Un recuerdo
Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele
decirse;
antes, al contrario, la hacen más profunda.
Gustave Flaubert
Luis conoció
al dueño de Palma & Co. S.A., Omar Palma, en su primer día de trabajo. Subía
los escalones del porche del edificio de la empresa, cuando halló una tarjeta
de crédito en el suelo. El nombre consignado en ella era “Omar Palma”. Luis,
muy bien enterado de la persona a quien correspondía ese nombre -pues para la
entrevista que había sostenido hacía una semana para el puesto de ingeniero
informático, había averiguado todo lo que se podía sobre Palma & Co. S.A., y
su fundador- tomó la tarjeta de crédito y concluyó el recorrido de los
escalones pendientes. Su objetivo estaba claro: entregársela al mismísimo dueño
de la compañía. Dios ha puesto esta oportunidad en mi camino para que el señor
Palma vea en mí la honradez y decencia que son fomentadas por su empresa. No la
desaprovecharé.
En la
recepción, Luis se identificó. Recibió un pase y tomó el ascensor al piso cinco
del edificio.
Lo saludó
Checha, la secretaria. Checha era muy bella. Busca al señor Castillo,
¿cierto? El señor Castillo, el tipo que dirigió la entrevista técnica por
Zoom y que le extendió una cordial bienvenida luego de aprobarlo, sería su jefe
directo. Al señor Castillo, lo ubicas en la sección de oficinas principales.
Mira, te muestro. Checha se levantó del asiento y ¡wow, tremendo culo!;
muy corta la falda. Empezamos bien el día, pensó Luis. Supo que Checha
jamás sería suya; mujeres como esas volaban alto.
Mira, esa
es su oficina. Ahí está. Solo que parece algo ocupado. Puedes esperar por él en
estos asientos.
Detrás de
una pared de vidrio, Isaac Castillo buscaba algo en unos papeles sin dejar de
hablarle a su celular. Parecía desesperado. Esto no pinta bien, pensó
Luis.
Giró el
cuello hacia la izquierda y, voilà, allí estaba la oficina de Omar Palma y el
mismo Omar Palma Bejarano en ella, hablando por teléfono, pero totalmente
despreocupado, en una onda completamente diferente de la de su futuro jefe
Castillo. Seguro aún no se ha dado cuenta de que ha perdido su tarjeta de
crédito, pensó Luis. Me acercaré a él y se la devolveré, de paso que me
presento. Ya luego regreso con Castillo.
Luis se
acercó hasta la puerta de vidrio, toda transparente ella. Palma lo notó. Le
hizo un gesto con la cabeza: Pase. Cuando Luis entró, Palma alejó el
celular de la oreja y le preguntó en voz baja: ¿Qué deseas?
Buenos
días, señor Palma, dijo Luis. Soy Luis Fuentes, y hoy es mi primer
día en esta su gran empresa.
A Palma no
se le movió ningún músculo. Realmente, no le importaba la adición de un nuevo
integrante al equipo de su empresa. Luis se dio cuenta de esto. Disimuló su
sorpresa y desilusión para, de todos modos, cumplir con la devolución de la
tarjeta. Quizá esto hiciera que Palma lo mirase con otros ojos, le dedicase
toda su atención.
Señor
Palma, esta es su tarjeta de crédito. La encontré…
Palma tomó
la tarjeta, cerró la puerta -ante la cara de estupefacción de Luis- y continuó
hablando por teléfono, con el mismo rostro distendido y holgado.
Luis Fuentes
comprendió que Omar Palma era un hijo de puta.
Algunos
días después, un gringo visitó la oficina. Luis solía ser el primero en llegar
al trabajo; el segundo, Omar Palma. Y, a pesar de que, para llegar a su
oficina, debía pasar necesariamente al lado del cubículo de Luis, Palma jamás
le dijo buenos días, ni buenas tardes, ni buenas noches. Era una completa
mierda.
El gringo tenía
el cabello escaso. Era alto y panzón. Checha aún no llegaba, así que se adentró
en la oficina como buscando algo. Lo vio a Luis y, luego de hacerle hola con la
mano, le preguntó por Omar.
Omar has
not arrived yet (Aún no llega Omar), dijo Luis. El gringo,
satisfecho porque le hablaban en su propio idioma, le agarró cariño a su
interlocutor peruano.
Could
I sit here while I wait for him? (¿Puedo sentarme aquí mientras lo espero?),
dijo el gringo, tomando la silla del cubículo contiguo al de Luis. El gringo,
que dijo llamarse Fred Douglas, conversó con Luis sobre diversas trivialidades
cuando, a los pocos minutos, apareció Omar. Ni bien éste se percató de la
presencia del gringo, iluminó su rostro. Lo saludó efusivamente. Lo abrazó. El
gringo, presumiblemente por su gordura, no pudo levantarse a tiempo del asiento
y tuvo que ser abrazado in situ. How have you been, Fred? Let’s
have a cup of coffee. Please, leave your stuff in my office. I have a lot to
tell you. (¿Cómo has estado, Fred? Tomémonos un café. Por
favor, deja tus cosas en mi oficina. Tengo mucho que contarte)
Luis no recibió
saludo alguno. La cosa estaba más que clara: Omar era un arribista hijo de
puta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario