ella. Le pregunté qué clase de música escuchaba.

-New wave, black metal, gothic metal-me respondió.

-¿Eres metalera?-le pregunté.

-Soy gótica-me contestó.

Me pareció fascinante conocer a alguien que se proclamaba de esa manera y que, por su vestimenta, parecía vivir su música y los ideales propios de esa corriente metalera. Me dije: aquí hay una veta interesante qué explorar para, quién sabe, encontrar material de algún libro futuro.

Sin embargo, Wendy era diferente. No era un simple gótico pesimista, vampiresco, tímido y arcano, sino que habitaba en Wendy un espíritu criollo y dicharachero. Moraba en Wendy un ser bellísimo que tendría la oportunidad de conocer de manera más frecuente una semana después. Posteriormente, también descubriría en ella a un ser en extremo complejo y cambiante. No obstante ello, hay un hilo acerado que une todas sus facetas: la sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, su amor hacia los desposeídos.

Ese día me fui con un libro bajo el brazo y un pantalón pitillo en una bolsa, sin sospechar que días después, a la salida de un concierto de black metal en el Centro de Lima, Wendy y yo nos daríamos los primeros besos, sentados una banca del parquecito de la Plaza Francia, bajo la luz de un poste antiguo, en una tibia madrugada.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La renuncia

Antes de conocer a Wendy, yo trabajaba para una compañía minera a la que renuncié cordialmente pues consideraba que el trabajo que tenía que realizar no era compatible con el nivel de educación que había recibido en la universidad y que desmerecía enormemente todo el esfuerzo y el dinero invertido por mis padres en mi formación profesional.

Había aceptado aquel trabajo gustosamente y coloqué todo mi empeño en él. Realicé una labor que mis jefes supieron apreciar a pesar de ser poco el tiempo que permanecí allí. Una semana de preparación nos brindó la empresa a la nueva gente que había sido aceptada al igual que yo. Durante esa semana no conocimos exactamente el trabajo que realizaríamos.

Menuda fue mi sorpresa cuando descubrí cuál era verdaderamente la función principal en aquel trabajo. Como el dinero que me procuraba esa empresa me era en extremo necesario, pues debía pagar un dinero mensual a un banco, tuve que tragarme el orgullo y continuar con el oficio que se me había encargado.

Tres meses trabajé con ahínco y la firme convicción de que cualquier esfuerzo era válido por mantener bien a la familia.

En setiembre de este año, la idea de dejar el trabajo en esa empresa ya rondaba mi cabeza. Sólo estaba esperando que mi CV fuera recibido por alguna otra empresa. Sin embargo, la suerte me era muy esquiva. Lamentaba haber renunciado a mi anterior trabajo en donde, si bien no ejercía directamente la minería, ejercía el cargo de supervisor, la paga era muy buena y la oportunidad de trabajar para su sección de planeamiento podía ser cosa de tiempo y paciencia. Impetuoso y arrogante como era, decidí alejarme de allí a fines del 2009.

Cierto día mi hermano me escribía contándome que una empresa minera lo había contratado como ingeniero junior. Me alegré mucho por él. Al siguiente segundo pensé: con mi hermano trabajando, puedo dejar este trabajo y pedirle amablemente que se hiciera cargo de pagar la deuda al banco, mientras yo buscaba algo mejor. Mi gentil y buen hermano aceptó de buena gana, luego de que yo le contara mis decepciones con el oficio que la empresa a la que pertenecía me pagaba por hacer.

Durante los primeros días de octubre, era otra vez un ciudadano desempleado. Empecé a enviar nuevamente mi CV a diferentes llamamientos de trabajo. También, para distraerme, iba al jirón Quilca a comprarme algunos libros que pudieran llenar con sus páginas las inmensas horas de ocio que componían mi nueva y ya conocida rutina de completa nulidad laboral. Fue en una de esas visitas a Quilca que conocí a Wendy.

Todavía sigo enviando CVs. Me he logrado comunicar con un amigo que me ha ofrecido indagar entre sus amigos si existe una oportunidad laboral para mí. También, mi ex jefe (y amigo aún) en el trabajo en el que fui supervisor está tendiéndome una mano para tentar regresar a esa empresa de la que considero, ahora, gracias a la madurez y los golpes que la vida me ha dado, nunca debí haber defeccionado.

Sin embargo, no me arrepiento en modo alguno de haber renunciado voluntariamente al trabajo que venía desempeñando hasta hace pocos meses. No lo realizaba con el mismo entusiasmo que al inicio, y, sinceramente, estaba convencido de que no aportaba mayores luces a mi formación profesional. Al realizarlo me sentía un mercenario. Y si hay algo de lo que puedo ufanarme es que siempre he procurado decir la verdad y conducirme dentro de los parámetros de mis ideales.

Mi madre, para suavizar las críticas que mi renuncia pudiera haber suscitado en mi padre (que vive en Chimbote) o mi tío (que reside en Chile), me aconsejó que les contara que no había renunciado a la empresa sino que, más bien, el contrato había terminado debido que el supuesto proyecto para que el que fui contratado había concluido antes de lo previsto. Le agradezco a mi madre el consejo, que puse en práctica y que evitó que el vendaval de críticas por parte de mis familiares me inundara al encontrar parecida la situación a la del 2009. Este caso era distinto. Y, como lo repito, de esta renuncia no me arrepiento. Si la vida es generosa conmigo, relataré, a modo de ficción, las gratas y no gratas experiencias que viví en el Cusco, en ese trabajo.

El tiempo que empleo en la búsqueda de trabajo que todavía sigo realizando se ha dulcificado gracias a la presencia de Wendy en mi vida, con quien, sin duda, experimento día a día nuevas y divertidas (a veces penosas) situaciones, y con quien aprendo que el amor puede ser algo que difícil de entender pero que al fin y al cabo sí existe.

Como me dijo mi tío antes de regresar a Chile hace poco: “Daniel, tu principal labor es enviar CVs a las empresas para que consigas un buen trabajo”. Y en eso estoy. Enviando mi resumé y esperando respuestas. Respuestas que no llegan y que espero acompañado de la ternura, donaire, gracia y sensibilidad de Wendy.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Un regalito de Dios

Es muy ridículo que personas como yo piensen que sus vidas son una suma de calamidades y catástrofes, viviendo, por ende, amargada y sombríamente, mostrándole al mundo constantemente la mejor cara de culo que pueden poner.
Yo no le ponía cara de culo a nadie. No es mi política. La mía es más bien trata de ser amable en todo momento, cantando todo el día y congelando una sonrisa en mi rostro. Pero sentía en mi fuero interno que mi vida no era la que yo deseaba que fuera. La iba asumiendo como una colección interminable de fracasos y derrotas.

Esto era hasta hace muy poco.

Hace poco ha entrado en mi vida una mujer espectacular, no sólo físicamente (siempre que caminamos y paseamos por las calles más peligrosas de la ciudad, tirios y troyanos le festejan el culo) sino humanamente. Lo primero que me cautivó de ella al conocerla fue su don de gente, su extraordinaria calidad humana, cosa muy rara de encontrar entre la gente.

Ella no ha llevado una vida descansada, acomodada o de lujo. Todo lo contrario. Su vida sí ha sido realmente dura. Y a pesar de eso, es la mujer más optimista, más solidaria y alegre que he conocido en toda mi vida. Su sonrisa y, sobre todo, su mirada me han contagiado una vitalidad inmensa y han tirado por los suelos los conceptos pesimistas que tenía de la vida, particularmente de la mía.

Como le comenté en alguna ocasión, sólo me he enamorado dos veces en mi vida: la primera vez sucedió con Claudia, y no me equivoqué; nuestra relación se extendió por casi seis años. La segunda vez fue con Elena. Esta última vez, la relación estuvo visiblemente marcada por el deseo más que por los sentimientos.

Y hace poco he sentido ese llamado del destino, he sentido que Dios (sí, porque he vuelto a creer en Él) ha tenido la gentileza de poner en mi camino a una mujer tan linda, espectacular y nobilísima en mi vida para enseñarme a valorar la mía. Conocerla es una aventura que no se compara con otra. Verla sonreír es un acontecimiento que me provoca tal sosiego como ningún otro. Caminar a su lado y apoyarme contra su cuerpo me demuestran que es cierto eso de que uno más uno no es dos, es el infinito.

Esta preciosa mujer me ha devuelto las ganas de vivir, de creer en la vida y de no renegar de ella. Gracias a ella he renunciado a albergar ese concepto flaubertiano de la vida que había desarrollado en estos meses y que me fijaban como metas perentorias el no tener hijos y el vivir poco.

Sólo con esta mujer sería capaz de cometer esa locura de traer seres humanos al mundo. Sólo con ella. Me siento muy afortunado de tener los padres que tengo y de contar en mi vida con las personas que me rodean. Eso lo he descubierto con ella. Y ahora, me siento más afortunado todavía porque Wendy la ha hecho inmensamente rica.

Se acabaron en mi vida los desmanes amorosos y sexuales. Así se lo he prometido y así me nace del forro hacerlo. Mis ojos y todos mis sentidos solamente tienen una sola dirección: Wendy. A todas mis queridas amigas con las que he sostenido esporádicos encuentros sexuales les diría que nuestra amistad se mantendrá incólume por el resto de nuestras vidas. Sin embargo, es obvio que esas amistades no volverán a desbandarse hacia otro tipo de terreno, el del sexo, o sea, por una simple razón: porque estoy enamorado de Wendy. De verdad.

Esta será, así lo presiento y lo siento, la última vez que me enamore en mi vida. Y le doy gracias a Dios de que sea con Wendy con quien experimente esto tan bonito que estoy sintiendo todos los días.

domingo, 17 de octubre de 2010

Haya de La Torre y el voto electrónico

No pertenezco ni simpatizo con ningún partido político peruano, luego, no simpatizo ni pertenezco al APRA. Este entimema lo enuncio para dejar en claro que, a pesar de no ser aprista, admiro tremendamente a Víctor Raúl Haya de La Torre.

