El jefe
Dicen que me burlo de todo, me río de todo,
porque me burlo de ellos y me río de ellos,
y ellos creen ser todo.
Jacinto Benavente
A ver,
empezamos. Gómez, habla.
Gómez se
paró y leyó de un papel: Estos son los resultados de la encuesta de clima laboral
que se realizó hace dos semanas.
Enderezó la
hoja, que tenía una esquina medio doblada, y continuó: Como se puede
apreciar, señaló al gráfico proyectado en la pared acrílica, tuvimos un noventa
y ocho por ciento de participación. Lo cual considero que es una buena marca.
Bueno, de esa muestra, se determinó que…
Aguanta,
aguanta, chochera, dijo Omar Palma, el dueño de la consultora Palma
& Co. S.A. ¿Cómo que noventa y ocho por ciento? ¡Y todavía te parece muy
bien noventa y ocho por ciento! ¡Por qué no participaron todos, carajo! se
exaltó; en pocos segundos, se fue de cero a cien. ¡Habla, ¿te parece bien?!
Gómez
tartamudeó, quería decir algo, pero nada le salía de la boca.
Palma se
desesperó todavía más. Le lanzó el plumón de pizarra que tenía en la mano: ¡Habla,
mierda! ¡¿Te parece bien?!
¡No!, lloró
Gómez y se arrodilló en el suelo. ¡No, no me parece bien, jefe!
¿Quién
chucha es ese dos por ciento que no respondió el cuestionario del clima
laboral?
Gómez no
quería delatar a Luis Fuentes, el único empleado de los cincuenta exactos que
trabajaban para Palma & Co. S.A., que no había respondido el cuestionario.
Fuentes le había prestado cien soles hacía año y medio y lo mínimo que podía
hacer era no delatarlo, ya que no tenía planeado devolverle lo prestado.
Si no me
dices quién es ese dos por ciento, ahora mismo coges tus cosas y te me largas
de la empresa.
***
El teléfono
de Luis Fuentes sonó a las ocho con veintipico minutos. Era un número
desconocido. Para que no suene más y le joda la mañana, canceló la llamada.
Volvió a
rebujarse en la rica colcha de la cama de invitados de su nuevo amigo, o socio,
Carlos Sánchez, el gordo.
Pero no
pasó ni un minuto cuando volvió a sonar el teléfono. Canceló nuevamente la
llamada y se hundió todavía más en la suavidad de esa colcha.
Unos
segundos después, el teléfono volvió a arremeter; reclamaba una contestación.
Mejor lo apago,
carajo, pensó Luis, muy decidido a ejecutar sus intenciones. Estaba a punto de
presionar el botón de apagado cuando entró un mensaje de voz. Lo escuchó: ¿Este
es el número de Luis Fuentes? Soy Omar Palma, dueño de Palma & Co. S.A., la
empresa en la que usted trabaja desde… (se oyó que algunas voces le filtraban
un dato), desde hace tres años. Por favor, contésteme el teléfono que
lo estoy llamando y llamando y nada. No debería yo estar haciendo esta llamada
porque se supone que usted debería estar aquí, en su sitio, en su cubículo,
trabajando para mí, pero resulta que tengo que llamarlo yo a usted como si yo
fuera su sirviente. Hágame el favor de presentarse aquí inmediatamente o considérese
despedido.
Tocaron la
puerta. Era el gordo Sánchez. Desde detrás de la madera preguntó si todo estaba
bien.
Claro, todo
bien. Ya salgo, estimado.
Sánchez le
ofreció panes con jamón y jugo de naranja en caja. Hoy no ha venido mi
empleada, se excusó. Es todo lo que tengo. Cuando está ella, hace
juguitos y cositas tipo chef.
Comieron en
silencio. Sánchez no dejaba de revisar su celular. Escribía mucho. En cierto
momento, le mostró la pantalla de su celular: la foto de una jovencita sonriente.
Hoy tengo
casting. Aunque siempre desconfío de estas huevonas que solo me mandan sus
caras. Son de más garantía las que vienen ya recomendadas. En esta chica y en
dos más invertiré tus cinco mil dólares. ¿Qué te parece?
Está bonita.
Eso no
basta. La cité para las tres. Vamos a ver si pasa el casting. Para que yo me
venga, uff, tiene que ser una loba la hembra.
¿Te puedo
acompañar?, dijo Luis, tras terminar su vaso de jugo.
¿No
trabajas? ¿No tienes nada que hacer más tarde?, preguntó el
gordo con cierta desconfianza. No vaya a ser que tus cinco mil dólares hayan
venido de alguna fuente negra. Yo estoy alejado de la polémica. Por eso me va
bien.
No, cómo va
a ser. Mi dinero es honrado. Y sí trabajo, solo que hoy tengo el día libre. Más
bien, ahora que lo recuerdo, tengo que ir a la oficina para dejarle un encargo
a mi jefe.
Así me
gusta, se tranquilizó Sánchez. Si tienes tu chamba, no la descuides. Si
nos va mal con tu inversión, al menos siempre tendrás algo seguro con tu
chamba. Nunca dejes la concha gastada de tu mujer por tres o cuatro conchas gastadoras
y de alquiler. Siempre trata de conservar tu trabajo, hermano. Ya quisiera yo
tener una vida normal. Sánchez tenía cinco panes con jamón delante de él.
Ya se iba comiendo dos. Mi chamba es jodida. Uno tiene que haber nacido tres
veces y estar de vuelta cinco.
Cuando
terminaron de desayunar, cada uno enrumbó hacia su destino: Sánchez hacia Lince
y Luis hacia Surco.
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