Sondeo
Yo no soy un hombre ni un poeta ni una hoja,
pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro
lado.
Federico García Lorca
Lo
reconsideré mejor cuando entré en la habitación: tenía que hacerle las
preguntas antes de tirar; después, sería imposible. Una prostituta cachaba
contigo y luego se fugaba del cuarto para darse una rápida aseada en el baño.
Mientras tanto, tú te ibas vistiendo y alistando para que te largases y entrase
el siguiente parroquiano. Con Tania, la cosa no era tan maquinal porque ya me
conocía; sin embargo, igual debía atender al próximo huevón de la fila. El
tiempo era dinero.
Tenía que
ser en ese momento; en ese preciso momento en el que la veía con esas tetotas de
pezones de madre embarazada -anchos y gruesos-, que me pedían que les pasase
varios lengüetazos. Debía vencer la tentación y encajarle la pregunta. Respiré
hondo, me di valor y empecé.
Tania,
¿cuánto ganas al día?
¿Cómo?, me dijo,
como si no hubiera escuchado la pregunta. ¿Cuánto gano?, repitió.
Sí, mira,
disculpa que te haga esa pregunta tan personal, pero es para una tesis de mi universidad.
Estoy analizando lo que se gana en una casa de masajes. Supongo que tu negocio
se parece bastante al de una casa de masajes, ¿no? Tenía la
nariz sudada; me había costado un triunfo improvisar todo lo que le dije.
Tania,
restándole seriedad a mis declaraciones, se me acercó y rodeó con sus brazos.
Atrajo mi cabeza hacia sus tetas y me apachurró con fuerza. Pugné por no
entregarme a la tentación sin antes haber recabado la información que
necesitaba para empezar mi emprendimiento en el mundo de la prostitución. Recordé
que, luego de tirar con el profesor de filosofía, Tania no había ido al baño a
mojarse la concha y lavarse las tetas como solía hacer puntillosamente. Esto me
desapareció la arrechura. Pude, entonces, retomar mis preguntas. Liberé mi
cabeza y le dije: ¿Cuánto crees que sacas al mes?
Papi, me dijo,
ya medio enfadada, ¿vamos a cachar o no? No tengo tiempo para conversar.
Traté de
enfriar la situación: Pero, amor, tú me conoces. Soy un cliente antiguo. Sabes
que soy de confianza. Solo quiero que me contestes unas preguntitas y ya.
Mira,
papito, dijo, ahora sí avinagrada y mostrando las garras, tengo muchos
clientes. Así, como tú, tengo varios. Hay huevones que me han regalado hornos
microondas, refrigeradoras, televisores. Y de poquísimos de ellos me acuerdo.
¿Crees que me voy a acordar de ti, que te voy a dar un trato especial? Te debe
bastar y sobrar con que te la chupe a pelo. Acá todo es negocio, ¿ok? ¿Vas a
cacharme o no?
Chúpamela
bien, por favor, porque se me ha bajado la pinga, le dije, persuadido
completamente por sus argumentos.
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