Actualmente estoy leyendo su libro “Mensaje de la Europa Nórdica” y quedo profundamente tocado por las ideas renovadoras social demócratas y progresistas que este gran pensador peruano nos transmitía albergando quizá la esperanza de que nosotros sus compatricios las adoptemos para mejora de nuestra sociedad.

De todos los países escandinavos que visitó por la década del 50 -luego de haber sufrido una injusta “carcelería” en la embajada colombiana-, Haya de La Torre había quedado gratamente admirado de los progresos de Suecia, del orden que ostentaba su parlamento, de los casi nulos índices de analfabetismo, de pobreza, de la excelente seguridad social que impartía el gobierno a sus ciudadanos.

Relata su visita al Palacio de Riksdag en donde presenció y elogió la manera ordenada en que los parlamentarios votaban. Dice Haya de La Torre: “El gobierno está presente siempre en los debates de ambas cámaras, representado por los ministros. Tienen éstos bancos especiales a la derecha de la presidencia. Pero los representantes no se sientan agrupados por partidos como es práctica general parlamentaria. Los puestos se distribuyen por orden de circunscripciones. Y así en las votaciones –cuando se llama a división por medio de unos timbres sordos que resuenan en todos los compartimentos del palacio legislativo- cada cual toma su asiento y presiona un botón eléctrico. Un tablero luminoso marca con luces de colores los votos en pro y en contra, así como las abstenciones. Y unos letreros, también eléctricos, dan los resultados que el presidente confirma acompañando sus dictados con sendos golpes de mazo.”

Es evidente que Haya manifiesta abierta admiración, no sólo por los avances en materia social del país escandinavo, sino también por su adelantada tecnología.

Sin embargo, aquí en el Perú, sus supuestos seguidores, quienes al parecer no han leído “Mensaje de la Europa Nórdica”, se convirtieron en el único grupo conservador, desfasado y reaccionario que se opuso a la instauración del voto electrónico. No obstante ello, la moción de inserción de esa modalidad de votación, a todas luces moderna, segura y rápida, ha sido aprobada.

Yo estoy casi seguro de que Haya de La Torre hubiera dado su voto a favor de usar la tecnología moderna para llevar a cabo unos comicios más seguros y más rápidos. Mas él no presagió, o no advirtió, que sus epígonos o corifeos se convertirían en una banda de pillos, malhechores y truhanes que ven en la instauración del voto electrónico un medio eficaz que no les va a permitir ganar más elecciones “en mesa”.

La lucidez del pensamiento de Haya de La Torre no es compartida por los actuales autodenominaos apristas.

Haya de La Torre estaba muy a favor de las ideas progresistas. ¿Qué se entiende por progresista? El DRAE define esa palabra así: “Dicho de una persona, de una colectividad, etc.: Con ideas avanzadas, y con la actitud que esto entraña.” Y, de acuerdo a esto, la instauración y aplicación del voto electrónico es una idea avanzada que es ínsita de seguridad y rapidez. Espero que en el corto plazo también se luche, democráticamente, por la instauración del voto voluntario. Gran paso sería ese para la mejor elección de nuestros gobernantes.

viernes, 8 de octubre de 2010

Gracias Mario

Desde que conocí la literatura de Mario Vargas Llosa, quedé totalmente fascinado y me propuse tratar de ser un escritor.

Luego de haber, a los 9 años, tenido un contacto parejo con la creación de ficciones y con la lectura, sobre todo las lecturas de suspenso de Agatha Christie o las obras de Arthur Conan Doyle, tuve una ruptura con tan apasionante ocupación.

Durante la adolescencia leía algún que otro libro, pero el numen de la creación literaria se me apagaba gradualmente.

En la universidad, por azar, me matriculé en el curso electivo de Literatura Peruana. Allí conocí a Claudia. Y también, por insistencia de ella y del curso, pero sobre todo de ella, leí a Mario Vargas Llosa. Y tuve ese primer contacto con ese endiablado escritor mediante su libro Conversación en La Catedral, monumental novela que narra de manera magnífica la situación política de los años 50. Quedé maravillado con la técnica que emplea Vargas Llosa para concatenar las diferentes escenas que componen al libro y, máxime, para enlazar el pasado y el presente sin sobresaltos, de manera llana y suave, sin que el lector se percate de esos saltos hacia atrás y hacia adelante.

A partir de ese momento emprendí la deliciosa tarea de leer todos los libros de Mario que no había leído y los que el escritor pensaba escribir. Clara muestra de la maestría de las calidades literarias de este egregio escritor peruano se encuentra en su obra La Guerra del Fin del Mundo, una novela que sobrepasa, si acaso, el carácter total que ya se venía germinando en Conversación en La Catedral. No poco esfuerzo le debe haber costado a ese genio peruano crear una obra en la que todos los personajes principales de la novela tiene voz y, al unísono, dan cuenta de la ominosa guerra que se libraría entre las huestes de la república y las masas de los sertones brasileros.

A modo personal, y no quiero faltarle el respeto a él, Mario Vargas Llosa ha sido mi maestro. Las enseñanzas de un maestro son aquellas que uno asimila con gusto y facilidad, sin darse cuenta del esfuerzo intelectual que uno hace al momento de absorberlas.

En el pequeño librito que publiqué en julio de este año, Latidos del Asfalto, en un par de cuentos y, más flagrantemente, en el cuento Dinero, hago uso de la técnica del flashback de MVLL para estructurar ese episodio. No estoy ni estaré a la altura de la pluma de MVLL, pero siempre le agradeceré sus novelas y los estados de emoción, indignación y asombro que me causaron las historias que pergeñó.

Muchas gracias, Mario, por todas esas ficciones y apólogos que nos has legado. El premio Nobel no hace más que hacer más patente tu condición de escritor universal que ya te habías ganado desde que publicaste La Guerra del Fin del Mundo y tus muchos otros éxitos.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Amantes Sunt Amentes (Elena)

Valdelomar decía: “Yo soy aldeano, nací y me crié en la aldea, a orillas del mar, viendo mis infantiles ojos de cerca la naturaleza. No me eduqué con libros sino con crepúsculos. El profesor de religión fue mi madre y lo fue después el firmamento. Mis maestros de estética fueron el paisaje y el mar. Mi libro de moral fue la aldehuela de San Andrés, de los pescadores. Mi única filosofía, la que me enseñará el cementerio de mi pueblo”.

Yo, modestamente, y salvando la innavegable distancia, diría: “Soy de Los Olivos, nací y me crié en un barrio en las faldas de un cerro. Me eduqué en las pichangas crepusculares con los amigos luego del colegio. Elena me enseñó lo que es amar y odiar. La moral no la he aprendido aún. Sólo sigo, hago y preconizo lo que a mí me parece correcto. Mi única filosofía es aprender y escribir.

Y todo esto me trae a Elena a la mente.

Elena era fanática del grupo de rock mexicano Panda. Ella me enseñó a descubrir otros grupos como MXPX o Sugarcult. Pero ninguno de esos grupos le gustaba tanto como Panda. Recuerdo que, en las pocas ocasiones en que tuve la oportunidad de estar con ella en el interior del departamento de su tía en la peligrosa avenida La Paz, Elena ponía un disco de Panda en la radio.

Por aquel entonces (un par de años ha), las únicas canciones que me gustaban de Panda eran “Tripulación Armar Toboganes”, “3+1” y “Mi Muñeca”. Cuando Elena me hacía escuchar otras canciones, además de las que mencioné, con la intención de que yo también me enviciara con ese grupo y podamos compartir un mismo gusto, yo me atrincheraba en un cascarón de terquedad y le declaraba que prefería escuchar canciones de Allison, banda, también mexicana, que por esos años me cautivaba con sus canciones y con el soft punk que ostentaban.

El maravilloso y sobresaltado tiempo que pasé al lado de Elena, ha quedado grabado en mi interior con inigualable y honda profundidad. Muchas veces he soñado con que me la topo por la calle y nos saludamos efusivamente; muchas veces he soñado que luego de saludarla nos vamos a bailar a la discoteca en Huánuco en que la vi por primera vez; innumerables veces he soñado que luego de bailar nos vamos a tomar más de un par de tragos en el Friday’s de la avenida La Marina; tantas veces he soñado que luego de beber tanto, de reírnos tanto, de amarnos tanto, de odiarnos tanto porque nos hemos confesado, con clara intención de herirnos, que nos hemos sido infieles, hacemos el amor con parejo desafuero en un hotel muy cerca de la avenida La Marina.

Así, impelido por tantos sueños, algunos muy húmedos, con Elena, decidí escuchar Panda. Pregunté en Google cuál era el mejor disco de Panda. La respuesta fue casi unánime: “Amantes Sunt Amentes”. Me bajé todas las canciones de ese álbum y las incorporé en la biblioteca musical de mi módico iPod.

A partir de ese momento, he venido escuchando repetidas veces las canciones de ese álbum, las letras que basan esos ritmos rasgados y la voz raída que las interpreta. Todas provocan que evoque a Elena. Es como si cada una de ellas hubiese sido compuesta para los determinados momentos que viví al lado de ella.

Una vez leí ese libro titulado “El Secreto”. Recuerdo una de sus lecciones o frases que decía que si piensas en que algo que deseas, o no deseas, va a suceder entonces sucederá indefectiblemente. Yo quiero desmentir aquello pues ya son dos años que vengo soñando fervorosamente con un encuentro con Elena y hasta el momento lo único que me acerca a ella son las canciones de Panda.
Me encantaría fumarme un porrito con Elena antes de hacerle el amor. Hacer el amor con Elena era como disfrutar de un viaje mágico hacia lugares aún inexplorados por el hombre, hacia regiones vastas compuestas de la suave piel y las exquisitas secreciones lúbricas de Elena.

