La
mercancía se prueba, no se consume
Recuerda que lo más importante para cualquier empresa
es que
los resultados no están en el interior de sus paredes:
el resultado de un buen negocio es un cliente satisfecho.
Peter Drucker
Se llamaba
Linda y la tenía enfrente de mí, desnuda, espectacular. Tenía las tetas
grandes, colgadas, pero grandes, gruesas, unos pezones enormes. Las aureolas
eran marrones y extensas. La misma Linda nos había dicho, horas antes, que era
mamá de un niño de cuatro meses. En algún momento de la entrevista, cinco o
seis chorros de leche prorrumpieron de sus ricos pezones.
Si vas a
venir entre cinco y ocho, no creo que puedas ayudarnos mucho. Con esos horarios,
no vas a poder cumplirme a fin de mes con la cuota de chamba mínima. Pero si
estás aquí desde las dos, entonces sí que hablaríamos de cantidades importantes
de dinero para ti y para nosotros. Piénsalo bien. Ahora mismo tengo unas
cuantas chicas que están haciendo cola por tomar tu lugar.
Sánchez
hablaba sin atropellarse, pausadamente, como si estuviera brindando una charla
de filosofía. Tenía las cuentas claras. Sabía cuánto podía rendirle una mujer
de ciertas características.
Linda no
dio por cerrado su caso; dijo que en solo tres horas podía hacer muchísimos
clientes. Pruébame para que veas cómo te saco la leche en cinco minutos. Y con
trato de pareja encima, ah; sin apuros.
Procurando
que Linda no lo oyera, Sánchez me preguntó: ¿Qué harías tú? ¿Rinde o no?
Volví a
mirar el cuerpo de Linda: estaba riquísima. Era mi tipo de mujer, aunque eso no
bastaba para saber si sería una buena puta, una puta que rindiera frutos a sus
empleadores.
Pruébala,
¿no?, le dije a Sánchez.
Esa es la respuesta
correcta. Estás aprendiendo, Sánchez me palmeó la espalda. Cuando se ve esta
clase de ímpetu en la persona evaluada, solo queda someterla a la prueba carnal
para saber si está hablando en serio o nos está paseando.
Sánchez se
levantó. Se acomodó el pantalón, que siempre se le chorreaba, y le dijo a Linda
que estaba a un polvo de ser contratada. Vamos a la prueba, añadió. Acompáñame
por aquí. Sánchez convirtió en cama el sofá que estaba detrás de Linda. Se
desvistió.
Por favor,
sorpréndeme.
Linda
entendió perfectamente. Yo ya la tenía parada. Sánchez se tendió en la cama y
la boca de Linda se apoderó del cuello de Sánchez. ¿Quieres que te bese en
la boca? Sánchez negó con la cabeza. A la mayoría de clientes no les
gusta los besos en la boca. Linda volvió a lamer el cuello de Sánchez, se
movió por detrás de sus orejas grandes, regresó al cuello y se repartió entre
los dos pezones del gordo. La cara de este no parecía revelar gran cosa.
La mujer lo
trataba como siempre me gustó a mí; era el trato que siempre buscaba en una
puta. Me pronuncié: Sánchez.
¿Qué cosa?, dijo el
gordo, sin mirarme, vigilando los movimientos de Linda.
Yo quiero probarla. Empecé a
frotarme abajo.
¿Qué? ¿Tú?
Claro, yo.
¿Acaso no la vamos a contratar con el dinero que he inyectado?, me
justifiqué.
Pero tú
todavía no sabes cómo probar la merca, explicó Sánchez, los brazos haciendo de almohada de
su cabezota. No sabes dónde presionar, qué puntos tocar, para saber si la
inversión te dará el retorno esperado. Tienes que aprender esas cosas mirándome,
argumentó el gordo, sin tocar ni presionar nada. Todo lo hacía Linda. Gordo
pendejo.
Tras un par
de minutos de una chupada gloriosa, Sánchez no se contuvo y se vino en la boca
de Linda. Ni siquiera llegó a penetrarla.
Putamadre, exhaló el
gordo, luego de bajar de la cumbre de su éxtasis. Jamás me había venido tan
rápido. Tienes técnica, mujer. Estás contratada.
Mira tu
reloj, dijo Linda, limpiándose la boca con un pedazo de papel higiénico. No
fueron ni cinco minutos.
Entonces,
mañana te veo a las cinco en este mismo departamento, dijo Sánchez
mientras se ponía la camisa.
Qué rica
hembra, por la putamadre. Sin que me diera cuenta me sacó litros de leche.
Tiene una licuadora en la boca. Así debe ser una puta: truquera, me dijo Sánchez
minutos después.
¿Y no te
provocaría salir con ella otro día, tirártela fuera de la chamba?, le
consulté.
Compadrito, me
respondió, sacudiéndose la pichula antes de ir al baño para lavársela, la
mercancía se prueba, no se consume. Primera regla de oro, huevón. Si la
quiebras, te vas a la mierda. Acuérdate de eso siempre.
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