¿Sabes
cocinar?
El gusto está hecho de mil repulsiones.
Paul Valéry
Tania llevaba
encima solamente un largo polo viejo. Iba a cocinar. Dejó entrar a Luis y le
ofreció asiento en el sofá de espera. Eran las once de la mañana. Sus chicas
llegarían en cuatro horas más.
Voy a hacer
un lomito de pollo, dijo Tania. ¿Te gustaría almorzar conmigo? En
media hora, lo tengo listo.
A Luis le
sorprendió verla tan tranquila, como si no le hubieran matado al marido que
tanto decía amar.
Una tiene
que pasar la página, pues. En este negocio, no conviene estar asustada o apenada;
primero, porque te cagas y no haces nada y, segundo, porque te vas a la mierda.
En un ratito, te ganan la plaza, te roban las chicas, o ellas te pierden el
respeto, y terminas quebrada. He visto muchos casos, créeme.
Luis la
ayudaba como podía; le pasaba el ajo, la sal, el cucharón con el que revolvía
el pollo en la sartén.
Cocinar me
distrae. Aunque varias veces salía a comer con el gordo. ¿Sabes cocinar?
No, nada, dijo Luis.
Tania mezclaba
la cebolla con el pollo, en tanto que el arroz se hacía en una olla aparte.
En pocos
minutos, hubo dos platos calentitos sobre el tablero de la cocina. En la
sartén, aún quedaba lomo para una persona más. El aroma del arroz era
insuperable.
A veces,
alguna de mis chicas viene sin almorzar y le dejo tomar lo que haya sobrado de
mi almuerzo, dijo Tania sin que Luis le hubiese preguntado nada.
Claro,
claro, dijo él.
Se sentaron
a la mesa.
Hay chela,
Coca. ¿Qué quieres?
Coca.
Tania fue a
la refri. Luis le miró el culo; Tania no llevaba calzón debajo del polo.
¿Cómo sabes
que Sánchez está muerto?, le dijo cuando dejó la Coca Cola encima de la mesa.
Tania
permaneció en silencio. Se concentró en su plato de comida. Apuró un largo sorbo
de agua. Lo suyo no era la Coca.
Tania, ¿me
vas a responder? ¿Cómo sabes que Sánchez está muerto?
Ella
continuó con los ojos sobrevolando los pedazos de pollo y papas fritas.
¡Tania!, gritó
Luis, Le cogió fuerte el brazo. ¡Carajo, mi vida depende de lo que me digas!
¡No puedo hacer nada si no sé qué le pasó a Sánchez! Mi familia depende de lo
que me digas. Dime, vamos, dime; ¿qué le pasó a Sánchez? ¿De verdad está
muerto? ¿Has visto el cuerpo? ¿Cómo sabes que está muerto?
No está
muerto, huevón, ¿ya? ¿Contento? El imbécil se ha fugado y se ha largado con su
puta; con Fátima. ¿Estás feliz?
Luis quedó
perplejo. Varias preguntas le acribillaron la cabeza: ¿Qué? ¿Así de fácil
quedaba yo al frente de un muy buen negocio? ¿Sánchez, con tanta experiencia,
renunciaba de buenas a primeras a tanta plata?
¿Cómo sabes
que se ha escapado con Fátima y no está muerto?, dijo
Luis, dudando ya hasta de su propio nombre.
A ti qué
chucha te importa, cojudo, zanjó Tania.
La
paciencia de Luis se diluyó; tiró su plato al suelo. La botella de la gaseosa cayó
sobre la mesa y rodó al piso, haciéndose añicos. Ya te dije que necesito
saber la verdad por mi tranquilidad, carajo. Si mataron a Sánchez, yo puedo ser
el siguiente; mi puta familia puede ser la siguiente.
Tocaron dos
veces el timbre. El segundo toque fue más largo y brutal que el primero. Luis
sintió miedo. Tania, también. A pesar de ello, ella se encaminó hacia la puerta
no sin ciertos escrúpulos. Puso el ojo en la mirilla. Putamadre, exclamó
tras ver de quién se trataba.
Vete, le dijo a
Luis, vete rápido.
¿Adónde me
voy a ir si estoy aquí? ¿Qué pasa?
Después te
digo. Ven sígueme, le ordenó Tania y lo tomó del brazo. Lo condujo a
uno de los cuartos donde atendían sus chicas. No salgas de aquí, por favor.
Si sales, la cagas. Y no respondo por lo que te pase, ¿ok?
Cagado de
miedo, la piel fría como la de un lagarto, Luis asintió. Desde ese lugar, oyó
abrirse la puerta del departamento, una voz diciendo ¿dónde está?, unos
pasos apurados acercándose al cuarto donde temblaba de pavor, el rastrillar de
un arma, la misma voz, esta vez más fuerte, diciendo: ahorita te mueres,
maricón.
Fin