No estoy enamorado de Elena, sólo, quizá, esté un poquito obsesionado con la idea de sentirla nuevamente a mi lado.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Mi amiga Pamela

No comprendo cómo, a pesar de que yo me dinamito constantemente en esta página al confesar mis vicios, mis fobias o mis convicciones, todavía queda gente que me quiere, o al menos, dice quererme.

Tal es el caso de Pamela. Hace poco escribí que frecuento a una prostituta cuando deseo satisfacer mis urgencias sexuales de un modo festinado y sin falsas y estúpidas promesas de amor de por medio. Pamela leyó este artículo y, en lugar de odiarme como era de suponer, me ha confesado que me ama aún más.

Luego de que Pamela se enterase, también a través de mi blog, de que últimamente no deseaba tener ningún tipo de relación sexual con mujer alguna que no fuera Claudia porque su recuerdo se anteponía e interponía a toda mujer, Pamela me dejó en claro, de modo cordial y cariñoso (como correspondía a la dama que es), que no quería verme.

Al cabo de dos semanas recibí un correo de ella. Lo abrí. Vi que no sólo me lo enviaba a mí sino a otras tres o cuatro personas más. El correo era totalmente impersonal. Le hacía propaganda a una página para conocer amigos y amigas.

Me planteé algunas hipótesis:

1. Pamela ha enviado ese correo a una determinada lista de amigos y, sin darse cuenta, mi dirección figuraba en esa lista. Por tanto, recibí el correo sin la menor intención de Pamela de enviármelo y retomar el contacto conmigo.
2. Pamela ha abierto un correo conteniendo aquella información propagandística que al final resultó siendo un virus el cual se envió automáticamente a su lista de amigos.

Como puede colegir el avisado lector, ninguna de mis hipótesis alberga la posibilidad de que Pamela haya tenido la expresa intención de enviarme un correo.

Yo, que ya la extrañaba en mi vida, me aproveché de la situación y le escribí un mensaje de texto en el que le agradecía el haberme mandado el link para enlazarme a una página de búsqueda de amigos. Le escribí que me conmovía el hecho de saber que se preocupaba por llenar mi vida de amigos pues ella no se caracteriza por la abundancia de aquellos.

Mi intención era retomar el contacto con mi querida amiga Pamela. Yo he releído las cosas que he escrito sobre ella y veo, para mi alivio, que jamás me he expresado mal de ella, que en todas mis publicaciones me he felicitado por haber conocido a una persona tan noble, buena y apasionada como ella, que no me explicaba cómo alguien de tan nobles sentimientos como ella me albergaba y daba refugio en su vida.

Pamela me respondió con otro mensaje de texto. Me decía que no me había escrito ningún correo y que había leído mi historia del Hombre Tacaño y que le había gustado mi sinceridad. Además, me escribía “cone”, diminutivo del diminutivo “conejito”.

Extrañado por eso le escribí otro mensaje de texto: ¿Por qué me escribes “cone” si ya te has enterado que soy una basura de persona?

Pamela me respondió que yo no era una basura y que siempre me va a amar. “Mi gran pecado es amarte, conejito”.

Embargado por la arrechura que me invade cuando paso los días en el km 122 de la vía férrea de Machupicchu, en la obra tunelera de ampliación de la central hidroeléctrica de esa localidad, le pedí si aceptaba irse a la cama conmigo cuando yo regresara a Lima. Eso sí, sin idas a discotecas o ir a tomar tragos, sin cambios de planes a última hora. Sólo encontrarnos en el hotel y entregarnos a la pasión que está contenida en mí y, supongo, que también está contenida en ella.

Pamela, mi conejita, aceptó mi proposición para mi estupefacción.

No estoy enamorado de nadie. Ni siquiera de Claudia. He decidido que no necesito de una relación sentimental para sentirme acompañado. Disfruto mucho de mi soltería porque no me obligaba a tener que ver e idolatrar a una sola mujer o tener que preocuparme falsamente por ella. Estando solo puedo salir con quien quiera y disfrutar de momentos especiales para leer y escribir y, esporádicamente, trabajar.

La amistad que llevo con Pamela tendrá una vida perdurable pues no hay de por medio estúpidas concesiones amorosas o juramentos bobos de telenovela. Somos amigos que, ocasional o frecuentemente, se entregan a rendirle culto al sexo desbocado.

Desde ya espero con ansías el momento de volver a ver a Pamela.

Ojalá que no ocurra algo que me joda los planes.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Tatiana Astengo y Magaly Solier

Es sumamente fácil comprobar que vivimos en una sociedad donde la hipocresía reina. Todos somos hipócritas. Y cuando alguna persona deja de serlo, y se expresa sin hipocresías ni eufemismos, los hipócritas remanentes nos sobresaltamos y rasgamos las vestiduras.

Es el caso de Tatiana Astengo, quien en una entrevista para una cadena extranjera expresó que Magaly Solier es una india. Dijo que Magaly Solier obtuvo determinado papel en una película pues el director buscaba a alguien más india para el rol.

Y yo me pregunto ¿cuál es el problema? ¿Magaly Solier acaso no es india? Yo también lo soy y no me voy a derrumbar o escarapelar porque alguien me lo dice. Cada quien llega a este mundo ostentando determinada raza de la que debiera sentirse orgulloso sin caer en el bobaliconería de exaltarla pues pecaríamos de nacionalistas. Y se sabe que no hay peor mal que los nacionalismos extremos.

Sin embargo, los medios de prensa peruanos han catalogado a Tatiana Astengo como racista. Seguramente querían que Tatiana dijera que Magaly obtuvo el papel de inmigrante en la película porque poseía los rasgos físicos característicos de la gente que habita en las zonas andinas del Perú.

¿Cuál es el problema de decir que alguien es indio o negro o blanco o cholo si esa es su raza? ¿Tengo que usar un cúmulo de palabras para andarme con vueltas, rodeos y requiebros para expresar algo que podría hacer con una sola?

Dejemos la hipocresía de lado, por favor. Esas personas que se han escandalizado con que Tatiana llame a Magaly india son las primeras que, en privado, andan por el mundo “choleando” y menospreciando a gente que cree posee una raza inferior a la de ellas.

Todo mi apoyo a Tatiana y que no niegue lo que dijo. Yo en su lugar lo reafirmaría y le daría un ejemplo a la gente de lo que es vivir sin hipocresías.

martes, 7 de septiembre de 2010

El poder de Claudia

La mujer que ha marcado su personalidad en mí con tanta profundidad fue y es Claudia. Desde que ella terminó nuestra relación, he tenido la oportunidad de compartir momentos con otras mujeres. La compañía de aquellas otras mujeres me hacía olvidar, por momentos cortos o largos -según qué tanto la chica calaba en mí-, la figura de Claudia.

Sin embargo, Claudia con su presencia omnímoda y omnipresente, tarde o temprano –según cuán poderoso era el hechizo que la otra chica ejercía sobre mí, terminaba irrumpiendo violentamente en la relación, haciéndola trizas, añicos o polvo.

Claudia usaba un camino infalible para llevar a cabo sus innumerables sabotajes: la vía mental.

Ella estaba enquistada en mi mente. Cuando detectaba que mis pasiones lujuriosas o mis nobles sentimientos por otra mujer medraban, ella se descolgaba de alguna parte de mi cerebro e iniciaba su ataque devastador y demoledor.

Es así que en muchas ocasiones en que he tenido sexo con algunas otras mujeres con las que intentaba construir algún tipo de relación algo duradera (no es mi intención tener una pareja que me esté jodiendo todo el tiempo; no es mi intención satisfacer los caprichos de alguna mujer gastando un dinero que bien puedo emplear en comprar más libros que desborden mi biblioteca y, cual plaga literaria, invadan el resto de mi habitación), Claudia se hacía presente en el cabello de la chica, en su espalda, en sus nalgas o en cualquier otra parte. De pronto, sentía un poderoso anhelo por sustituir, in situ, in puribus e ipso facto, a la chica de turno por Claudia.

Su recuerdo inhabilitaba y anulaba todas mis armas. Mi pene languidecía al comprobar (sí, comprobar, porque es sabido que ese cilíndrico órgano tiene ojos, boca, oídos, cerebro y por tanto, puede comprobar) que la mujer sobre la cama no era Claudia. Mi pene reclamaba en esos momentos a Claudia. Al no estar ella presente, sino otra mujer que se revolvía, jadeante, sobre la cama de algún hotel de mala muerte pidiendo más caricias y más penetraciones, mi pene moría y se retraía y se retiraba, como si fuera un chiquillo al que no le han satisfecho su más perdido capricho.

Es por Claudia que no he tenido ganas de ejecutar el trío sexual que venía planeando desde el Cusco. Es por Claudia que ya no he sentido deseos de estar, tocar, besar o penetrar a Pamela.

La figura de Claudia es tan poderosa en mi mente que me ata de manos y evita que este ser, que ahora escribe estas líneas pensando justa y fervorosamente en ella, se enrede con alguna otra mujer.

Hasta el momento, estoy seguro de que el día en que Claudia abandonará el fuerte que ella ha erigido en algún requiebre de mi cerebro y dejará de ejercer su hechicera influencia será cuando ocurra mi intempestivo deceso.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Ménage à trois

Pamela y yo decidimos experimentar el sexo de a tres: ella, una amiga de ella y yo. Lo coordinamos una noche en que entré al Messenger. Casi nunca entro al Messenger, pero cuando uno no tiene con quien hablar en las noches a veces se ve obligado a hacerlo.

Era un viejo anhelo de Pamela cumplir esa fantasía. Bastante tiempo (desde que nací) llevaba yo esperando porque sucediese esa oportunidad. Ahora, mientras chateaba con Pamela, la idea germinaba y cobraba forma.

