No te
esperaba
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay,
Dios!
Rubén Blades
Al día
siguiente, se despertó muy temprano. Eran las cinco de la mañana. En puntillas,
sin hacer ruido, fue a inspeccionar el cuarto de Sánchez. No había nadie.
Recorrió la casa. No había nadie, excepto Blackie tirado en su sofá. Sánchez no
había regresado a dormir. Había pasado la noche con Fátima. Y la muy perra
me contaba que tenía enamorado, que era un tipo con el que la relación pintaba
seria. Pero, miren, pues, a la gran perra.
Mejor dejo
de pensar en estas huevadas y me dedico a lo mío, se dijo
Luis.
Decidió caminar
hasta Lince. En el trayecto, el aire le refrescaría las ideas. El clima estaba agradable,
ni frío ni calor. Hoy mismo me largo de la casa de este gordo pendejo.
Las calles de Breña eran estrechas, olían a antiguo. Pero ¿adónde me voy a vivir?
Se le ocurrió que podría instalarse muy bien en el departamento que utilizaba
como chongo, su negocio. Que se vaya a la mierda el gordo con sus
advertencias. Sánchez nunca le explicó muy bien por qué un dueño de chongo
no podía vivir en su propio local. Si un enemigo quería desaparecerte, no lo
haría en la casa donde vives, sería muy estúpido de su parte; siempre te podía
matar en cualquier esquina de la calle. Esto era más fácil. Por el bien de
la relación comercial, debo independizarme ya mismo, carajo.
El
departamento donde había instalado su chongo estaba dividido por paredes de
tripley pintadas de tal modo que parecían parte de la estructura original. Así,
pudieron generarse un pequeño recibidor y tres habitaciones. En esos cuartos,
trabajaban las tres chicas. Un cuarto para cada una. Luis decidió que dormiría
en uno de ellos, luego de terminadas las horas de trabajo.
Al llegar
al departamento, tomó una siesta tempranera. La caminata lo había agotado. Las
chicas todavía aparecerían a partir de las dos de la tarde. Solo Linda, como era
usual, concurriría a las cinco.
Un par de
horas después, unos golpes en la puerta terminaron con su siesta. Aún eran las
diez de la mañana. ¿Quién podría ser? ¿Sánchez? Ni cagando; él tenía llave. La
puerta no tenía mirilla. Craso error. Una batida policial podría ponerlo en
jaque si no se fijaba a quién le abría la puerta del chongo. En todos esos
meses, gracias a Dios, nada de eso había pasado. También, había que agradecer
aquello a que Sánchez, por medio de un contacto clave, mantenía jugosamente
aceitadas a las fuerzas del orden. Debo instalar la mirilla cuanto antes,
pensó Luis, acercando la oreja a la puerta. Recordó, mientras trataba de
registrar algún sonido al otro lado, que estaba pendiente que Sánchez le
presentara al contacto clave encargado de transferir las cuotas a la policía.
Aguardó con
paciencia felina a que el irruptor revelase su identidad con algún tipo de ruido.
Volvieron a
tocar. Luis se sobresaltó. Los golpes lo cogieron frío.
Luis, soy
yo: Tania. Abre. No te paltees.
El alma le
volvió al cuerpo. Era Tania. Conocía muy bien el timbre de su voz. ¿Cuántas
veces se había acostado con ella cuando solamente era un cliente más y no el
empresario sexual en el que se había convertido?
Mientras
abría la puerta, se preguntó qué podía querer la chata poderosa.
La vio
vestida con un polo más o menos ancho que fracasaba en ocultar las enormes
tetas de su propietaria. No llevaba sostén, así que los pezones se hacían notar
sin mayor problema. Un shortcito jean, deshilachado en las bastas, completaba
su tenida.
¿Puedo
pasar?
Claro,
claro, dijo Luis. ¿Iba a cumplirse casi un año desde la última vez que estuvo
dentro de ella? Qué rico sería cachar con Tania ahorita mismo, pensó. Qué
rico cuerpo tiene esta mujer. Ahora eran colegas; casi, casi, compañeros de
trabajo, pero ¿quién decía que entre colegas no estaba permitido un breve
choque y fuga?
¿Sabes algo
del gordo?, dijo Tania ni bien se sentó en el sofá del
recibidor.
Esta
pregunta lo tomó por sorpresa. Tartamudeó: N-n-no, no sé dónde está. ¿Por
qué lo preguntas?
Ah, porque
él siempre me llama a las seis de la mañana. Y si no puede llamarme, me
escribe. Siempre lo hace. Desde que somos socios, siempre ha hecho eso. Ahora,
como lleva tiempo asociado a ti, pensaba que, no sé, se había distraído, se
había olvidado. Pero ahora que me dices que no sabes nada, ya no sé qué pensar. Había
genuina preocupación en sus palabras.
¿Has
intentado llamarlo?, dijo Luis.
Claro, lo
he llamado, pero suena ocupado. Le he dejado varios mensajes también, pero nada;
no responde. Parece que estuviera con el celular apagado.
La
tribulación de Tania ahuyentó la incipiente arrechura de Luis. Además, lo que
contó era realmente grave; el gordo había desaparecido sin reportarse con su
socia de años. ¿Pero por qué Sánchez no llamaría a Tania? El hecho que cachara
con Fátima no impedía que la llamase. A menos que…
¿No has
dormido en su casa?, dijo Tania.
No, mintió
Luis con aplomo, desde hace unas semanas estoy durmiendo aquí en el depa.
Ah, no
sabía. Tras alargar unos segundos el silencio, añadió: Por fa, si
te llama, me avisas. Yo igual abriré el chongo a las dos. ¿Tú?
¿Yo?, reaccionó
Luis; tenía el cerebro ocupado en armar alguna teoría que respondiera
lúcidamente a la cuestión del mutismo de Sánchez hacia Tania.
Que si vas
a abrir tu chongo, aclaró.
Ah, sí, sí,
claro, a las dos también, como siempre, confirmó Luis, todavía redondeando su teoría cuando,
de pronto, la concluyó: Sánchez y Tania no solamente eran socios; también
cachaban y tenían una relación. El gordo no se había reportado con Tania como
todas las mañanas porque aún tenía a Fátima chupándole las bolas. Tania no le
perdonaría el desliz. En el tiempo que tenía a Tania de colega, Luis había
podido descubrirle algunos aspectos que solamente la larga convivencia revelaba:
era una mujer de armas tomar. Por algo no llevaba triunfando en el negocio del
puterío más de diez años, cuando se separó del staff de la también famosa Tía
Katty.
Tania regresó
al departamento de al lado, a su chongo. Ella no vivía allí, pero por la
preocupación que le causaba la desaparición de Sánchez seguramente había optado
por adelantar unas horas su llegada.
Luis tomó
su celular e intentó llamar al gordo, pero al siguiente segundo abortó la idea.
Seguro sigue cachándose a Fátima. Solo espero que ella esté aquí a las dos
en punto para la chamba, o la pongo de patitas en la calle, carajo.
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