Pamela me comentaba que tenía una amiga, mayor que ella, que ya había gozado de las bondades del ménage à trois. Pamela tiene 34 años. ¿Qué tan mayor podría ser su amiga?

-¿Es muy mayor tu amiga?-le escribí.

-Es un poco mayor que yo-me escribió.

-Pero ¿qué tan mayor?-insistí. Yo quería hacer un threesome, pero no con una venerable anciana.

-Unos cuantos años más, no más-me responde-. Pero no es muy atractiva que digamos. Tampoco tiene un cuerpo espectacular.

Comenzaba a preocuparme sobre si realmente disfrutaría de esa posible comunión de cuerpos. Me animé, como último recurso, a indagar si la amiga en cuestión era poseedora del atributo que más me seducía.

-¿Tiene tetas grandes?-pregunté.

-Grandazas-me contestó Pamela.

Eso era todo lo que quería saber. Las tetas pequeñas de Pamela y su buen culo se verían contrapesados con las tetazas de su amiga y su no tan espectacular cuerpo. Le rogué que hablase con su amiga cuanto antes y que me asegurara que ella accedería a tomar concurso en nuestra peculiar aventura.

-Pame, si todo va bien, y no hay contratiempos (tú sabes cómo son de jodidos los contratiempos), estaré en Lima el sábado 4 por la tarde. Y en la noche, de todas maneras, tenemos que hacer realidad nuestra fantasía. Tu amiga tiene que estar disponible para ese día. Convéncela, por fa.

-Tranquilo Conejito-ella siempre me dice Conejito; raro, porque yo más que un conejo me parezco a un chancho por lo gordo que estoy-. Tienes que tener paciencia. Recién hablaré con mi amiga y le comentaré un poco sobre ti. Pero yo creo que sí va a aceptar. Ella es mi pataza y siempre me aconseja y me da lecciones habladas de sexo. Es un vacilón y una loca.

Eso era lo que yo quería: una tetona loca en la cama. Una loca que me enseñase las posturas más placenteras que eleven a condición de arte al acto sexual.

-Dame una semana, Conejito, para convencer a mi amiga. Primero voy a tantearla.

-Justo en una semana estoy llegando, amorcito-le escribí.

Habíamos quedado así. Sin embargo, no me imaginé que las cosas se iban a joder antes de tiempo.

Pamela no respondía a mis cursilones mensajes. Incluso me había aventurado a enviarle mensajes de texto desde mi nuevo número Movistar. Tuve que comprarme un chip de Movistar, muy a mi pesar, porque es la única señal que capta en estas confinadas latitudes en las entrañas de Machupicchu.

Ella mantenía un mutismo prolongado. Supuse que seguramente se debía a que algunas de sus obligaciones como maestra la mantenían ocupada.

Una noche, como todas las noches aquí en Machupicchu, abrí mi correo. Apareció un solitario mensaje de Pamela. El título del mensaje era pavoroso y dinamitante para mis tantas veces postergadas intenciones lujuriosas : “Todo ha terminado entre nosotros”.

Su mensaje, extenso por cierto, relataba que Pamela le había recomendado a su amiga leer mi blog para que conociera un poco de mi forma “loca” de pensar. Su amiga leyó un artículo en el que me expresaba muy mal de Pamela, dejándola, según el comentario de su amiga, como una gran cojuda. Pamela leyó el artículo y se sintió devastada.

En su carta, me mandaba a la mierda de una manera decorosa y elegante, diciéndome que no me odiaba ni odiaría jamás porque yo le había enseñado a descubrir ciertas formas de placer que jamás pensó desarrollar. Pamela, fiel a su estilo, jamás perdía la compostura a lo largo de su dilatado mensaje. Toda una dama.

-La cagada-pensé-. Se fue a la mierda el trío.

Pero no solamente perdía la oportunidad del trío, porque al parecer la amiga de Pamela también tenía ahora un pésimo concepto de mí; también perdía a mi gran amiga Pamelita.
Ella se despedía muy afligida de nuestra amistad y me deseaba lo mejor en lo que me quedaba de vida.

Puse mis dedos sobre las teclas de la laptop y digité, compulsivamente, mi respuesta. Apelaba a su sentido del perdón para que disculpase mis impertinencias y desmanes literarios. Le escribía que, y esto era muy cierto, desde hacía un par de meses, para ser más exactos desde que puse mis pies en suelo cusqueño, la amaba y la deseaba muchísimo. Recuerdo haberle escrito: “Te amo muchísimo” una docena de veces. Recuerdo haberle escrito que me había dado cuenta de lo mucho que la amaba, que había caído en la cuenta que ella era la única mujer que se acordaba de mí y que me hacía sentir deseado. Pero lo más importante era que siempre estaba dispuesta a darme unas mamadas espectaculares. Y eso era algo que no permitiría que se me escapase de las manos.

A los días, encontré a Pamela en el chat. Le hablé bonito, procurando ser atinado. Tras media hora de escribirle, ella explotó.

-Dani, no puedo seguir así. No puedo estar molesta contigo ni alejarte de mi vida. Te necesito en ella. Tú eres mi Conejito de los ojos hermosos, de los ojos que me han alumbrado la vida. Te deseo, amor. Te deseo muchísimo.

Leí aquello y pensé: “No todo está perdido”. Le respondí que yo también la amaba y que me alegraba que me hubiese perdonado.

Sin embargo, lo que hasta ahora no me queda claro es si se realizará mi tan anhelado trío. No me pareció pertinente preguntarle si las cosas con respecto a ese tema todavía seguían en pie.

A escasos días para el sábado 4, aún no está claro si ese día en la noche me encontraré acariciando el cuerpo de dos mujeres al mismo tiempo. Lo que sí es algo casi seguro es que Pamela y yo nos amaremos con más frenesí que antaño y que la cama del hostal que nos albergue crujirá hasta romperse.

sábado, 10 de julio de 2010

Semana agitada y extraña

En estos últimos días me ocurrieron cosas tan raras que jamás hubiera imaginado que experimentaría. Las relataré en el orden en que se sucedieron:

Mi primer libro: Latidos del Asfalto

Se publicó mi primer libro de historias. Espero que no sea el último. El libro se titula “Latidos del asfalto” y, aunque no me guste hacer mucha propaganda de las cosas que hago porque no considero que pude haberlas hecho mejor, ya está en las principales librerías de Lima y Trujillo. Al menos, sé que el libro lo venden en la cadena de librerías Crisol porque esta cadena es la única que tiene página web.

Cuando me llamaron de la editorial para anunciarme que el libro estaba siendo colocado en las librerías, corrí a la computadora a revisar si había sido puesto en Crisol. Escribí mi apellido y mi nombre en el buscador del portal web de la librería. Presionaba “enter” y siempre aparecía el mismo mensaje anunciando que mi búsqueda arrojaba cero resultados.

Intenté entonces digitando el nombre del libro. Me embargó una emoción indescriptible cuando vi el titulo de mi primer intento literario en la pantalla de mi ordenador. Luego me di cuenta de por qué no obtenía ningún resultado cuando escribía mi apellido. La persona encargada de administrar esa página web había escrito “Guitierrez” en lugar de “Gutiérrez”. Mala suerte, me dije. No todo éxito es realmente un éxito, pensé. Siempre ocurren cosas marginales a tu relativo éxito que hacen que pises tierra y te des cuenta de que no todo es perfecto, mucho menos uno mismo.

La sustentación

El último martes sustenté mi tesis en la universidad. Obtuve la aprobación unánime del jurado gracias a que éste estaba compuesto por profesores que fueron muy benignos y amables conmigo. Siempre les estaré agradecido por la manera casi paternal con la que me trataron en aquella sala de grados del pabellón B de la facultad de Ciencias e Ingeniería. Les agradeceré también las múltiples correcciones que me hicieron llegar y que, quizá, no corregí tan cumplidamente, que hicieron que mi tesis fuese menos mala de lo que originalmente hubiera sido sin sus atentos y agudos comentarios.
Mientras pasaba las diapositivas y explicaba lo que decía en cada una de ellas, el ingeniero Cedrón me hacía ver las pifias y gazapos que merodeaban en mi tesis. Le agradezco el modo amable con que corrigió aquellos desmanes. El ingeniero Kishimoto me hizo una pregunta de corte económico, además de darme un gran consejo en mi futura vida como ingeniero. Del mismo modo, el ingeniero Iriarte, quien fue la persona con la que trabajé la tesis por más tiempo, tuvo amables palabras y consejos para mejorar mi tesis.
Pararme ante aquellos tres ingenieros, y escuchar las palabras de Mario Cedrón diciéndome que dejaba de ser bachiller para convertirme en ingeniero, fue un momento que vi en cámara lenta y con mucha suspicacia pues no creía el momento que estaba viviendo.
Acababa así una etapa mía en los claustros universitarios. Sin embargo, como les comentaba a mis compañeros de trabajo, lo de sustentar la tesis y adquirir el título de ingeniero no es más que un mero trámite académico; lo que en realidad convierte en ingeniero (médico, abogado, maestro) a una persona es la experiencia que obtenga en el campo laboral. Y esa experiencia es la que recién estoy empezando a recabar para sentirme un ingeniero de verdad.

Las entrevistas

Gracias a Sandra López y a Juan Miguel Marthans, a la editorial Mesa Redonda en su conjunto, se pactó un par de entrevistas radiales para que pueda hablar sobre mi primer libro.
Estas entrevistas tuvieron lugar el día viernes 9. La primera me la hizo Lorena Caravedo en CPN radio. Disfruté mucho de la conversación. Lorena me tributó palabras muy elogiosas que creo no merecía y que quizá enunció de manera mecánica. Sin embargo, disfruté mucho de esa conversación que duró alrededor de diez minutos. Ella prometió comprar mi libro en alguno de los puntos de Crisol. Si es que la llega a comprar y luego a leer, espero que el libro no ofenda o hiera su pudor pues las cosas que escribo en Latidos del Asfalto son no aptas para menores de edad y personas cargadas de moralina sino, más bien, para personas que entienden que la vida es un sumario de hechos obscenos, lamentables e imprevistos, y que, a pesar de ello, la viven con optimismo.
Una hora después, fui a radio Filarmonía. El local estaba ubicado en una calle antigua de Barranco, en una casona grande, acogedora, de principios del siglo pasado. El nombre del conductor del programa era Carlos. Nada más supe de él. El encuentro tuvo una duración de cinco minutos y, al igual que en el programa de CPN, conté algunas referencias del libro.
Con Lorena, debido a la extensión del tiempo, pude explayarme sobre algunos hechos cotidianos que se desprendían de los cuentos del libro.
Estoy muy agradecido con la gente de Radio CPN, Radio Filarmonía y la Editorial Mesa Redonda. Mi eterna gratitud hacia ellos.

Por la velocidad y la vertiginosidad en que se sucedieron estos hechos, había dejado de lado las publicaciones que diariamente colgaba en el blog.

Mi papá y un amigo de la universidad que radica y trabaja en Canadá, Diego, me pedían encarecidamente –y hasta con amables amenazas- que siguiera publicando. Les agradezco mucho por su lectoría. Sé que son las únicas personas que tienen la paciencia de leerme, a pesar de no merecerlo.

Papá, deseo enviarte un saludo especial, primero por ser un buen padre y demostrarlo día a día y segundo, por haber comprado todos los ejemplares de “Latidos del Asfalto” que habían en el Crisol de San Miguel.

Muchas gracias a todas las personas que de una u otra manera han venido apoyándome a lo largo de estos años. Leo esto y parece como si me estuviera despidiendo. No es así. Intentaré seguir escribiendo con más regularidad.

lunes, 14 de junio de 2010

Otra perla de los apristas

MPM era una empresa constructora, sin gloria a futuro ni pasado apoteósico, que había nacido en este país de caos y miseria a fines del los años 80.

Esta empresa constructora tenía entre sus principales activos la presencia de dos “compañeros” apristas.

Se deduce que, desde su creación hasta antes de que García asumiera el mando presidencial, la empresa constructora MPM dormía profundamente.

Y como no hay mal que dure cien años, cuando Ala García asumió el poder, y con él toda la cohorte de apristas oportunistas y aprovechadores (perdonen el pleonasmo), la empresa MPM vio la luz. El año 2006 estaba signado para ser el inicio de la era lucrativa de la constructora.

Fue, pues, que en el 2006, MPM obtuvo la licencia para firmar contratos con entidades públicas. Había recibido la bendición del OSCE (Organismo Supervisor de Contrataciones del Estado).

Y desde esa fecha hasta ahora, MPM ha facturado más de 500 millones de soles en contratos con el Estado, más específicamente con Sedapal y el programa Agua para todos. Porque es en estas entidades que MPM cuenta con arcanos y cazurros contactos.

En estos tiempos, ser aprista es el medio más rápido y efectivo para hacer dinero.

Como me comentaba mi papá, seguramente que esa empresa MPM se constituyó con un capital irrisorio. Pero ahora hay que ver las camionadas de dinero que se han levantado en colusión con funcionarios apristas (malos funcionarios, o sea).

No hay que creer que los contratos que firman con Agua para todos, son contratos respetables y transparentes. No, señor. Perú 21 afirma que MPM tiene el cuajo de no respetar los presupuestos que establece y que suele aumentar sus costos a más del 10%.

Qué duda cabe que en este país, si quieres triunfar, sólo tienes que aliarte con la gente más “picuda” (como dicen los mexicanos) o de más influencia.

viernes, 11 de junio de 2010

Esparacholos

Soy cholo porque me gusta Green Day.

Soy un cholo ególatra porque pienso que mi tiempo y mi existencia son valiosos y porque ignoro la dimensión del universo.

Soy cholo a medias porque le he pedido un autógrafo a un “famoso” (Jaime Bayly, Álex Lora –vocalista del Tri-, Adrián Barilari –vocalista de Rata Blanca) pero no lo he atesorado con cariño.

Soy cholo porque he pedido que comenten en mi blog.

Soy cholo porque he limpiado los cubiertos con servilletas antes de comer.

Soy cholo porque le he pasado la voz a mi pata con un silbido y porque él me ha respondido con otro.

Soy cholo porque me gusta la canción de Shakira del mundial.

Soy cholo porque he creído, durante años, que MSN era la abreviatura de Messenger cuando en realidad lo es de Microsoft Network.

Soy un cholo arrecho porque he tenido videos porno en mi celular.

Soy cholo porque me he tirado pedos cuando he estado tapado con la frazada y luego he metido mi cabeza para olerlos.

Soy cholo porque me he pajeado viendo a una actriz porno que se parecía a mi enamorada.

Soy cholo porque alguna vez he distraído a mi flaca para sacarme los mocos.

Soy cholo porque me he creído superior por usar palabras complejas para explicar cosas simples.

Soy cholo porque como yogurt con cereales.

Soy cholo porque he matado moscas con un periódico enrollado.

Soy cholo porque he dicho “michi” en lugar de “mierda”.

Soy cholo porque he levantado el plato para tomar el jugo del ceviche.

He podido darme cuenta de que soy cholo gracias a los tips diarios que se emiten desde el usuario de Twitter: Esparacholos.

Bueno, también me doy cuenta de mi condición de cholo cada día en que veo el reflejo de mi cara en el espejo de mi cuarto.

jueves, 10 de junio de 2010

El Fujimorismo es Alberto Fujimori

Víctor Andrés Ponce, en su columna de hoy en Perú 21, se pregunta si el Fujimorismo, encabezado por Keiko Fujimori, podrá desligarse de los hechos funestos de Alberto Fujimori y convertirse en un “fujimorismo civil y moderno”.

Este columnista comienza su opinión de manera muy optimista, dando a entender que Keiko está haciendo un esfuerzo ímprobo para desligarse del fujimorato. Lo transcribo: “Keiko Fujimori ha empezado a distanciarse de algunos aspectos de la herencia política fujimorista”.

Yo discrepo del señor Ponce. Keiko no se está desligando ni quiere desligarse de nada. Simplemente está guardando un calculado silencio mientras decidé qué fichas mover para ganar más adeptos.

Afirmo esto con categórica seguridad pues ayer, mientras pasaba por la avenida Bolívar en Pueblo Libre, vi un cartel fujimorista en el cual se le instaba al viandante a apostar por Fuerza 2011.

El diseño del cartel era simple y se ubicaba en la parte superior del frontis de una casa que, no estoy seguro, podría ser una base del partido.

En cartel tenía como protagonistas a Keiko y a su padre, cohesionados en un abrazo sonriente. Agucé un poco más la vista y noté que Alberto Fujimori destaca ligeramente en la imagen. Esto, subliminalmente, daría a entender que detrás de Keiko, todavía se puede sentir el brazo prohijador de Alberto.

Si yo me quiero desligar de algo, no me tomo fotos con ese algo, pues. Me imagino que el cartel que vi no es el único. Debe haber un montón con imagen similar por todo el país.

Qué triste que en este país, un partido político que tiene como único argumento la nefasta figura paterna de la candidata, esté ocupando el segundo lugar en las encuestas de intención de voto para la Presidencia de la República.

martes, 8 de junio de 2010

¿Mantilla no tiene influencias en el APRA?

Consultado por la agencia de noticias peruana Ideeleradio, Javier Morán, secretario general institucional del APRA, descartó que Agustín Mantilla tenga alguna influencia en las decisiones del partido. Dijo: “Él pudo haberse reunido con algunas personas en función, tal vez, de una amistad, pero descarto que tenga participación en las decisiones del Apra”.

Creer en las palabras de este desconocido señor Morán sería pecar de ingenuo. En un mundo donde todo es conexiones e influencias, sobre todo en el partido aprista, que es un semillero de argolleros, creer en las palabras de ese señor constituiría una ingenuidad supina.

Si en el partido de gobierno mantienen poderosas influencias el popular “Don Bieto” y hasta Rómulo León, ¿cómo no va a tener influencias el ex ministro Mantilla, que para más señas, está hasta el momento libre de prisiones, a diferencia de los otros señores mencionados?

Tan tontos no somos algunos peruanos para creer en disparatados embelecos.

lunes, 7 de junio de 2010

Un hombre más fuerte

Ayer, luego de llegar de Chimbote y después de haber saludo a mi hermano Carlitos, éste me preguntó por la cámara de fotos.

-La tiene Claudia, Carlitos. ¿No te acuerdas que se la presté?

-Es que la quiero para hacer mis películas-me dijo Carlitos.

A mi hermanito le gusta filmar las batallas que planea con sus juguetes y luego los videos en Youtube. Hasta ahora no ha colgado ninguno de sus videos, pero cuenta con una veintena almacenada en el disco duro de la computadora.

Decidí llamar a Claudia. Eran las siete y cuarto de la mañana. Frío domingo.

Me contestó su papá. Sospeché que no me pasaría la llamada, que me diría algo como que su hija ha salido; pero era muy temprano, y encima domingo, como para que Claudia hubiese podido salir a alguna parte. Su papá me pasó la llamada.

Cuando escuché el sonido de unos tacos aproximándose al celular supe que Claudia se disponía a coger el auricular. Por las innumerables veces en que la he llamado a tempranas horas de la mañana y por las innumerables veces en que he oído que se aproximaba a contestarme con el sonido de sus tacos precediéndola, he llegado a la conclusión que Claudita no usa pantuflas, alpargatas u otro tipo de calzado liviano para desplazarse mientras todavía está en pijamas. Parece que sólo usa zapatos de taco.

Esto quiere decir dos cosas:

1. Que no tiene un calzado liviano.
2. Que se pone lo primero que encuentra para caminar. Y lo primero que encuentra para caminar es el calzado que seguramente usó en una fiesta a la que asistió el día anterior. O sea, sus zapatos de taco.

Luego de saludarla le pregunté por la cámara. Le dije si podía pasar por su casa más tarde para recoger el aparato. Me dijo que iba a ver. Después se quejó de que la llamara tan temprano. Su papá podría pensar que la estoy llamando para sacarla de su casa en la tarde y desaparecerse todo el día.

Malicié que seguramente ella había quedado con alguien en salir por la tarde, para lo cual ya contaba con un embeleco para despistar a su madre; verbigracia, salir a comprar ropa. Y yo estaba malográndole el plan llamándola tan temprano. Si ella le pedía permiso a su papá para salir a la calle, su padre iba a pensar que salía conmigo.

Creo que me reprendió más por eso que por el hecho de que la estuviera llamando tan temprano.

-Te llamo más tarde para decirte a qué hora puedes venir a recoger la cámara-me dijo. Era obvio que tenía muchas ganas de seguir durmiendo y, bueno, seguro también eso la molestaba un poquito.

Transcurrió todo el domingo y nunca me llamó.

Lo que rescato de este, para muchos, insignificante episodio, es que no sentí deseos de llamarla para averiguar por qué no me llamaba. Tampoco esperé con ansias a que el reloj marcase las once de la noches –a esa hora cualquier persona hogareña está en su casa, de todas maneras- para increparle por su incumplimiento de palabra.
Estuve tranquilo. Pensé: ya me llamará algún día para devolverme la cámara. Luego no me torturé como en otras ocasiones.

Esto significa que he superado cualquier tipo de cuitas con Claudia. Ella ha dejado de tener esa significancia amorosa que una vez mi corazón albergó por ella. Ahora puedo declararme un hombre totalmente desligado de sentimentalismos baratos de plazuela.

Este nuevo descubrimiento y afirmación de mi nueva condición me demuestran que estoy un poquito más preparado para seguir enrostrándome a las procelosas aguas del mar de la vida por un tiempo más, hasta que pueda asegurar la estabilidad económica de mi familia y haya escrito unos tres o cuatro libros. Una vez que haya alcanzado esos objetivos, me dejaré llevar al infierno del que salí alguna vez para poner mis dos pies en este mundo.

domingo, 6 de junio de 2010

De cómo traicioné la confianza de mi hermano - Parte 1

Lima me recibió con un cielo encapotado y una fina garúa. Con mi enorme mochila a cuestas caminé unas cuadras por la avenida Javier Prado, en el ridículo y tacaño intento de reducir significativamente la distancia desde el terminal de Cruz del Sur hacia mi casa en La Perla para que el taxi que pudiese tomar después me ofreciera una tarifa rebajada.

Tomé un taxi diez cuadras después.

-¿A Haya de La Torre en La Perla?

-Catorce soles.

-¿Y a Plaza San Miguel?

-Doce soles.

-Diez pues, maestro.

En Plaza, tomé la coaster de la ruta San Miguel-Callao. Hacía más frío y garuaba más en La Perla que en Javier Prado.

Los días en Chimbote habían concluido. A diferencia de las muchas otras visitas que hice a ese lugar, sin lugar a dudas, ésta última había sido la mejor. Disfruté cada uno de los días que estuve por allá.

El viaje me sirvió para afianzar los lazos con todas las personas que allá, en aquella ciudad del eterno olor a pescado, todavía me estiman, a pesar de que están enterados de las tonterías que aquí escribo y de que muchas veces suelo tomar decisiones incorrectas en mi vida y cometer disparate tras disparate.

Pero sobre todo, este viaje me fue útil para conocerme mejor y conocer un poquito más a mi hermano Miguel.

Antes de empezar con esto del blog, en mi relación con mi hermano, la confianza para contarnos sobre nuestras cuitas amorosas o sexuales no había encontrado cabida. Fue necesario que yo empezara a desnudar mis propios sentimientos, ante la anónima variedad de gente que me pudiera leer, para incoar el proceso de auténtico conocimiento de mis falencias, debilidades, vicios y taras.

Siempre que ocurría algo en mi diario quehacer, que yo consideraba que debía contar, corría a la computadora y principiaba a narrar el hecho a manera de cuento. Algunas historias quedaban terminadas, pero no eran lo que se dice un cuento, eran más una especie de relato arrancado de un diario. Otras historias se me alargaron y nunca recibieron su punto final. Ahora yacen lánguidas y mustias en la carpeta Mis Documentos de mi ordenador.

Descubrí esto del blog y comencé a colgar, en desmedro de mi propia reputación y honor –cosas, ambas, que no tenía ni tendré- mis atrabiliarias ideas y mis desmanes sexuales.

Me confronté a mí mismo. Saqué a relucir mis miserias y pude, por fin, abocarme a tratar de conocer a mi hermano, preparando el puente que creara esa complicidad que es propia de los buenos amigos.

Un buen día le pregunté si era cierto que había tenido relaciones con Karina, la chica con la que, digamos, mantengo una especie de relación. Él me dijo que no, que no había pasado nada mayor que unos cuantos besos.

La información que me proporcionó mi hermano la contrasté con la que me dio su amigo Ignacio. Ignacio me dijo que Miguel había “clavado” a Karina tantas veces y en tantas posturas como se clava un cuadro a la pared de una sala.

En una divertida conversación, como son todas las que sostengo con Karina, ella me dijo que no recordaba que entre ella y Miguel hubiese existido sexo, solamente alguno que otro beso. Le conté luego la versión de Ignacio y a ella se le aclaró la memoria y admitió que en una sola ocasión Miguel y ella habían tenido relaciones sexuales; pero que Ignacio era un exagerado de mierda que no debía andar diciendo esas cosas.

Sentí que mi hermano Miguel aún era reticente para ciertas cosas conmigo.

Otro día le pregunté a Miguel qué de cierto había en las habladurías que lo relacionaban con una de las asistentes que trabajaban en la clínica de mi papá, allá en Chimbote. Ese día estábamos bebiendo un preparado de ron con Coca Cola en una combi mientras nos dirigíamos a una discoteca de Los Olivos. Quizá por el efecto de los tragos, Miguel fue más sincero conmigo y me contó alguna de las aventuras que vivió junto a Pamela.

Pamela era guapa y había ido a visitar a Miguel a la casa que teníamos en Los Olivos. En esa visita, salieron al Parque de Las Leyendas llevando a mi pequeño hermano Carlos. Pasaron la noche y la madrugada en su habitación de la casa, con la secreta anuencia de mi madre, que para esos menesteres siempre ha sido muy aquiescente y comprensiva con sus mayores hijos –muchas gracias, mami-. Al día siguiente, ella regresó a Chimbote. Definitivamente, Miguel la había pasado muy bien.

Me reconfortó mucho saber que mi hermano veía en mí a un amigo. Ese era mi objetivo: no dejar ese tipo de secretos entre nosotros e intercambiar anécdotas, pasando un agradable momento de camaradería, acompañando nuestras historias con algunos vasos de cerveza.

Hace poco mi hermano viajó a Chimbote. Después viajé yo.

Mientras él estuvo en Chimbote, un día recibí una llamada de su celular. Era Miguel que enviaba saludos a la familia y me decía que en unos días regresaría a Lima. Me pasó con mi hermanita Alicia. La saludé con mucho cariño. Ella, interrumpiendo nuestra conversación, dijo:

-¡Miguel, deja de coquetear con Sandra! Le prestas más atención a ella que a mí.

-¿Quién es Sandra, Alicita?

-Es la chica que me ayuda en mis tareas.

-¿Y es bonita?

-Sí. Por eso Miguel está detrás de ella todo el día-me dijo Alicia, celosa porque su hermano le prestaba poca o ninguna atención.

Sospeché entonces que mi hermano estaba haciendo de las suyas. Cuando viajé yo a Chimbote pude enterarme de primera mano que Sandrita era un linda chica de dieciocho años, estudiante del primer ciclo de Administración en la Universidad Los Ángeles de Chimbote –vale aclarar que algunos profesores y alumnos no son tan ángeles como reza el nombre de dicho centro de estudios, a juzgar por algunas historias que mi papá me ha contado-, que había sido contratada por mi papá para que ayudase a Alicia, Rebeca y Raymundito en sus deberes académicos del colegio. Lika y Raymundo no se daban abasto para satisfacer esas demandas pues tenían que trabajar en la clínica hasta las nueve de la noche.

Miguel llegó de Chimbote y, luego de los respectivos saludos de rigor, le pregunté sobre Sandra.

-¿Es bonita?

-Un poco-me dijo Miguel.

-¿Estuviste con ella o algo?-pregunté, tratando de establecer el lazo amical que debe primar sobre cualquier relación fraterna. Porque un hermano no necesariamente es tu amigo por el sólo hecho de poseer el mismo vínculo sanguíneo. La hermandad carnal es simplemente un accidente en la vida.

Miguel me contó que sí, que había pasado algo entre ellos dos. Le felicité. Estar con una chica guapa no era poco.

Ya más entrados en confianza me contó que también había estado coqueteando y persiguiendo a Mirtha, quien es la chica que asiste a mi papá en la atención de su clínica de la mujer.

Mirtha y yo habíamos tenido una especie de relación fugaz en el pasado. Ella me había tenido mucho cariño y me guardaba un sentimiento muy especial. Dicho sentimiento fue destruido cuando le conté que no le era del todo fiel y que el amor que yo decía que le profesaba era solamente ocasional. Me mandó al carajo y me dedicó “Ojalá que te mueras” de los Hermanos Yaipén, canción que, dicho sea de paso, no me gustó ni me gustará pues su letra me parece digna de gente despechada que no sabe entender y comprender la diversidad de sentimientos que puede albergar el alma humana.

Sin embargo, poco tiempo después, Mirtha y yo retomamos nuestra amistad y hasta la actualidad se ha mantenido incólume.

Miguel me dijo que porfiaba por birlarle unos besos a Mirtha. Finalmente, luego de comer un ceviche y con unas no pocas botellas de cerveza encima, Miguel había logrado encajarle unos besos afiebrados a Mirtha.

Un par de días antes de que yo viajase a Chimbote, Miguel y yo estuvimos viendo una película en donde un tipo tenía que “partirse a la mitad” para estar con una chica y, al minuto siguiente, con otra.

Miguel, luego de reírse, me dijo:-Me hace recordar lo que hacía en Chimbote. En el segundo piso estaba con Mirtha y en el tercero con Sandra. Y así paraba, de abajo para arriba y de arriba para abajo.

Hay que contar, para que el ocasional lector pueda ubicarse mejor, que la casa de mi padre cuenta con tres pisos. En los dos primeros funciona su Clínica de la Mujer. El tercer piso es usado como vivienda propiamente dicha. Mirtha trabajaba en el primer y segundo nivel, asistiendo a los pacientes que mi padre curaría. Sandra pasaba el día en el tercero procurando ayudar a Alicia en sus tareas escolares. Miguel, según me confió, desarrolló el don de la ubicuidad para moverse en ambos mundos.

Cuando llegué a Chimbote, Miguel ni yo sospechábamos que yo traicionaría su confianza.

(Continuará...)

jueves, 3 de junio de 2010

Por favor, no me insultes

¿Quién no ha recibido en su vida un apelativo? Hay los apelativos cariñosos y aquellos ofensivos. Estos últimos pueden acarrear efectos devastadores en sus víctimas que aquellos que colocan esos epítetos no podrán ver ni mensurar.

Los calificativos malvados y colocados con saña generalmente sirven para hacer de la víctima el punto de chiste y risa en el ambiente donde estudia, trabaja o habita. Las denominaciones nocivas minan la autoestima del calificado pudiendo afectarle su futura vida profesional, amical, estudiantil, etc.

El caso del joven poeta peruano Javier Heraud nos prueba lo perniciosa que puede ser la práctica de colocar apodos insultantes para exacerbar las carcajadas de la “audiencia”.

En el artículo del último número de la revista Caretas de título “Javier Heraud: El burgués guerrillero”, Rodolfo Hinostroza, que conoció a Heraud, nos relata la conversación que sostuvo con el eximio poeta cuando se encontraban en Chile, a donde habían llegado gracias a una beca que a fin de cuentas había resultado un vil engaño del dictador Fidel Castro para reclutar jóvenes brillantes de toda Latinoamérica y convertirlos en líderes revolucionarios en sus lugares de origen.

Luego de algunos entrenamientos físicos con armamento e impedimenta militar, en los que Javier debido a sus condiciones físicas –era alto, flaco y desgarbado- muchas veces terminaba haciendo el ridículo, Hinostroza inicia un diálogo con el poeta sobre las verdaderas intenciones castristas de enrolarlos en la guerrilla revolucionaria.

“Yo le dije, básicamente, que el Perú no era Cuba, y en nuestro enorme territorio, con el triple de su población, y con un gobierno no dictatorial, era imposible que una guerrilla de unas pocas docenas de personas tomase el poder en 6 meses, como nos había profetizado Castro, y continué en la misma línea de razonamiento, que Javier no objetó. ‘Entonces ¿por qué vas a la guerra?’, le dije, y él repuso muy emocionado: ‘¿Sabes cuánto mido yo? Un metro ochenta y cinco, y siempre he sido el punto en el colegio, el gringo cojudo, el Grandazo por las Huevas. Siempre todo el mundo me ha pegado porque yo no sabía defenderme, siempre me han tomado de punto, desde la primaria. ¿Entiendes? Seguro que a ti no te ha pasado eso... Pero ahora yo no me corro y quiero demostrarles, a ti y a todos del grupo, que soy tan hombre como cualquiera’, me dijo mirándome a la cara, y yo le comprendí, hondamente”.

Debido a esos pueriles estigmas que le habían acechado desde el pasado es que Heraud había decidido hacerse guerrillero.

Si aquella gente, que tuvo el privilegio de convivir con Javier cuando éste era niño, no hubiera incurrido en la crueldad de rebajar o eliminar su autoestima por medio de aquellos impíos denuestos, seguramente Heraud hubiera vivido muchos años más y los amantes de su poesía hubieran tenido muchas obras más que disfrutar y estudiar.

Luego de leer este artículo, hice un mea culpa y decidí, en lo que a mí concierne, no usar apodos para referirme a las personas. Para eso las personas cuentan con nombres que las identifican plenamente.

Hasta pronto.

Las chicas de la última página

Siempre que vengo a Chimbote a visitar a mi papá, lo primero que hago es recolectar, de los diferentes ambientes que componen su naciente clínica, todos los números de Caretas que no leía desde mi última visita.

Reúno un buen número de revistas y, con cierta fruición, me dispongo a recorrer sus páginas en busca de los artículos dedicados a la literatura. A veces, y dependiendo de lo impactante de las fotografías, me avengo a leer una que otra nota sobre actualidad política.

Me gusta recorrer la revista Caretas, hoja por hoja, de principio a fin. La recompensa de mi recorrido se encuentra siempre al final de la edición: la mujer desnuda que posa en las más diversas posturas.

Lo que todas tienen en común es que solamente se dejan avistar las tetas; rara vez el perfil de sus tafanarios, pero nunca la vagina.

A través de Caretas he podido aumentar mis conocimientos acerca de las mujeres. Claro, no de las mujeres peruanas –porque las chicas de las páginas ulteriores no son peruanas ni poseen nuestros autóctonos rasgos- sino de féminas de extranjeras procedencias.

A mis años, ver las mujeres de la página final de Caretas sólo me produce una sana alegría y una promisoria esperanza de algún día follar con una chica de semejantes atributos.

Cuando tenía trece o catorce años, y venía a Chimbote, cumplía el mismo rito que de lectura que he descrito líneas arriba; con el agregado de que, al caer la noche, y acompañado por la soledad de la habitación que mi padre me procuraba para pasar mis noches, distribuía a la calatas de las revistas en una especie de abanico.

Al centro de ese abanico estaba yo, con mi pequeño miembro en ristre y la lujuria a borbotones, mirando a la más tetona, a la más culona o la que tuviera la cara más libidinosa y provocadora. Así, con un papelito al costado, que usaba para envolver mis adolescentes efluvios, daba por terminado mi ritual de lectura de Caretas.

Cuando el momento de retornar a Lima se acercaba, devolvía las revistas a sus lugares de origen. Mi papá las colocaba en las mesitas de su, en aquella época, sala de espera. Ahora él cuenta con dos salas de espera en vista del aumento de sus siempre fervorosos pacientes.

Los pacientes se daban con la sorpresa de encontrar pegadas las últimas hojas, como si les hubiera caído encima algún pegamento potente. Tengo que aclarar que yo jamás he pegado esas hojas con mis líquidos seminales. Yo siempre procuraba envolver a mis potenciales hijos en un papel de cuaderno. Seguro mi hermano tenía que ver con aquel entuerto.

Espero que la revista Caretas nunca proscriba a la calata de la página final.

Hasta pronto.

lunes, 31 de mayo de 2010

A pedido de Claudia

Hace dos semana Claudia me pidió prestada mi cámara fotográfica. Llegó a mi casa a verme y a recoger la cámara. Se la tuve lista para cuando ella llegó, con las baterías cargadas y el cable dobladito y ordenadito para bajarse las fotos a la computadora. Siempre que Claudia me pedía algo yo no dudaba en complacerla, costase lo que me costase su pedido. Mientras cargaba las baterías y revolvía la casa para ubicar el bendito cable de datos, aquella adrenalina, que sentía cuando estaba con Claudia o cuando esperaba por ella, se apoderaba de mí.

Ese día le entregué la cámara con la fruición y alegría con las que un niño le entrega su tarea bien hecha a su maestra. Claudia y yo vimos la tele echados en mi cama, panza abajo y con nuestros hombros juntitos, chocando.

A veces, desviaba la mirada del monitor y, sesgadamente, observaba el lindo perfil de Claudia. Al contemplarla me decía que, a pesar de todo, la vida es linda cuando estoy a su lado. Sus ojos, su nariz pequeña y su fina boca me devolvían la esperanza en la vida.

Cuando era hora de que emprendiese su marcha hacia su casa en Los Olivos, no dudé en robarle un beso. Luego de algunos infructuosos intentos, ella accedió. Fueron unos “picos” riquísimos. Claudia es, quizá, la mejor besadora del mundo. A pesar de que no fue un beso lo que nos dimos sino más bien la puntual unión de nuestros labios durante breves segundos, volví a sentirme renovado y con muchas ganas de triunfar en la vida.

Habíamos acordado en que el día martes regresaría para devolverme la cámara. No fue así. Ese día esperé pero ella nunca llegó. La llamé a su casa muy tarde en la noche. Me dijo que el día viernes, con toda seguridad, estaría yendo a verme con la cámara en las manos.

El día viernes tomé la decisión de visitar a mi familia en Chimbote el día sábado. Viajaría en la noche y amanecería el domingo por la mañana.

Atosigué ferozmente a Claudia a su celular. Faltaban pocos minutos para nuestro pactado encuentro y ella no me había llamado para decirme que venía. Eso siempre me ha molestado de ella: su falta de puntualidad y previsión.

Finalmente me contestó y, para mi alivio, me comunicó que estaba a quince minutos de mi casa. Me alegré muchísimo, volví a lavarme la cara y a echarme un poco más de mi loción barata.

Salí a esperarla a la calle. Al poco rato, la vi aparecer caminando por la recta de las dos principales bodegas de la avenida Pacífico. Llevaba unas zapatillas blancas, un par de blue jeans y una casaca púrpura, su color favorito. Estaba preciosa.

Nos saludamos y ella me preguntó que para qué quería la cámara con tanta insistencia.

-Seguro quieres tomarte fotos con esa-me dijo. Con “esa” se refería a Karina-. No puedo entender cómo un chico de La Católica, un ingeniero de La Católica, puede estar con esa chola fea.

-Es que yo no soy un “chico pituquito de La Católica”. Yo soy un chico pobre, de pueblo, que gracias al esfuerzo de sus padres pudo estudiar en esa universidad. Además, Karina me gusta y mucho. Y sí, la cámara la quiero para tomarme fotos con ella-le dije. Esto último lo dije para despertarle celos. Funcionó.

Discutimos sobre Karina. Me dijo que cómo podía estar con una chica que ha estado con casi todo mi ex barrio.

-Estuvo con tu hermano, Dani. Yo no entiendo cómo puedes ser tan estúpido para enamorarte de ella-me dijo Claudia. Noté que ella no leía mi blog. Si lo leyera, descubriría que yo no estoy enamorado de nadie y procuro no hacerlo. Creo en el amor írrito, es decir, sin fuerza ni obligación. Aún así, continué con la mascarada de estar muy entusiasmado con Karina.

Le conté a Claudia que al día siguiente viajaba a Chimbote.

-Seguro te vas con ella. Y quieres la cámara para tomarle fotos calata en un hotel-me dijo Karina, quien me demostraba que tenía una imaginación endemoniada y muy prolífica. Le seguí el juego.
Claudia se molestó y me dijo que mejor se iba, que otro día me daba la cámara.

-Además, no la he traído-me dijo.

Cedí y me desmentí. Le conté que la cámara la quería para hacerme una foto para la solapa de mi libro.

-Chinita, cómo se te ocurre que voy a viajar con Karina a Chimbote. Ella tiene que trabajar todos los días. No podría.

La tranquilicé y la llevé a mi cuarto.

Echados sobre la cama, vimos televisión. Nuevamente estábamos juntos.

-No entiendo cómo estás con esa chola fea-me reprendió cariñosamente.

Le dije que hace tiempo que no tengo relaciones con Karina, que no me provocaba hacerle el amor. Lo que sí me provocaba era conversar con Karina porque siempre terminábamos matándonos de risa.

Le acaricié la mejilla y su cabecita. Jugueteé con su pelo mientras ella veía televisión.

-Mentiroso. No te creo. Tú nunca puedes estar quieto, Dani. Tú eres un arriola.

No mentía. No se me antojaba estar con nadie en la intimidad.

-Lo que pasa es que no puedo sacarme tu cuerpo de la cabeza, chinita. Sólo se me para cabalmente cuando estoy contigo-le dije, buscándole la boca.

Nos dimos un pequeño beso. A partir de ese momento, pude acariciarle las nalgas y su espalda. Al poco rato, hicimos lo que siempre hemos hecho: acariciarnos y besarnos sin ningún tipo de penetración.

En los siete u ocho años en que estuvimos juntos, jamás penetré a Claudia. Todas nuestras relaciones se limitaron a caricias y besos a lo largo y ancho de nuestras anatomías.

Esta vez no fue la excepción. Sin embargo, Claudia no participó. Me dejó acariciarla y besarla compulsivamente. Cuando faltaban pocos minutos para que terminase nuestro encuentro le dije si podía eyacular mientras la besaba.

Ella aceptó.

-Pero que no me caiga en la piel-me advirtió.

Quedé satisfecho y muy contento. Había sido una experiencia maravillosa volver a tocar el cuerpo de Claudia después de muchos meses de alejamiento.

La acompañé al paradero de buses. Antes, nos detuvimos en una pollería. Le invité un cuarto de pollo - que compartimos- y una gaseosa mediana. Ella se encargó de dejarle una propina al mesero quien había estado muy atento y servicial.

-La vez anterior leí tu blog y la verdad que me haces quedar como una chica perversa-me dijo mientras devoraba sus papas bañadas en mayonesa-. Además, das a entender que tú y yo hemos tenido relaciones sexuales con penetración y todo. Creo que deberías aclarar eso.

Y eso es lo que acabo de hacer, Claudia. Este artículo tiene por finalidad dejar en claro que en nuestras sesiones amatorias jamás hubo penetración. No obstante, no podemos negar que intentábamos una de vez en cuando, pero el dolor que te producía nos hacía desistir de tal empresa. También quiero decirte Claudia que siempre serás mi mejor amiga y la chica más espectacular que haya conocido. Como era natural, tú y yo no podíamos ser más enamorados porque soy un chico que no está a tu altura. Fue una buena decisión la tuya el cortar nuestra longeva relación y asignarle el verdadero título que merece: el de la amistad. Y, te repito, tú siempre conservarás en mi corazón el escaño más importante.

domingo, 30 de mayo de 2010

Raymundo y su metamorfosis

Cuando uno es ingenuo y no ha abierto los ojos al exterior, uno cree que es invencible y que los problemas jamás se le presentarán. Uno es más ingenuo cuando es más soberbio. Uno es más soberbio cuando cree tener mucho dinero. Y si un problema, o un conjunto de ellos, se presenta pues uno cree que el dinero los solucionará tan rápido como el chasquido de los dedos. Algunas veces es verdad.

Acabo de llegar a Chimbote. He venido a visitar a mi padre, a mis dos hermanitas y hermanito, a Elizabeth –la esposa de mi papá y segunda madre para mí cuando arribo a este puerto peruano- y a toda la multitud que conforma mi familia paterna.

Mi papá me recibió muy alegre. Me condujo a la habitación que ocuparé por los próximos días. Vi con mucha satisfacción lo bien organizada que está la clínica que mi padre está implementando en su casa. Le felicité por ello.

-¿Quieres descansar un poco más?-me dijo Raymundo.

-No, papá. Te agradecería más bien si me puedes permitir usar la computadora para leer el periódico-le digo, así, con esa formalidad. Cuando era pequeño mi papá solía ser muy estricto conmigo y con mi hermano. En algunas ocasiones mi hermano y yo cometíamos ciertos desmanes propios de la edad que teníamos. Raymundo utilizaba su correa para corregirnos y amonestarnos. Miguel, que siempre ha sido el más despierto, escurridizo y cazurro de los hermanos, me usaba como adarga o escudo humano y, era yo, por tanto, quien recibía las tundas que estaban destinadas a él.

Debido a los flagelos que recibíamos por parte de nuestro padre, Miguel y yo edificamos cierto respeto fundido con miedo hacia nuestra figura paterna. Siendo mucho mayor el miedo que sentíamos cuando él llegaba del trabajo, por ejemplo.

La decisión sobre si pensábamos permanecer con la madre o el padre cuando ellos decidieron separarse fue inmediata para nosotros: disfrutaríamos mucho más pasando el resto de nuestras vidas al lado de mamá. Y así crecimos.

Mi papá regresó a su Chimbote natal. Luego de haber trabajado en grandes hospitales en Lima, tuvo que empezar desde cero en aquella ciudad del norte chico peruano. Se instaló en la casa de mis abuelos. En un par de habitaciones de la casa ubicada en el distrito de Villa María implementó un pequeño consultorio médico. Además, consiguió trabajo en el hospital regional chimbotano Eleazar Guzmán Barrón.

El tiempo se encargó de darle a mi padre lo que su habilidad e inteligencia iban sembrando a su paso. Conoció a Elizabeth y, en el año 2000, ella dio a luz a mi hermanita Alicia. Mi padre había alcanzado un puesto gerencial en el hospital. Por esos tiempos, compró un extenso terreno en el emergente distrito de Garatea. Con mucho esfuerzo y no poco sudor, mi padre edificó su casa, siempre con la idea de convertirla en una exitosa clínica médica. Cuando la casa estuvo en condiciones de ser habitada, dejó la residencia que el hospital le ofreció por ser el director –residencia en la que casi llego a copular con Janet, una chica muy carismática y encantadora que estaba encargada del cuidado de mi hermanita Alicia. Yo había aprovechado la ausencia de Elizabeth y Raymundo quienes habían salido con dirección a un compromiso. Janet tenía unos granitos en la cara y poseía un exceso de peso para su edad. Sin embargo, esas “minucias” no arredraron mi libidinoso espíritu que me apuraba por dar cuenta de su apoteósico y duro trasero-.

La casa de mi papá ahora tiene tres pisos. De lejos es la más grande y mejor edificada de todo Garatea. Tengo miedo de que pueda sufrir un atraco o algún tipo de extorsión por parte de criminales que no ven una mejor salida a sus problemas que medrar del dinero que otros han conseguido con denodado esfuerzo.

Ahora tengo dos hermanitos más: Rebeca y Raymundo.

La relación con mi padre se ha hecho más sincera y el miedo que antes me dominaba cuando lo veía o tenía que pedirle algo, ha desaparecido. Mi padre es otro hombre, muy diferente al que empleaba la correa para corregir los desmanes míos y de Miguel. Raymundo se ha suavizado, creo yo, gracias a la presencia de mis tres hermanitos. Y es que en verdad, los hijos le cambian la perspectiva a uno para bien.

Me siento muy bien cuando a mi padre le digo, ya no papá, sino “pá”. Me siento muy bien cuando me sale un trato natural y de cariño hacia él. El tiempo y mis hermanitos –que están preciosos y por suerte para ellos no se parecen en nada a mí- han hecho su trabajo en Raymundo.

Esta columna iba a tener como objetivo contar sobre la ocasión en que un par de señoritas muy pechugonas me pepearon y despojaron de una cantidad no menor de dinero. Esto, en alusión a una noticia que salió hoy en Perú 21 sobre la captura de una tía de 40 y su sobrina de 20 que pepeaban a los despistados parroquianos que frecuentaban el boulevard de Los Olivos.

Pero cuando escribo, siempre me dejo llevar por los espíritus que dominan mi estro literario.

Dejaré la historia del pepeo para otra ocasión.

Hasta pronto.